HUGO WAST. En lugar de tener un vistoso frente de ladrillo desnudo, con
adornos de portland, tienen una malla de alambre, alta de dos varas, a ras de la
...
SliSSiilSlFl
í
"'
1
&
mt
idoWast
En estos caminos se va con los ojos vendados, una obrera de gustos simples, no habría
jese
t,
Hugo Wast
Los Ojos Vendados
8 7
MILLAR
&' Agencia General de
Librería
BUENOS AIRES Maipú 49
ES PROPIEDAD
Tall. Urdí. Argtntinoi
L.J. Rotto y Cia.
•
Btlgrano 4 ti
Una
A la
maestríta
Buenos Aires, en
diez minutos del corazón de
línea del tren eléctrico, se halla la estación
de
Belgrano Central, rodeada de hotelitos suntuosos y quintas con soberbios jardines; y a una cuadra de la
Bajo Belgrano,
estación, en el
se encuentra la
calle Migueletes.
Sin empedrado, mal edificada, con baldías,
progreso de
la
te a
esquinas
lo largo
ei
población valorice los terrenos, con-
trasta su aspecto
A
las
porque sus propietarios aguardan que
de
con
las
el
de
los alrededores.
veredas, corre
un zanjón y fren-
cada puerta hay un puentecito.
Allí, los edificios
más suntuosos no son moradas
humanas, sino caballares,
stttds
que costean
los ri-
cos porteños con sus rentas, y a veces también con ei capital, manteniendo a cuerpo de rey aquellos nobles brutos, destinados, te,
si
a terminar su carrera,
se
portan como
embalsamados en
la
gen-
el esca-
parate de una talabartería.
Las casas de familia por su modestia.
se distinguen de los studs.
HUGO WAST
6
En
lugar de tener
un
vistoso frente de ladrillo
desnudo, con adornos de portland, tienen una malla
de alambre, alta de dos varas, a ras de
la acera,
y
un valladar tupido de renuevos de ligustros, que defiende el jardincito. Basta mirar cómo se lo cultiva,
para saber
Cuando
hay niñas en
si
sólo se
la casa.
ven lechugas y
cebollines,
puede
creerse que los dueños son personas de edad y no tienen hijos; pero
9Í,
a más de
las
lechugas,
hay
jazmines, y claveles, y alguna mata de aristocrá-
debe pensarse que a
ticos crisantemos,
la siesta
o
habrá en la puerta de la calle alguna muchacha, por quien los mozos del barrio se acerquen a la esquina. al atardecer,
El jardincito nunca tiene más de
seis
trancos,
y sobre él se abre la ventana de la primera pieza, que es generalmente el comedor. Luego siguen las otras en hilera, resguardadas por una galería, hacia fondo, donde hay algunos árboles frutales y un
el
y donde se pone a secar cuerdas tendidas de pared a pared.
gallinerito
Un
enrejado de
la
ropa en
pintado de verde, esconde estas interioridades, cuadrando el patio, y allí
se
selva o se llena
De
tablillas,
enreda una rosa trepadora o una madreuna vigorosa tripa de fraile que en verano
de flores.
ese estilo era la casita que
dro de
compró don Pe-
Garay, cuando vino de Santa Fe, cinco
años atrás, con
la
esperan za de un puesto nacional.
LOS OJOS VENDADOS
7
Invirtió en ella la fortunita de su mujer, y se quedó esperando el nombramiento. Había sido empleado provincial desde que tenía
uso de razón, y no concebía que existiera gente capaz de vivir sin serlo.
Comenzó tes
su carrera administrativa cebando
comisario de Santa Rosa,
al
costera, sobre
un brazo
ma-
población
vieja
del Paraná.
Tenía diez y ocho años, cuando el jefe político del departamento observó su afición a leer diarios y almanaques, y
lo
hizo escribiente de la secreta-
y después secretario de la jefatura, en Helvecia, y de pronto lo llevaron a Santa Fe, con un empleo en la Casa Gris» amarilla en aquellos tiempos. ría,
Como
era respetuoso de las personas y de las
y poco, movedizo, los gobiernos pasaban y él permanecía en su puesto, ni envidioso ni envidiado,
leyes
satisfecho cuando podía en la
un en
misma
oficina echar
vistazo a los diarios locales, y luego enfrascarse la lectura
de algún gran diario porteño, que
leía
con avisos y todo.
Las raras veces que
el
exceso de trabajo no
permitía concluir su lectura,
sentíase desazonado
y en su casa reemprendía su tarea, hasta darle
Nunca
leía
concluido
— Sería
un
Se
diario recién llegado,
si
fin.
no habíi
el anterior.
una
lástima,
—
decía
—
se
aprende
~>ucho.
Y
realmente, después de veinte años de cons-
tancia,
don Pedro de Garay tenía ideas generales
HUGO WAST sobre todo, y podía emitir de sopetón un juicio
redondo y definitivo. Sabía cuál era
más
estadista
el
pueblo más moral de
el
la tierra,
ladrón, el mejor tisteiúa elecio-
y la más perfecta máquina de escribir. Sin haber viajado, conocía más o menos •
ral
ocurría en todos los países.
—Yo
no he estado en Groenlandia,
pero seguramente
los vestido.,
allí
.le
—
le
que
decía
las
i
—
ajeies
comienzan más arriba y acaban más abajo .r.ic aquí. En Inglaterra hay una ley contra los envenenad 3res del pueblo;
yo no he estado en Inglaterra, pe-
ro sé que hay una ley
Sus conocimientos
.
.
crecientes,
no modificaron
la
sencillez de sus gastos, ni el bullicio de las ciudades
disipó en su corazón el melancó'ico
amor
*
su pue-
blo natal.
La
vieja
y apacible Santa Rosa, sus
calles
de
arena, sus frescos naranjales, su río barrancoso y
profundo, su
isla
siempre verde y bulliciosa con
la
algarabía de las aves silvestres, y el hospitaliario
tenorio de sus habitantes, orgullosos de su pueblo, el
más
tela,
Utia
de
criollo
la
comarca, y de su larga paren-
y de sus tradicionales apellidos, todo formaba imagen imperecedera, emocionante como una
vi-ión soñada.
Aprovechaba
las
.
vacaciones
para
refrescar
su
vida, y se pasaba dos meses comiendo sandias en (de patriarU vereda de su casa, durmien
jUgando
al
lineo en
el
almacén, donde comen
LOS OJOS VENDADOS
9
taba las noticias de su diario, que recibía en pa-
semanales
quetes
del Rincón, y
por
la
mensajería de San José
desparramaba sus conocimientos.
A
sombra fragante de los naranjales, tejió ei único romance de su vida con Presentación Troncoso, una linda morocha que veinticinco años después no conservaba de su mentada belleza, más que los la
ojos negrísimos y ardientes, en que chispeaban los recuerdos.
Era hija única de uno de los ricos del lugar, dueño de dos o tres chacras de maní, y de una legua de campo y de un millar de vacas muy fecundas, pero de cuernos inconmensurables, criollas como caracú.
ej
Don Pedro
hubiera salido de pobre de no haber-
dejado tentar
se
el
suegro por un trapalón, que
le
vendió un molino de aceite en Cayastá, cuya he-
rrumbrada maquinaria sacaba tanto parva de maní, como
un tejado
Con
si
aceite
del tiempo del Rey.
todo,
al
liquidarse
la
herencia, les quedó
una taleguita de dinero, que les llegó en que don Pedro obtuvo su jubilación.
De ahora en rio
en
el
sin dar
de una
hubiera molido en su lugar
los días
adelante podía sentarse a leer
zaguán de su casa, o en medio del cuenta a nadie de su holganza.
en
el dia-
patio,
La men-
aunque un tanto mermada, porque don Pedro quiso obtenerla antes de cumplir el tiempo necesario para que le otorgaran sualidad
el
le
correría igual,
sueldo íntegro.
Se había dejado inducir en tentaciones. Se ha-
HUGO WAST
I
fuerte, en sus cuarenta y cinco años, y su mujer y sus dos hijas y sobre todo su hijo, lo asediaban para que con el dinero heredado, y la jubilación conseguida, se marchasen a Buenos Aires, donde fácilmente encontrarían empleos pa-
liaba
ra todos.
Don Pedro
revolvió
mucho
la idea, antes
de de-
cidirse.
Realmente las necesidades de su familia crecían. Su hija mayor, Laura, iba tocando los veinte años su hijo segundo, aquel badulaque tumultuoso y mi-
mado de
Pulgarcito,
ciudadano, y
años cabales.
la hija
acababa de enrolarse como menor, Matilde, tenía quince
Su mujer, muy hacendosa y econó-
mica, se estaba agriando en lidia perpetua con
servidumbre, una
la
runfla de chinitas que cada ve-
nino traía de Santa Rosa, y habría deseado frecuentar las diversiones públicas, visitar a sus relaciones, vestirse a la
moda. El mismo sentía
la
ne-
cesidad de mayores comodidades, habría querido tener
un
y una bibliotequita con la "CoObras Famosas" y la "historia del Mun-
escritorio,
lección de
do", que
La de que
le
ofrecían por mensualidades.
jubilación las
no alcanzaba para todo, aparte
finanzas provinciales andaban enredadí-
simas, y pasaban semestres enteros sin que bierno pagase a sus empicados.
Era imprescindible reforzar
las
entradas.
el
go-
Don
Pedro habría invertido con éxito el dinero de la herencia en un negocio que enriquecía a cuantos 5C dedicaban a él, siempre que anduvieran cu bue-
LOS OJOS VENDADOS
nos
con
términos
compra de
hombres
los
sueldos, que en
era la industria
más
II
gobierno:
del
la
esa época de atrasos,
floreciente.
No
faltaban nunca
empleados famélicos, que vendían sus derechos con unas quitas formidables, como vendió Esaú su mogenitura. Si
el
pri-
comprador era amigo de un mi-
nistro o del gobernador, circunstancia que solía ser
base del negocio, lograba secretamente una or-
la
den de pago a su favor.
Pero don Pedro había vendido en época de apualgunos sueldos. Conocía por experiencia lo
ros,
infame de aquel tráfico de negreros, y tuvo ver-
güenza de ejercerlo.
Un
amigo que
el
gobierno
nacional, lo ilusionó con la perspectiva de
un pues-
se decía influyente
en
en Buenos Aires y eso concluyó con sus vacila-
to
ciones
Un
.
buen día
los diarios santafecinos
anunciaron
que don Pedro de Garay con su familia se instalaba en la Capital Federal. Don Pedro recortó las amables noticias dadas
con motivo de su
guardó para mostrarlas en
el
viaje, y las nuevo lugar de su
residencia. j
Pero qué
sas en El,
distintas
en
Buenos Aires! que no caminaba
la
realidad eran las co-
tres cuadras
en
provinciana, sin detenerse diez veces; cía el vecindario,
desde
el
él
la
ciudad
que cono-
gobernador, hasta los co-
cheros, y era saludado por todos con
una
sonrisa, y
con todos podía cambiar alguna broma, se pasaba
HUGO WAST
12
días enteros errando por las calles porteñas, detrás
de sus tres hijos, remolcando a misia Presentación,
como un grupo de náufragos,
perdidos
un
solo conocido.
aiguna cara que
—Mira,
A
les
lo
sin hallar
más, de cuando en cuando,
recordaba alguna relación.
papá, aquel señor
:
¡
la
misma
traza de
don Régulo
—
Hombre Parece mentira que no mo! Voy a preguntarle si es pariente. ¡
!
— Déjalo; te
sea
¡
¿Y
va apurado.
hace acordar,
las
mis-
esa señora, a quién
mamá?
Misia Presentación miraba, pero nada
emoción de
él
novedades
vendaba
le
veía,
la
los ojos.
— A quién — preguntaba humildemente —A Rosita Ripalda. Buena mozona como — Es es que fueran herma¿
?
ella
¡
cierto,
cierto
!
¡
.
.
.
ni
nas!
Al cabo de ocho días, como el nombramiento no don Pedro hallase manera de llegar hasta el presidente de la república, y como el hotel los fundía, pensaron en alquilar una casita, se produjera, ni
para seguir esperando en mejores condiciones.
El amigo en esta emergencia demostró más vidad, pues en otros ocho días les
con los últimos pesos heredados, una mismo, en la calle Migueletes.
La
tarde que firmaron
la
acti-
hizo comprar casita de
él
escritura lo vieron por
La casita era nueva y última vez. con su galería y su enrejado de rosas.
simpática
La ocupa-
ron sin tardar, adquirieron unos catres de lona
LOS OJOS VENDADOS
1
para dormir y una mesa para comer, mientras recibían de Santa Fe los viejos muebles, que dejaron
arrumbados, en previsión de
la
aventura.
Misia Presentación, que era hacendosa y limpia, los ladrillos de la veredita
puso relucientes hasta del
por donde se
fondo,
gallinero.
cebarlo,
Compró
y hacer chorizos
misma
Ella
cocinaba,
sin
iba,
gallinas,
y un
embarrarse, al
para
chanchito
.
con una maestría admi-
rable.
— Siempre tuvo buena mano — decía don ¡
!
Pe-
dro, relamiéndose a eso de las once, cuando ella
le
ponía en la punta de la mesa una taza de caldo o una empanada, para que abriera el apetito.
Las muchachas no holgaban ponían
los visillos,
;
lavaban los vidrios,
clavaban abaniquitos en
redes, inventariaban las plantas del jardín, ilusión de la novedad, estimuladas por su
con
la
padre que
o devoraba su tenteenpié.
leía los diarios
Pulgarcito
las pa-
en
los
primeros momentos intentó
ayudar a su madre y a sus hermanas; dijo que iba a poner la campanilla eléctrica, cosa que según había estudiado en
éi
Ganot.
sica de
el colegio
alambre, y no volvió en todo lo trajo
un
nacional, en la Fí-
Pidió cinco pesos, para comprar
vigilante
que
el día.
lo halló
Al anochecer
perdido y muerto salir y se estuvo
de cansancio. Al otro día volvió a ti
es sin dar señales
de
él;
de vida, con
la policía
detrás
hasta que volvió contando aventuras mara-
villosas,
que sólo don Pedro se negaba a creer.
HUGO WAST
14
Así comenzó a conocer
la
tren de actividades siguió.
un el
rollito
gran ciudad, y en ese Durante años y años,
de alambre permaneció arrinconado en
comedor.
—Es para Pulgarcito —
campanilla eléctrica que va a poner
la
explicaba
madre y
la
en atar una gallina clueca,
al pie
alambre.
al
gallinero,
las otras gallinas los perseguían.
— No
más
necesita
go hacer todas
era verdad.
que
ejercicio
—
mañanas,
las
que revisaba prolijamente
Y
el
de un naranjo,
para que los pollitos no se entraran
donde
hermanas;
las
hasta que don Pedro, comenzó a gastar
Todas
la
las
el
que yo
le
ha-
decía don Pedro,
atadura.
mañanas él arriaba la marchando lenta-
clueca con sus pollitos a la calle,
mente hasta
la
esquina,
muchachos jugaban Allí
un
solar baldío, en
que
los
al football.
aguardaba algunos minutos
al repartidor del
que pasaba por ese lado media hora antes
diario,
que por
el
otro
plegaba
el
papel y se absorbía
;
se
afirmaba
al
poste del cerco, desel artículo
de fondo,
su desayuno espiritual, mientras la gallina y sus pollitos,
ban
A
el
escarbaban en
los tarros
de basura, o pica-
pastito verde en la cuneta de la calle.
más de
esa tarea, don Pedro se impuso la de
lavar diariamente
una jaula de palomitas francesas,
que construyó él mismo en un ángulo del jardín. por puro afán de actividad. Pero eso lo hacía después de su lectura matinal, antes de o de
la taza
de caldo.
A
la
la
tarde dormía
empanada u siesta, y
LOS OJOS VENDADOS
después estaba
libre,
para
i
futura ocupación que
la
habían de darle.
—decía —Tengo — desde libre,
empleo,
siempre que solicitaba
él,
las tres
a las
siete,
más o menos.
Esto no quiere decir que no aceptaría un cargo que tuviese horario distinta, sino que
me
vería obliga-
do a cumplir mis demás obligaciones a otras horas
He
ahí todo.
Con
los
muebles de Santa Fe hicieron venir tam-
bién a la negra Saturnina, una sirvienta vieja, de !>anta Rosa,
que había visto nacer a
y que a misia Presentación
La negra
llegó,
le
los tres hijos,
decía "la niña".
alborozada porque iba a verlos
de nuevo» sin imaginarse que sería una verdadera desterrada en aquel gran mundo.
Todos calle
se habituaron a
o en
él.
los studs; misia
Pulgarcito vivía en
la
Presentación se distraía
recorriendo las tiendas, hurgueteando, sin comprar
muchachas gozaban respirando el aire porteño, y don Pedro había empezado a emplear nada;
las
sus horas libres en los cinematógrafos, de tal modo que un tiempo después, llegó a creerse el hombre
más ocupado Solamente
del la
Río de
la Plata.
negra Saturnina no pudo acomo-
dar su corazón a las novedades.
Al atardecer, cuando todos estaban fuera, en bando de refregar sus cacerolas, e c calerita
de su cuarto, un
altillito
se
aca-
sentaba en
la
de madera cons-
truido sobre la cocina, y se ponía a tomar mate.
HUGO WAST
1
A
veces se quedaba absorta y
mate
el
se le en-
friaba en la mano.
Sentía horror por
por
la calle,
olor a los automóviles, por el
por
por
el
los trenes,
malicia de los pilludos, y apenas se asomaba
la
no era el alba, los domingos para primera misa en la iglesia de las Mercedes
9
la puerta,
ir
a
la
si
a media cuadra de
De
el bullicio,
rumor de
los ecos
de
allí.
inmensa ciudad, sólo
la
toque
el
de aquella armoniosa campana de los padres agustinos, le acariciaba el oído
A
Echaba de menos ta
:
¡
clan, clan, clan
esa hora de la tarde se llenaba de nostalgias.
de
la
charla de las vecinas a la puer-
como en Santa Rosa.
calle,
Sentadas en
vereda
la
tas de pie, arrimadas al
manos cruzadas sobre porque
los
las señoras,
marco de
la
y
las sirvien-
puerta, con las
regazo, y en la oscuridad,
el
mosquitos acudían en enjambres no bien
se encendía
una lámpara, desmenuzaban
sucesos de sus vidas.
En
más reducidas adquirían cuestiones
eran
de
los
pocos
aquella quietud, las cosas
importancia.
todos
interés,
los
Todas ruidos
las
se
agrandaban.
cuando callaban las conversaciones, sentían rumor del rio que roía eternamente la barranca,
Así, c!
a treinta pasos de el
la calle, y,
de cuando en cuando,
golpe de un trozo de greda que se desmoronaba
lobre
la
¡Todo
corriente lo
.
echaba de menos
huertas de naranjos,
la
1
Kl
perfume de
las
algarabía de las gallinetas
LOB OJOS VENDADOS
y de
en
los chajás
la isla,
17
cenagoso olor de
-el
los
camalotes, que llegaba en el viento.
Hablaban siempre de cía,
mismo, del
lo
su perpetua preocupación
;
que cre-
río
de que don Francis-
co Silva o don Pedro de Garay tenían su hacienda
en
la isla,
que
se estaba
anegando, y quién sabe
más
si
se
Comentaban las fechorías de los cuatreros que a don Ramón Bergallo el día antes le habían carneado una vaca, y a don Audelino Monrull le habían robado un caballo, podrían sostener
allí
tiempo.
:
y el comisario se reía de ellos, y se pasaba jugando al monte en el almacén
Hablaban de
las
el
día
enfermedades de parientes y co-
nocidos, y de los noviazgos en puerta.
Cuando don Pedro de Garay se la llevó de Santa Rosa a Santa Fe, hacía veinte años de esto, ella no cambió mucho de costumbres. Vivían en rrios del sud de la ciudad,
donde
le
los
ba-
fué fácil rela-
cionarse con todas las sirvientas del vecindario, y a cierta hora se iba a
en
el
zaguán o en
convidarlas, su
comadrear con
el patio,
ellas,
sentadas
llevando a veces para
mate y su yerbera, y de cuando en
cuando algunas tortas con azúcar. Cómo no habría de extrañar todo eso allí, en Buenos Aires, donde las vecinas ni se saludaban, ¡
donde
al
atardecer
pandillas de
sólo
se reunían
en
muchachos zafados, o de
la
vereda
carreristas
maliciosos, que hablaban de football o de carreras,
y cantaban atrocidades. Vaya por Dios ¡
HUGO WAST
IS
Pero tenía tanto amor a por
los "niños",
la
casa de don Pedrito,
que sorbía sus lágrimas y disimu-
laba su aburrimiento.
Los acompañaría hasta y en
los
Ay Don
¡
!
la
muerte, en los buenos
malos tiempos.
los
malos tiempos habían llegado ya.
Pedrito no encontraba empleo
vían en casa propia, y
la
;
y aunque
vi-
"niña" Presentación era un
prodigio de economía, y ella no
les
apuraba por
su sueldo de cocinera, limitándose a pedirles centa-
como
la
vida se encarecía cada vez y había que vender
la
\os para "sus vicios",
el
mate y
el cigarro,
jubilación con enormes quitas a los usureros, y Pul-
garcito no hacía más que gastar y las muchachas eran unas señoritas, obligadas a andar bien puestas,
pasaban vergonzosas estrecheces. Saturnina se consolaba de sus penas mirando a las jóvenes.
Laura,
la
mayor, apenas
salía
de
la casa,
como no
fuera a acompañar a su hermana o su madre. Vivía ocupada siempre; cosía toda la ropa blanca y los
vestidos de las tres mujeres,
donde una vecina bondadosa
le
en un
tallercito
enseñaba mara-
villas.
Era muy bonita: tenía los ojos verdes de su pay una timidez provinciana que dulcificaba sus gestos. Morena ágil como una judía, sólo en sus dre,
manos estropeadas por laba
la
humildad
Cuando
le
mar
madre y de su novio
y reflujo de su
interior.
Se sentaba a
que
el flujo
la
mesa, aquella mesa de dos alas
plegaban durante
el día. Saturnina iba y venía trayendo los platos humeantes, y por la puerta de la galería, abierta de par en par, entraban en-
se
jambres de maripositas de
luz,
locamente contra
labrado de
el cristal
Su padre comía en ta
de
la
el sillón
que iban a azotarse la
lamparita.
arrimado a una pun-
mesa.
Era Hombre de buen nado
plato,
la rienda.
si
diente, y no habría perdomisia Presentación no lo tuviera de
La desesperaba
sobre todo
el
que aún no
urr.o
36
WA8T
dejara comer locro ni empanadas, las especiali-
lo
dades de Saturnina.
En
otra punta, sentábase misia Presentación,
la
y frente por frente, a cada lado, las dos parejas de jóvenes, Matilde y Link,
do éste
mana vios
que a menudo ocurría, su her-
faltaba, lo
quedaba
se
Laura y Pulgarcito. Cuan-
mirando conversar a
sola,
los no-
.
La negra morra con
una fuente de batatas o de mazay eso marcaba el final de la co-
traía leche,
mida. Misia Presentación se levantaba para ayudar
en
y Laura jugaba
la limpieza,
al
Pedro, después de prepararle un
dominó con don te
de quiebrara-
don Pedro no tenía ganas de juy pedía su costurero y se ponía a pegar de nuevo los botones de sus trajes.
dos. Pero, a veces, gar,
— En
ejército
el
alemán
— exponía — es una
grave de disciplina andar sin botones.
lí!
estado en Alemania, pero sé que es
Absortos su padre en su tarea, y
Yo
fal-
no he
así.
los
novios en su
conversación,
Laura sacaba su
silla
al
corredor,
anegado en
perfumada frescura de
la
primavera
j
la
miraba a
da
'le
a
luz,
lo lejos
pasar
estrella errante,
diamante
el
mulaba una cumplían
1-
espejo de suplica,
como una ban-
(lo
la
las estrellas.
pronto, cortaba o>n> () un
noche, y entonces ella for-
porque
le
habían dicho
i|iie
se
pedidos hechos así: "que Carlos Link
se reciba pronto, y
Cuando
los trenes,
o alzaba los ojos y contaba
llovía
•
que Matilde
lo
quiera mucho".
mal tiempo,
Be
iba
B
BU
:
.
:
.
LOS OJOS VENDADOS
])icza
por
rezaba
)-
el
rumor de
Una noche
con
el rosario,
37
distraído
el espíritu
palabras de Link.
las
éste dijo
a don Pedro, después de
examinarlo
—¿Cómo
se siente para dar
mañana un
El enfermo se llevó los anteojos
abandonó sus botones y
a
paseíto?
la
frente,
miró con sorpresa
lo
—¿Un paseíto? ¿ha comprado automóvil? — No un paseíto con sus propias piernas — Qué esperanza Tengo media res muerta. ;
!
¡
me
pierna izquierda no
pasear sino en automóvil.
Yo
parece mía.
Y
I
a
no puedo
a la verdad que esto no
debería ser un lujo, sino una comodidad al alcance
como en Estados Unidos. Yo no he
todos,
ele
tado
pero sé que hasta
allá,
los
es-
chacareros tienen un
automóvil como aquí tienen un sulky.
Link
lo
interrumpió
— Haga quina, y
le
la
prueba
:
mañana
Don Pedro echó una mirada
— Hace ¡
cam'-ne hasta
la
es-
daré permiso para leer los diarios.
un año que no
almanaque.
al
los leo
!
¡
Lo que habrá
sucedido! ¡Las nuevos inventos! ¡Los muertos ilustres
!
Si usted
mujeres
se
Link fuese más
noticioso, y estas
interesasen por las cosas del espíritu,
yo no estaría aislado del mundo.
— Mañana podrá sus — después del paseo. — En cuanto me quiera parar, leer
—
diarios,
insistió
el
joven;
do.
.
me
caeré redon-
.
—Yo
lo llevaré del brazo,
papá
.
.
.
Hay una
ga-
HUGO WAST
38
con nueve pollitos;
llina
quina
sacaremos hasta
la
la es-
.
Don Pedro Detrás de
se quitó los anteojos, los
mandó
costurero y
también Saturnina, con
llegó
ésta,
guardó en
el
Presentación.
llamar a misia
las
mangas vueltas y los brazos enharinados. Gran día el de mañana, les dijo don Pedro
—
emocionado.
—
— Volveré
a mis lecturas, y saldré a
paseo.
Se puso de
resoplando, porque estaba
pie,
muy
gordo, y falto de fuerzas, y caminó alrededor de
mesa, arrastrando un poco los
— Querer ¡
visto
es
poder
anunciado un
!
—
la
pies.
exclamó.
—
Por
libro inglés de autor
ahí he
muy mo-
derno, que se llama: "¡Ayúdate y te ayudaré!" de tal Smiles. Usted lo ha de conocer, Link.
un
— N'o he leído más que primera parte — conAyúdate Link — llama que — — —Bueno, pues, don Pedro yo no la
testó sonriendo
la
!"
"¡
se
replicó
he
leído,
pero
me
cultivo de la
país
la
dan mucha importancia voluntad. Por eso Inglaterra es un
voluntad. Estos ingleses al
lo
imagino que trata del poder de le
donde todo prospera. Sin haber estado en Inconozco mucho a los ingleses todos andan
glaterra,
;
bien vestidos.
y ra
Misia Presentación abrazó y besó a su marido, le dijo en voz baja que su primer pasco lo hiciehasta la iglesia do las Mercedes, para dar
gradas
a
DioSj
J
accedió por complacerla.
él
turnina gemía dulcemente:
—¡Don
Pedrítol
¡
\
a está
salvado don Pedritol
Sa-
!
LOS OJOS VENDADOS
39
Se fué a acostar don Pedro, ayudado por su muy la cocinera explicó a los demás los prepara-
jer
en que andaban.
tivos
— Estoy ¡
haciendo empanadas para tu ministro,
Matildita
Esta tarde
ministro había dado palabra de ho-
el
nor a Matilde de nombrarla antes de quince días;
y misia Presentación quería refrescarle la memoria con un obsequio, que aquél estimaría en mucho, si era
homibre de buen diente que pintaban los pe-
el
riódicos.
—¿Por
qué
afana, detrás de ese empleo?
se
—
muchacha, que está distraída, construyendo una torre con las fichas del dominó. preguntó Link a
la
Matilde se estremeció, como al
mundo de
— No
la
si
le
costara volver
imaginación.
quiero ser una carga en mi casa
—
res-
pondió brevemente.
—¿Pero
qué
seré médico, y
le durará ese empleo? Pronto yo mi padre me autorizará para casar-
me. Nos instalaremos en Helvecia y allí trabajaré con ilusión. ¿Y usted se hallará a gusto?
La joven respondió que
—Yo en
el
dades
he nacido
campo pero usted ;
.
.
¿
.
No
sí
moviendo
se cansará
algún día de vivir ella
ra para su hijo alguna .
.
vivir
tiene su corazón en las ciu-
— Su padre — contestó ta — no me verá con buenos lugares.
la cabeza.
— prosiguió Link — para eludiendo ojos.
muchacha
la
Tal vez
allá ?
pregunél
quie-
rica de aquellos
¿Nunca han hablado de eso?
.
.
HUGO WAST
4O
— No,
Mi padre
un hombre de corazón, y la querrá cuando vea cómo la quiero yo, Matilde. Mi madre es una mujer sencilla, que se alegrará de tener una hija más y mis hermanas se ¡
no
!
es
enorgullecerán de verla en nuestra casa, y vivirán estudiando sus maneras y sus trajes, para imitarla
en todo.
—
¡
Mis
chacha.
trajes
—
No
— exclamó
!
valen
la
con sarcasmo la mupena de ser imitados; los
liemos hecho con Laura, reformando otros viejos.
—Bueno,
eso aprenderán.
Matilde pensó en labras de su novio
:
.
las cosas
un
que evocaban
y algarrobales,
riacho, aislado, entre anegadizos
que en
los
tiempos de grandes bajantes del
grandes crecientes era
campesinos con virían espiando
la
las pa-
margen de un
pueblito, a la
difícil llegar;
río,
o de
una familia de
conciencia de su riqueza, que
sus gestos, para ver
si
el
vi-
merecía o
amor de su hijo; un padre serio, como un triarca, una madre simple, obediente como una
no
al
paes-
ciava; una existencia descolorida, entre vecinos que se esforzarían
por complacerla por ser
médico, pero que no
la
Suspiró a su pesar y
querrían él
que
la
.
la
señora del
.
estaba mirando,
la
interrogó suavemente:
—¿El pensar en eso entristece? Matilde, para cargar — Su padre — de penas futuras, que otros responsabilidad bre — ruando me no aprobará su presentía, la
so-
insistió
la
elección,
vea.
1
LOS OJOS VENDADOS
— Mi
padre ya
— respondió
conoce
la
4
él.
—
Le
hablo poco de usted en mis cartas, para que no pien-
que
se
me
distraigo de mis estudios
que
sola de las palabras
mo
es,
;
pero en una
digo, debe adivinarla có-
le
y cuánto debemos quererla todos.
Dijo esto con una emoción reprimida, tan honda,
que Matilde
se
estremeció.
Laura empezaba
a
cerrar
las
era hora de acostarse, entró de la
frente de su
hermana
raramente brillaba en
la
puertas,
aquella luz de
ella,
porque
galería y vio en
amor que
y su alma se alegró.
la mirada escudriñadora que le miedo de que esa noche la hablase
Matilde observó arrojó, y tuvo
de Link.
de nadie,
noraba
No ¡
le
gustaba abrir su corazón a los ojos
ni a los
de Dios
las corrientes
!
porque
ella
obscuras de aquel
misma
ig-
mundo
pe-
queño, pero infinito.
Y
corrió a acostarse, y fingió estar dormida cuan-
do entró Laura en su cuarto.
.
III
Un ramo de Llovió durante piosa y
en
tibia,
el alféizar
la
violetas
noche, lluvia de primavera, co-
que lavaba de
las
las calles y los jardines, y ventanas remozaba los tiestos
de flores.
Laura
solía levantarse al
ca antes que
la
rayar
el día,
negra Saturnina, a
la
pero nun-
cual hallaba
tomando mate, sentada en el umbral de la cocina. Bajo el nuevo sol refulgían gotas de lluvia en todas las flores, y bastaba el roce de una mariposa, para que se desprendiera un diamante. Las hortensias en los rincones del jardincito, dondeaban sus copones rosados, y las glicinas, bre
la
re-
so-
ventana del comedor, estallaban en racimos
de ácido' perfume
La joven ría su
estaba contenta porque don Pedro da-
primer paseo por
la calle,
después de un año
de reclusión; y también porque esa noche, cuando Matilde los dejó solos, Link se le acercó y de dijo
en voz confidencial:
—Tengo
una noticia que darle.
nuao wast
44
—
¿
Buena, mala ?
—
preguntó
ella
—
¿
algo de
usted ?
—Es
buena, y no es nada mío. Tenga paciencia Antes de ocho días sabrá de qué se tra-
y alégrese ta
.
.
Misia Presentación también se levantó muy temprano esa mañana. Tenía mucho que hacer, hornear las
empanadas, en cuyo trajín andaba ya Saturni-
na y concluir de lavar unos pañuelos, que luego pegaría en los vidrios de la ventana y concluirlo todo, ;
antes de las siete, hora en que el tren de Santa
Fe
pasaba por Belgrano.
De
mandaban una chinita para que En tiempos de más holgura, misia Pre-
Helvecia
ia criasen.
le
sentación tenía siempre unas cuantas parditas a su servicio tía
su
les
;
enseñaba a
leer, las
hacía rezar,
las ves-
con esmero, porque eso redundaba en prez de
nombre y
les
sacaba
el
jugo hasta
los dieciocho
años, época en que generalmente las criaturas se
mandaban
a
mudar con algún
cartero o se
le
casa
han con algún vigilante viejo.
La
provisión de criaditas se
nos Aires, donde existían bertades
;
más
les
concluyó en Bue-
tentaciones y
más
li
y misia Presentación quedó reducida a los
edad
so
Pero su parentela de Santa Rosa le anunció muerte de unos vecinos pobres, que dejaban en
la
indigencia una colección de criaturas a quienes
el
servicios de la negra Saturnina que con
la
llenaba de mañas.
la
.
LOS OJOS VENDADOS
45
juez de menores estaba repartiendo entre familias
pudientes
Los ojos de misia Presentación chispearon de codicia y telegrafió
en
el
acto:
"Háganme mandar
de quince años» para abajo, porque de más edad
tres,
muy "sabidas". No pudieron mandarle más
son
que una, con una
fa-
milia santafesina, que venía a Buenos Aires.
Misia Presentación, con la cara enrojecida por la buena salud y la actividad, horneó las empanadas del ministro, pegó a los vidrios los pañuelos recién lavados, fué a besar a su marido, sacó las llaves del
de su pollera, entregándoselas a Laura, y partió para la estación, después de atusarse ligera-
bolsillo
mente
los cabellos
negrísimos aún, y encasquetarse
florido y juvenil, que Pulgarcito llamaba "el budín de violetas".
un gorrito
No
bien
salió
la
señora,
cuarto de don Pedro con una
un
Saturnina se metió
empanada
al
caliente en
plato.
—
¡
Buenos
días,
señor don Pedro
!
Aquí
le
trai-
go esto que va a acabar de mejorarlo. cama, miraba un trozo puerta. Cuando en la campanas, las palomas del
El enfermo, todavía en
la
de cielo por un ángulo de iglesia
repicaban
las
la
campanario echaban a volar, y él las veía revolotear sobre aquel fondo azul. Creía conocerlas ya, porque no eran muchas, y pasaba las horas contemplándolas
.
El era un "esprit fort" pero agradábale
vecindad de aquella iglesia que
le
mucho
distraía
la
con sus
!
:
HUGO WAST
46
campanas y sus palomas, y hasta con cienso que difundía en
olor a in-
el
el barrio.
El anuncio de Saturnina
le
trajo a
más
prosai-
cos pensamientos.
— Cómase esta empanada, antes que venga ña Presentación, y vayase a ción
de gracias
don Pedrito. Don Pedro engulló
oír
la ni-
una misita en
ac-
Señor, y ya va a estar sano,
al
miró a todos empanada. Entornó
se incorporó,
la deliciosa
lados, y se los ojos
y
nuevo
la
cabeza, satisfecho y fatigado de
negra, con
el
plato vacío en la
reclinó de
mj hazaña.
La ba y
—Ahora, botines
mano,
lo
mira-
sonreía.
le
la
ponga
los
sin abrir los ojos
—
empanada,
sin
¿quiere que
misita...
le
?
— No —
don Pedro,
dijo
yo soy un "esprif fort".
La negra la
safio
temerosa de que
la
misa, fuera a indigestarle.
Al rato
se
—Laura Entró
la
¡
oyó
la
voz aflautada de don Pedro
alcánzame joven.
En
el
diario
algunas
cabellos traía
los
hojas secas, que habían caído sobre su cabeza, mien-
espulgaba
el
enrejado de
rosa:-,
trepada
en
una escalenta.
— La
bendición, papá
dijo y besó
su padre, regordete y suave.
— Aquí
la
está
mano de el
diario
de hoy. Pero don Pedro no quiso saber nada con
el día
:
LOS OJOS VENDADOS
rio
47
de hoy. Había pasado un año entero sin
sin hacerse leer,
porque en eso nadie
le
leer, y
daba gus-
y prefería aguardar que su vista se aclarase y su médico le diese permiso para reanudar sus tato
reas; y no estaba dispuesto a perder los trescientos
y tantos diarios, que por su orden lando en un rincón de la pieza.
— Sácame
el
de más abajo,
fueron api-
se
el del día siguiente a
mi ataque.
Laura se lo entregó, y don Pedro, después de mandar a la pila el diario nuevo, se caló unos anteojos de patillas de oro, y retomó los acontecimientos mundiales,
— Cuando
con un año de atraso.
acabe, llamaré para que
saldremos a dar una vuelta a
Laura
se
a todos, así
En
el
—Tengo
me
vistan y
manzana.
fué a preparar el café que ella servía
que iban levantándose.
comedor,
dre, halló a
la
la
pieza contigua a la de su pa-
Matilde, vestida y pronta para
que estar en
el
salir.
Consejo de Educación,
antes de las nueve.
Laura, dijo señalando
la
cocina, de
donde
la bri-
sa acarreaba apetitosos olores
— Las
empanadas de Saturnina ganarán
la
ba-
talla.
y Laura un momento, dobló por la micarpeta de la mesa, extendió un mantelito
Matilde hizo un gesto decepcionado, sorprendida, calló tad la
en
la
parte desnuda, y sirvió
allí el
café de su her-
.
!
!
.
:
HUGO WAST
48
mana, que
se estaba
mirando
uñas, sin ganas
las
de hablar.
—Ya
se
conoce,
te
gún resentimiento,
—
murmuró Laura con
al-
que eres maestra con
di-
ploma.
— Por qué — interrogó Matilde. — Parece que a cambio del diploma, ?
I
entregan
la
alegría
— Me duele cabeza. —Habrás dormido mal. — No, no Qué yo —¿Anoche, cuando entró la
!
¡
Todas que
se
las
sé
¡
lo
que tengo
mamá
no
la sentiste?
después
noches misia Presentación,
acostaban sus hijas, iba a su cuarto, de pun-
tillas, les
hacía una cruz en
la frente,
las besaba.
y
Casi siempre las hallaba dormidas.
— No
la sentí,
— dijo
Matilde.
Y
no era verdad, porque hasta tarde la desvelaron sus pensamientos, esas imágenes desbaratadas que
la
fatigaban sin adormecerla
Sintió llegar a su
do
le
marcó
—Esta la
la
madre y cerró
cruz en
la frente, la
pobre criatura es
conserve
los ojos,
muy
y cuan-
oyó murmurar
buena.
¡
Dios
me
así
Matilde tomó
el
café, fué a dar los
buenos días
a su padre y salió.
De una planta que había frente a la ventana del comedor cortó unos jazmines y se los puso en la cintura.
.
LOS OJOS VENDADOS
49
la estación se le acercó una un mazo de violetas. Tómelo y no me lo pague,
chiquilla a ofre-
En cerle
—
—
le
dijo en tono
confidencial.
Matilde conocía a
praba sus
flores,
siempre
con un golpecito en
como un botón de
la niña,
y aunque no
la
;
y
me
com-
acariciaba al pasar,
las mejillas
redondas y suaves
rosa.
— No quiero arruinarte, Noemí. —Tómelo, ayer un mozo me ted
le
lo
pagó para us-
preguntó su nombre
Matilde se puso colorada, tomó instintivamente el
ramo, y subió
al
tren que llegaba en ese
mo-
mento.
—¿Y
le
dijiste
chándose desde
la
mi nombre?
—
preguntó aga-
ventanilla.
—Sí...
—¡Mal
hecho!
El tren partió, y Matilde abrió un libro y quijo pero su imaginación se salía de las páginas
leer,
y volaba hacia su ramo de violetas.
Ya
se
imaginaba quien era aquel desconocido.
El día antes, yendo a Retiro, un junto con
ella
y
joven
subió
se sentó a su lado.
Era una de esas personas con quienes uno se la calle, en el tren, en los tranvías, que viajan a la misma hora, y que uno acaba pior saludar el mejor día, sin saber cómo se llaman. cruza en
Debía de vivir en Belgrano, aunque ella recordaba haberlo visto venir del Tigre, una mañana
!
HUGO WA8T
50
de carnaval, vestido de etiqueta y dormido en un asiento, y pasarse de su estación sin advertirlo.
En
breve trayecto no se despertó y Matilde
el
sentada al frente no apartó de
Quería
él los ojos.
imaginarse cuáles serían sus alegrías, y a qué distancia el alma de los hombres como él, rico y libre, vivía del
alma de
las
mujeres como
ella,
tan
pobres que perseguían ansiosamente una miseria,
un puesto que en un mes de trabajo penoso y oscuro, les ciaría lo que ellos gastaban en una hora de risas. ¡
Qué
distintos debían de ser los ideales de ellos
y de ellas
Habría deseado por un momento, asomarse a aquel mundo, en que las gentes vivían de fiesta en fiesta.
¿Cómo bertad
?
¿
se entraba a aquel país
Por
la
riqueza
?
¡
No
de sueños y de lipues ella conocía
!
aristócratas pobres, recibidos y considerados en
gran mundo. ¿Por en
la belleza?
la calle los elogios
Así
el
creyó cuando
lo
de algunos, y más que todo la la miraban pasar en silen-
emoción de otros que
revelaron su belleza.
cio, le
¿No
era esa la llave de oro de aquella puerta,
detrás de la cual estaba la dicha
Ya no que
las
creía en eso, pero le gustaba imaginarse
cosas podían ser de otro
eran, y que v
?
modo
uno de aquellos hombres,
de amar, se prendaría de
de su pobreza.
ella
y
del
libres la
de
que ele-
redimiría
1
LOS OJOS VENDADOS
Comprendía
el
de
peligro
enervasen su voluntad para
mo
el
5
que
esas
fantasías
trabajo; pero ¿có-
evitar que en las horas de cansancio, brotasen
anhelos confusos,
como
flores malsanas, en su co-
íazón virgen?
En
su casa miraban la vida
pero con
misma
la
más prosaicamente, madre no
inexperiencia; y su
había sabido ahuyentar sus visiones con una pa-
Esa
labra cuerda y cruel: "¡Inocente! ción: reza conmigo: ¡Señor, no la
es la tenta-
dejes caer en
tentación!".
También la
me
ella
padecía un poco de su mal, que era
incurable esperanza de cosas que no vendrían.
Después de esa mañana de carnaval, vio dos o que pasaba por su camino sin notarla. Y el día antes volvió a verlo, y tres veces a su desconocido,
sin poderlo remediar, se alegró
de que viajara a su
lado.
Abrió
ella su libro,
anudó su
lectura,
leyendo a
la
en
página marcada, y re-
la
sintiendo que
vez que
él,
de reojo, iba
ella.
Era una novela de Knut Hansun, y llegaba a un pasaje escabroso, descrito con la fiebre de un gran
estilo.
"Esa noche nos vimos
. .
.
",
decía un párrafo.
Ella se puso colorada, y echó una furtiva mirada
sobre su compañero, para observar
do eso; y halló sus ojos y con malicia.
fijos
en
si
ella,
él
había
leí-
con interés
HUGO WASf
52
Cerró bruscamente
y se puso a contem-
el libro
plar el paisaje, el río a la izquierda, infinito
como
un mar, turbio y agitado, y el bosque de Palermo a la derecha, verde claro y luminoso, bajo la primavera.
.
.
Ahora quería no pensar en ese encuentro de la víspera, pero Noemí con su ramo de violetas, excitó
de nuevo su imaginación.
el
El ya sabía su nombre y de él.
Dentro de
la
semana
con un sueldo que
le
ella ignoraría
siempre
nombrada
maestra,
sería
permitiría comprar su ajuar
de novia, y antes de un año, en un lejano pueblito de la costa de Paraná, sepultaría para siempre sus inquietudes. El, su desconocido, la olvidaría, pero ella recor-
daría siempre aquella página del novelista noruego, que le
ganó un ramo de
violetas.
Matilde iba en busca de unos datos que debía obtener del secretario de una escuela normal. Fermín
Yehrde, un joven a quien no conocía. Quizás signarían para esa escuela y
el
corazón
le
la
de-
palpitaba
con violencia.
Hacía más de un año que peregrinaba en las andel Consejo de Educación,
tesalas del ministerio,
y de los veinte consejos escolares de
no
se
La
acostumbraba
a
la
ciudad, y aún
esas gestiones.
escuela era un editicio encaramado sobre una
gradería, frente a una
plaza
antigua arboleda,
LOS OJOS VENDADOS
que en ciertas horas
se
53
llenaba de niños, con sus
nodrizas o gobernantas.
Desde
el
ancho vestíbulo sentíase
fresco de los
el
jardines y de las galerías oscuras, y las voces de los
profesores que explicaban sus temas en las au-
las
ante las quinientas alumnas que
allí se
instruían
ordenanza condujo a Matilde a una
salita se-
a costa del Estado.
Un
parada de
la secretaría,
tales despulidos, y
le
Matilde se quedó
mampara de
cris-
señaló un asiento.
sola.
versación que sostenían para, dos voces,
por una
una de
larde, y le interesó lo
Oía perfectamente otro lado de
al
las
la
la
con-
mam-
cuales sería la de
Ve-
que decían. Se imaginó que
voz fresca y juvenil era la de él, pues Velarde daba conferencias en los centros socialistas, y el público gustaba de su oratoria. Sabía de él que era la
ardiente y dulce del socialismo
no
como un lo
apóstol, y
que
los jefes
querían, porque ni se les en-
tregaba, ni parecía confiar en la sinceridad de aque-
hombres que vendían discursos humanitarios, otros venden piedras falsas y espiaban los cambios del viento en la masa popular, no para llos
como
orientarla, sino para conservar su favor.
Aunque mediaba un abismo entre las ideas relihombre y las suyas, Matilde sa-
giosas de aquel
bía que a su lado trabajaría con libertad.
Oyó
la
voz juvenil que replicaba:
— Kerensky
es
un actor de opereta; Trotsky
es
?;
.
HUGO W4ST
54
un
traficante deshonesto; pero
Lenín
es
un hombre
¿
se acuerda,
honrado, y yo creo en él.. También creía en los otros dos,
—
— contestóle con sorna una voz mordien-
Velarde?
llena.
y
te
—Así, el
es,
doctor Fraser,
— respondió
con tristeza
aludido.
Matilde recordaba aquel nombre. Bistolfi,
En
casa de
la
una señora joven, amiga de ellas, que solía marido hablaba de un
invitarlas a sus reuniones, el
doctor Fraser, cuya amistad buscaba, aunque era
mordaz y él
temible, a juzgar por las historias que de
refería.
— Para
usted
la
palabra
de ellos nos ha de venir ...
la
tienen los de afuera
la salvación.
¿no cree acaso en nuestros
es justo! ¿o es
Esto
lo dijo
compasión
que
los
.
.
¿Por qué
socialistas
?
¡
eso no
conoce demasiado?
Fraser con
la
voz suavizada por una
irónica.
—Algo de eso debe haber, — respondió
el
secre-
tario.
— Sin embargo, — prosiguió Fraser, — yo he do hablar a esos señores en
las
esquinas de
oí-
las ca-
y he leído su diario, y parecen realmente condolidos por los dolores del pueblo. Deben de ser lles
hombres mansos y humildes de corazón, según reza la
jaculatoria.
Velarde se echó a
— Sí — dijo — j
v
reír
amargamente.
son tiernos de lengua! Mansos
humildes de corazón en
la calle;
pero en sus ca-
.
LOS OJOS VENDADOS
55
son altaneros y bravos con sus mujeres y sus umbral de su puerta despiadados con
sas,
hijos y en el los
pobres que van a pedirles
.
.
.
¡
Esto
lo
he descu-
bierto yo!
— no
Bah
i
!
—
exclamó Fraser alegremente
ha descubierto usted
lo
;
—
eso
eso lo sabían todos los
pobres de Buenos Aires antes que usted. Cuando tienen hambre, ningún pobre va a llamar a la puerta
de un comité de su partido,
umbral de ninguno de sus a
dilla
la
va a sentarse en
el
Se va con su escu-
portería de algún convento
engorda más que
frailes
ni
jefes.
;
la
los discursos
sopa de los de ustedes.
Ustedes curan con palabras, pero no dan un mendrugo. .
.
La sorna
habitual había desaparecido de aquella míe sonaba ahora cálida y penetrante. Matilde sintió los pasos de uno de los dos, que se levantaba, y vio aparecer la figura de un joven, en voz,
cuya frente se notaba
la
marca
del estudio y de la
preocupación, aunque en sus ojos brillaba una luz
de invencible ilusión.
— Es Velarde — pensó. —¿Hace mucho que aguarda, señorita? — No, señor; cinco minutos. — Perdóneme Ya voy a atenderla. I
!
!
[
En
seguida salió
el
doctor Fraser.
Era un hombre de edad, de capotados,
pero con
menos
la
tez biliosa,
de ojos en-
y desaliñado en el vestir, apariencia de un gran señor, venido a
sin elegancia
;
HUGO "TAñS
56
Echó una ojeada
curiosa, casi impertinente, so-
bre Matilde, y se detuvo extático a un paso de distancia. Ella lo miró turbada, sintiendo que el gesto involuntario
de
hombre, era todo un ho-
aquel
menaje.
No duró la escena más de lo que dura un relámpago; pero Fraser debía acordarse toda su vida, como
de una visión, del inefable
por primera vez a
momento en que
vio
la joven.
Se volvió rápidamente, y dijo
—Amigo Velarde, una señorita desea hablar con — Y agregó en voz melancon — No pierda en nubes, amigo busbaja,
usted. colía
cierta
las
se
:
;
que una realidad como esa y acabará por creer en Dios, que hizo la luz y la belleza, a su imagen y semejanza.
Velarde invitó a pasar a Matilde y Fraser, que era profesor de historia natural en la escuela, se fué
a dar su clase.
Media hora después 1-gero
;
el
secretario
le
salió Matilde,
con
el
paso
había asegurado que antes de
una vacante, que el ministro podría llenar con su nombre. Le dio los datos que asegurarían su gestión, y le deseó buena suerte. A esa misma hora, en su casa, Laura subía la caleríta de madera del altillo, donde antes alojaron ocho días
se produciría
a Saturnina, y que fué después el cuarto que destinaron a I.ink. Era reducido y desmantelado, pero
luminoso y alegre.
!
!
—
.
LOS OJOS VENDADOS
57
Laura creyó que el estudiante había salido ya, y subía con su ramo de flores, recién cortadas. Link, junto a su mesa cargada de papeles, parepero su
estudiar;
cía
libro
delante de
él
estaba
cerrado, y sus ojos miraban en el suelo una raya de sol.
Sintiendo abrirse
—
¡
puerta, volvió
la
cara.
la
Pase Laurita
Ella escondió sus flores, y estuvo a punto de bajarse; pero
él
no
le
permitió
irse.
— No vaya — No que estuviera, por eso —Es cierto; a esta hora no suelo se
¡
creí
entró.
estar;
pero
me han encargado una monografía...
— Entonces
dejo trabajar.
lo
El era tímido y rara vez se expandía pero con los que ganaban su amistad era vehemente y fácil ;
para
la
Londadosa y un amparo.
—
¡
En Laura
confidencia.
y buscaba su sombra, como
discreta,
No me deje! tengo una Ah ¿ me trae flores ? Vienen j
!
marchitado
las
que darle... a tiempo ya se han que anteayer puso...
Iba a decir "Matilde", pero la
muchacha,
—¿Quién
le
una hermana,
veía
noticia
;
el
súbito rubor de
infundió una sospecha.
es la
que TTena de rosas mi florero?
preguntó suavemente.
— Yo,
unas veces
Al decir en
el
.
.
.
,
otras ella
.
.
esto, arrojó las flores viejas, y dispuse
florero las que traía.
?!
.
HUGO
58
Un
!
SVAS'f
temblor imperceptible de sus manos entor-
pecía su acción.
—No
me
mire
—
manos,
las
dijo ella son-
le
me
riendo; no puedo hacer nada cuando
miran.
.
.
;qué noticias tenía para mí?
— Tiene — ¿Sí? ¿y
las
¡
si
manos más bonitas yo
le
del
mundo
contara eso a una persona
que yo sé?
— Laura! — 1
contestó
él
con seriedad.
— ¿Cree
que a esa persona la mortificaría gran cosa que yo admiro sus manos?
— Yo creo que —Y yo creo que
sí
saber
.
.
.
el
.
Vaciló en concluir;
.
ella
dulcemente.
lo incitó
—También usted cree que — No, Laura; — respondió
sí
¿no él
es
con
verdad
tristeza.
—
A
hoy por ejemplo, me nacen intuiciones repentinas, y veo cosas que antes no he visto luego pasan, y vuelvo a quedarme ciego. veces,
;
—¿Qué ve hoy, por ejemplo? demasiado joven, — Matilde
es es demasiado y tiene demasiado apego a Buenos Aires. ¿Cómo podría ser feliz lejos de aquí, en mi pueblo? Laura se apartó de la mesa y le reprochó: ¿Por qué piensa mal de ella? ¿no la quiere? linda,
— — ¡Ah,
¿•no es su
novia?
—
exclamó Laura! frente, sólo un gran dolor me ahora no es mía |
¡
él,
la
golpeándose
la
dará de veras
!
Se quedaron callados hasta que
la
joven habló:
.
!
!
LOS OJOS VENDADOS
—
¡
Es capaz de desear para los hombres
59
gran dolor
ella ese
qué egoístas son
¡
El no dijo nada, y siguió mirando el suelo, apoyando el codo en la mesa, y la frente en aquella mano recia, de labrador o de herrero, en que pa-
que iban a deshacerse las de Matilde. ¿No tenía una noticia para mí?
recía
— — Ah ¡
¿No "
!
— exclamó
sí,
fué ayer
sacudiendo su pesar.
él,
—
centro?
al
-¡Sí!
— Bueno,
entonces era de usted de quien ha-
blaba un buen mozo, con
que vende
chiquilla
la
flores en la estación.
—¿Qué hablaba? pregunta —Apenas oí
de
ella,
de
la
que decía: "en
la calle
él,
y
respuesta
la
Migueletes".
—¿Y por qué habían de hablar de mí? describió — Porque "una muchacha con boina de terciopelo negro, con una fantasía..." — Por qué había de referirse a mí — Laura, y estuvo a punto de agregar: — "También él la
así
:
repitió
?
¿
Matilde usa boina de terciopelo, con una
pero se contuvo y dijo
sía",
ya
las
:
—
¡
fanta-
Son tan comunes
boinas!
— Estoy
seguro que hablaban de usted
;
y ya
lo
sabremos
— Cómo — Porque ¿
le
a
?
él
le
dijo: "déselo la estación,
compró un ramo de mañana de mi parte".
violetas,
Si
y
hoy va
Laurita, volverá con las flores,
!
HUGO WiST
6o
En
momento
ese
sintieron pasos
en
la
escale-
nta de madera.
—Es
— dijo
Matilde,
Laura, que se asomó.
como acababa de llegar, con su boina de terciopelo que la hacía más juvenil y graciosa, y un ramo de violetas en la cintura. Entró
Link
joven
la
al
tal
ver las flores palideció, y Laura miró a
otro lado.
—¿Qué
guna dureza en
— Subí
—
pasa?
les
preguntó Matilde con
al-
voz.
la
a arreglar la pieza,
creyendo que Car-
hubiera salido — contestó Laura, confundida como una culpable — y hablábamos de — De mí — Matilde, hablábamos de usted y yo me quejaba de que hace tiempo no me trae — Qué ingratitud — exclamó Matilde alegremente. — Tampoco yo sabía que estaba usted en los
;
.
.
.
tí
,
.
.
.
?
¿
Sí,
;
flores.
!
¡
su cuarto, y subía a buscar su florero; ya ve.
— Ya veo — Pero ya ¡
florero
!
¡
.
.
perdóneme
se me ha adelantado; en su no caben más flores...
Laura
Se desprendió de la cintura los dos jazmines que ella cortara al salir y los puso sobre la mesita del estudiante.
—¿No
me da
las violetas?
—
preguntó éste do-
lorido.
— Si j
no
Link bajó
tiene la
dónde ponerlas!
frente, y
Lama
adivinando
sil
pe
LOS OJOS VENDADOS
6l
na, retiró sus flores del florero y se lo alargó va-
hermana.
cío a su
Pero ésta verse
salía
ya del cuarto, y no quiso vol-
.
— ¡Mejores Laura
son
— dijo
tuyas!
las
poner sobre
las volvió a
la
con acritud.
mesa y
mi-
sin
rar a Link, salió detrás de Matilde.
Al pie de de lavaban
con jabón
las
motas de una negrita de doce años.
había cortado
le
porque
cho,
había una media tina don-
escalera
estaba su madre, arremangada, refregando
Allí
Ya
la
la ropa.
entre
el
debían de producirse todos
— Jesús, ¡
rrada ante ;
nunca
criatura el
—
!
como a un mucha-
pelo
alborotadas,
quiscas
aquellas
los bichos del Génesis.
exclamaba
la
señora ate-
color que iba adquiriendo el agua
te lavas la
cabeza?
— —¿Y hacía mucho que no por allá? —Como cuatro meses se estaba muriendo Si señora,
—
cuando
llueve.
llovía
la
;
cienda en
—En
ha-
la isla.
la isla
puede
ser, per*o, hija, lo
que
es aquí
toda está viva y bastante gorda.
Después de un rato de lucha, misia Presentación apeló a los grandes recursos.
Miró
si
hacía
y preguntó a Laura: "¿Te parece que hace frío?" y como le respondiera que no, dejó en cueros a la negrita y la zambulló en la tina.
buen
—
sol,
¡
Acurrúcate bien, que no
san! ¡Refriégate con fuerza!
te
¡Yo
vean te
los
que pa-
voy a ayudar!
— HUGO Wü8T
62
La negrita chillaba como una rata. Al cabo de una hora estaba relumbrosa y tiritando al sol, con los ojos chispeantes de regocijo, porque le habían puesto una pollerita colorada y su tía Saturnina le estaba enaceitando
señora
la
el
lóbulo de las orejas, para que
prendiera unos aros.
le
Misia Presentación había corrido a buscar en su
cómoda unas
de oro, que años antes
argollitas
sirvieran para abrirles las orejas a
le
Laura y a Ma-
tilde.
Cuando
volvió, halló a la negra dispuesta al sa-
crificio.
Tomó un
corcho, lo puso debajo del lóbulo, y
pinchó enérgicamente con
La negra
la
aguja del aro mismo.
se dejó perforar calladita,
perder los aros,
—¡Ahora
sí
temerosa de
se ponía a llorar.
si
que estás
linda, Virginia!
—
le
dijo
Laura acariciándole las motas recortadas. Las dos vamos a ir a la casa del ministro
—
agregó Saturnina que estaba disponiendo en una cesta las olorosas
empanadas
calientes.
Matilde, que se había quitado lle,
el
se acercó a misia Presentación y
mente como
si
un gran regocijo
vestido de ca-
exclamó alegre-
disipara en ella la
tristeza de días anteriores:
—Esta
vez será cierto,
mamá;
ya sé en qué es
cuela hay una vacante, antes de ocho días
brarán
— ¡Dios
te oiga,
echando una ta,
me nom-
.
hijita!
servilleta
—
respondió
blanquísima sobre
que Saturnina levantó en
vilo.
la
la
madre, canas-
:
LOS OJOS VENDADOS
—
¿
Vamos, Virginia ?
Al pasar frente
al
¡
63
En nombre
sea de Dios
!
cuarto de don Pedro, Satur-
nina se arrimó a su señor, cuyos ojos desesperados iban hacia la cesta
— No
se aflija,
don Pedrito;
para usted. Están bajo
el
le
he guardado tres
rescoldo.
:
IV El primer secreto
Fraser, golpeó el cigarro sobre
el
borde de un
cenicero de Sajonia y dijo
— Hay
fisonomías que nos causan
la
impresión
de haberlas visto siempre o de haberlas soñado.
Demócrito Cabral cortó un bostezo y pareció incomo si esperase hallar el pun-
teresarse de súbito,
to vulnerable de aquel
— Hoy, en — eché de
la
hombre
a quien temía.
escuela normal,
—
prosiguió Fra-
menos mis veinticinco años. Vi en la secretaría una muchacha esplendorosa. Debí parecerle un impertinente, porque me quedé embobado medio minuto delante de ella. ser
— Cherches
la
femme!
—
exclamó entre dientes
Cabral.
— Es
la
segunda v*z que
meses, una
mañana que
jarse del tren
la
encuentro.
Hace unos
vine a Belgrano la vi ba-
y tomar hacia
Ú
Bajo. Pero no
me
produjo tanta impresión. Ahora, la encuentro como transfigurada por una gran esperanza.
Mario Burgueño, el anfitrión de aquella mesa de donde habían cenado los tres, un joven
solteros,
.
:
:
nuGO v*Asr
66
de veinticinco años, de fisonomía abierta como un en blanco, de ojos hermosos, sin hondura, se
libro
incorporó en
el sofá,
—¿Era rubia?
y preguntó
—Sí. ¿Bajó en Belgrano? —Sí.
—
Una
sonrisa maliciosa arrugó la frente de
donde
bral,
Ca-
juventud se desvanecía ya como un
la
pálido albor. Desvivíase por penetrar los secretos
de Mario Burgueño, a fin de tenerlo más propicio
para
los mil favores
que a cada paso
Fraser continuó, sin advertir
uno
la
le
solicitaba.
curiosidad del
ni la malicia del otro
— Dios
ha puesto en el fondo de los corazones una imagen, eso que los filósofos llaman "un arquetipo.
.
."
— murmuró Cabral guiñando — Qué —"Metafísico — exclamó —"Es que no bebo" — agregó Fraser, tomantipo
¡
el
!
ojo a Mario.
estáis.
.
.
!"
este.
;
do de
la
mesita su vaso de whisky. Volvió a de-
y entornó los ojos, para reconstruir en su memoria la imagen que su relato evocaba. Tan extraña sobriedad provocó una risita de
jarla,
intacto,
Cabral
— Debe tipo lo I'.l
confesar, doctor Fraser, que su arque
ha transtornado.
aludido pareció no
oír,
do consigo mismo, agregó:
y luego»
como
hablan-
.
.
LOS OJOS VENDADOS
— Esa
67
criatura responde tan adecuadamente al
con que hemos nacido y que conservamos
ideal ileso.
.
—¿Ideal de belleza? — preguntó Mario. me recordaba a mi —Algún rasgo de na, — añadió con efusión.
Lia-
ella
mitad del camino vida, enviciado, empobrecido, agriado, des-
Aquel hombre que llegaba a de
la
honrado por hija,
la
una
libertinaje de su mujer, tenía
el
de cuya imagen hallaba siempre algún rasgo
en todo
lo
—¿No
hermoso o
lo
bueno del mundo.
una boina de terciopelo?
llevaba
—
in-
terrogó Mario.
Fraser pensó un momento y contestó. se, no sé.
— No
Bebió su whisky, llenó de nuevo
el
vaso,
y no
habló más, quedándose absorto en lejanas visiones.
Mario se tendió de nuevo en aquel sofá, que nunca cedía a sus huéspedes, sofá "profundo como una tumba", diría Baudelaire, propicio para la borrachera o servarlo,
el
ensueño
;
y Cabral se puso a ob-
desliendo la ceniza de su habano en
el
fondo de su pocilio de café.
Le chocaba brado de
a
par
la
Fraser,
y
la
el
mutismo desacostum-
aparente
Mario. Pensaba que sin querer to
el
otro,
pie
sobre
el
el
indiferencia
de
uno había pues-
rastro de alguna aventura del
y ahora ambos trataban de despistarse
El comedor de aquella casa de soltero espacioso.
rico,
era
Iluminábalo dulcemente una araña de
.
68
WAST
HTJGO
suspendida
bronce,
chispeaban
Un
sobre
la
mesa
oval,
en
que
copas de diversos colores, a medio
las
que olvidado en un rincón las horas vacías de Mario, dio las dos, y su postrera campanada quedó vibrando roncamente en el silencio. apurar.
alto reloj,
medía implacablemente
Fraser arrojó
—Lo
el resto del
acompaño,
Mario
— dijo
cigarro y se levantó. Cabral.
permaneció tendido, con
los ojos cerra-
Sus amigos le dieron las buenas noches. Se levantó y los condujo hasta la puerta de calle, porque a esa hora dormía el gallego Dositeo, su dos.
mucamo ¡Un
—
beso a Liana!
do ya sus dos amigos Fraser sonrió en
—
exclamó Mario, cuan-
se alejaban.
la
sombra, halagado de que
muchacho a quien quería como a un hijo, y de quien había sido tutor mucho tiempo, se acordara de su hija. SI un día Mario se enamoraba de ella, no pediría más a la vida; buscaría entonces un rincón, para esconderse y no avergonzarlos con aquel
y dejaría correr el tiempo, tranquilo porvenir de la joven.
sus vicios,
respecto al
Tuvo
la
sospecha de que Mario conocía a
ca del tren,
y
sintió
— Bah — ¡
!
la chi-
haber hablado.
exclamo sacudiendo sus pensamien-
tos.
Se enrolló
— No chado.
al
cuello la bufanda.
hace frío
Una
— dijo —
pero
gripe en perspectiva.
me
siento achu-
OJOS VENDADOS
I-OS
69
—¿No es médico? — respondió Cabral, que a diploma de su chungueaba del menudo amigo. — Recétese — No quiero suicidarme, — contestó con faslidio le
inútil
se
.
¡
.
.
!
Fraser.
—
¿Cómo entonces, cuando yo estuve enfermo se pasó dos semanas, haciéndome tragar sus potingues?
— Porque terinaria
muy
he hecho estudios
serios de ve-
.
Demócrito Cabral no juzgó prudente vinaba que Fraser estaba
que no revelaba conocía
a
triste,
insistir; adi-
por aquellas cosas
nadie, pero que todo el
más o menos.
Y
así
mundo
anduvieron, algunas
cuadras, por las arboladas calles de Belgrano, hasta la plaza,
para tomar un tranvía que
los llevaría al
centro de la ciudad.
Mario sintió que el ruido de su puerta resonaba más huecamente que nunca, en su casita vacía.
Un
sordo martillazo del
reloj,
recordóle que las
horas pasaban, que su vida pasaba, que las cosas del
él
con todas
mundo, con sus amigos, con sus ene-
migos, con sus placeres, con sus desencantos, con sus aventuras de
amor efímeras y
sus remordimientos, iban
fatigosas, y con rodando por una pen-
diente que nadie remontaba.
en
Pensó que no se habría atrevido a dar él mismo la frente pura de Liana, aquel beso que le en-
viaba por intermedio de su padre.
A
Ana
Lía, la hija de Fraser, a la
que llamaba
nuco WAsr
70
Liana,
le
debía los pensamientos saludables y
buenos propósitos que de cuando en cuando
maban: "¿Qué haré Liana en
los
lo ani-
este caso?"
La muchacha, muy jovencita, pero llena de buen sentido, como dueña de casa que era, desde hacía muchos años, acogía con seriedad sus consultas, y le hablaba como una hermana. El
la
escuchaba con fervor.
Era un embeleso
un color suavísimo de rosa, y unos ojos azules como flores. Su imagen golpeaba en el corazón de los hombres como el ala de un sueño.
—¿Para qué
el
mirarla. Tenía
— coloquio. — Liana?
lo aconsejas,
padre, cuando observaba
el
media hora, habrá olvidado
— Nadie más
dócil
lo
que
le
le
decía su
Antes de hayas dicho.
que yo a todo consejo
— con-
testaba Mario.
—Así es;
los aceptas,
pero
los pierdes
por
el ca-
mino. Si alguna vez observas alguno, es para echar la
culpa a otro
Esa era
la
si
te
va mal.
verdad. Mario sentíase flojo ante las
resoluciones, y buscaba consejos para afirmar su
voluntad vacilante y descargarse de
dad de sus
No
la responsabili-
actos.
todo, empero, podía confiarlo al corazón fra-
ternal de Liana.
Esa noche Fraser había hablado
con entusiasmo de una muchacha que halló en tren; y a
la
Mario
tenía
que ese día
la
la
sospecha de que era
la
el
mis
chica que vendía flores en
1
LOS OJOS VENDADOS
ía estación,
dio en su
le
7
nombre un ramo de
vio-
letas.
Imaginábase Mario que aquella empleadita, pues debía de ser, con sus aires de colegiala, su co-
tal
queta boina de terciopelo, su traje obscuro, sus cabellos cortados
en melenita, nerviosa, sensible a
impresiones de sin turbarse.
Y
la
vida, escucharía de
él
un
las
elogio
estaba asechando la ocasión de ha-
cérselo.
Las palabras de Fraser halagaron su vanidad, como si ya tuviera algún derecho sobre ella, y se durmió esa noche con el propósito de levantarse para tomar el tren en que la halló. Pero pasó ese día y
muchos
otros sin verla, y
apegaba largo tiempo ni a
como
su espíritu no se
los deseos ni a las re-
soluciones, sólo se acordaba de ella, hablando con
Fraser.
Mario Burgueño había padre a
los
quedado
huérfano
de
quince años, y habiéndose vuelto a
casar su madre, los jueces resolvieron designarle tutor, y el nombramiento recayó en Fraser, que por aquel tiempo era lo que él llamaba "un
un
señor correcto".
—
—
Yo era "un señor correcto" decía, recordando esa época enseñaba química en la Facul;
:
—
tad de Medicina, aprendía tonteras en la de Filoso-
me
engañaba. Cuando
fía
y Letras, y mi mujer
me
plantó, cerré los libros; ya sabía demasiado; y
dejé de ser
un señor
correcto.
El padre de Mario había dejado ricos a su hijo
HUGO WAST
72
y a su viuda, que resultó un partido tentador. Su segundo marido era un italiano, profesor de es-
que
grima,
Conde Pilade
firmaba
Bistolfi,
un
con aires de mosquetero, bajo un sombrero aludo, puesto al pairo, que empuñaba el gentilhombre,
como
bastón
si
con pegotina
fuera una espada, y se levantaba guías del bigote. Pero era peti-
picado de viruela; sus ojos no tenían
cito,
que
fiero
ban
las
al
cielo,
lamente
atribuía
él les
las
raleaban cejas
personaje; eran
y sus
bigotes,
como un
el aire
que desafiaSo-
cepillo viejo.
respondían a los arrestos del
foscas y enmarañadas, con unos
pelos largos, que incitaban a tironearlos.
Fuera de
En
los
la
pedana resultaba inofensivo.
primeros tiempos Mario que visitaba a
su madre todos los días
grima con
el
conde
empezó a aprender esPero la señora murió
Bistolfi.
año de casada, y don Pilade
al
mundo
Cuando años después rio
se
largó por
el
a disfrutar los pesos heredados.
tuvieron
deseos
volvió, ni Fraser ni
de
refrescar
la
Ma-
antigua
amistad.
Se daba más humos de noble; soltó la espada, pero siguió empuñando el bastón como una tizona; y se volvió a casar, con una mujer lindísima, que empezó a complicarle la vida. Llamábase Mariana; había sido modista, pero
más que Condesa BistolAprendió muchos versos. "La Reja" y "Los Claveles", de Cavestany; el Jardín Sonriente de
quiso olvidarlo para no ser fi.
!
LOS OJOS VENDADOS
"Amores y Amoríos",
Amado sus
73
"Hermana agua",
la
de
Ñervo, y los declamaba en las tertulias de mientras su marido la admiraba,
relaciones,
plantado
como una
estatua en
un
rincón.
muchos tumbos por la vida, en un colegio normal, las
Fraser, después de
se ancló a dos cátedras
que le daban lo suficiente para no morirse de sed. Trasnochaba y con frecuencia asistía por curiosidad a aquellas pintorescas tertulias de barrio.
En una
de
encontró con
ellas, se
el
matrimonio
Bistolfi.
—Anoche —y
he visto a don Pilade
Mario
la
•>
condesa Mariana
te
— hace
de invitarte a su casa para esta noche. quiere conocerte.
Yo
El mayor lujo de Belgrano, era
jecía a la puerta, y
con la
el
No
a
honor
el
faltes;
vendré a buscarte.
la
casa de Bistolfi, en
el
Bajo
automóvil, cuyo chofer se enve-
el
con una gamuza
refirió
mataba
las
horas restregando
manijas de bronce, o limpiando aliento una chapita le esmalte, clavada en las
portezuela con
el
Jionograma condal.
Fraser y Mario llegaron poco después de U ve, esa noche.
—¿Es
aquí
lo
s
nue-
de Bistolfi?
El chofer, que estaba prendiendo su toscano en el farol,
no respondió, hasta que
el
cigarro demos-
tró que tiraba bien.
— Entren, ¡
nomás
Entraron. El zaguán estaba revestido de mayólicas verdes,
en cuy* pintura florecían plantas acuá-
HUGO WAST
74 ticas
de largos
rada cubría abría sobre
Al menos
tallos.
el
Una
tira
de alfombra colo-
La puerta de
mosaico.
el
sala se
la
zaguán.
no necesitaba desocupar
Bistolfi
el
dor-
mitorio y transformarlo a toda prisa en sala para recibir sus visitas,
La de
él
como
otras personas.
era una sala de verdad, con dos juegos
de muebles acolchados, y una docena de temblorosas sillítas doradas, que helaban el corazón de las señoras obesas.
Un
piano automático, estaba
listo
en un rincón para todo servicio, aún para que la hermosa Mariana Bistolfi, utilizara su caja como secreter
.
araña de bronce, envuelta en gasas violetas,
I 'na
para defenderla de la
las
moscas, derramaba
mitad de sus bombitas
puesto
:
la
de
la luz
otra mitad era de re-
.
Cuando entraron Mario y Fraser,
un
si-
lencio
las
de
la
el jo-
se hizo
embarazador y todas las miradas, hasta sirvienta que servía licores, se clavaron en
ven, único de los concurrentes que había ido de
eti-
queta.
Mariana corrió a
como en una I'.Molfi
como un
y
lo
envolvió en su charla
su padrastro? Entonces hijo.
para mimarlo.
sería
él
No
las
era ella
dad
y luego con
tenía hijos, ni ganas de tenerlos
grandes responsabilidades de
—Venga
¿No para
Hacía tiempo que deseaba conocerlo,
por ;
él,
serpentina de todos colores.
la
Alario,
vida
tai)
voy
a
cara.
.
la
materni-
.
presentarlo
a mis reía-
!
LOS OJOS VENDADOS
ciones
75
Me
pero no ponga ese gesto.
;
hace pensar
que para venir a mi casa, ha hecho un trust de forcé
.
.
.
Mario
se
guardó bien de mirar a Fraser, para
no
reirse del "trust", pero Fraser
de
él
un poco la
mi conde, dónde
que venía detrás y bajando
Bistolfi,
con toda finura
la voz,
—¿Diga, de
de
se acercó a la oreja
le
está
preguntó: el
walter-scott
casa?
Mario ahogado de cantado ya de su
— Mañanita
risa
mordió
visita.
el
pañuelo, en-
—
declamarnos una poesía, dijo una señora desde el extremo del salón, dondebe
de había media docena de damas, quietas como en un banco de
la
en
iglesia,
fila
y posesionadas
de su dignidad.
Algunos maridos del barrio apoyaron el pedido. Mariana bajó los ojos y se puso a contar las varillas del
abanico.
— No sé nada nuevo —¿Y "Sub-Umbra", de ¡
le
—
Juan de Dios Peza? preguntó Fraser, conocedor de su 'repertorio.
Mire que usted dice con mucha emoción aquello el beso un paraíso, por donde entramos muchas al infierno. ."!
de: "Mujeres, es
.
—Es lo
que
que Mañanita pone mucho sentimiento en dice,
—
explicó
un
señor, cuyo jaquet, olía
a naftalina.
Mariana alzó a Mario:
los
ojos, y
preguntó con dulzura
!
!
!
HUGO WAST
76
—¿Y usted no toca nada? ¡no quiere? nos — Mañanita debe declamar —
lo
creo! ¿tóque-
algo, ¡
su
!
silla la
llos
señora que llevaba
insistió
la iniciativa
desde
de aque-
pedidos.
— "Los de Cavestany Reja"! —¡"La — "Era un jardín sonriente" — Cualquier cosa de Amado Ñervo ¡
claveles",
¡
!
¡
Cada uno de
los
concurrentes quería lucir su
erudición y reclamaba una poesía distinta. Fraser, con voz trágica repetía:
—"¡Sub-XJmbral" "¡Sub-Umbra!" ¡Mañanita! ¡Allí está usted hablando!
Alguien se puso a hacer andar
un momento cesaron
los pedidos.
el
piano, y por
Mariana alzó
los
ojos y miró a Fraser con coquetería.
— Después ¡
Y
declamaré
lo
que usted quiera
se alejó a repartir sus sonrisas entre otros con-
currentes. El piano en las cuerdas bajas, tenía extra-
ñas sonoridades,
como de
papel arrugado. Ciertos
acordes hacían ¡chaff, chaff!
— Mañanita ha dejado alguna carta adentro, — dijo Fraser a Mario. se
de amor
allí
Este de pronto vio a su amigc embobado, mi-
rando hacia
la puerta,
jóvenes que llegaban, a libro
y reconoció, en una de las la que leía en el tren un
de Knut Hansun.
Eran Laura y Matilde, acompañadas de Pulgarque se perdía por Mariana Bistolfi.
cito,
!
LOS OJOS VENDADOS
77
— Me imagino que ha vuelto a dar con su arqueoído de Fraser — no tipo — susurró Mario al
;
es
¿
así?
—¿Has visto nunca tanta gracia en una — respondió Fraser emocionado. —
sola
gura?
mi única ambición
tuviera veinticinco años,
fi-
yo
Si
sería
ser su dueño.
— ¡Viejo con atención to
los
replicó
Mario, que seguía
mcívimientos de las muchachas,
lis-
—
¿Reniega de su filosofía a hora? ¿qué se ha hecho su pesimismo acerca
para acercárseles.
esta
de
—
filósoío!
la
mujer?
como renunciando
Fraser se dio vuelta, con pena
a un bien inmenso, en la visión de aquella criatura.
— Lo creía —Todos ¡
los
invulnerable al
amor impuro
amores son impuros,
nicamente Fraser
;
— contestó — No hay
cí-
y agregó con tristeza
más que un amor inmaculado, y
:
es el que,
para no
profanarlo, escondemos de nosotros mismos.
Como una Mario
la
nombró.
estrella
lejanísima,
imagen de Liana
;
pero
ni
se
encendió
mentalmente
en la
mirando a Matilde. I/nk había entrado, y estaba con ella, recibiendo del "conde" y de la "condesa", un chaparrón de felicitaciones por Seguía
su novia.
—¿Recuerdas aquellos versos de Sully Prudhom— preguntó Fraser, volviendo a mirarla. —
me?,
"Comment de
la
fais-tu les
bouche..."
granas amours, petite ligne
¿No
parecen hechos para ella?
:
HUGO WAST
78
Easta verla para creer en
alma.
el
La
belleza trans-
porta las montañas.
—Tiene
razón, "viejo de la
bonita, pero
hemos llegado
montaña"
tarde.
;
es
muy
Ese rubio de an-
debe ser su novio.
teojos,
Mariana con el abanico hizo una seña a Fraser. Vengan; quiero presentarlos a estas niñas. Link se aproximó a Laura y le dijo Ese es el que habló con Noemí, y le compró el ramo de violetas.
—
—
Su voz era triste. Laura miró a su hermana,
Mario
a quien
salu-
daba por primera vez, con frivola galantería, y no observó en ella ninguna emoción.
Le tocó
turno y se
el
mientras Fraser Matilde.
veces
Mario
se
refería
había visto en
la
lo
presentaron
alejaba
audacia, llegó a decirle
el
a
Laura
tren, y
joven
al
algunos
pasos
;
y
con
muchas
que
por un rasgo de
:
—Sin la
conocerla sabía su nombre; me lo enseñó muchachita que vende flores en la estación.
Laura
se
puso colorada, notando que Link
lo
había oído.
¿Entonces aquel ramo de violetas fué destinado no a su hermana, y Noemí se equivocó?
a ella,
mismo, y se alejó tranquilizado, imaginándose que Mario Burgueño podría enamo rarse de Laura, que bien merecía tener suerte. I.ink
Con
pensó
la
lo
operiencia
del
mundo
y con
de expresiones que puede permitirse
el
la
libertad
que nada
.
LOS OJOS VENDADOS
79
pretende y nada espera, en poco tiempo Fraser ganó la confianza de Matilde.
Una
tranquila y poderosa corriente de afecto lo ella, y lo hacía interesarse por su
aproximaba a vida
—
¿
La han nombrado ya ?
mítame que no
—Todavía
—
le
preguntó.
— Per-
la felicite.
no;
prometiéndome
siguen
que
nombramiento saldrá de un momento a otro por qué no me felicitaría? ¿Tiene mucho empeño en ser maestra?
el
¿Y
...
—
Matilde sonrió apenada.
—Tengo
mucha
necesidad,
—
dijo
bajando
la
voz.
—En
otros siglos
—
replicó Fraser
—
los
hom-
alma al diablo. Ahora se hace un tráfico parecido una maestra es una niña que venbres vendían
el
:
de su alma narse
la
uso de
al
Estado, y de todos los
modos de
ga-
vida que han dejado los hombres para
las
mujeres, ése es
el
más mezquino y
el
el
más
fatigoso.
—Y embargo, — contestó dulcemente — yo me alegraría de conseguir esa mezquinsin
la jo-
ven,
dad.
—
¡
Pobrecita
!
Usted ha podido creer en
turas que hacen de
sí
mismos
los
las pin-
pedagogos. Pero
pedagogo es un señor a quien le ha ido bien en feria Hay dos maneras de andar en coche una en el pescante y otra adentro. El pedagogo va el la
:
.
adentro, y deja
el
pescante a sus camaradas.
:
HUGO WAST
8o
—¿Por qué me desanima? — — No intento desanimarla, sino
dijo Matilde dul-
cemente
que
.
salve
si
no sus
prevenirla, para
por
ilusiones,
menos
lo
su
alegría.
— Mi
alegría
¡
!
— exclamó
joven con una ex-
la
presión que conmovió a Fraser.
Este
miró fijamente, como
la
trarle, sin hablar,
no agregó nada, y
si
quisiera demos-
que podía confiar en él
el.
Pero
ella
prosiguió
—
Hoy he visto a los niños de una escuela jugando en un prado, cerca de aquí. Tenían palas y azadas, aros, y pelotas y daba gusto verlos tan alegres, con sus alegrías sin motivos. La única persona
tris-
era la maestra. Resignada y aburrida, su actitud
te,
contrastaba penosamente con la de
ellos.
tan elogiado en nuestro tiempo, es
tro,
que se para
le
el
doran
los
cuernos y se
le
El maesel
buey
al
cubre de flores
sacrificio.
— De todos modos, — contestó Matilde, — me puesto. ¿es novia; —Ya me han dicho que de si
nombran no durare mucho tiempo en
el
está
sé;
verdad ?
—
Sí,
Y
es verdad ...
no viviremos en Buenos
Aires.
— ¡Ah! — exclamó me
desolado Fraser,
— ¡Eso
no
alegra!
Matilde se echó a
reír.
Se les aproximó Link, resplandeciente, disipadas las dudas que engendrara en su espíritu aquel ramo
!
:
1
:
LOS OJOS VENDADOS la indiferencia
de violetas, ante
había mirado a Mario, y
8
con que su novia
asiduidad de éste, que
la
atendía a Laura.
Fraser lo miró como a un enemigo, y lo felicitó con voz alterada y gesto hosco compañera, mi -¡ Tiene buena mano para elegir
amigo
Una
señora golpeó con su abanico
para imponer
sillón,
el
brazo del
porque iba a cantar
silencio,
una romanza, un hermano del tenor Anselmi, "el del Colón" y después declamaría la dueña de casa, Y en efecto, Pulgarcito llegaba de las piezas in;
teriores
con un
—¿Que
de tapas coloradas.
libro
—
busco?
le
preguntó a Mariana, que
estaba pálida y se miraba las uñas.
—Búsqueme — Ah, qué ¡
hojeando
cito,
de
"Reír llarando". lindo,
la
qué lindo
—
el libro.
Inglaterra
. !
.
.
"
¿
"¡
!
— exclamó Pulgar-
Viendo a Garrick actor
Sabe Marianita que en este
primer verso hay muchas erres y muchas kas ? ro su boca lo dulcifica todo!
— Cállese,
y sópleme, cuando me corte Mariana saboreando el piropo
¡
pondió
chacho
lo
—
!
del
Pe-
res-
mu-
.
El hermano del tenor Anselmi anunció de
¡
el
título
que iba a cantar
—"Qui
te fait si sevére?",
por Massenet.
— No, no, no exclamó una viejecita desde un — que no cante eso que cante "Toma a I
rincón
Surriento"
!
!
¡
.
.
.
!
¡
!
HUGO WASÍ
82
Mario aprovechó ese momento, en que
la aten-
ción de todos se fijaba en otra parte, y
aproxi-
mándose a Matilde
—¿Le
le
preguntó:
dieron mis violetas?
Matilde se ruborizó, y para evitar que guiese, le contestó rápidamente:
—
¡
Sí
!,
¡
él prosi-
gracias
El sonrió de su timidez, y se alegró de que ya hubiera entre ellos un secreto.
.
V Liana
La
ciudad amanecía envuelta en nubes. Al fulgor
de los relámpagos, que se filtraban por los postigos, palidecía la lamparita de Liana.
que
Hacía una hora
niña se había levantado, para concluirse un
la
vestido que ese día quería estrenar.
noche, a favor de la y desde la ventana de su "palomar", como llamaba a su dormitorio, un
Todavía
prolongaba
se
tormenta. El aire era
cuartito modesto,
timo piso de
la
la
tibio,
encaramado en
un trozo de
la calle,
cruzaban a esa hora, sacudiendo de
la
azotea del úl-
casa de departamentos en que vi-
vían, se abarcaba
lados,
la
los
por donde
adoquines azu-
panaderos y lecheros, proveedores matinales gran ciudad.
Se oía
el
redoble de
la lluvia
en un techo de
zinc,
y de vez en cuando un trueno hacía retemblar de un vaso en que se marchitaban
cristal
el
unas
rosas
Era
el
y hasta amigas.
dormitorio y la sala
el
cuarto de costura de Liana,
de recibo para algunas cortadísimas
íiügo
84
Era también
escuela,
wasí
porque
allí
a Soledad, una joven gallega, que
la
enseñaba a leer servía por poco
sueldo, con tal de que la admitiese con su hijito
de meses.
En un un
entrepiso contiguo, al que descendía por
en escalera, hallábanse
pasillo
dencias en su casa,
el
comedor y
el
las otras
depen-
cuarto de su pa-
una permanente pesadilla en la humilde existencia de Liana. Vivía pensando en él, y pocas veces lograba pa-
dre. Sin ser elevado el alquiler, constituía
garlo con puntualidad.
Con
la
vida modestísima que llevaba, cosiéndose
sus propios vestidos y ahorrando en todo,
ella
el
y alguna otra cosa que a veces entradas, hubiera podido alcanzarles. reforzaba sus sueldo de Fraser
Pero su padre, cuando sentía dinero en el bolsillo, rumboso, como en los tiempos en que fué
se volvía
rico y
convidaba a algún colega, y bebía champagne.
Después volvía a su casa con los ojos chispeanno atreviéndose a mirar a su hija, que lo per-
tes,
donaba siempre,
sin esfuerzo,
que
lo
habría perdo-
nado aunque hubiera cometido un delito, y se hubiera presentado ante sus ojos temblando bajo su crimen.
—
Hija mía ¿ Por qué Dios te lia hecho tan buena? ¿Quiso que fueras desgraciada? !
¡
Liana
moneaba tiéndole
le
endulzaba sus remordimientos,
lo
ser-
un poco, y lo soltaba arrepentido, promeenmendarse
:
:
LOS OJOS VENDADOS
fi¿
Pero como no tenía miedo de perder su Liana, no se corregía.
—
¡
el
cariño de
—
Somos así los hombres confesaba con ciPrometemos por amor pero sólo cumpli!
—
nismo.
;
mos por miedo. Ese día Liana había puesto su despertador en las cuatro tenía una montaña de cosas que hacer, pero estaba animada para el trabajo, y el aire fresco y ;
húmedo, aligeraba su pensamiento. Su lamparita de querosene alumbraba poco, y tenía que acercarse a ella para acabar bien su delicada labor. del tubo encendía su tez, tan fresca, allí
con
la luz al lado, se le
El calor
que en vano,
habría buscado
la
afren-
una arruga.
ta de
Sin embargo, Liana tenía graves congojas y la mayor no era su pobreza. Si hubiera tenido que explicárselas a alguien
;
si
hubiera debido hacerle
a un hada un pedido, no habría condensado
más
que en una fórmula aquellos vagos anhelos qUe de pronto la hacían levantar la cabeza de su labor,
fijar sus ojos
y
en
el aire,
persiguiendo visio-
nes que ningún pintor era capaz de interpretar "j
Si
mi madre viviera !"
Esa era su espina dolorosa. ¿ Por qué se había ¿ cómo ? ¿ cuando ? ¿ dónde estaba su tumba ? ¿ quién podía contarle de ella otras cosas, a más de las que le contaba su padre? muerto su madre ?
Un
vez, al salir de misa, sola por entre
de gentes, que
—Esta es
la
un corro
miraban, oyó a su espalda
la hija
de Beatriz Bolando,
HUGO WAST
86
Tal era el nombre de su madre, y al oírlo sintió una extraña conmoción. Hacía quince años que su madre había muerto. ¿Por qué, pues, hablaban de ella
como
si
estuviese viva?
Interrogó a su padre, lo vio palidecer
;
aceptó
sus embrolladas explicaciones pero siguió esperando, que
cómo
bía
un
día u otro sucediera algo que no sa-
describir, suceso feliz o desgraciado, tan
grande que llenaría su vida, tan grande que rrir la estaba
Agachó de nuevo su cabeza sobre su día, la
sin ocu-
llenando ya de inexplicables anhelos. costura.
Ese
con su padre comería en casa de Mario, lo cual como una fiesta. Quería estrenar su
ilusionaba
de primavera, y debía concluirlo. Tenía también que buscar flores para armar un
vestido nuevo,
sombrero de paja. Cualquier compra le llevaba mucho tiempo, porque no se decidía si no estaba cierta de que en otra parte no hallaría nada a mejor precio.
Aun no había amanecido, mas no estaba cansada, aunque esa noche velaron hasta muy tarde, porque Mario comió con ellos y les hizo una larga sobreentraba y salía del comedorcito, y sorprendía trozos de conversación que la intrigaban.
mesa.
"Ella
Hablaron mucho de una mujer, Mario ponderó su belleza.
sin nombrarla,
y
una mujer que él conocía, que él trataba." ¿era una desconocida que viera de lejos, en alguna a
reunión ? I
¿ana prestó oído, pero no pudo enterarse, y se
.
LOS OJOS VENDADOS
acostó pensando en
ello.
87
Se imaginaba que cual-
quiera que fuese su belleza y su clase,
muy
había caído en gracia,
le
poco
le
si
a
María
costaría ena-
morarla. Entre los hombres que conocía, no halla-
ba ninguno que reuniera de
él, la I
las cualidades
seductoras
elegancia, la fuerza, la riqueza, la bondad.
Pero era bueno, de veras, o su bondad no era
más que pereza y egoísmo? Alguna
vez, resentida con el
gas ausencias
joven por sus
lar-
juzgó con dureza.
lo
Pensó que era incapaz de hacer un daño, de siquiera modales desabridos, porque eso lo
tener
obligaba a hacer algo.
Sospechó también que era
incapaz de un servicio, que cia
;
y
si
le
costara una violen-
llegaba a hacerlo, era a destiempo.
Se imaginó que Mario era discreto, v guardaba sus
y no acusaba a nadie- por no stusPero tampoco defendía a nadie.
juicios,
citar cuestiones.
Mas cuando
Liana, llegaba a pensar así de su
amigo, no consentía en sus pensamientos, tachábase de
injusta
y
excusaba hilando delgadas expli-
lo
caciones. Si tuviera rría
más que
un hermano, seguramente no a
lo queAnsiaba conocer su vida; cono-
él.
cer sus días, y conocer sus noches, y conocer sobre
todo su corazón.
¿Le gustaban
las
Si era así, ella.
Tomó
la
mujeres bonitas?
.
lámpara y
se acercó al espejo.
¿Como
.
IIUGO
S8
WA8T
era ella? ¿sería mejor, sería igual siquiera, a aque-
mujer de que hablaban?
lla
Bajo
crudo resplandor de
el
la
lámpara, Liana
un movimiento de vanidad. En ese momento se habría animado a preguntarle: ¿Es mejor que yo? Y si no es mejor que yo estaba tan linda que sintió
¿por qué
gusta?
te
Se abrió
puerta del "palomar" y entró Fraser,
la
que se detuvo con
e.c pejo,
la
estático, viendo a su hija frente lámpara en 1a mano.
La muchacha
se turbó
como
si
al
hubiera sor-
la
prendido en una mala acción.
— Sentí Mi
el
ruido de tu máquina y
— me
hija trabaja;
¿Te mirabas
al
—
dije
la
me
desperté.
acompañaré.
.
espejo?
Liana besó a su padre,
arrimó una
le
silla, y se comenzó a espiando una opor-
puso de nuevo ante su labor. Fraser deshojar las rosas, tranquilo, tunidad para
lo
que tenía que
decir.
Se sentía infinitamente culpable. Llegaba del club. Había pasado la noche jugando, mientras su hija lo creía dormido; y con tan mala suerte, que perdió
lo
que para
él
significaba una fortuna. Sen-
cabeza enturbiada, por
tía la
queñas dosis. Liana volvió
el
lo
el
alcohol bebido a pe-
había besado, y
él
no
le
de-
beso por no apestarla con su aliento de
beodo.
—Ya
ilencío de bu
che.
.
.
— dijo padre — ha llovido
deja de llover
;
Sentiste,
papá?
la
niña, extrañada
toda
la
no-
.
.
LOS OJOS VENDADOS
Por
los resquicios
garró
la
ventana se colaba las
como un
cristal azul, brilló el
diamante de Venus.
— La
conozco!
la
si
i
—
!
incomparable
exclamó Fraser
ventana.
la
— Oh,
alba
del
estrella
¡
abriendo
—
respondió
volviendo a su trabajo sin mirarla,
una amiga
tara de
el aire-
nubes. Se des-
ceniciento capuz del cielo, y en el retazo
el
límpido
de
que afuera barría
cito matinal,
8i>
la
como
joven, se tra-
si
a quien no resentiría por
fiel,
esto.
— Muchas veces me ha acompañado no verás nunca. — Nunca Solamente hoy, que me he .
.
Tú, pa-
.
la
pá,
¡
!
temprano
.
.
Tienes dinero, Liana
¿
.
cuenta pesos
.
?
levantado
Necesito cin-
.
Liana meneó
la
cabeza sonriendo.
—¿Veinte pesos?... nada? — Nada, papá. ¡Yo
¿diez pesos?...
te
iba
a
¿no
pedir...!
tienes
¿No
te
pagaron ayer?
— —¿Y Sí,
la
sí
;
tenía
todo
lo
una deuda atrasada, el sastre ¿no has dejado nada para .
.
diste?
casa?
— Creí que mi — Por qué ¿
Liana tendría algunos ahorros. creíste eso, papá ? preguntó ella
—
alzando los ojos de su costura y mirando a su padre, con tan honda expresión de reproche, que Fraser balbuceó turbado:
— Todo es mentira ¡
ré el sueldo íntegro.
!
Hoy me
pagarán, y te trac
HUGO WAST
90
— Me
has asustado. Debemos tres meses de
al-
y nos echarían si ahora no pagásemos; y yo sentiría abandonar mi palomar, desde donde veo el cielo. Mira! quiler,
.
.
¡
Por encima de las azoteas, más allá de los jardi nes de una quinta soberbia, de dueños desconocidos, se divisaba un sector del horizonte, que el alba teñía de un morado episcopal. Venus se adormía, sobre el raso del cielo, y por el otro rumbo, huían las nubes tormentosas. En la veleta mojada de una
torrecilla
el sol
enarboló un gallardete de
llamas.
— Hoy me pagarán — !
¡
sin ver las
hermosuras
replicó Fraser,
mirando
del día naciente.
Estaba resuelto a desacreditarse un poco mns a los ojos de Mario. Le repugnaba pedirle dinero.
Cuidaba
el
bolsillo
de su antiguo pupilo, a quien
piedad los "pechadores" y quería que su palabra tuviera autoridad.
acosaban
sin
Pero había llegado a una terrible encrucijada, y no le quedaba más que ese camino a menos que prefiriese escribir a Mario: "Te dejo a Ana Lia; que sea tu hermana o tu mujer" y pegarse un tiro. Más de una vez lo había pensado pero conserva;
;
;
ba en su miseria algún resplandor de ideas sas,
y
Más
se rebelaba contra solución
tan
religio-
cobarde.
valiente y leal con su hija sería confesarle la
verdad, y enmendarse.
No
bien s'dió Fraser del cuarto de Liana, entró
lad. -01. ••
En
sus brazos, su hijito sonreía
como un
.
L08 OJOS VENDADOS
La muchacha
tomó y
lo
puso a arreglarle
se
pobrísimas ropitas, mientras
madre abría
la
tilla y empezaba a canturrear en un taburete.
Liana jugando con amaba, no se
— C, ¡
a ca;
el
r,
conocía y
la
exclamaba
la
embargo.
—
bra, cabra!
a,
la
las
la car-
sentada
lección,
la
niño que
sin
distraía, b,
QI
gallega
Soledad tenía veinticinco años, pero parecía vieja
esmirriada, aturdida, de aspecto ratonil, sorpren-
;
hermosura de su hijito. Habíala traído de España un tío, dueño de una fonda, y la tuvo años en su casa, sirviendo a su familia, arrinconada en
día la
la
cocina, ajando la flor de su juventud.
el
infaltable
primo de
con piedra
casaría con a
do nació del
amo,
hijo,
ella.
falsa,
y
Pero
la
adivinando
la calle,
el
cerró
la
similor, y un convenció de que se
así la
engañó, y su
tío la
echó
y cuanvolvió como un perro, a casa
el
niño y ella
le
primo,
comenzó
una cadena de
a festejarla, le regaló anillo
Un
las criadas españolas,
estado de
la infeliz
;
puerta: no quería criadas con
porque perdían tiempo cuidándolo.
—¿Tu
—
hombre de fortuna?
era
tío
le
pre-
guntó Liana.
—Tanto
como
eso,
no
no
sé; pero
La fonda
estaba
del puerto,
que comían y dormían
siempre
llena
de
era pobre.
trabajadores
allí
y pagaban
bien.
—¿Y cuando — Yo era su —¿Y qué
te
echó no
sobrina,
te
pagó tu sueldo?
y no estaba a sueldo.
te dio pcxr tantos
años de servicio'
.
.
HUGO WAST
92
— Me
—
dio veinte pesos
relumbrándole
respondió
la
gallega,
de codicia. Era toda su for-
los ojos
tuna y la guardaba casi intacta en el fondo de una canasta de mimbre, donde estaba su ajuar y el de su hijito.
—¿Nunca mandó a —No tenía tiempo —¿Y dejó a te
.
escuela?
los veinticinco
llegar
te
la
.
años sin que
aprendieras a leer?
Así fué. ¡
Y
Si yo criase una chinita umbral de la puerta, y la hiciera serpagara ni le enseñara a leer ¿ no diría
era de tu sangre
recogida en
el
!
virme y no le tu tío que los ricos somos gentes sin entraña*? Soledad asentía, sin comprender el pensamiento de Liana.
La joven sobre
el
desde
el
decía "los ricos", poniéndose
pecho.
Aún
la
mano
siendo pobrísima, y trabajando
alba con su inteligencia, y con sus manos,
sentíase de casta señorial, con sus defectos virtudes,
y
se
y sus enorgullecía de ese patromonio de
dignidad y de cultura que le venía de lejos. Ayer en el mercado, cuando fui a hacer
las
compras, en un puesto
ni-
—
— dijo
ña Liana,
—¿En
oí
Soledad.
qué puesto era? haciendo sonar
ferente,
que hablaban de usted,
— interrogó
el
cascabelito
Liana, indi-
a
la
oreja
del niño.
En
la
pesquería
— Hablarían 1
..
i
1 1
1
.-
1
con
.
.
mal de mí, seguramente,
tristeza.
— observó
Desde bacía algupoa meses
.
LOS OJOS VENDADOS
93
Lía un piquito, y su sirvienta no compraba allí, por no exponerse cada día a las vociferaciones de dueños que no comprendían cómo podía no tener a
veces diez centavos en su cartera.
— No hablaban mal, má, como
si
ni bien:
hablaban de su ma-
estuviera viva
Liana se puso mortalmente pálida y se echó a temblar. Entregó el niño a Soledad, le tomó la car-
y cuando hubo serenado sus nervios,
tilla,
rrogó
la inte-
:
— Dime,
mamá?
Soledad, ¿qué decían de
qué hablaban como
si
¿Por
estuviera viva?
Al decir esto Liana juntaba
manos, en una
las
actitud de súplica que sorprendió a la gallega.
El
sol
entraba a torrentes. Liana cerró los posti-
gos para que Soledad no observara su turbación.
—¿Qué decían? — No sé no bien. — Acuérdate, Soledad qué decía — Cuando yo pasé dijeron "esta es repetirlo,
oí
¡
!
.
.
.
¿
?
la
de
Ana
Lía
;
si
madre
su
sirvienta
viera el desamparo en que
viven, volvería ..."
—¿Eso dijeron? —Una
viejecita,
que
portase
le
la
¿quién dijo eso?
que llevaba un chicuelo, para
canasta.
—¿Y no acercaste a — Me acerqué, porque — ¡Ah!... te
La joven qué
las
viviera
?
sentía
oír? la
señora
me
llamó.
que su corazón estallaba. ¿Por madre como si aun
gentes hablaban de su
.
fiUGO
94
— Has estado ¿Qué más dijo? —Me habló de
WAST
un día entero
i
en misa; que
!
contármelo
sin
usted; que la veía los domingos, hallaba transformada, mejor que
la
de niña.
—¡Ay! ¿me ha conocido de niña? Habrá conomamá.
cido también a
—Así parece
.
.
tiene
mamá;
cuando
.
Y
viera, volvería.
Volvió a decir que
yo
mamá
su
me
su
mamá
la
murió hace muchos años,
se
apenas dos. La viejita no me pareció que sonreía. Pagó su compra,
ella tenía
contestó;
si
contesté: la niña JLiana no
le
.
.
y se fué detrás del chicuelo que llevaba su canasta.
—¡Has
estado un día entero sin contármelo!
sin atender a las excusas de Sole-
repitió Liana,
muy
dad. Se levantó
La
su cama.
—
nerviosa, y se puso a arreglar
gallega la miraba sin penetrar las ra-
zones de su agitación.
— No —No —Y
digas nada a papá
le
I
!
¡
Por Dios, Soledad,
ni a nadie! lo diré
el
a nadie.
domingo iremos juntos a misa, y me mos-
trarás la viejita.
— Como Con
usted
esto
mande
salió,
.
.
.
niña
dejándola
sola.
Al cerrarse
puerta, Liana soltó el plumero, y descolgó lito
de su madre, y
Aquellos
ojos
lo
un
la
retra-
miró intensamente.
hermosísimos,
aquella
boca
son-
.
.
LOS OJOS VENDADOS
95
qué había sentido siempre en la sonrisa de su madre un dejo de impiedad?) aquella frente atormentada, por un alma inquieta... ¿dónriente y cruel (¿por
de estaban? ¿Donde su padre decía reducidos a polvo en un rincón del cementerio de Capilla del t
Monte, en Córdoba? ¿Pero
qué hablaban de
como
ella,
si
si
era verdad eso por
viviese
Cien veces, cada año, su padre lles
de
le
?
contaba deta-
muerte de "aquella santa". Los ojos
la
pobre hombre se Üenaban de lágrimas;
atenuaban ¡
Beatriz
Un
!
emoción que su nombre Pero no la nombraba nunca la
día Liana descubrió entre
viejas,
una aiusion a
—¿Papá,
ella:
ueJ
los años, le
no
producía.
un fajo de cartas
"tu hijita Beatriz
',
leyó.
has tenido otra hija?
—No.
—¿Entonces yo me has cambiado
que
me
—
¿
llame
Quién
el
nombre? ¿por que no ñas querido
como mamá?
te
ha dicho ?
¡
te
respondió su padre irunciendo
—
¿
Y
esta carta
.
Fraser arrebató tuvo un
mas
me
llamo Beatriz? ¿por qué
.
.
llamas el
Ana Lía
!
—
ceño.
?
la carta
de manos de su
hija,
y
acceso de furor, que la aterrorizó. .Nunca
volvió a tocar los papeles de su padre
Después de almorzar. Fraser se fué a Belgrano.
No
tenía
más remedio que beberse aquel mal
y pedir ayuda a su ex
trago,
pupilo, a quien siempre había
. .
fiUGO
$6
escondido por vanidad,
WA8Í desastroso estado de süá
el
finanzas
—
amor
Si yo afrontara estas humillaciones por
— pensaba —
camino de santidad. Pero lo hago por Liana, y renegando de la necesidad que me obliga a humillarme
de Dios,
iría
.
Cerca de
la
.
.
casa de Mario, encontró a Bistolfi,
que iba a comunicarle que su mujer aceptaba
la in-
vitación para esa noche.
Por
lo visto
Mario no quería
na y con Fraser, y
los
estar solo con Lia-
reunía en su mesa con aquél
par de aventureros.
En
otras circunstancias Fraser, resentido hubiera
pegado
la
vuelta y se habría ido al club a desaho-
garse ante una mesita de poker y una botella de
cagnac. Bistolfi lo cogió del brazo,
pero
le
cedió la vereda, y
con gesto arrogante,
empezó a devanar
consi-
deraciones filosóficas, sobre toda suerte de temas
cazados
al
mente y
le
azar.
Fraser
lo
escuchaba, compasiva-
respondía, sin quitarse
el
cigarro de
la
boca.
— Pero ¡
hombre
!
—
le
dijo
—
¡
usted no puede
hablar sino en serio!
—Desde
niño he sido así; mi mujer prefiere
los
versos y las fiestas.
— Por eso me gusta más su mujer que —¿Verdad, eh? Generalmente gusta que yo. — Especialmente homb .
a los
usted.
más
clin.
.
.
.
! .
!
!
.
.!
LOS OJOS VENDADOS
echó sobre Fraser una mirada recelosa, tan absorto en chupar su cigarro, que
Bistolfi
pero
97
lo vio
y dijo suavemente: no sabía que a usted le gustaban
se tranquilizó,
—Yo sos
.
los ver-
.
— Oh, mucho qué hermosos son versos — Cualquier verso — ¡Cualquiera! para mí es indiferente! —Y que gustan — dijo con machacando — Oh punta del cigarro — cómo me dientes entre !
¡
los
¡
¿
?
las
le
las fiestas
¡
los
gustan
.
.
rabia,
la
las fiestas
—¿Las
!
i
sobre todo las fiestas religiosas
¡
fiestas religiosas?
zado Bistolfi. clerical
fiestas
!
Y añadió
—
exclamó escandali-
— Yo soy
con énfasis:
anti-
he estudiado filosofía con Ardigó ... ¿lo
:
conoce ?
— Psh de —¿De vista? estado usted en —No cuando vino por aquí — Pero no ha venido nunca —Entonces no conozco. —Yo he estudiado con vista
!
¡
.
.
Italia?
¿-ha
él
;
¡
.
.
.
si
lo
filosofía
de acuerdo con usted
— Ya ¡
aliviado.
.
y nunca estaré
me parecía — replicó Fraser sonriendo — pero no me atrevía a manifestárselo. !
.
De pronto pensó: ¿Si yo lugar de Mario
Y
él,
.
?
¡
al
lo
sableara a éste, en
toro por las aspas
empezó a hablarle de la revolución social, que mayor preocupación de Bistolfi
constituía la
Antes de ser burgués, había gritado contra
el
rey
.
!
!
!
HUGO WAST
9>5
y contra conde
Pero
Papa, y renegado de su abolengo át
el
la
fortuna que se
le
entró por la ventana,
con su primer casamiento, modificó sus ideas. Siguió gritando contra los papas, pero dejó de gritar contra los reyes, y pintó coronitas condales
en toda su
—
¿
vajilla.
Sabe que de un momento a otro
van a decretar
el
los socialista:
paro general ?
— Qué intranquilidad —Le van a complicar ¡
conde ...
la vida,
no ha
¿
oído algo de ésto?
— Sí;
algo
le
he oído a Pulgarcito,
de Matilde Garay.
el
hermano
•
Fraser hizo una mueca.
— ne
¡
el
ner
—
Dejémosla a Matilde A usted no le convieparo general ¿ no es verdad ? No podrá te!
.
automóvil a
el ¡
Cierto
!
¡
la
puerta.
.
.
.
.
qué perturbación
Hacían ya su última cuadra de camino, en cio, le
algo resentido Bistolfi de la aspereza con que
replicaba Fraser cuando éste se detuvo, y
mirándolo en
— Le a
la
silen-
le
dijo
los ojos, sin pestañar:
van a complicar
la
vida
.
.
.
¿
quiere salvar
patria?
Histolfi
nazantes
mente
echó atrás guias
del
la
cabeza, se retorció las ame-
bigote,
y respondió
:
— Cómo no — Tiene trescientos j
;
pesos?
resuelta-
.
LOS OJOS VENDADOS
—¡Sí! ¿de qué
gg
se trata?
acercó al oído, y con una voz que en nada se parecía a la de Luis XIV, cuando anunció
Fraser se
le
Parlamento que
al
— Conde ¡
terrible
.
.
¿
.
Bistolfi
!
el
Estado era
él, le
expuso:
soy yo, y estoy en un apuro esos pesos ? prestarme quiere la patria
que se imaginó
al principio
que con su
dinero iban a comprar fusiles y buques de guerra,
un momento, pero Fraser alto de su desprecio. Sacó
titubeó
de
lo
lo
dominaba des-
el
dinero y se lo
entregó, y Fraser lo sumergió en. sus
insondables
faltriqueras
— No ce!
se imagina, conde, el servicio
Nunca
me
que
lograré pagárselo.
—¿Cómo? —
preguntó intranquilo
Bistolfi,
Día", puso la
—"¡Aquí
lo
la
sobre
el
pecho y exclamó:
guardaré toda mi vida!"
puerta de Mario y entró silbando una
vieja canción, el
mano
y
un
de
Fraser, recordando los versos de la "Flor
Empujó
ha-
"La mandolinata". Detrás de
él
iba
esgrimista cariacontecido.
— ¡Muy
alegre, viejo!
—
dijo
el
joven a su an-
tiguo tutor, palmeándole el hombro.
El señor conde,
—
dose profundamente noticia de
—
hizo por todo saludo
mista, tendiéndole la
—¿Los
me ha dado
la
buena
que esta noche comerán con nosotros
y su mujer. ¡Hijo mío!
—
respondió Fraser, inclinán-
—
mano.
tendré entonces?
el
él
esgri-
!
:
HU60 WAST
IOO
— Indudablemente —¿Mariana y usted?... ¡
más de
¿nadie
sus re-
laciones?
—Nadie
más, a menos que mi mujer disponga
otra cosa.
Esa noche
se sentaron seis, alrededor de la
mesa
oval del joven anfitreón. Heráclito Cabral se agre-
muy
gó a última hora,
bien acogido por Mariana,
que veía en su displicencia y en su palidez rasgos de aristocracia. Liana que
le
llegó
conmovida todavía por las palabras mañana. Hubiera interro-
dijera Soledad esa
gado a Mario, de hallarlo solo y dispuesto a oírla con seriedad y a hablarla con franqueza. Le habría hecho bruscamente los oídos,
la
pregunta, que
desde hacía tiempo
hablan de mi madre, como
si
"¿
:
le
zumbaba en
Por qué
las gentes
estuviera viva?" Pero
Mario no estaba dispuesto para esas conversaciones.
Cuando
vio llegar al matrimonio Bistolfi, Liana
midió de pies a cabeza a
la
mujer, que venía es-
plendorosa y llena de mohines. ¿
Sería esa
a su padre
la
mujer que oyó ponderar a Mario y noche anterior?
la
Mario, que notó aquel recelo de
la
joven,
le
dijo
en voz baja
—¿Quieres ver — Por Mistral?
tu retrato
¿
—I
Sí!
pintado por Mistral?
!
LOS OJOS VENDADOS
FuerDn
los
la
pieza contigua, que era el
El tomó un libro y en un
escritorio.
con lápiz
dos a
IOI
la
sitio
marcado
hizo leer.
—Lee
más
Y
niña leyó: "Mireya estaba en los quince
la
Liana; quiero
fuerte»
oírte.
"años. Cuestas azules de Fuente Vieja, colinas de
"Baus, llanuras de
la
Crau, vosotras no habéis vis-
"to jamás otra niña tan linda.
roso y
.
.
Su
rostro cando-
un hoyuelo en cada mejilla; y "su mirada era un rocío que disipaba toda pesafresco tenía
dumbre, más pura y suave que la luz de las estrellas. Ah! Si dentro de un vaso de agua hubie.
.
¡
"seis visto tanta gracia, toda de
un sorbo os
la
ha-
bríais bebido!"
Ana Lía
— ¡Te Mario besó en
alzó los ojos y preguntó sonriendo.
parece que yo soy así? le
tomó
libro
el
— ¡Vamos! —
—
Esa noche Liana que
¡
nos están esperando
se
declinaba en
postigos, para
el
durmió cielo
la luz del
demasiado pronto, y ría su
la
dijo sintiéndose purificado por
le
aquella dulzura ...
estrella
y con casta emoción
la frente.
tarde,
cuando su
purísimo. Cerró los alba no la despertase
se entregó al sueño,
cabeza de visiones imponderables.
que pobla-
VI
Amor
dulce y fuerte
Misia Presentación con un mate de plata en
mano,
se
asomó a
despechugada,
la
puerta de
mechas
las
calle,
al viento, las
quísimas sin mayores reparos, lico,
la
en chancletas, carnes blan-
batón nada cató-
el
con evidentes señales de que andaba en
traji-
nes domésticos.
—¿Qué haces Pedro? —Estoy barriendo vereda. la
Don Pedro
se levantaba
saco de lustrina sobre sin medias,
con
salía
la
la
De cuando en cuando que
le
alcanzaba
con
el
sol,
se ponía
un
camiseta, y en zapatillas, escoba.
se detenía a
la chinita,
o
misma misia Pre-
la
sentación, cuando quería echar
tomar un mate,
un párrafo con su
esposo.
Don Pedro no le
que el repartidor que era su desayuno espiritual. husmeaba, pero tenía la fuerza de se entraba hasta
traía su diario,
Lo tomaba,
lo
voluntad de no abrirlo, porque todavía
le
quedaban
por leer un par de centenares de números atrasados. El
nuevo iba
al
montón, y
salía el
de más aba-
HUGO WABT
I¿>4
que
jo, al
A
le
tocaba
el
turno de ser leído en ese día
veces don Pedro se despachaba concienzudamen-
dos diarios en veinticuatro horas, y eso lo complacía, aproximándolo a la edad contemporánea. te
—
¡
más tiempo
Si tuviera
—Toma tu tación,
mate,
desde
muy dulce? Don Pedro
el
!
Pedro —
umbral de
suspendió
el
— le
la
suspiraba. dijo misia Presen-
puerta
—
¿no está
barrido y dio unas cuan-
tas chupadas.
Era petizo, gordo, con carnes frías y lustroPara salvarse de la calvicie que lo amena-
sas.
zaba, siempre se pelaba al rape, con lo cual su ca-
beza parecía una bola de cera, perforada por dos cuentas azules.
— Está
—
en su punto;
dijo
don Pedro conclu-
yendo su mate.
— Pues — Moros en
sabrás, Pedro,
¿
la
Don Pedro miró
que hay moros en
la costa.
costa ? a
uno y otro
lado, sin entender
metáfora.
la
A
esa hora
talleres las
marchaban apresuradamente a sus
o a sus oficinas
muchachas, con
las
los obreros, los
empleados,
caras regocijadas por
el es-
plendor del día.
Las campanas de la iglesia llamaban a misa, y palomas de la torre, volaban a posarse en mitad
las
de
la calle.
Una
vaca suelta caminaba
i»>r la
vereda, oliscan-
.
.
.
!
LOS OJOS VENDADOS
do
ramitas de los ligustros, que florecían a
las
largo de las aceras
—
¿
Dónde están
moros ?
los
— preguntó
tomándole
dro, y misia Presentación
chupetón de gracia, para agotar
el
IO5
lo
el
que
lo
don Pe-
mate, dio él
hubiese
dejado, y se sonrió con malicia.
— ¡
¡
Una
Parece mentira que estemos en Buenos Aires vaca suelta
miendo
—
¿
te
allá
y
cuatro o cinco ovejas dur-
en medio de
al sol
No
!
agrada eso ?
la calle.
¿ no
te
recuerda
los barrios
En
Barcelona
áe nuestras ciudades provincianas?
circulan cabras lecheras por las calles centrales, y
en otras ciudades de Europa majadas de pavos conducidos por una pastoroita.
Yo
¿No
no he estado en Europa, pero.
Misia Presentación
—¿Entonces ¡En
ros?
.
cortó la palabra.
le
deseas
es poético eso?
saber dónde están los
tu casa hijo!
He
mo-
sorprendido una con-
versación de Link con Laurita. Parece que Mano Burgueño, ese joven que conocieron vez pasada en lo del
conde Bistolfi se interesa por
quiere traer
.
Don Pedro
se
quedó con
— Dicen
que es
—
rico
•
¡
Muy
rrándose
el
ella;
y
él se lo
.
muy
la
rico:
boca abierta.
¿no?
—
asintió misia Presentación, ce-
escote,
porque pasaba un grupo de
!
obreros.
i
—¡"La
Prensa"!, ¡"La Nación"!
olió
voceó un
y don Pedro recogió con verdadera gula.
vendedor de que
—
diarios,
el
suyo
HUGO WA8T
—
.
.
.y
parece
muy
Link
entusiasmado.
se
lo
don Pedro,
re-
decía anoche a Laurita.
—
Muy
¡
entusiasmado
!
—
construyendo en su memoria
mozo que una
repitió
figura de aquel buen
la
tarde llamó a
la
puerta de su casa,
buscando a Link, y provocó los apuros de misia Presentación, que corrió a descolgar la ropa tendida en la cuerda, y a quitar del paso una media tina con agua de jabón.
Pero esa vez Mario no fué de visita y se retiró dejando un mensaje para Carlos Link, en cuya amistad andaba.
—¿No está
muy
que Mario Burgueño entusiasmado con Laurita?
es verdad, Matilde,
Matilde salía en ese momento, apurada a tomar su tren. Todavía aguardaba
el
nombramiento, pero
ya había dejado de pensar en él, y los viajes los hacía con ese pretexto, pero en realidad para encontrarse con Mario en
la
estación del Retiro, don-
de cambiaban algunas palabras.
Ante
la
pregunta de su madre, se puso colorada.
—¡Yo qué mamá! — Sabes que va a venir de sé,
¿
Los mente,
de
labios al
visita?
muchacha temblaron
?
el
secreto: anoche tu novio
taba a Laurita que se lo iba a traer.
no vas a saber esto?
— De
visible-
preguntar.
— Cuándo — Guárdame ¿
la
veras,
mamá, no
sabía.
.
.
le
con
¿Pero cómo
.
.
LOS OJOS VENDADOS
Don Pedro miró
— Déjala teresan,
a su hija guiñándole el ojo:
apuro; estas cosas no
irse; tiene
porque
ella está
Matilde cruzó
la
IO7
calle
le in-
segura ya.
apresuradamente, ansiosa
miradas de sus padres, que de hade escapar ber sido más observadores, habrían notado el cambio producido en sus costumbres, y hasta en su a las
físico.
visto algo, pero
Laura parecía haber reserva
que
la
estaba
una extraña
y Matilde la sentía alerta y que no habría podido enga-
mantenía
silenciosa,
ñarla .
Linck no veía nada. Ciego de amor, quería que en
casa de su novia todos fueran tan felices co-
la
mo
él
reció le
y Mario Burgueño, su amigo reciente, un candidato escogido para Laura, por
le
pa-
la
que
había manifestado interés.
La noche
antes anunció a la joven que
traería de visita, y
Laura
él
se lo
recibió con inexplicable
frialdad aquel anuncio:
—¿No gusta? —¿Por qué había de gustarme? es serio — Es un buen mozo es —¡Vaya uno a saber todo que relumbra le
rico,
;
si
.
.
lo
Tenga cuidado Carlos; por mí no
oro! casa
.
lo traiga
es
a
.
Laura no
dijo
más y Link no
halló en sus pala-
bras ninguna intención. Laura no se animaba a decirle
que más de una vez Matilde había vuelto de
la calle
con un ramo de violetas, iguales a
las
que un
HUGO WA8T
108
día despertaron sus primeras sospechas.
dado Noemí" la
— explicaba
chicuela de la
comprendió
que
"Me
ha
lo
y como Laura sabía que estación no regalaba sus flores,
su
;
hermana había aprendido
a
mentir.
Ese fué
el
comienzo de
culpa de Matilde
la
conder sus pensamientos de
amaban y podían alumbrarle
las
:
personas que
esla
el
camino.
Pero ¿cómo; habría podido decirle a Link: "Olvídeme, porque nunca podré quererlo como usted me quiere"? ¿Cómo habría podido contar a su madre que aquel mozo, cuyas visitas anunciaban, no iría
por Laura, sino por ella?
dido confesarles que secreto, lo
era
que
ellos
lo
¿Y cómo
habría po-
que estaba ocurriendo en
mirarían como una traición,
ilusión ardiente de toda su vida?
la
¿Pero era realmente una traición? ¿no era libre ella quisiera? ¿qué culpa tuvo, pues, en abrir su alma virgen a aquel amor noveles co y dominador? de amar a quien
Hacía mil años que aguardaba una de aquellas amor que Mario le dijo, sin que ella en-
palabras de
contrase respuesta.
Se
sintió transfigurada,
como una tierra nueva empeño en im-
abierta por el arado, y puso todo su
pedir que
él
adivinase hasta qué punto
Cada mañana, Noemí violetas,
le
la
conquistó.
entregaba un ramito de
sin añadir palabra,
pero sonriéndose con
y ya sabía ella que esas flores eran samiento cariñoso de Mario.
malicia
;
el
pen-
.
!
LOS OJOS VENDADOS
—
¡
No
Noemí
digas nada,
Subía a su tren, Huyendo de gentes.
log
las
miradas de
las
Se acusaba de escandalizar aquella alma
tierna; pues
Noemí
si
hacía misterio, era porque
adivinaba un amorío que debía esconderse.
Su propia mentira, engendraba almas ajenas.
las
A
jaba las flores por
yeran en
sitios
otras mentiras en
veces, volviendo a su casa, arrola ventanilla,
donde
procurando que ca-
hierbas crecían frescas y
las
tupidas, y hubiera otras flores, para
que su pobre
ramito no se marchitara tan pronto.
Pero otras veces, no
se
animaba
al sacrificio,
"me
llegaba turbada y ruborosa, excusándose:
y
las
dio Noemí".
Comprendía que Laura dudaba. Quizás estaba celosa
La a
idea de que
Laura podía enamorarse de Ma-
encendía más su escondida pasión y
rio
mayor
obligaba
la
disimulo.
¿A dónde
iba por esos
caminos tortuosos?
Ignoraba su destino. Era como una hoja muerta en alas del viento.
A
veces creía en Mario
;
a veces
Por qué la había elegido, él que era dueño de amar a las brillantes muchachas del gran
dudaba.
¿
mundo ? ¿
Sería para elevarla hasta
él,
según había soña-
do? ¿sería para perderla? Ahuyentaba de su espíritu estas cuestiones, porque conciencia, imsu placable y nítida, to
M :
|
Habla
!
le
respondía condenando su secre-
Confiesa tus angustias a tu madre,
a
!
!
HUGO WAST
IIO
tu hermana, a tu pobre novio, que se mira en tí!"
No
tuvo ánimo; era tímida y decer a otros
dolía hacer pa-
le
.
Comprendió que nunca
se atrevería,
y que su mi-
un gran dolor. Llegó contaba a Mario sus torturas,
serable comedia terminaría en
hasta pensar que
si
tendría lástima de
ella,
y
se alejaría
para dejarla
que se cumpliera su vulgar destino, y se seguirían amando de lejos.
— Qué
dulzura
¡
encontraba
en
esta
solución
Amarlo siempre, ya que no era dueña de olvidarlo, y saber que él también la amaba en silencio, y que a toda hora su pensamiento podría confundirse
¡
con
el
de
él
! ¡
qué dulzura
Casi todas las mañanas hallábalo en
en
la
estación o en alguna calle vecina al Retiro. El se
le
aproximaba sonriendo, y
ella
el tren,
aguardaba tem-
lo
blorosa.
Cambiaban algunas y se
delito.
que
frases triviales y precipitadas cómplices, que fraguan un
alejaban como dos
A
ella la
ella le
emoción
le
cortaba
hablaba podía oírlo todo
la palabra. el
mundo;
Lo sólo
debía esconder lo que sentía, aquellas sensaciones misteriosas que la desvelaban, y la tenían horas fin-
giéndose dormida.
Minutos después, esa mañana,
— Carlos
lo halló.
Link me ha comprometido a
ir
a su
casa.
—Ya
sé;
ras va a ir?
mamá
acaba de contármelo: ¿de
"Ve-
.
.
Í.OS
—Voy a
OJOS VENDADOS
I I I
ir.
Matilde se puso pálida.
— Creerán que
es por Laura,
—
mirando a
dijo,
otro lado.
El
sintió
en su voz una puntita de
porque adelantaba un
alegró,
y se
celos,
paso en aquella alma
sentimental y delicada.
Su
instinto le advertía
que esa conquista no era
hazaña vulgar; no bien se dejara sentir impaciente o grosero, perdería irreparablemente todo lo ganado.
Más que enamorada, ximando a
veía a Matilde aturdida y
como una sonámbula
alucinada, que
apro-
íbase
él.
—Iré por usted; por hablarla, por tenerla cerca una hora, para que sienta mi amor, ya que no cree en
él
.
.
— —Y
— murmumó con — que piensan, — prosiguió
Sí, creo, si
tristeza.
ella
él,
Laura, mejor.
—¿Vamos
voy por
.
a seguir mintiendo?
—
interrogó
Mario jugó entonces una carta de
valor,
ella.
con
la
serena audacia de la experiencia.
— Si meza,
usted quiere,
—
bañase
el
le
dijo mirándola con fir-
dejaremos de mentir;
con Link, sino Matilde
—
lo
solo,
— Dios mío — exclamó. ¡
.
miró deslumbrada, como
rostro. !
su casa, no
iré a
y pediré su mano
.
.
si
el
sol le
HUGO WAST
112
Mario con alguna vacilación repitió su frase, temiendo que ella aceptara la propuesta. La muchacha tardó un rato en contestar. Recordó que en los primeros tiempos, Laura tuvo la ilusión de que Mario la festejaría; y que ella misma, por quemar sus naves y cerrarse la puerta de toda esperanza, la indujo a creerlo.
Se imagínala la sorpresa de su madre y el sarcascon que Laura acogería la noticia de que Mario
mo
iba ahora a su casa por la anillo
de Link; adivinaba
que tenía en
el
dedo
el
infinito dolor de su
el
novio, y no tuvo corazón para aceptar.
—¡No vaya!
¡Todavía no vaya! Mario sonrio, como un jugador que ha ganado una buena partida.
"Todavía no", dijo plazo, esperando ción.
que
la el
joven, dándose
tiempo
Ignoraba cómo; y aún
le
un nuevo
traería la solu-
se ponía a pensar,
si
descubría las complicaciones que cada minuto aportaba a su problema.
Pasaba por impetuosa y resuelta; su madre deque era un torbellino sus modales deci-
cía de ella didlo^,
;
su cabeza altiva, su palabra sobria y clara,
denunciaban una voluntad consciente y firme. Era cobarde y tímida. Para ¡Nada de eso! que necesitaba avanzar en los trances difíciles, una gran pasión
—Iré
vendase
le
a pedirla,
—
dijo
los ojos.
Mario
—
cuando usted
me mande. Se despidieron, y
ella
cruzó
la
plaza del Retiro,
LOS OJOS VENDADOS
adonde
¿in saber
se dirigía,
TI3
cegada por
la
luz de
aquella promesa, agitada por el dolor y el amor,
medio de todo,
pero, en
mano
en su
la clave
una hora
Llegaría, pues, del
mundo
bía
más
creyendo que estaba en que
feliz
puertas
las
que ha-
se abrirían ante ella. Sabría lo
allá
de su horizonte, más
más
su casa,
feliz,
de sus ensueños.
allá
de
la
allá del
amor de
pasión serena y limpia de
su novio.
Ese
día,
en
el
almuerzo, su madre, que no cabía
de entusiasmo, volvió a anunciar
la
visita
de
Burgueño. Matilde no alzó los ojos del plato, por miedo de hallar los de Laura.
Pulgarcito
dijo en secreto, con risita
mordaz: ¿no es cierto que toda buena acción merece recompensa? ¿Qué le vas a dar al gringo le
— Matildita
Link,
si
te lo trae ?
Matilde
se
puso colorada; su hermano había
adivinado su aventura. la
mesa,
—
¡
le
Cuando
se
levantaron de
suplicó:
Por Dios, Pulgarcito
!
¡
no
me
hagas esas bro-
mas!
—¿He
dado en el clavo, hijita? Por mí nadie Yo guardo los secretos ajenos, para que otros guarden los míos. "Con la vara que misabrá nada.
diereis seréis medidos". ta
¿Qué
santo ha dicho es-
verdad tan profunda? Matilde sonrió tranquilizada y contenta.
—¿Qué
secretos tienes, Pulgarcito?
!
!
HUGO WAST
114
El mozo espió a su alrededor, y viendo que
nadift
podía escucharle, dijo:
—¿Quieres que salgamos móvil — Los dos encantada —¡No! ¡Los cuatro! ¡Tú>
una
tarde en auto-
?
¿
?
¡
Matilde se puso sación
seria,
yo y
él
y cortó
la
conver-
:
— No ¡
seas loco
Se quedó preocupada: ¿quién dó a Mariana cito
ella...
allí
Bistolfi,
sería ella?
Recor-
que coqueteaba con Pulgar-
y se horrorizó de que en
el
corazón de éste hu-
biera llegado a engendrarse el deseo de asociar
hermana en
su
Eso
le
la
culpa de
produjo un desencanto. Pulgarcito tenía
una brutal experiencia de la vida, y crudamente había puesto en presencia de la realidad. No le
in
dos
las
quisieron,
por
distintas razones, estar ausentes durante la visita.
Laura pasó tocio el tiempo en su escuela de laboíes, aüelamando un burüado; y Matilde, se reiug.ó en la iglesia cercana, silenciosa
de sólo llegaba
el
arrullo de
las
y íresca, a donpalomas de la
torre.
Cuando cerraron
la
iglesia,
se fué a vagar por
de heigrano, entristecida, pero resuelta
calles
la
a no aiejarse uei
amor üe su
novio, que había de
salvarla de la tentación. Isio
le
h^o
bien aquel paseo por entre quintas,
y palacetes señoriales. Lila
amaba
el
su hija adoptiva.
tumulto de
Todo
lo
que
la
su sangre con ambiciones de lujo
Y para
tendría,
gran ciudad. Era
allí
veía incendiaba
y de
tiestas.
antes de un mes, que dejarlo todo,
con su marido a sepultar su juventud y su belleza en un pueblito dormido en la orilla de
un
ir,
riacho.
Ella
misma acababa de quemar
la fecha.
El día anterior se
lo
sus naves, fijando
comunicó a Velarde,
;
HUGO WAST
I70
para que con tiempo se buscara otra Pensó que la sucedería en su puesto
el secretario,
empleada.
aquella Liana
y
Fraser, que una vez encontró
tuvo envidia
le
Cuando
.
volvió
reprendió por
la
.
allí,
.
a
su
misia
casa,
demora, como
la
Presentación hiciera con
lo
Laura.
—Ya ga — No
Burgueño; nos ha hecho una larun mozo muy fino. venía por mí contestó excusándose
se fué
visita; es ¡
pero
!
—
entrar en su cuarto, se encentró con Lau-
al
que en voz baja, como resentida,
ra,
—¿Jurarías que
lia
le
dijo:
venido por mí?
Matilde se encogió de hombros, y no habló durante toda la comida, ni siquiera con Link.
Pasaron varios
días.
Se aproximaba
el
plazo del
casamiento.
La
do, con
lo
dial
horas
día en preparar a las chicuelas del barrio
para
al
la
de Laura se había cerrajoven podía emplear algunas
escuelita la
primera comunión de
Pronto,
Matilde,
la
empezarían también
Navidad. las
vacaciones
pero antes se despediría de
su
de
colegio
para no volver.
— go?
¿
Por qué no
—
Burgueño
te lo traes a
insinuó a
Pulgarcito misia
cuyas 9-rapatías se ganara brimiento del perfil.
el
Presentación.
Don Pedro también
—
domin-
mo le dispa-
otra vez.
Misia Presentación corrió a prevenir a Saturnina.
— Para mo
el
domingo haceme unas empanadas,
co-
las del ministro.
—
—
¡Tanto que sirvieron! chupando su cigarro de chala.
contestó
la
negra
!
HUGO WA8T
172
—Estas van a —¿Hay moros — Guárdame
caen en gracia
servir, si le
al in-
vitado, y quiere repertirlas todos los domingos.
en
¡
Qué
niña?
la costa,
negra.
el secreto»
habia de guardarlo
En
!
hora después, se puso a tender
cuanto Laura, una
unas prendas
al sol
de ropa recién lavadas, Saturnina se
le
acercó ha-
ciéndole morisquetas.
— Vaya con tu lengüita de trapo Ya no sabes contarme que pasa, Laurita? —¿Qué pasa, negra? abrien—¡Hacete encandilada! ¡qué ojos domingo? do! ¿No tenemos invitados — ¡Qué yo gente que invitan otros! — ex¡
!
¿
lo
estás
la
el
sé
la
clamó Laura sospechando de quién
—¿No
sabes que v^ene
se trataba.
mocito de
el
la
vez pa-
sada?
—¡Que venga! ¡no asunto mió! — Ha de venir por mi negra, yo no — De por quién viene; — contestó con más suavidad muchacha, dejando — cambiaropa y mirando a Saturnina. yo es
¡
veras,
sé la
Si
la
do diez palabras con
La negra meneó
él,
será
la cabeza,
— Ha de venir por mí — ¡
!
lie
mucho. y
se
puso a ayudarla.
repitió
Saturmna,
re-
sentida de aquellos tapujos.
Laura subió hasta glarlo,
algún tarea.
el
cuartito de Link, a arre-
y se halló con Matilde, que desde hacía
tiempo
realizaba
con
más puntualidad
la
!
LOS OJOS VENDADOS
1
73
Se miraron las dos, sorprendidas; y Laura hael umbral:
bló desde
—¿Quieres Su
frase
darme el florero? no tenía ninguna escondida
pero Matilde se recostó contra
do
las
la
intención,
mesa, y cruzan-
manos, dijo calmosamente:
—¿Por qué no quieres que yo? —¿Ah, vas a llenar? —¿Te llama atención? ¿será acaso primera vez? —Ya ya — respondió Laura con repentina de queriendo aplacar será primera su hermana. — lo llene
lo
la
la
indife-
sé;
sé,
rencia,
ni
última,
irritación
la
me
imagino.
vez,
es la .
la
ni
.
Matilde no habría tenido celos de otra mujer; pero
la
exasperaba que Laura se interesase por
su novio.
Todo
se le antojaba
un mudo reproche
de su conducta y una alusión a sus graves
se-
cretos.
Respondió con acritud:
—¿Quieres
que sea
la
última vez? ¿quieres ser
tú en adelante la que tenga el derecho de traerle flores a
—¿De
Carlos? traerle
flores?,
repitió
Laura,
sin
com-
prender.
—
¿Quieres que te lo deje? ¡Has de haber do que no he notado lo mucho que te gusta
Fué un golpe
certero,
escondido sentimiento.
creí-
que hirió a Laura en su
!
I
HUGO WAST
74
Se puso colorada, y no atinó a contestar
lina
palabra.
Bajó
y como se hallara con su mamiraba maliciosamente, sintió deseos
la escalera,
que
dre,
la
de desquitarse y
le
— — — Saturnina — Negra canalla
preguntó:
¿Es cierto que el domingo vendrá Mario Burgueño ? ¿Quién te lo ha dicho? ¡
¡
misia
ciferó
donde
la
!
¡
Preáeritación,
—¿Qué ¿
mirando a
!
—
vo-
coclina,
la
negra corrió a meterse. tiene de
malo
vertido a Matilde que
—
estómago resfriado
él
Por qué a Matilde ?
eso,
has ad-
— dijo misda Presentación
sorprendida del tono en que
— Porque a — Más que a — ¡Infinitamente
mamá? ¿Le
viene?
la
interrogaban.
ella le interesa la visita.
¿
tí ?
más! ¡Es raro que no
lo
ha-
yas adivinado!
Desde arriba, Matilde alcanzó a oír su nombre. quedó temblando, al notar que Laura se reía y con una risa forzada y maligna, extraña en ella, se
como
si
sus palabras la hubieran
sacado de qui-
cio. i
Misia Presentación
momento, y luego fué Pedro.
—¡Pedro!
permaneció confundida un a consultar
el
caso con don
LOS OJOS VENDADOS
175
— Mujer —¿Estás muy ocupado? estoy escribiendo a mi — ¿
?
Sí, sí
sastre.
;
Al liquidar sus asuntos para venirse de Santa Fe, había dejado por cobrar un préstamo, hecho años atrás a su
— Se
—
dijo
le
el
modesto
y don Pedro aceptó.
industrial,
Cada año aquel
sastre.
pagaré con ropa,
lo
encargaba un
le
piquillo,
y
traje,
trasmitía
le
a cuenta de
prolijas
instruccio-
nes.
—
"He engordado; anterior
—
le
decía en
la
carta del
aumente, pues, cuatro dedos a
año
la cintu-
y démeles una cuarta más a las sentaderas. Los pantalones se usan acampanados, pero no exa-
ra,
mucho
eso ni
un niño
fifí,
gere cer
el talle,
como
pcirque
no quiero pare-
aquí dicen".
El sastre interpretaba con la ayuda de Dios, las indicaciones de don Pedro, y tras
de concienzuda labor,
le
un par de meses mandaba una inverosímil
hopalanda, que hacía reír a carcajadas a Pulgarcito.
Era
el
caso que ahora don Pedro había enfla-
quecido, y tenía que calcular cuánto.
—¿Qué
te parece,
Presentación?
¿De dónde me
he descarnado más?
Misia Presentación aseguró que de cual,
pero que
de un jeme.
la
la
lo
palpó minuciosamente y
cintura para abajo estaba
barriga se
le
le
tal
había bajado cosa
.
HUGO WAST
I76
Don Pedro apuntó
el
dato y se dispuso a pro-
seguir su carta.
— No,
no
¡
deja eso. Escúchame
!
más
esto es
;
importante. ¿A que no has caído en que Mario Burgueño puede no venir por Laura sino por Matilde?
Don Pedro te,
anteojos hasta la fren-
se subió los
y miró a su mujer, mordiscando
la
punta de
la
lapicera.
— Na
me
se
¿Pero eso
hubiera ocurrido,
te aflige
Misia Presentación meneó
—No
es
que
me
confieso.
lo
.
mucho, mujer? cabeza.
la
pero es bueno saberlo
aflija;
para no hacer una plancha.
Lo
he convidado para
domingo. Tendremos empanadas.
el
— ¡Empanadas! — leite.
final
repitió
Volvió a bajarse de
los
don Pedro con de-
como
anteojos, y dijo
la consulta.
—Yo
no he de contrariar los gustos de mis hiEse mozo es una perla. Que venga por una o que venga por la otra, ellas tienen la palabra. En Norte América las costumbres son así a lo menos jas.
;
eso cuentan los que han viajado.
Y
prosiguió su carta
"De la
la
al
sastre:
cintura para abajo estoy
barriga se
me ha
tal
cual
;
pero
desinflado cosa de un jeme.
." .
Vanidad
De
su antiguo esplendor financiero, quedábanle
a Fraser algunas deudas, que iba empujando, como Sísifo su piedra, de trimestre en trimestre, a tra-
vés de los bancos, amortizando un piquillo,
o
ta-
pándola con ayuda de algún camarada, para volver a cavar el
mismo hoyo, eternamente renovado.
Podía haberse echado a muerto, dejando que lo ejecutaran, puesto que su pobreza lo hacia invulnerable
;
mas halagábale conservar aquel
resto de
grandeza.
—"El
que
tiene
deudas,
no
es
un cualquiera.
que debes y te diré quién eres. No te comsideran por lo que posees, sino por lo que debes. Más interesante que la salud del que tiene un mi-
Dime
lo
llón, es para un banco, medio millón".
Habría perdido rismos, tra,
si
que un
el
la
salud del que
le
debe
derecho a usar de estos afo-
hubiera dejado de cultivar aquella día,
le-
peloteada de gerente a gerente, fué
a caer en una sucursal de Belgrano.
.
HUGO "WAST
I78
Un
arrasó media manzana, redu-
incendio que
jo a pavesas el banco, sus libros
y sus
cajas, ante
expectativa de sus deudores, que esperaban sacar
la
del
fuego sus nombres limpios, como
Naaman
después de bañarse en
el rio
la
de
de
piel
Israel.
Fraser renunció a sus aforismos y deseó que su más combustible que el fénix, y no re-
letra fuera
naciera de sus cenizas.
Por esos días aliviáronse sus preocupaciones,
al
saber que monsieur Seguin y su mujer habían partido para Norte América.
Experimentó
la alegría
de haber rescatado a Liana, y volvió a interesarse los asuntos de Mario, y de aquella muchacha
por
a quien a menudo veía en
el colegio.
Amaneció no,
el domingo con deseos de ir a Belgradonde todavía humeaban los escombros del
banco, y donde quizás podría averiguar la suerte definitiva
de su
letra,
y descubrir
las
intenciones
de su antiguo pupilo.
Esa mañana, representantes de bilitando horas, para ca,
desenterraron
la
justicia,
ha-
satisfacer la ansiedad públi-
gran caja del banco, y proce-
la
dieron a su apertura. Fraser,
en primera
fila,
entre los testigos, veía
aparecer los documentos achicharrados,
mensuales. cito
de
No
bien les daba aire, cada monton-
en cenizas, entre
se pulverizaba los
en fajos
concurrentes
.
los aplausos
.
Sólo una cartera de cuero con todo un trimes-
!
.
!
LOS OJOS VENDADOS
Iré
179
de pagarés habíase escapado de una total car-
bonización.
—Aquí
hay algo que
sirve,
—
dijo el juez que
actuaba.
—Es
mi
—
trimestre,
murmuró Fraser
asus-
tado.
Media hora después estaba en casa de Mario ponderándole
profundidad de su aventura.
la
— se
La he errado por ocho días. Hasta el gerente lamentaba de que mi vencimiento no hubiese
caído una semana antes. Pero en aquella cartera
Como
estaba mi papel.
por
vueltos
fuego,
el
quemado
había
lo
superfluo,
Intacta
cional.
Más
la
sano y salvo.
Se
márgenes blan-
las
gorro frigio de un escudo na-
cas, los adornos, el
¡
de Babilonia, en-
los niños
resurgía
fecha,
la
cantidad y la
firma.
vale así
Mario escuchaba a su amigo sin mayor interés, desde la cama, donde fuera sorprendido. Y Fraser hablaba de su
letra,
como podía hablar de
quier otra cosa, tanteando
el
cual-
camino para abordar
tema de mayor importancia. N10 pudo, por
mente
fin,
contenerse, y
le
hizo brusca-
pregunta:
la
—¿Has — No
desistido de tu viaje a
hallé pasajes,
no tengo ganas
.
cuando
los
Europa? busqué; y ahora
.
—¿Te habrás enredado en — Siempre bien pensado
alguna aventura?
¡
—Ya
lo dijo alguien: piensa
mal y
acertarás.
.
HUGO WAST
1 8o
— Pues conmigq no acierta... — Me alegro; — respondió Fraser, ción — me gustan hombres que los
las
ocasiones,
se
mantienen en
los
sin convic-
sin huir de buenos propó-
Pero> francamente, no sospechaba tanta firme-
sitos.
za de voluntad en un buen
Mario
en
se dio vuelta
mozo como
la
tú.
cama, reteniendo una
groseria a duras penas.
Fraser no quiso advertir su ademán descomedido,
y prosiguió.
—Liana me encargó que invitara a almorzar. —¿Para cuándo? — preguntó con alarma te
el
joven.
— Para
hoy
.
.
¿
tienes
algún compromiso ?
Mario tartamudeó una excusa. decir... — No... y —¿Sí o no? — No propiamente un compromiso. parece. ¿Vas a almorzar con — Pero — Mario con —Com sí...
es
es
.
se le
ella,
no,
replicó
ellos
ella?
incor-
porándose. ¿Para qué tanto disimulo? ¿quién podía tomarle cuentas de sus acciones?
—No comprendo... ¿Quiénes son — Pulgarcito, su papá, su mamá, sus hermaninovio de una de y — ¡Toda familia! Por entras en su ellos?
tas
ellas...
el
lo visto,
la
casa
con
¿Como
todos
los
honores...
novio? ¿de cuál?
—¡No, no! —¿Como amante?
¿de cuál?
coram
populo.
.
.
LOS OJOS VENDADOS
l8l
Fraser hizo las dos preguntas en
mismo
el
tono,
apagado, y no obstante Mario percibió un zumbido de malicia en la voz. indiferente,
— Ni go de
como amante,
la
casa
—¿Algo? las
.
ni
como
novio.
.
.
como ami-
.
¿de
viejos? ¿de
los
muchachas? ¡cómo
Pulgarcito? ¿de
te divertirás!
Mario comenzó a vestirse, lamentando interiormente haber hablado de más. Al cabo de un rato de
silencio, se
to
en
la
acercó a Fraser, que parecía absor-
persecución de una mosca pesada, y
dijo, poniéndole la
— Piense
mano
sobre
Yo
bien y acertará.
el
hombro
¡
soy un hombre de
honor ...
—¿Sí,
eh?
\
—
hizo Fraser con un gruñido, sin
abandonar su mosca. La cara de Mario de indignación.
— ¡Un hombre de — Pero hijo mío,
—
honor! el
honor
las ideas
morales o
las ideas
visto
honor en
la
el
le
repitió
se
inflamó
con fuerza.
un prejuicio como religiosas. ¿Dónde has es
historia
natural?
No
te
ha
faltado valor para declarar que no crees en Dios, ni
en la moral fundada en su idea ¿por qué te falta
para declarar que no crees en y di con lealtad y frescura y soy un bribón .
Fraser había
honor? ¡Animo!
el
soy ateo, soy amoral
.
abandonado
esto con olímpica frialdad, a
:
la
mosca, pero dijo
como
si
no atribuyera
sus palabras ninguna trascendencia.
1
HUGO WAST
82
Mario
to
puso a
se
silbar tratando!
de
reírse,
pero
disimular su fastidio.
sin lograr
Se envolvió en una de baño.
Cuando
toalla turca
y
se fué al cuar-
desapareció de su presencia, cambió la
expresión displicente de Fraser; su rostro se ensombreció, y pasó un cuarto de hora, con los ojos
un rincón de
entrecerrados, mirando
ver otra cosa que a
la
la pieza,
sin
imagen de aquella jovencita
quien su indiscreta admiración había lanzado a
una deplorable aventura. Sin esperar a Mario, se fué
al
comedor,
eligió
unos cigarros, y se marchó.
Paso a paso, dos horas después, bajo la arcacalle de tipas, gozando del día
da umbrosa de su
radiante y perfumado, se dirigió Mario a casa de don Pedro de Garay. Por ser domingo era mayor el silencio de la ciu-
dad, y se difundía alegremente
campanas de aquella había hallado
él
iglesia,
el repicar de las donde ya dos veces
a Matilde.
Debía celebrarse una función, porque canadas de incienso por
Mario rar
se
allgunos
detuvo en minutos,
la
la si
salían bo-
gótica puerta.
esquina; tenía que espedebía
llegar
a
la
hora
anunciada.
Desde allí alcanzaba a divisar la puertecita de berro de la casa de los Garay, como un hueco
LOS OJOS VENDADOS
1
83
abierto a escuadra en la gruesa y fresca pared de ligustros,
recién podados, quizás en su honor.
Imaginábase Mario
ahogos de misia Presen-
los
acomodando
tación arreglando la casa y
y talando
el jardín,
y atenuar en impresión de pobreza.
Y
oía
su voz aguda repitiéndole
olvidara:
lo
los
"Yo
soy Troncoso y
fundadores de Santa Fe".
Y
él
las
visitante
su
disponibles
vasijas
mesa
la
para llenar de flores todas
la
para que no es Garay, de
veía a
don Pedro,
crédulo y bonachón, mirándolo con ojos de
sue-
gro, y recordándole discretamente su promesa de una inspección de cinematógrafos "Los cinema:
tógrafos
muy
son
instructivos
pero
;
hay
Debería dictarse una ley..."
controlarlos.
Pedro exponía sus ideas acerca
Y
que
don
del punto, imagi-
nándose que esas leyes existían ya en Inglaterra
y en Estados Unidos.
—
¡
Pobres gentes ilusas
!
—
se dijo
Mario con
perversa compasión.
Vio en ese instante que alguien y reconoció a Link. Siguió
el
estudiante la calle de
Mario
salía
de
la casa,
la estación,
mi-
rando
el
mano
extendida, y una sonrisa amistosa, que pa-
reloj.
le
salió al encuentro,
con
la
reció alegrarlo, porque sus ojos claros chispearon
detrás de los gruesos cristales.
—Voy
a tomar
vigorosamente
la
el
tren
— dijo
Link, sacudiendo
mano de Burgueño.
—
Allí lo es-
:
.
!
.
HUGO WAST
184
Qué
peran ya.
lástima no poder quedarme. Pero
tengo un enfermo grave, y
— Caramba ¡
rio
!
!
¡
me
acaban de llamar
lástima, de veras
!
.
.
— exclamó Ma-
esforzándose en disimular su regocijo.
— Otro día será
Porque usted vendrá con más ? Adiós Link se alejó corriendo y mirando el reloj, y Ar ario fué a llamar a la puerta de don Pedro de Garay
frecuencia
¿
no es
.
.
.
cierto
.
.
.
¡
Salió a abrirle la chicuela Virginia, que la
aún no
conocía:
—¿Qué Desde
se le ofrece, niño? el
fondo de
la
casa pudo verlo
misia
Presentación, que gritó a la criatura
— Déjalo ¡
pasar
!
¡
avísale a
Pedro
Se oyó un ruido de puertas que se golpeaban; se divisó la silueta de la dueña de casa, que cruzó como una exhalación, restregándose las manos en un repasador, y apareció primero que todos Matilde, pálida,
confusa, incapaz de articular un
saludo.
—¿Por
qué
se asusta así, Matilde?
confidencialmente,
mán
dándole
la
—
le
dijo él
mano con un
ade-
muy
sim-
distinguido y cordial, que lo hacía
pático.
—¿Por
qué ha venido?
—
le
contestó
ella,
con
expresión de angustia; y él oyéndola se alegró en sus entrañas, pues la queja era una confesión de debilidad. ¡lde
dominó sus impresiones, y no bien apa-
LOS OJOS VENDADOS
1
don Pedro, abanicándose con
recio
diario
el
85 la
faz sudorosa, los dejó a los dos y se metió en su cuarto. Frente a
un espejo
puso a alisarse
se
en
nado. Sin darse vuelta, vio reflejados tal los
el
el
peicris-
como
ojos de Laura, solícitos y tiernos,
si
adivinara que debía en ese instante deponer todo resentimiento, y aproximarse a su pobre hermana que corría un gran peligro.
—¿Buscabas
Matilde? ¿Qué quieres?
algo,
Pero Matilde no con que Laura
Al
la
gratitud
sintió
por
el
afecto
habló.
contrario, se le antojó
que
la
perseguía y
la
afrentaba con sus sospechas, y se volvió furiosa a ella:
—¿Me sin
que
estás espiando?
ni
peinarme
parezca mal?
te
Laura
¿no puedo
se
mordió
los labios.
— No hay cosa bien dicha, cuando es mal — replicó suavemente. —¡Tienes don de oportunidad! —
reci-
bida,
el
testó
la
con sarcasmo
—¿Por irritada
con-
la otra.
qué? ¿Acaso puedo adivinar que estás
o nerviosa? Si te ha molestado mi pre-
gunta, no es culpa mía.
—¿De quién — Tuya, ría
mi
mo
puedas!
Con la
entonces?
hija,
¡
silencio.
esto
llamaba.
tuya
Esa
Laura
!
Si
es la
salió,
no te hablase te exasperaverdad explícatela co;
¡
sintiendo que su
madre
!
1
HUGO WAST
86
—
¡
Niñas, vengan
Burgueño
saludó amablemente, no parecien-
la
do observar
la
reserva
con que
acogía
ella
sus
palabras.
Le habían puesto una ría,
sombreada por
zaba
la
los
silla
hamaca en la galedon Pedro al-
rosales; y
voz cuanto podía, para que
andanzas de
no advir-
él
que a cada rato venía a comunicar el estado de las empanadas. Ya parece que están, /¡niña anunció por tiese las
la cocinera,
—
—
fin.
— Gracias a Dios — exclamó casa — ¿quieren que nos sentemos a ¡
!
ET comedor estaba
fresco,
dueña de
la la
mesa?
pues desde tempra-
no habían cerrado sus puertas para guardar aire
matinal
;
y
la
semioscuridad
reinante,
el
disi-
mulaba la evidente pobreza del aparador de pinotea, con sus hileras de tazas desorejadas, los infamables
cuadros
representando
asunto de
la liebre
cabeza abajo, de
bordante de frutas tropicales, de tida
sempiterno
el
la
la
fuente des-
sandía par-
en tajadas.
Don Pedro admiraba sus cuadros. "muy sencillos", y aunque el no
balos
punto
Encontrásupiera a
qué debía entender por "sencillez" en materia artística, pensaba que era de buen gusto fijo
mostrarse aficionado a
ella.
Hicieron sentar a Mario en
la
cabecera,
po-
niendo a Laura a su derecha y a Matilde a su izquierda.
—
!
LOS OJOS VENDADOS
— Pulgarcito
no tardará
Ha
un paseo
encerrado en
,
el
apa-
ido a preparar el auto de Bistolfi para
Tigre.
al
— ¡Qué
87
— dijo don Pedro, con-
sultando un reloj de niquel lador.
I
.
.
muchacho! Ya
lo
maneja como
si
fue-
se propio.
—¿A
quién, a Bistolfi?
Todos
se
echaran a
reír
de Burgueñoi, que en riado por
la
el
de
inocente pregunta
la
fondo
contra-
sentíase
seriedad de las dos muchachas.
Pa-
que estaban entendidas con respecto a él, o por lo menos que se desconfiaban mutuamente, recíale
y ninguna quería demostrarle Tal
actitud
No pudo
interés.
sorprendía a misia Presentación.
más, y llamó a Laura y
le
dijo al oído:
— Vaya unos modales para atraer novio — Mamá, no podemos repartirlo entre dos, ¡
las
contestó la joven, saliendo del comedor, impacien-
y avergonzada. ¿Cómo su madre no veía lo que a pasar? ¿Cómo Link tampoco lo advertía? Ah no era digna su hermana del corazón sin do-
te
iba ¡
!
blez
que
el
destino
le confió.
¿Peno debía ella amontonándose
velar a Link la traición que iba
bre su cabeza?
¿No
creería el
para ganar su confianza,
En
tal
mozo que
lo
re-
so-
hacía
vez su amor?
cuanto a su madre, no había que pensar. La
llamaría envidiosa, y jamás creería que una criatura del temple de Matilde, podría ponerse en peli-
Por el contrario, se alegraría de saber mente a quién festejaba Mario. gro.
fija-
.
1
HTTGO
88
—¿Qué
WAST
—
anda haciendo la hijita? le pregunqué Saturnina. se ha salido del come¿ Por
tó
dor? Se
más
.
—
le
va a resentir
Laura
a venir
hombros.
se encogió de
—¿Quién —
por
mozo y no va
el
.
te
ha dicho que
él
agregó para que
ella!
hallase en sus palabras
una
viene por mí? jni curiosa mujer no
la
delación.
— Viene por-
que es amigo de papá y de Pulgarcito
—La
inocencia
te
valga,
.
.
.
.
¿Conque viene
hija.
por tu padre o por tu hermano ?
.
.
Llegó Virginia con una fuente:
—Manda
a decir
mida calientita un poco.
al
la
señora que
le
guarde
la co-
niño Pulgarcito, que va a tardar
Laura volvió al comedor. De la primera ojeada un cambio de expresión en Matilde. Estaba más risueña y respondía a media voz a Buradvirtió
gueno.
—¿No
parece que está
les
muy
obscuro?
—
di-
jo misia Presentación, levantándose a ensanchar la
rendija de la ventana.
Mario
recibía de Matilde
nera de oprimirle rada, y
como
los dedos.
la luz diera
un
plato, y halló maMatilde se puso colo-
en su rostro, aumentó su
confusión.
— Criatura, punzó! — exclamó su madre. — manifestó don —Has de tener Pedro. — La circulación de sangre hace mal estás
j
los pies fríos la
cuando uno
se
alimenta.
se
Ahí ha venido un sabio
.
.
LOS OJOS VENDADOS
1
89
francés a dar unas conferencias en la Universidad.
Yo no
he ido a oírlo
que trata de
to
abuso dei corsé Sintióse
la .
;
no tengo tiempo pero he ;
vis-
circulación de la sangre y del
.
un automóvil que se deteTodos prestaron oídos. Calló el mo-
estrépito de
el
nia a la puerta.
y luego resonaron las voces alegres de Bistoly Mariana. Los dos y tras ellos Pulgarcito,
tor, fi
con
cara
de
entraron
inocente,
quejándose
del
calor
— Tanto bueno por aquí,
señor conde
¡
mó
tal
Aunque
encantada
Presentación,
misia
gasen en
!
de
— exclaque
lle-
oportunidad.
la
sorprendía un poco
visita,
la
pues
sólo de tarde en tarde los Bistdln se detenían a su
puerta,
para preguntar cómo seguía don Pedro.
El antiguo esgrimista resoplaba como una foca.
—
No sé cómo se le ha ocurrido a Mañanita que ha de dar un paseo hasta el Tigre, en plena siesta,
y con
la
—
capota baja.
.
.
para probar Es claro. con la capota baja. un medidor de velocidades nuevo, y ver cuánto corre el auto manejado por Pulgarcito ... manifestó .
.
.
.
—
candorosamente Mariana.
— Es tentar — Se ¡
tación. sol
al cielo
les
!
—
observó Misia Presen-
van a derretir
los sesos,
con este
de justicia.
— ¡Sí!... gestionado
yo...
¿no es verdad?
como un cangrejo
—
dijo Bistolfí, con-
cocido.
— Lo
que es
.
.
.
HUGO WAST
Igo
—Bueno, ¡porque tú eres propenso a — explicó Mariana. desgraciadamente — — Pero yo no soy sanguínea, como —Es verdad con estos — Por qué no quedas
la apoiplegía,
Pílades, Sí,
sí,
.
.
.
tú.
.
.
aquí,
te
buenos
amigos
Don
Pílades
la
miró sorprendido;
ralo bigote, se bebió la
se atusó el
un vaso de agua que
le
trajo
negrita y dijo:
— —
¿
Pero es f orzctso probar el medidor a la siesta porque a la siesta hay menos tranco.
Sí»
?
.
El pobre conde, que no tenía contestar; y
los
conocimientos
su hermosa consorte, no halló qué
(deportivos de
Mariana tomó su
silencio
como una
aprobación, y se dirigió a las muchachas:
—¿Ustedes nos van a acompañar, no es cierto? — exclamó alegremente misia Presenta— ción; — no diga que no, Mario. — No, señora, no digo que no; usted manda y yo obedezco, — respondió Mario, agradecido Sí,
sí,
al
tra-
vieso ingenio de Pulgarcito y de la Bistolfi, que
habían hallado
el
pretexto del nuevo medidor pa-
ra deshacerse del esgrimista.
— Yo j
muró
no quiero complicarme
éste resentido;
Laura sacudía
la
—
la
vida
!
—
cabeza.
—¿Y tú no vas? — preguntó Pulgarcito, resplandor alegre en
mur-
¡yo no voy!
la
mirada.
con un
.
;
LOS OJOS VENDADOS
I91
—No.
—¿Por qué? — No puedo seis
munión
a
faltar
días será la
la
dentro
doctrina;
Navidad y harán
los chicos del barrio..
de
primera co-
la
Muchos
todavía no
saben persignarse. Matilde miraba
el
mantel, sin decir palabra.
Parecíale que todos sentían los golpes de su co-
razón alterado
.
.
El intenso rubor había desaparecido de su rosEstaba pálida, esperando y temiendo la resolución de los demás. tro.
No
atrevía a negarse.
se
Una
fuerza tiránica
doblegaba su voluntad, y la arrebataba como un huracán. Era una traición a su novio aquel paseo
y no habría aceptado el
reproche:
"¿A
hubiera alzado
la vista, y advertencia y dónde vas, pobre criatura? Yo no si
leído en los ojos de su
hermana
la
puedo denunciarte; no quiero perder tu cariño; pero sé cuerda y leal con el que te quiere. ¡no .
vayas
Pero Matilde no
como
si
le
la
miró, y
sin decir palabra,
obedeciera al destino, corrió a su cuarto
y se puso
Mario
.
!"
el
sombrero de paja, con jazmines, que a
gustaba.
Había concluido el almuerzo y ninguno de los cuatro paseantes tenía deseos de perder un minuto.
Rugió de garcito,
que
mievio
el
motor accionado por Pul-
llevaría la dirección.
A
su lado sen-
!
.
HUGO WAST
192
Mariana y en el asiento de atrás, Matilde y Burgueño. gritó misia PresentaQue les vaya bien
cose
—
!
¡
—
ción.
El auto arrancó entre
la
lludos, y segundos después, rría
por
la
gritería
de unos
pi-
a toda máquina co-
avenida, camino del Tigre, envuelto en
nubes de polvo. Pulgarcito iba absorto en la maniobra y tolfi se reía de su ceño fruncido.
la Bis-
Mario miró a su compañera, pálida de emoción, casi a le
punto de
llorar,
y tomándole
la
mano
fría,
dijo con infinita dulzura:
— No tenga miedo de mí ¡
No tenía miedo de él, tenía miedo de ella. Veía claramente como escrito en la pantalla de un biógrafo, todo lo que podía ocurrir, la momen.
tánea ilusión,
el
arrepentimiento,
la
amor
triunfante, el hastío,
el
vida amarga para siempre.
El roce del mundo, la ardiente vorágine de la donde exponía a diario su impresionante hermosura, le había dado una cruel experiencia.
calle,
la tentación de ser amada mano el corazón y la fortuna su tener en de y de un hombre y sabía también hacia dónde caía
Sabía cómo empezaba
;
esa pendiente. j
Ay
!
pero tenía miedo de olvidarse de
ello
;
te-
miedo de creer en las palabras de Mario, y tenía miedo de que el amor vendara sus ojos.
nía
— ¡Volvamos
a
casa!
—
exclamó
de
repente.
!
!
!
VENDADOS
LOtí OJU.S
mano y empezó
—¡Hace
—
ellos
¿no
les
parece que debemos alzar
capota? ¡pero, por Dios, no se
la
ligeros
y la tranquilizaron. observó la Bistolfi, volvién-
—
calor!
1
soltó la
hablarle de asuntos
a
la hicieron reír
dose a
Le
adivinó sus sentimientos.
Alario
que
193
lo
cuenten a
Pí-
lades
— ría
Si
yo
sospechado que usted acaba-
hubie'.-a
por pedir sombra, habría insistido en que
niera
el
señor conde
;
—
riamente, apeándose, para
—
Mariana.
¡
Un
muy
dijo Pulgarcito, realizar
los
paseo tan precioso
vi-
se-
deseos de
que ha
el
perdido
Mariana
— El ¡
diario de
estalló en carcajadas.
pobre
!
¡
allá se estará
don Pedro, a
Aquella alusión a hirió a Matilde. zos,
la
las
abanicando con
sombra
costumbres de
por mostrar a otras mujeres,
hombre
rico
Cuando, ra,
su
Por desquitarse de esos
hermosura, habría querido que
su
y de
minutas
la
el
del parral
el
casa
alfilera-
prestigio de la
amase un
buena sociedad.
después,
reanudaba
la
carre-
una recomenembeleso de Mario ante
se volvió la Bistolfi a hacerles
dación y sorprendió el Matilde; ésta se ruborizó intensamente, pero expe-
rimentó un halago sutilísimo en su vanidad.
"¡Vanidad de vanidades! Mejor es la tristeza que la risa, porque con la tristeza se enmienda el corazón".
HUGO WAST
194
El más sabio de
amarga dería en
Tarde
los
hombres declaró esta muchacha, apren-
sentencia, que la pobre el
dolor.
.
.
ya, regresó
fatigada de
la
aventura, sin
atreverse a afrontar los ojos entristecidos de su novio.
Se acostó en seguida y volvió
la
cara hacia
la
pared, para que no la interrogasen y se durmió.
Y
como no rezó
sus oraciones, a la media no-
che se despertó acongojada, con miedo de hundirse en las profundidades del sueño,
sin
que
la
acompañara su ángel.
Y rezar,
sobre
Ya
mientras dormían los otros, sentada en el
la
cama, con
ella
las
se
puso a
manos juntas
pecho.
tenía el corazón lleno de hiél
y de amor, y
sus labios no acertaban con las palabras del rezo.
En la sombra se diseñaba la línea blanca y suavísima de su espalda, y sus cabellos de oro parecían arder bajo un rayo de luna, que entraba del patio.
Misia Presentación, en medio de su ingenuidad,
había tenido un tardío golpe de luz, y quedó intranquila ante el mutismo de su hija. No pudien-
do conciliar
el
sueño,
se
levantó de puntillas
y se llegó hasta el cuarto de las muchachas y se aproximó sin ruido al lecho de Matilde.
LOS OJOS VENDADOS
— ¿Rezas,
hijita?
¿estás
desvelada?
195
¿estás
triste ?
La joven no se tapó la cara.
respondió; se acostó de nuevo y
XI El refugio
La víspera de Navidad hallóse Noemí en el andén de la estación.
En
Matilde
todos los puestos de flores se vendían ramos
de jazmines, y una ola de fragancia envolvía ciudad.
—¡A ta,
con
diez
los
ramos!
—
gritaba
la
la
muchachi-
ofreciendo sus flores. Al ver a Matilde, se ca-
lló, la
saludó con seriedad y
la
dejó pasar sin ha-
blarla.
Matilde se volvió extrañada.
—Ya hace días que no me das Noemí. — No eran mías daba, — contestó que chicuela, desviando mirada. —¿Entonces ya nadie da para mí? — Yo no quiero recibirlas. — ¿Por qué? — Porque no está — ¡Ah! — exclamó sonriendo joven — ¿vas flores,
las
la
le
la
te
flores
bien.
la
a hacer
—Sí.
la
primera comunión mañana?
!
wast
htjgo
198
—¿Y
estás
de haberme
arrepentida
entregado
algunas violetas de parte de un mozo?
— Sí — respondió niña. —Eso no es pecado. porque usted — la
tiene otro novio.
Sí, sí es;
Matilde se echó a
En
.
.
fondo su risa era triste. Acusábase de haber turbado el alma de Noemí, aceptando su mediación en su culpable reír.
el
amorío.
Se agachó y
—Ahora buena.
¡
la
besó en
Dios
te
Se alejó y tomó
En
la frente.
mejor; es señal de que eres bendiga, Noemí
te peinas
la iglesia
el tren.
de San Francisco, donde ningún pa-
acompañar a la mañana siguiente a Virginia y a Noemí, que con otros chicuelos del catecismo, harían la primera comudre
ia
conocía, se confesó,, para
nión.
En
todas las panaderías se horneaba
pan de Navidad.
me
el
clásico
Sentíase en las calles su perfu-
tibio y grato y advertíase en pontánea y saludable alegría. ;
las
gentes una es-
El nacimiento de Cristo redimía las almas, aun de él, por un día siquiera, de la mortal
las alejadas
tristeza del
mundo.
Esa noche
llovió,
hojas del rosal y refrescó
Cuando el alba tilde, como a una
fiel
ligera
lluvia
los
las
el jardín.
ventana de Maaguardaba ya, con el
acudió a
cita, ella la
corazón aliviado por
que lavó
la
buenos propósitos.
. .
:
LOS OJOS VENDADOS
1
99
Se levantó y se fué a cortar flores para el altar faltaba mucho para que saliera el sol, pero una nube larga llameaba en el oriente, como un? bandera roja, anunciando su triunfo. Los cirrus, teñidos por la aurora, formaban un
Aun
palio de rosas sobre la ciudad.
En una
huerta vecina
Cantaban
sentíase
el
los gallos.
golpe
un
de
azadón Matilde emocionada con
asomó por
se
viejo,
arriba de
conocido de
no
!
Ha
se trabaja!
rarlo
.
la
dulzura de esa hora,
pared.
Era un jardinero
ella.
— Buenos días — ¡
la
le
dijo alegremente.
nacido
el
—
¡
Hoy
Niño, y hay que ado-
.
El hombre suspendió su tarea y respondió Es verdad, y se fué a guardar la azada.
—
—
De
negra recién removida, se alzaba un
la tierra
aliento blanquecino.
Laura que en
los últimos días
bajo con los chicos de
tuvo
la doctrina, se
mucho
tra-
despertó des-
pués que su hermana y se alegró de hallarla cortando flores.
No
la habló,
porque Matilde recibía mal sus pauna sonrisa, y la
labras; se limitó a saludarla con
ganó con
eso.
Matilde
le
entregó su b'razada de rosas y
la be-
só tiernamente.
—¿Vas
—
a comulgar?
le
preguntó Laura, adi-
motivo de su alegría era la paz de su conciencia, y su hermana le contestó que sí, vinando que
escondiendo
el
los ojos.
HUGO WAST
200
Saturnina no sacó esa mañana su brasero para cebarse mates en la veredita de la cocina, porque
también
ella
quería acompañar a su sobrina. Salió
ésta al sentir voces,
medio dormida aún, pero
plandeciente de ilusión, por vestir
blanco y ponerse confeccionara.
La
la
vistieron en
mientras
chas,
Ataviada con una mosca en la
— Jesús, ¡
medio
del patio las dos
Saturnina,
la
res-
traje de tul
corona de rositas que Laura
con
transformación de
asistía a la
el
le
mucha-
maternal,
sonrisa
la criatura.
inmaculada vestidura, parecía
leche.
criatura,
que estás negra
!
— exclamó
desconsolada Matilde. la
Virginia pareció entristecerse y Saturnina estiró jeta con desdén, y canturreó volviendo la es-
palda
:
—
San Benito es negro, Negro en su color; Pero en sus acciones Más blanco que el sol.
Con
ésto se rió la chica.
Misia Presentación también
con ellas. Soladon Pedro y Pulhombres de casa, espíritus fuertes, asistían con begarcito, que eran
mente
los
iría
la
nevolente ironía a los preparativos de
la
primera
comunión.
De Link nada sabían muy temprano, sin
salir
;
pero cuando
lo
vieron
desayunarse, imaginaron-
.
LOS OJOS VKN DADOS
que iría a la iglesia a prepararse, para aoolmpañar a su novia, con sencillez y amor, en el sagrado
se
banquete.
Noemí co, ra. ele
sí
que estaba
con su vestido blanmanos diligentes de Lau-
linda,
obra también de las la había adoptado, y cada tarde separábase ella con angustia, pensando cómo se la devolEsta
vería a la
mañana
siguiente el sórdido conventillo
en que vivía con una
Tenía
tía vieja.
los ojos azu-
con las pupilas muy negras, y tan encendido el color, que siempre parecía que llegaba corriendo. Por debajo del tul se escapaban mechones de su cales,
bellera indomable, de
un rubio obscuro, que con
los
años ennegrecería
Matilde
le
había comprado un
aunque no sabía quio. "¡
A
No
Virginia
se
leer, le
librito
de misa y
entusiasmó con
el
obse-
tocó un rosarito de coral.
comprendéis
la
comunión
visto morir a vuestro padre,
ni
!
No
habéis, pues,
llegar al
altar a
vuestra hija!"
Estas palabras que Link había leído en algún de apología católica, adquirieron una sobera-
libro
na expresión de verdad ante
el
conmovedor espec-
táculo.
En se
la iglesia
sonora, las oraciones de los niños
remontaban como Por
las
si
tuviesen alas.
altas vidrieras entraba la
luz
en haces
de distintos colores, y se recibía la extraña, inefable sensación de
nave.
que
el
arco
iris
llenaba la gótica
HUGO WAST
No había más riquezas que aquellas doce columnas de granito rosado, y en el altar mayor, la eterna hermosura de la Purísima, entre lirios de bronce. El techo pintado de
sembrado de grandes luminoso y lejano. Una paloma, que se había entrado por algún resquiazul,
estrellas amariiias, aparecía
cio de las vidrieras, aleteaba
en
el
hueco de una ven-
sombra de
tana, y desde afuera se proyectaba la otras palomas, que anidaban en la torre.
Cuando
niños se acercaron
los
al
comulgatorio,
campana, y la iglesia se llenó de armonías profundas como la caja de un violín.
sonó
la
Kn dos hileras entraron al fin otros niños, de un colegio de caridad, los varones a un lado» las mujercuas ai otro, cantando *'¡A1 cielo! ¡al cieuieron una vuelta y salieron llevándose como lo una nube de incienso el grupo inocente de los primeros comulgantes, y dejando en los corazones con el eco de su voz, la frescura de su ale!
gría.
Don Pedro a
la puerta.
mirábalo todo, arrinconado, próximo
Pero no estaba como
el
pubiicano, de
rotunas, golpeándose el pecho, sino de pie, admi-
rando
lo
que
el
llamaba "el genio del cristianismo",
pero compadecido a
la vez,
desde
lo alto
de su es-
cepticismo, de la exigua mentalidad de los
No
quedó junto a con
la
líeles.
advirtió por cierto, que una de sus hijas se la
baranda del comulgatorio, quieta,
cara oculta en
las
manos, como
si
durmiese
:
!
LOS OJOS VENDADOS
o llorase
203
y que no se movió ni cuando todos sa-
;
lieron.
como
Carlos Link
mó
la esperó, y a llegarse hasta ella y
tardase, se ani-
llamó por su dulce
la
nombre
— Matilde I
La muchacha
se estremeció y levantó la cabeza,
y Link observó la húmeda huella de un él no había causado.
—¿Qué
pasa, Matilde?
le
—
le
llanto,
que
preguntó en voz
baja.
— No ¡
sé
he podido el
—
!
corazón se El
la
respondió
asistir a
me
saliendo.
ella,
—
una primera comunión,
llene
que
de lágrimas.
miró con amor, y
—Estas lágrimas
Nunca sin
le
dijo:
son dulces; que no falten nun-
ca en su corazón, Matilde.
Llegaron
los
dos a su casa cuando ya estaban to-
dos alrededor de
la
tazas de chocolate.
juntas en
Don vía
la
mesa, en que humeaban unas
Noemí y
Pedro, oliendo
no podía
Virginia sentáronse
cabecera.
leer,
el
diario fresco,
porque aún
le
que toda-
faltaban dos meses
atrasados, dijo.
— No
hay duda que el catolicismo es más prácque el protestantismo. En Inglaterra las iglesias son más frías, no sólo por el clima, sino por la religión protestante. Yo no he estado en Inglaterra, pero algunos amigos que han estado, me han
tico
dicho que es
así.
.
.
HUGO "WAST
204
Se ató
la
como un
servilleta
babero, y se puso
a sorber su chocolate.
Apareció vistiéndose
mangas de camisa, a Link un tele-
en
Pulgarcito, todavía,
entregó
y
grama.
— No
—
sé
quién
hubiera
lo
recibido,
—
dijo.
no me hubiese quedado yo a cuidar la caYa ven que también es útil levantarse tarde.
si
sa.
Todos miraron a Link que
se había puesto pá-
lido.
— Mi
padre está
¡
do
muy
grave
—
!
exclamó dan-
papel a Matilde.
el
Se fué a su cuarto y
ella lo siguió:
—Tengo tes
que irme esta noche; no llegaré ande pasado mañana. .
— Llegará muy
a tiempo, y lo salvará.
Su padre
es
fuerte.
— En su vida ha estado enfermo; — — pero destino de sanos caer los
el
es
explicó
él
del primer
golpe.
— Dios El
la
no querrá...
miraba intensamente.
—¿Quiere
que
le
confíe
mi
secreto,
Matilde?
—Sí...
—He tenido miedo de perderla. — Por qué —¿Para qué decirle más? Debe
.
¿
que nunca
?
la
bastarle
he sentido más mía que hoy.
saber
LOS OJOS VENDADOS
205
con ingenua pasión, y le tendió los brazos, y Matilde espontáneamente acudió a refugiarse en ellos, como una paloma que se salva
Lo
dijo
en su nido.
XII
¿Te aguardará hasta
la
vuelta?
Hacía ya un mes que Link estaba en Helvecia, cuidando a su padre. Podía pensar que había ganado la batalla con muerte, aunque la traidora pulmonía que aca-
la
baba de vencer, acechara sus menores descuidos.
Don Carlos salió de su enfermedad encanecido y adusto. Su barba oscura, que antes su mujer redondeaba a tijeretazos, era un matorral gris, que él atusaba con aspereza cuando se impacientaba. Dolíale
cama,
él
haber perdido más de un mes en
que solamente en día de
fiesta
la
conocía
reposo.
el
No
bien se pudo sentar,
de
a'rco
ra,
— y pidió que
niquelado,
cerrajero y didos
un
se
caló
sus anteojos
— los de oro para cuando
salie-
le
trajesen sus herramientas de
fusil
que construía en ratos per-
.
1
Tenía colgados en la pared un winchester de tiros, y una buena escopeta, mas habíasele
8
.
HUGO WAST
208
puesto que
ideado por
el
te
él,
y trabajado hasta
con sus manos,
último tornillo
más
sería
el
fuer-
y de mayor precisión. Sólo había consentido en el doble caño de una antigua escopeinglesa, porque en su taller no era posible
utilizar
ta
construirlo
mejor
y motivo pueblo
de
;
pero todo
admiración
el resto
para
era su obra
vecinos del
los
Habría estrenado ya su pesada espingarda, cazando patos o yacarés en la isla, cuyas márgenes verdes veía desde su cama, ele no haber sobrevenido aquella enfermedad, que lo ultrajó, como una deshonra de familia, porque era él hombre fuerte por excelencia, y lo obligó a llamar a su hijo, para bendecirlo antes de morir.
Ahora ya no pensaba en la muerte; pero ha más dócil a las advertencias de st*
bíase vuelto
premiando
hijo,
ven
así
la
dedicación con que
lo cuidara.
— No
me he
de morir
—
decía
;
—
chas cosas que arreglar. Además, se
ei
jo-
tengo mu-
me ha
ocu-
una nueva máquina sembradora de maní, utilizable también para el maíz y los porotos... Cuando concluya el fusil me pondré a dibujarla. rrido
Carlos pasábase horas enteras junto a
su
ca-
ma, pero carecía de espíritu para entretenerlo. Estaba hondamente preocupado, sin noticias de Buenos Aires, donde tenía el corazón.
Dos
cartas
recibió
al
principio,
dos
cartitas
inexpresivas, pero que lo llenaron de gozo, ima-
1.0S
OJOS VENDADOS
209
ginándose que en cada una de su^ palabras, se escondía una intención amorosa. Después nada.
Ahora,
al
releerlas, hallaba
que
la
segunda era
más breve y menos espontánea. Con ninguno de su familia hablaba de
su no-
via.
Su padre, habría querido casarle con alguna muchacha del pueblo. Hombre sin fantasía, sólo gustaba de
las
realidades
a que estaban hechos
sus ojos y sus hábitos.
Una
joven porteña tendría
la
Menos mal que de
vanidades.
la
cabeza llena de escogida podía
esperarse que se aficionara a las costumbres del
campo, ya que su familia era de Santa Rosa. Con todo, lo más seguro habría sido no buscar tan lejos la compañera de su vida.
Una llón
hadas,
La
tarde Carlos Link se adormeció en su
si-
de mimbre, mientras su padre, entre almoajustaba
siesta
con
la
lima las llaves del
había sido calurosa, pero
el
fusil.
techo de
paja era fresco, y a las habitaciones llegaba una brisa endulzada en la sombra del naranjal.
Don
Carlos abandonó
la lima,
con que mordía
el
metal, y al cesar su chirrido, su hijo abrió los ojos.
— ¡Vaya! — quise respetarte sueño y dejé de ha sido para peor. — ¡Ya no tengo sueño! — exclamó joven, vantándose; — es demasiado tarde para dormir el
trabajar, y
el
lela
siesta.
Voy
a
ir
hasta
el
pueblo.
HUGO VTAST
210
Distaban del pueblo diez "cuadrados", curiosa longitudinal, usada entre los colonos, lo
medida
cual significaba que para
pueblo debían
re-
correr dos chacras cuadradas, que miden por
la-
ir al
do 400 metros. Entró en ese momento doña Celina, su madre, mujer suave y complaciente, que hablaba muy poco. Hizo una seña a su hijo y juntos salieron. Las dos parvas de maní de la chacra vieja, están ardiendo, dijo doña Celina.
— diga a papá. —No —¿Qué haremos? Ya se lo
está avisado el comisario;
dicen que ha sido un malintencionado, por vengarse
de tu padre.
En
— ¿A
¡
momento
ese
se
humo me han quemado
Siento olor a
que
oyó a éste que gritaba: !
A las
ver,
abran
la
ventana.
parvas?
Corrió su hijo y lo halló fuera del lecho, forcejeando con los pasadores de la ventana, para mirar desde allí las parvas en que tenía puesta su ilusión.
— exclamó alzando
—
No
La
llanura se extendía sin declive ni arruga, has-
¿
ven ?
los brazos.
en cuadrados, por cercos de alambre, en cuyos postes se posabinmóvil una vigilante lechuza, se preparaba uo
ta los confines del bosque. Dividida
veces por año, en
el
otoño y en
la
primavera, para
sementeras de maní o de maíz, que eran los principales productos de aquellas tierras. Cerca de las
las
un sandial y una viruta, y a naranjos multitud de colmenas.
casas, había
sombra de
los
Las dos parva
I
separadas por un trecho
muy
la
cor-
.
:
OJOS VENDADOS
1.ÜS
21
í
debían de haberse prendido a la vez. Dos negras columnas de humo ascendían hasta unirse to,
en
en una sola inmensa nube, que oscu-
lo alto,
Apenas soplaba un
recía el sol.
suave, que llevaba
el
muy
vientecito
vaho del incendio hacia
el
monte
De pronto asomó una
lengüecita punzó, por uno
de los costados, de una parva, y luego otra y que se escurrieron tímidas e indecisas al
otra,
y luego ágiles e impetuosas, como si aquél fuese un nidal de serpientes rojas, que bus-
principio,
caban
—
¡
salida.
Ya no hay
remedio
que presenciaba verja; y perdió
el
—
!
exclamó don Carlos,
espectáculo, agarrado a la
el sentido.
Entre su mujer y su hijo metiéronlo de nuevo en la cama. Minutos después las dos parvas eran una sola pira.
Carlos Link no pensó ya en
padre no recobró che.
Le había
clando ciente
cienda,
el
vuelto la
que inundaba la
fiebre,
preocupaciones,
sus
suba del
ir
al
el
la
no-
y deliraba mezincendio,
donde tenía maní, que hacía más la
Su
pueblo.
conocimiento en toda
isla,
la
la
cre-
ha-
sensible
su pérdida y el casamiento de su hijo.
Hacia el alba se calmó y durmió un rato. Todos se acostaron, menos Carlos, que se adormeció
en
el sillón.
Su padre
—Tenía fiesta
lo
habló
doscientos quintales de maní,
de tu
casamiento.
para
la
Ahora no tengo nada.
;
!
tíÚGO WAc'i
2 ti
Podrás decirle a lu novia que somos pobres, y deberás alegrarte de que te crea. No hable, papá le hace mal Si te cree y se entristece, deberás alegrarte
—
¡
!
¡
—
porque no es
Su
mujer que
la
te conviene.
hijo le tapó dulcemente la boca, para que
no blasfemara de la que había encendido su corazón con un fuego más ardiente que el que consumía sus riquezas. El viejo tornó a dormirse; pero él se desveló, pensando en su novia. Había tenido la ilusión de verla dentro de pocos días, pues su padre mejoraba. Ahora que volvía atrás, no sabía cuándo podría partir.
No ja de
ánimo para escribidle de mucho tiempo,
tenía
contestaría
no
él,
;
antes le
devolvería su amor,
eUa no y si
lo
le
que-
la
había
perdido.
No se rebelaba contra la enfermedad, causa de aquel dolor; y estaba dispuesto a quedarse a la cabecera de su padre, todo el tiempo que Dios quisiera.
Sabía que su bondad era su única fuerza, pa ra luchar con sus rivales. ;
I
'ero quiénes
eran éstos ?
Apenas conocía
la
gente con quien se encon-
tráis Matilde. Habíale oído recordar con elogio a
Velarde,
pensó en «le
la
el
él;
joven,
le
secretario
del
colegio
pero una frase de
puso cu pi
el
o) ectoa
la
nacional
rastro de la vendad.
para
el
;
y
segunda carta carnaval,
"Se [«re-
LOS OJOS VENDADOS
mos
al baile
\1ds.
Mario Burgueño
213
de máscaras de Carapachay, en Oli(ha
comprado un automó-
y nos llevará a todos". Esa noticia era una ilusión de
vil
modo no
la
hubiera trasmitido
alegría de ese párrafo con el
ella;
de
otro
y contrastaba la tono indiferente de ;
la carta.
Carlos Link se puso de
hostigado por
pie,
empezó
la
de punta a punta, en la gran pieza, desmantelada, que se llenaba de sombras danzadoras y fantástisospecha
naciente
cas,
a
pasearse,
a los reflejos del incendio.
Se asomaba a raba
y
;
al
la
ventana
entreabierta,
y
mi-
campo iluminado y con un gesto de do-
lor volvía a pasear.
Así estuvo hasta el alba. El aire delgado y húmedo hizo toser al enfermo. Cerró *.a ventana, a fin de que la luz azul de la aurora, y los rumores de la gente no lo despegasen.
De cuando en cuando le ponía sobre la frente un trapo mojado, para defender el cerebro de la fiebre y cada dos horas le hacía beber un antitérmico.
Se volvió a sentarse en un sillón, y se durmió profundamente. El día tardó en llegar, porque
un espeso nublado
del sudeste trajo la lluvia
que
como un cendal amarillo. Varias veces entró doña Celina, con paso ga-
envolvió
la tierra
tuno, pero se contentó con echar
una mirada
so-
bre los dos hombres que dormían, y salió.
En
su
sueño alguna alegría
le
hizo sonreír, y
HUGO WAST
214 la
impresión
el
correo de
Soñó en
recordó.
lo
villa
la
efecto,
había una carta para
que en él, una
un sobrecito perfumado. Se levantó, refrescó la frente del enfermo renovando el aposito y salió a la galería, desde la cual se divisaba el río gredoso, hinchado por la carta en
y más oscuro bajo el cielo gris, y las verdes y esfumadas, detrás de la cortina de
creciente, islas
lluvia.
la
Una
canaleta de latón
recogía
el
agua del
te-
cho, cubierto de chapas de zinc, y la volcaba por
un caño en cuatro ce
colocadas en los ángulos
tinas,
la casa.
En
fierras
las
y permeahles de construir un aljibe ni la
inconsistentes
no era
región,
la
fácil
Gbra resultaba duradera; por eso guardaban duíante algunos días,
que
la
de
agua de
el
lluvia,
más
dulce
los porros.
Doña Celina le trajo una taza de café ¿Vas a salir con esta lluvia, hijo?
—
—
negro. le
pre-
guntó, viéndolo emponcharse.
— Iré
hasta
la
villa,
¿no hay un caballo? Kn
media hora estaré de vuelta.
No
quiso explicar
madre apenas
le
la
ilusión
que
lo llevaba.
Su
hablaba de su novia, conociendo'
le ponía don Carlos y el joven gusto en mencionarla delante de perso-
los
reparos que
no
sentía
nas que no Zacarías,
la
;
querían.
uno de
s\ts
hermanos menores, mucomo una ma-
chacho de diez a doce años, rubio zorca de maíz,
trajo
un
tílbnry,
y Carlos
stibió.
LOS OJOS VENDADOS
Un
caballito
canrnos. arrancó
criollo, al
acostumbrado
trote,
aquellos
a
abriendo con las ruedas
un taío limplío y recto en
—Vas
215
arena mojada.
la
—
a resfriarte. Zacarías.
mucha-
dijo al
cho, que iba en maneras de camisa, defendiéndose
apenas de
la lluvia
con una bolsa doblada en forma
de capuchón.
—Ya
—
estoy acostumbrado;
ciendo chasquear su
mavor admirase
la
le
resoondió, ha-
para que
fusta,
habilidad
el
hermano
con que guiaba
el
tilbury.
Kl camino corría por lo
el
labio de la barranca, a
larra de un brazo del río.
En
las depresiones del terreno, el asrua se des-
bordaba cubriendo un trecho de caballo la
recorría
senda, que
la
imperturbablemente,
panza.
— De
secuir creciendo así
pronto no llegaremos
Junto a
la
or'lla
al
se
de hojas aguachentas
—
observó Carlos
los
—
pueblo sino en canoa.
acumulaban los camalotes y verdes, prolongando en
apariencias la tierra firme, y hacia recían
el
salpicándose
el
med'O,
flo-
maíces del agua, plantas maravillosas,
oue sólo cada lustro abren sus
flores,
a
ras
de
como enormes bandejas redondas, de un metro o más de diámetro, defendidas por terri-
la
superficie,
bles espinas.
Aun
en
la
población reinaba
el
silencio
:
los ca-
rros cargados de bolsas de maní, o atestados de
sandías, circulaban sin ruido sobre
compacto arenal de
las calles.
el
limpio y
!
HUGO WAST
2l6
Las
calles
de
población estaban desiertas y
la
todas las puertas cenadas.
Cada
casita, cada rancho, tenía un jardín rúsy frondoso y un naranjal. No se veía un alma, pero en todos los techos ascendía un pena-
tico
de humo, que
chito
necía
la
desflecaba y desva-
lluvia
.
En un almacén jugaban a
los
vieron
naipes,
gente.
ante
Varios colonos
una mesita instalada
cerca de la puerta. Afirmado contra
pie sobre el
el
umbral, con
el
el
marco, de
sombrero en
los ojos,
saco desprendido, ceñida la cintura por un
rador en que se percibía
la culata
ti-
de un revólver,
estaba un paisano, ensimismado y torvo, mirando ilover.
Era
comisario.
el
Link la saludó, y él gruñó unos buenos días y le hizo señal de acercarse. Zacarías enderezó el tilbury, hasta rozar el cordón de la Carlos
vereda.
—¿Siguen ardiendo sus parvas, amigo? — Ya no; ya han apagado, — contestó Carlos, — Más vale — Se han apagado cuando acabaron de quese
sin interés.
así
¡
se
mar.
Los colonos, que habían dejado de jugar, por una carcajada.
oír la conversación, soltaron
Al
pero
comisario se
calló.
mi lengua
le
No
pareció tenía
no era dócil.
insolente
muy
claras
la
las
respuesta..
ideas,
y
!
!
OJOS VENDADOS
I.OS
Volvió
21 7
espalda con desdén, se acercó
la
al
in.cs-
;rador y se hizo llenar de anís la copa para apretar ti
cognac, que antes bebiera.
Carlos
prosiguió
su
camino, y
en
bajó
se
el
correo, y por una ventanilla, pidió la correspondencia que hubiera para él. Le temblaba la voz al
hacer
el
pedido.
Diéronle diarios de Buenos Aires, y algunos catálogos, y unas cartas para su padre; con lo cual llenó
el
cajón del
Pero su esperanza
tilbury.
lo
como
había engañado. ¿Par qué creyó en un sueño,
un niño?
nuevo
vSubió de sin ver el
al
y regresó a su casa
tilbury,
camino» sin oír
charla de su hermano,
la
na fuese la imagen de ella y la voz que dijera su nombre. Su madre lo esperaba ansiosa: el enfermo de-
ciego y sordo para todo lo que
liraba
.
— Déjela
dormir,
—
mamá;
le
contestó
él
des-
pués de examinarlo.
—Hijo, ¿sabes que habla de — ¡Déjelo, déjelo! —Tiene esa preocupación... no
piensa, que
te
conviene?
— ¡Mamá! — exclamó no me hable réplica — ¡
la
conoce y yo
—¿Es — ¡
Sí,
tu novia?...
¿No Ya na
será
como
él
conozco...
la
joven con gesto de
el
mal de
ella
!,
¡
usted no
sí
buena, es trabajadora, es humilde? sí,
sí
Se habían sentado
junto,
a
la
mesa
del
come-
.
HUGO WAST
2l8
dor, contiguo al cuarto del enfermo; y lina,
dejar de
sin
un trapo
el
oír,
doña Ce-
de hablar, frotaba con
ni
hule floreado que
les
servía de
man-
tel.
Todo loradas, el
en la casa, desde
el
aoarador. mostraba que
t-ra.n
En
piso de baldosas co-
hasta la vaiilla ordinaria que relucía en la
dueña y sus hijas
hacendosas. las paredes,
blanaueadas cada año exhibían"
un trineo corriendo en
se algunas pinturas: ve, perseguido
la
n
;
e-
por una manada de lobos, escenas
de Ótelo, y presidiéndolo todo, la infaltable amolinción fotográfica, encardada por 20 francos a París,
del
dueño de
casa,
oon
su barba atusada
y sus severos anteoios.
Carlos
desniego
los
periódicos
sobra
la
mesa.
y pareció absorberse en su lectura. Habría de:-eado hablar de Matilde, con alguien que no lo contradijese, y que
no
le
preguntara ¿te con-
vendrá esa niña?; con alguien que lo ovese conmovido v contagiado por el fervor con que él la nombraría
Entró Isabel, la menor de sus hermanas, que andaba en los trece años, más espigada ya que todas las chicas de SU edad. ti
No
era bonita, pero
fresca y natural, con su pollerita de percal azul.
NI
bata
de
la
en
la
dor.
blanca,
la
trenza bien,
ceñida
alrededor
cabeza y calzada con alpargatas, que dejó galería para no embarrar el piso del come-
!
LOS OJOS VKMJAIiOS
Su hermano
2ig
miró con ternura.
la
Pensó cómo
luedaría su novia con aquel traje sencillo y con qué gracia le presentajria el regalo que ella le traía,
carcajadas.
riéndose a
— Una ¡
docena completa de huevos de perdiz
Los huevos de color marrón, en
se le ofrecían
tibios y lustrosos, fondo de un sombrero.
el
—¿Dónde has hallado esta riqueza? —En chacra de lechuzas. Fui a ver parvas quemadas ¿te habrás emba—¿Has ido con rrado? en charco de —Ya me he lavado
las
las
la
.
.
.
esta
lluvia?,
los pies
los
el
patos.
—¿Y — Se
ese sombrero?
Guillermo.
¿Te gusta
cabeza...
Lo he
dejado en
mi regalo? ¿Crees que
es
dar con lina nidada de huevos de perdiz?
fácil
niña era como una censura. Pa"Tú, hijo de paisano, trasplantado
El tono de recía decirle a
a
quité
lo
la :
que buscas novia
ciudad,
la
allí,
debes de ha-
berte olvidado de las cosas que te alegraban cuan-
do niño.
— Me tría
La
1
gusta tu regalo, y
me
gusta
más
tu
ale-
.
— l
." .
¿
besó en
la
mejilla mojada, blanca y pecosa. ? Para que se los
Sabes para qué te los doy
eves a tu novia.
.
.
¿No me
en estos días? El movió
la
cabeza.
dijiste
que
te ibas a ir
:
HUGO AVAST
220
—Hasta
que papá
sane,
no,
no pienso moverme
de aquí.
La
—
chica se puso seria.
Si
tan bonita tu
es
de que
te la
novia ¿no tenes
miedo
quiten, tardando en volver?
Formuló su pregunta gravemente, imaginándose que ése era uno de los problemas de les noviazgos. Dejó el sombrero en la mesa y aguardó con interés la respuesta.
Carlos
tomó
le
las
manos, y
dos
le
con
dijo
aparente severidad
— Si
estuvieses de novia ¿serías tan veleta. Isa-
bel?.
La
chica se encogió de hombros.
— Qué ¡
mente,
sé
bajoi
yo la
que ansiaba
oír
—
!
exclamó ruborizándose
leve-
miíada cariñosa de su hermano, an sus labios
el
nomibre de su
novia.
Apareció Guillermo, otro de sus hermanos, en ¿abeza. Se desprendió dolas en
filo
el
el
barro de
las botas, rascán-
de Una pala clavada frente a
la
puerta, pera cuando fué a entrar, oyóse la voz de .Flsa,
la
hermana mayor, que desde
la
cocina,
lo
.•menazaba:
—
Si
llegas
a
embarrarme
H0 vas a probar tortas
Con toda
el
piso del comedor,
en una semana.
paciencia Guillermo restregó de nuevo
sus botas, y entró por cinc
fritas
había cazado a
fin,
exhibiendo dos perdices
rebencazos en
la
chacra.
OJOS
Í.08
— No mado
.
.
V1-.M>
\l
22t
O-
queda un grano de maní
Cómo
¿
.
;
lodo se ha que-
papá ?
está
Guillermo era un mozo de veintitrés años, algo Carlos. Rubio, de ojos oscuros, fuerte y
menor que elegante en
más
L-er
slt
rusticidad, producía la impresión de
inteligente
Carlos explicó
el
recomenzaba
^olpe, y l^rga,
el
se
—¿Vas
estudiante.
La mede un
disipaba
enfermo su lucha. Sería
pero tenía confianza en
cuidados que
el
estado de su padre.
alcanzada en esos días
joría
'os
que su hermano
la
naturaleza y en
dispensarían.
le
—
a quedarte, entonces?
preguntó Gui-
llermo sentándose.
Elsa acababa de traer una cafetera humeante y un
gran pan, mientras Isabel disponía
las
grandes tazas
enlozadas frente a cada asiento. Elsa era una
muy
chacha
cuidado de
menas, tios,
la
la
alta
y
la casa,
muy La
rubia
mu-
que vivía atada
al
cocina, el gallinero, las col-
limpieza de las habitaciones y de los pa-
donde comida de
vigilancia del galpón,
los
aperos de labranza,
do
le
incumbía a
ella,
la
y
se
reposaba
ni
guardaban
los perros, toni
dejaba
en rq)oso a nadie.
De
sus
henmanos
¡prefería
a
Guillermo,
.por-
que era fuerte y diestro, y sus brazos producían para la casa y no veía con buenos ojos a Car;
los,
que gastaba mes a mes
quintales de maní, sin rendir
Por
cierto
el
valor
de quince
un grano.
que aquella joven elegante y bonita.
.
HUGO
22á
que no
le
1
y pobre como una lechuza,
describía,
les
él
VTASl
cayó en gracia.
misma
el pan y distribuyó el azúcar que Isabel iba llenando. repitió Guillermo. ¿Vas a quedarte?
Cortó
ella
las
tazas,
en
—
—
comprendió
'Carlos
intención
la
de su hermano. Yodos en
ta
mismo que
¿Esa
decir:
c_uerían
y
Isabel,
la
novia
pregun-
la
casa pensaban lo
palabras
las
de
tan
de Guillermo bonita,
no,
se
dejará conquistar por otro durante tu ausencia?
Contestó evasivamente y se puso a recorrer los mientras Iiar^el le cubría de manteca las
diarios,
íebanadas de su pan
—¿Te gusta — mi —¿Pero no
Carlos?
así,
hijita.
Sí,
esto que
te
más que
gustaría
"ella''
Carlos tomó suavemente de
junto a
y
la hizo sentar
ia
atención de los demás se
la
mano
a
— No
me sí
.
muy
hables de
satisfecha
preferido,
En
fritas,
le
ella,
delante de los otros.
la
cabeza afirmativamen-
.
La muchacha movió mi
chica
secreto:
Después
te,
la
y aprovechando que distraía por la llegada
él,
de su madre con una fuente de tortas oijo en
hiciera
hago yo?
la
de que su hermano mayor,
toaiara
por confidente.
de lluvia eran tradicionales lu> tortas que M tomaban con maite, y servían para entreten»- a la gente, que no pudienlas
días
fritas
.
LOS OJOS VENDADOS
do
salir
vil
el
campo,
al
los únicos días
porque en
la
en que
tomaba ma-
Una cuezo,
se
allí
cocina o
no importaba que
ocasiones
tales
gente perdiera
la
refugiaban en
galpón.
Eran te,
se
223
algún tiempo.
vaca negra, con una horqueta en se
ba hacia
había acercado a
ventana,
la
huerta y se puso a lamer
la
pes-
el
que dael
salitre
revoque.
uel
Elsa gritó:
— ¡Ya
se
ha entrado
la
"Chacarera"
Corre Zacarías a echarla, y ve trillo en el cerco.
al
naranjal!
hay algún po-
si
.
El muchacho bebió a toda prisa su café, mientras
la
diendo
vaca sintiendo que
ya,
alboroto,
y
compren-
denunciado
su
presencia,
el
habían
tomó tranquilamente, bajo mino de la huerta. Cruzó por encima
de
cuantos moriscos entre
el
la
las
fina
garúa,
lechugas,
dio
ca-
el
unos
maizal de choclos
es-
cogidos, y sin apresuiarse, aunque sentía detrás de ella
el
galope del muchacho, llegó
al
cerco, metió
los
cuernos por entic dos alambres flojos, forcejeó
un
rato, a
causa de
acostumbrada fía
los
la
horqueta, pero con su
salió del trance,
y recibió con
cascotazos de su perseguidor.
maña filoso-
.
.
XIII
Hipocresía
Veinte días más pasó Carlos Link en casa de su
pad
,-
y duiante ese
e,
tempo
sólo
recibió "una
rartita de Laura, pidiéndole noticias del enferma.
Ni una palabra que explicase nova.
el
prolongado
silen-
cio de su
— ¡Mejo>r! — — ¡Le
la
se
dijo
él
con desesperada resig-
sería tan fácil
nación.
verdad
.
engañarme! Prefiero
.
El robusto organ'smo de don Carlos venció de
nuevo a
la
muerte, y su hijo pudo pensar en vol-
verse.
— Malas jole
vacaciones has tenido, Carlos
viejo-
el
—
Pero
me
has salvado
y volverás contento; esta práctica Cuando se acerque el día de la verte.
te
—
será
tesis,
dí-
vida,
la
útil.
iré
a
.
Ni una palabra de su novia. Celina, que vivía espiando la voluntad de su marido, también dejó de mencionarla. Carlos comprendió que si Matilde lo había olvidado,
Doña
nadie lo ayudaría a reconquistarla.
HUGO WAST
226
Cuando emprendió
la vuelta, habíanse cummeses desde que salió de Buenos AiTenía la sensación de que todo le sería nue-
plido dos res.
vo, el paisaje y las almas.
Se embarcó a la media noche en el vaporcito que hacía la carrera hasta Santa Fe, tomando pasajeros y carga en todos los caseríos de
la
margen.
No
eran gentes expansivas sus padres ni sus
hermanos, y
lo
despidieron
como
a
una
de cum¡plido. Sólo su hermanita Isabel se
visita le
echó
besó con ternura, y le dijo algunas palabras que él no entendió y que ella no quiso repetir.
al cuello
y
lo
El vaporcito levó anclas con áspero ruido de el agua ruidosamen-
cadenas. Sus palas azotaron te,
del
y empezó a descender gran Paraná.
el
negro riacho, brazo
Los pasajeros se metieron en sus camarotes, y Carlos Link se quedó solo, sobre el puente, de pecho contra
la
borda, viendo esfumarse los
contornos del pueblito. Ignoraba
si
volvería; sólo
un pensamiento, ganar de nuevo aquel corazón que huía de él.
tenía
Kran tiempos de agitaciones políticas, y a pede la hora, algunas luces brillaban en el pueblo, señalando los sitios donde se reunían sar
a jugar y a beber hasta
el
alba, los "elementos
electorales".
De
vez en cuando
el
augusto silencio de
la
!
LOS OJOS VENDADOS
noche, era ultrajado por
alarido de algún bo-
el
estruendo de un paquete de co-
rracho, o por
el
hetes que
caudillo
el
227
quemaba
a
la
puerta de
un almacén, para estimular la algazara de sus partidarios. Los perros ladraban excitados, mas luego todo se sumergía en la serenidad infinitaEl río estirado, sin una arruga, negro, se estremecía bajo
le
el
como un hu-
golpe de las rue-
das.
El cielo estrellado parecía marchar con que, mientras huía
la
el
bu-
franja oscura de la mar-
gen.
Sólo había un poco de luz en
el
cielo
y en
agua, que una estrella a ras del horizonte,
el
te-
ñía con un largo reguero luminoso.
El capitán dio sus últimas órdenes y se acercó a Link.
—¿Tomando fresco? —Así capitán. — Pero se van a comer el
es,
lo
¡
Nubes de do
la brisa
los
mosquitos
ellos se abatían sobre el vapor,
cuan-
calmaba.
Link hizo un gesto a
la
vez de indiferencia y
de sumisión y fué a refugiarse en su camarote. Apenas se recostó, quedóse dormido.
Habría querido soñar, y recordar algo de su sueño, para no llegar
al
día
como quien vuelve
de un largo viaje con las manos vacías. Ptfro soñó,
el
si
alba disipó totalmente sus visiones, en-
HUGO WAST
228
tregándolo otra vez a los pensamientos que
lo
acosaban.
¿Por qué no tilde lo
escribían? Si era porque
le
Ma-
había olvidado, se alegraba de aquel
si-
mejor que no lo engañasen. Sin embargo, en el fondo de sus entrañas, vibraba un mezquino deseo de ser engañado, con palabras que le permitiesen alentar una ilusión.
lencio
:
En
voz alta habría afirmado que prefería cola verdad pero dentro de sí, levantábase una humilde voz contra ese orgullo No, no, no Todo era preferible a la amarga certidum-
nocer
;
:
¡
!
bre de haberla perdido.
Se arrinconó a proa, en un
sitio
donde podía
pasar horas, sin que lo hablase nadie.
El barco navegaba ya por ná,
rozando casi
la
el
grandioso Para-
margen barrancosa.
El cielo aparecía estriado de nubes, que se como una seda vieja y las aguas eran una inmensa chapa de zinc, labrada a martilla-
abrían
;
zos, refulgente al sol.
El verano había sido lluvioso y el río, hinchado por las avenidas de toda la región, era tan ancho, que la otra orilla apenas se divisaba detrás de un cendal blanquecino-
Un
vaho ardiente alzábase de
pie de la barranca los camalotes
costas. Al formaban una
las
ondulante vereda, por donde saltaban los
galli-
tos del agua, tendidas al sol las alitas rojas
en lo alto reinaba
la selva
;
y
frondosa, laureles os-
LOS OJOS VENDADOS
229
pulidos timbóes, impenetrables curupies,
euros,
como bañados en sangre por
frágiles ceibos,
mo. La
tierra se desprendía roída
los árboles
quedaban con
y suspendidos sobre
te,
el río,
su
el
borde mis-
por
la corrien-
extraña floración, llegando hasta
las raíces al aire,
hasta que un vendaval
arrancaba del todo.
los
A
la
acista,
orilla
como
de los zanjones, que cortaban
afluentes
del
río,
crecían los
la
sauces,
en que se enredaban los mburucuyás, de frutas amarillas, y a cuya dulce
sombra cantaban
las
cigarras.
A
veces, en las abras del bosque, veíase el ran-
cho del puestero cuidador de haciendas, y a su puerta un caballo ensillado, que aguarda a su
dueño con paciencia, espantándose una nube de mosquitos; a veces la ramada mísera de un pescador, cuya canoa duerme entre los camalotes, mientras su dueño ceba algunos mates, antes de salir a recorrer
sus espineles.
Del fondo del bosque llegaba
el
regio silbo
de un boyero, y los martínpescadores y las matracas, acallaban su graznido; y cuando cesaba aquella nota de oro, sólo se oía brisa entre las pajas
y
el
el
zumbar de
flrepidante ruido
la
del
vapor.
El alma de Link se llenaba de aquella hermosura, que le infundía un extraño desaliento, parecido a
la
resignación y a
la paz.
!
HUGO WAST
230
Verdaderamente la dicha de ser amado, hademasiado grande para él. Las olas del incomparable río, se llevaban un poco de su corazón hacia el mar desconocido. ¿Cuándo volvería y quién lo acompañaría? Había soñado tanto con su viaje de bodas, que
bría sido
parecía haberlo realizado, y perseguía en su las emocionantes escenas.
le
memoria
Llegado a Santa Fe, esa misma tarde tomó el tren. Eran las nueve de la mañana siguiente, cuando se apeó de un coche, con su valija en la mano, en la esquina de la calle Migueletes. Quería hacer a pie media cuadra que faltaba para la casa de don Pedro. Calmaría sus nervios y no lo sentirían llegar. ¡
Pero qué esperanza
Cuando
aproximaba, divisó a don Pedro que volvía, diario en mano, arriando una gallina con doce pollitos y a tiempo que ambos se reunían en la puerta, salía misia Presenél
se
;
tación con
el
mate de
plata, a ofrecerlo a su
ma-
rido.
—
— ¡Pedvo!
¡Velo a Carlos! exclamó la señora abriendo los ojos, como ante una aparición.
—¿Cómo rándole una
está
Link?
—
mano suave
y
dijo iría.
—¿No me esperaban, verdad? —¿Sanó ya su padre? —
Sí.
leftora.
don
Pedro
esti-
.
!
1
:
LOS OJOS VENDADOS
—
23
Más vale así Don Pedro en cuatro chupadas apuró ¡
su
ma-
y resoplando se puso en cuclillas, a hacer pa-
te,
sar
el
umbral a
— No
tienen
los pollitos.
más que dos
Todavía no pueden
—
días,
saltar solos.
explicó.
—
Son de raza Or-
pington leonada. Míreles las patitas. Esta raza en Estados Unidos es menos estimada que batará, pero.
Carlos miraba ansiosamente
do ver a Matilde, en
mo
la
la
.
el
casa, esperan-
la
marco de sus
flores, co-
había imaginado.
Aguardó que don Pedro pasara y entró con su valija. la
Mas cuando cruzaba
escalerita
la
galería hacia
de su cuarto de estudiante, misia
Presentación, que
se
palabras ininteligibles, dijo con sonrisa
había alejado rezongando le salió al
encuentro, y
le
melosa
— Pase comedor, Carlos. — Voy a dejar esto en mi pieza. — No, no; pase comedor; yo al
al
.
.
le
voy a ex-
plicar.
Entró acongojado Link, y se sentó maquinalmente en el sillón de don Pedro. ¿Ha pasado mala noche? ¡se le conoce en la
—
cara! está pálido. así,
Debe de
fatigar
mucho un
viaje
de un tirón. Porque usted viene de Helvecia
¿no es cierto?
—
Sí,
señora.
!
HUGO WAST
232
— Me suponía Un día de vapor y un — Más o menos. — Bueno, pues, Carlitos, yo quería explicarle lo
¡
!
día
¡
de tren
que
hemos dado su
le
pieza a Pulgarcito. El po-
bre está cansado de dormir en catre, en
co-
el
medor, y de no tener un ropero a mano.
— No
importa,
prender todavía;
— —
respondió Carlos, sin com-
nos acomodaremos los dos.
Experimentaba una ansiedad, mezcla de nura y de gratitud, viendo que hablaban con afecto.
—
Sí,
pero ya verá, Carlitos.
lo
ter-
acogían y
Como
le
nosotros
hemos cambiado de posición, y a Pedro lo han nombrado anteayer inspector de cinematógrafos, ya no necesitamos alquilar ese cuarto... ¡Pero hijo, que pálido está! ¿Quiere una tacita de té? ¿A que no ha tomado el desayuno? ¡Virginia, Virginia Trae el brasero. Voy a cebarle unos !
mates.
— No, en
el
señora,
tren.
.
muchas
gracias.
Ya
he tomado
.
— Algo seguramente. — No, señora, algo caliente. —Unos matecitos no harán frío,
le
mal.
Salió misia Presentación a buscar los enseres para cebar mate, y entró Lana, acercándose a JJnk con una sonrisa fraternal y triste.
—¡Oh,
me
Laura! ¿qué ha pasado aquí? reciben?
¿Ya no
:
LOS OJOS VENDADOS
Ella
le
mano, que
la
clió
el
233
joven estrechó
ardientemente, repitiendo su pregunta, que era
una queja.
La muchacha no contestó, porque volvió su madre con el mate y la pava, seguida de la chicon
nita
brasero crepitante.
el
— Explicale,
Laurita, que
hemos cambiado de
posición.
— Si — ;
Laura con gesto apenado hemos cambiado de posición
dijo
ce dos días
;
—
ha-
lo
han
nombrado a papá inspector de cinematógrafos.
— — agregó Sí,
la
señora
— hace
dos días, pe-
han adelantado a tu padre dos meses de sueldo, lo que nos ha venido muy bien, porque estábamos algo atrasaditos.
ro ya
le
Mario Burgueño, que ha consegui— puesto, ha hecho adelantar... verdad: ha adelan— No esa no es bolsillo... tado de su — Mamá, yo no sabía — exclamó ruborizánle
Sí, sí,
do
le
el
hija,
la
¡
le
!
dose Laura.
— tado
¡
Sí, el
cómo no
!
De
su bolsillo
sueldo de dos meses.
de ese joven, que es
la
Lo
le
ha adelan-
digo en honor
generosidad en compen-
dio.
Laura y Link se miraron. no sabía eso repitió dulcemente la muchacha. Link hizo un esfuerzo y logró formular la pregunta que lo agitaba
— Yo
—
!
HUGO WAST
234
— ¿Y a — No, —
ella,
a Matilde, la
ademán vago, revelando ra tenían por
—¿Ya — Ya ¡
pase
la
han nombrado ya?
contestó misia Presentación, con un
poco interés que ahonombramiento.
el
el
no pretende el puesto? no vaya una bicoca para que vida suplicando que se la den !
¡
ella se
—¿Y
qué hace ahora? ¿dónde está? Tardaron un siglo en responderle. Misia Presentación cambiaba prolijamente la yerba del mate.
—
¿
Lo quiere con
quema-
leche y con azúcar
da?
— No, me
señora, gracias; no se moleste... Díga-
algo de ella... ¿por qué no sale?
La voz
le
temblaba. Las dos mujeres miraban
a otra parte.
Por te,
le
misia Presentación ofreciéndole
fin
— Ella no está aquí. —¿Se ha ido?... ¿se ha casado? — ¡Jesús qué ocurrencia! — exclamó la
el
ma-
dijo:
señora
;
y Link se avergonzó de
la
riéndose
ingenuidad
de su pregunta.
—¿Dónde está? — En de
Bistoltí.
lo
mucho, y
la
lia
María&ita
me
la
quiere
invitado a pasar unos días con
ella...
Link miró a Laura, cuyo silencio estaba lleno de explicaciones.
:
:
LOS OJOS VENDADOS
Se oyó
la
235
voz de don Pedro, reclamando a sn
consorte, y la
dama
salió.
— Laura — exclamó Carlos con desespera— Cuénteme qué ha pasado. — Yo no sé más que eso. Mariana invitó !
¡
ción.
la
por unos días y hace un mes que vive con Entonces... ya no me querrá...
— —¿Quién puede saber —¿Por qué no es
ella.
eso, Carlos?
conmigo? ¿No ha sido siempre usted una hermana para mí? Dígame la verdad no crea que me voy a morir leal
:
.
.
.
Agregó estas palabras simulando una sonrisa. Pero Laura sacudió
—¿Cómo
la
cabeza
quiere que yo sepa las cosas que pa-
Nunca me ha
confiado
un solo secreto. Si lo hubiese olvidado yo no lo sabría por ella, sino...
a usted,
san en
—
¡
alma de
el
Sino por mí
do por
la
!
ella?
—
exclamó Carlos conquista-
dulzura del acento de Laura.
—
Ya
lo
veo: todo ha cambiado, menos usted. Dios se lo pague.
Me
voy, puesto que ya mi rincón está
ocupado. Despídame de su VendL'é
más
—Venga dolo hasta
mamá
y de su papá.
tarde a llevar mis libros.
siempre
Link no advirtió
— dijo — Aunque le
la puerta.
el
ella
acompañán-
Matilde no
esté.
esfuerzo que tales palabras
costaron a la niña. El rumor de aquel nombre,
apagaba para él todas las luces del mundo: "Aunque Matilde no esté". Se atrevió entonces a preguntar
HUGO WAST
236
—¿Dónde podré verla? —¿A mí? — dijo Laura, y en dió que
él
el
acto compren-
hablaba de su hermana.
Carlos aclaró su pregunta, sin darse cuenta de
que
la hería.
—¿Si fuera a de — Creo que —¿No viene a esta casa? —Algunas veces.
Bistolfi,
lo
podría verla?
sí.
Despidiéronse la calle.
En
el
allí
;
y
con su
él
momento en que
valija,
cruzó
doblaba, se de-
tuvo para dejar paso a un automóvil. Matilde exclamó viendo quien iba en
—
¡
—
!
La muchacha oyó
su grito, hizo
auto, y tendió las dos
— ¡Carlos!
manos
él.
el
a Link.
¿Cómo
¿usted aquí?
detener
le
ha ido de
viaje?
Carlos se
le
acercó y enternecido
le
besó
las
manos. el fondo del coche, y le con menos entusiasmo: ¿Cuándo ha venido? ¿le han dicho dónde
Ella se retrajo hacia dijo
—
estoy yo?
Empezó
a explicarle con locuacidad las razo-
nes que tuvo para aceptar ñanita, y Link la oyó
al
la
invitación de
Ma-
principio con sorpresa
y empezó luego a sentir que la inconcieneia \ la alegría de ella, eran un ultraje a su amor. Pero no experimentó cólera, sino una gran compasión. Le acarició de nuevo las manos, y le cortó
la
palabra.
!
LOS OJOS VENDADOS
—
237
No me cuente eso Dígame sólo por qué me ha escrito. — Ah si usted supiera lo ocupadas que he!
¡
no
¡
!
mos
estado con los trajes de fantasía, para
baile
de Carapachay
!
.
.
el
.
— Cómo — No sabe que domingo de carnaval — Dentro de tres días — dijo — Sí habrá un gran baile en Olivos, y que ?
¿
el
.
.
.
él.
;
disfrazada de sultana con "charchaf
iré
— ¡No me cuente eso! — Pero usted también
yo
." .
.
rrá.
—¿Yo?
—
¡No me diga que no! Yo quiero que
¡Sí, sí!
vaya.
—¿Y
antes no puedo verla?
Ella se recostó contra
mullido respaldo del
el
coche y reflexionó un instante. Mejor es que no me vea.
— —¿Por qué? — Usted siempre hace ¿no es cierto? — contestó — ¡
Sí,
sí
!
tono confidencial con que bras, bajando
no
la
—
mucho
la
lo
que yo
él,
emocionado por
le
pido.
.
el
ella le dijo esas pala-
voz para que
el
chofer
oyese.
Bueno, entonces, no trate de verme hasta domingo. Tantos días Ha pasado dos meses; pase un poco más.
— —
.
el
¡
Y
.
HUGO WAST
238
vaya al baile. Yo se lo pido. Sería vez que no me obedeciera .
primera
la
.
Caídos sentía en la voz acariciadora una vehemencia, una interna alegría, un timbre nuevo,
que aun causándole un horrible dolor, y lo embriagaba.
— ¡Hasta
domingo!
el
.
—
le
entusiasta apretón de manos.
y
la
lo
aturdía
dijo ella con
Y
él
dejó
la
vio bajar en su casa y no tuvo
un
ir.se.
ánimo para
desobedecerla.
¿Qué ta
explicación tenía eso? Siempre
servada, que
ber visto
Lo sa
has-
ella,
en los días de mayor intimidad, fué tan
el
él
re-
nunca pudo envanecerse de ha-
fondo de sus pensamientos.
atribuía a timidez, y lo atraía la misterio-
hondura de su alma. Y. ahora
la
notaba ner-
viosa y parlanchína, como si quisiera desorientar su pensamiento y evitar que entre los dos cayera un minuto de silencio revelador.
Ni una sola de sus palabras insustanciales j un consuelo. Al alejarse de ella, trataba de recordar conversaciones pasadas, y de olvidar lo que acaba-
alegres, le produjo
ba de
oír.
— ¡Tiene ta
que ser de que me hace
hermano para
feliz!
Ni siquiera se da cuen-
sufrir.
Ya no
soy
ella; si la interrogase,
más
me
(pie
un
confia-
ría con inconciencia sus nuevos amores. Sólo un gran dolor podrá devolvérmela! Llegó a la estación y al hallarse con Noemí ¡
:
LOS OJOS VENDADOS
que
239
ofreció sus violetas, se le ocurrió por pri-
le
mera vez la dolorosa cuestión ¿Quién me la ha quitado? ¿dónde nocido? ¿dónde se ven ahora?
—
Era manso y
fatalista.
Cuando
le
ha co-
lo
ocurría una
desgracia, no cultivaba su pena, porque se ima-
ginaba que nadie tenía sólo
la
culpa de ello
;
y que
destino disponía las cosas.
el
Viendo a Noemí, pensó en Mario Burgueño, por una sutil asociación de imágenes. Recordó
que un día llevó Matilde a
las violetas
la casa,
entre regocijada y rubdrosa, y sintió un ímpetu
de cólera, de esa cólera cíficos.
Y
fría
y potente de
los pa-
entró una ardiente curiosidad de sa-
le
ber quién se
la
había quitado...
Entre tanto Matilde se detenía a la puerta de Unas mujeres del barrio, que la conocieron cuando gastaba sus pobres zapatos en las su casa.
aceras de las calles parterías, buscando un empleo, se
en
el
admiraron
al verla llegar
por tercera vez
lujoso automóvil.
—¡Debe ¿quién
le
ser de ella! ¿Pero dónde vive ahora? paga esta vida?
Matilde el primer día experimentó una vana complacencia ante aquella admiración des;
pués, comprendiendo que pensaban lujo, sufrió
vanecer
mal de su
una amarga humillación; y para des-
la hostilidad de las vecinas las saludó sonriendo, y entró sin llamar en la casa de sus padres.
HUGO WAST
24O
Misia Presentación apareció enjugándose las
manos con un repasador y
No hija,
la llenó
de caricias.
podía negar que estaba orgullosa de su por su hermosura y por su destreza para
abrirse camino.
— Se
que es tuyo el automóvil Matilde hizo un gesto displicente. diría
— ;No
lo
has hallado en
la
.
.
.
—
puerta?
—
pro-
madre en voz baja. Hace un ratito que se fué. Se empeñó en que le diera de nuevo su pieza. Yo le dije que habíamos cambiado de siguió su
posición y que buscase albergue en otro lado. Y se fué con la valija en la mano, como un "linyera".
Esto
lo
ánimo de halagar muchacha no contestó.
dijo la señora con
a su hija, pero la
Sentía que Link sufriese por obra de los otros. Ella cíale
ella tenía
sí,
que hasta
el
derecho de apenarlo
;
y pare-
dolor lo recibía de ella con
gratitud.
—;Y — En
papá? el
fondo, lavando las jaulas de las pa-
lomitas francesas. ¿Quieres que te lo llame?
ja,
Misia Presentación permanecía frente a SU hipronta a servirla, como una criada. Por ella
Garay y Tronde que Mario Burgueño ven
se transformaría el destino de los
coso.
No dudaba
dría antes de
un mes a pedirle su mano.
Laura salió al oír la conversac ón pero no manifestaba tener iguales ilusiones. Su madre, ;
!
:
LOS OJOS VENDADOS
empezaba
24!
a creer que el bien de su
infundía dolor y tristeza, lo que
ma
el
hermana
catecismo
le
lla-
envidia.
Matilde
la
—¿Está
muy
acogió con cariño y le preguntó: adelantado tu traje? No te que-
dan más que unos
—
días.
Ni adelantado,
ni
atrasado
:
yo no voy a
ir
al baile.
—¿No
vas a
— interrogó misia — ¿Después que hemos
baile?
al
ir
Presentación enfurecida.
gastado un platal en los preparativos?
— Lo que es a papá no cuestan un centavo, — respondió Laura mirando fijamente a su male
que torció
dre,
—Aunque
la cara.
hayamos tenido de
guien se encargase
los
la
suerte de que al-
gastos, es lastimoso
que se hagan sin provecho.
—¿Y
te
parece bien,
mamá,
aceptar esos
fa-
vores ?
— Me
parece
ra de lugar
— Si
muy
que
el
bien.
No hay
cosa
más
fue-
orgullo en los pobres.
conocieras las intenciones que traen los
regalos, podrías decir
si
el
no aceptarlos es
or-
gullo o dignidad.
Matilde que se sentía observada por su hermana, habría querido ganar su indulgencia, con buenos modales* pero no pudo contenerse al oír la alusión, y contestó con acritud Cualquiera creería que eres bruja y lees los pensamientos
—
¡
WABT
HTTGO
242
Y
su madre agregó sin mirarla:
—Eso
que sientes o es caridad o es envidia.
Elige...
Laura palideció y tuvo al borde de sus labios una réplica dura y cruel pero temió alejar para ;
siempre
corazón de su hermana.
el
— ¡Caridad,
mamá,
caridad!
Matilde no entendió su prudencia y
guardó
le
rencor.
— Está Creyó
al
celosa,
—
dijo misia Presentación.
principio que
Mario venía por
—
Tie-
ella.
nes que perdonar, Matilde.
—
Ya la he perdonado un buen obsequio. ¡
—¿Qué — Se
Y
hasta
le
he hecho
cosa?
lo dejo a Carlos
¡
!
Link
!
¡
Bastante
lo
ha
deseado! Misia
Presentación
se
echó
a
reír
con male-
volencia, por halagar a su hija, cuyos ojos lla-
meaban de
cólera.
— No quiero demorarme, — agregó muchacha. — Que vaya o no baile es cuenta suya. la
al
Se puso febrilmente a hacer un paquete de ropa blanca para llevarse. Las manos ban, y su madre
—¿No pere en
—
¡
tienes la
— Lo
me
!
le
tembla-
ayudó.
miedo de que ese hombre
esquina? Es tenaz y no
No, no
do que
la
Hará
lo
que yo
le
te es-
te dejará...
diga
;
si lo
man-
deje en paz, se irá para siempre.
creo
—
dijo
su
madre, recordando
la
:
tOS OJOS VENDADOS
2 43
—
ele Link v su profundo amor. Es un alma de Dios. Don Pedro que había oído las últimas palabras, entró en mangas de camisa, con una jaula en una mano y un tarro de alpiste en la otra. Se acercó a la muchacha, y besándola, díjole al
dulzura
oído
— Es un alma de Dios pero cuídate mansa, —¿Qué quieres decir? — En Córcega venganza es una ;
del
agua
hija.
religión.
la
Un
amante abandonado, se vuelve un mortal enemigo. Yo no he estado en Córcega, pero he visto "Colomba", de Merimée, en cine. .
.
—
— Qué zoncera exclamó misia Presenta— Con un corso no se puede jugar, pero !
¡
ción.
Carlos Link no es corso.
Matilde se quedó pensativa. El sol se reflejaba en
el
cuadro del diploma,
que atrajo sus miradas.
lo
— Descuelguen
papel.
ese
Me
da
vergüenza
verlo.
—¿Por
qué?
—
preguntó don Pedro.
—
La
instrucción no ocupa lugar.
Matilde no agregó más, y salió. No quería exque el diploma le recordaba los días an-
plicar
gustiosos, cuando recién graduada, había visto
caer una a una sus ilusiones de vida indepen-
diente y honrada. ¡
Qué
ingenuidad
!
¡
Cómo, pudo creer que aun
!
!
HtTGO
244
WAST
teniendo suerte, aquel mezquino sueldo
le
ha-
libros,
que
bría bastado
En
la
escuela había leído
muchos
entre líneas escondían la verdadera moral.
Sabía que todo instinto es justo y todo sacrivano y que la criatura humana está en el
ficio
;
mundo
para "vivir su vida".
Las palabras de sus
libros
podían decir otra
pero su sentido era ese, y tal filosofía enervaba su voluntad y excitaba su sangre. Había cosa
;
aprendido a desear cosas que eran inaccesibles, por los caminos de una moral vetusta, que ya
no se enseñaba
;
y no había aprendido a mode-
rar sus deseos.
No
estaba en su
mano impedir que
otros su-
frieran. Ella quería vivir su vida
y en la corrienensordecedora y tirana de los nuevos placeres, no tenía tiempo de pensar en nadie. Ni su prote
pia dicha le parecía segura, porque en el fondo
de todas las cosas ardientemente deseadas, había siempre
un desencanto.
Solamente el amor no la hastiaría nunca Y su corazón se tendía hacia el amor desco¡
nocido como
la flecha
en
el
arco.
XIV ¡No me deje nunca!
Al tercer día, el domingo de carnaval, abandonó Link el cuarto de su nueva pensión. Para no dejarse tentar por el inmenso deseo de verla, antes del día que ella misma le fijó, vivió esas horas recluido, como un prisionero, sin volver a la casa de don Pedro de Garay en busca de sus libros.
—Se
lo
ha tragado
la
tierra,
—
decía misia
Presentación.
Don Pedro meneaba
la cabeza preocupado. habrá ido a parar? Habrías hecho bien en recibirlo. Quién sabe lo que puede tra-
—¿Adonde
mar.
La imaginación de don Pedro conformada por los
novelones cinematográficos, no concebía sino
desenlaces trágicos para todos los problemas sentimentales.
Pero Link no tenía imaginación, y su
espíri-
tu vivía lejos de todo romance.
Sin embargo, quiso
empezaba
salir,
a golpearle en
el
porque una idea cerebro.
fija
-
HUGO WAST
246
Si Matilde lo haibia olvidado ¿quién era su rival?
Pronto al
lo sabría,
pon*
otro hombre,
aunque estaba seguro de que
saberlo perdería su postrera esperanza.
Porque todos
los
hombres que atraían mejores que
mi-
las
¿Pero
la
Para resolver esta cuestión quería conocer
el
radas de
ella
querrían
como
serían
él.
él?
nombre de su rival. Se encaminó a Belgrano y buscó pues en sus cavilaciones, te el
La
lo asaltaba
Noemí, tenazmena
recuerdo del ramo de violetas. el andén casi desierto, senun rincón junto a su canasta de flores
halló sola, en
tadita en
— Señor Link — exclamó alegremente — Tengo cincuenta ramitos escogidos para la chi
!
¡
cuela. el
corso de esta noche... ¿los quiere?
Carlos Link acarició graciosa de
cabeza despeinada y
la
la criatura,
y
le
— Con éste me basta no —¿Entonces baile? —Tampoco. —La niña Matilde ;
compró uno. iré al corso.
irá al
sí.
El joven hizo un gesto de cansancio, que sorprendió a la vendedora de flores.
—¿Ya no — ¡Klla no
la
quiere?
me
quiere!
—
contestó Link, con
una violenta necesidad de confiar bu dolor guien, cualquiera que fuese. la
verdad,
Noemí?
—
¿Me
a
al-
vas a decir
.
!
:
LOS OJOS VENDADOS
247
— señor yo no miento nunca — ¿Conoces a Mario Burgueño? — señor. Sí,
;
¡
Sí,
Al decir esto
la
chica se aproximó, avivado su
ambas manos en los interés, y Link le puso hombros, y mirándola fijamente, le hizo la pregunta que debía revelarle la verdad Aquellas violetas que tú le dabas a Matilde
—
¿no eran de parte de él?
Noemí plicarla
— lo
!
¡
palideció, y
No
tengas miedo
Dime
— —
Sí, ¡
verdad.
la
¿Eran de
flores.
Link tuvo necesidad de su-
:
señor.
No
!
¡
si
no tiene nada de maa comprar todas tus
Te voy
él?
.
llores
!
La
chicuela se puso a sollozar, y Link por consolarla quiso pagarle sus flores. Ella no lo consintió
recogió su canasta, y
:
ra hablar a mentir
como
si
no
quisie-
más de una historia que la obligaba o a delatar a su amiga, huyó hacia la
plaza.
Carlos Link no intentó detenerla. eso poseía
¿Cómo que tenía queza?
Un
la
iba a luchar él con el
Con saber
clave de todo.
Mario Burgueño,
prestigio de la elegancia y de la
gran dolor se
le
clavó en
un cuchillo. Su amor honrado y ardiente
el
pecho,
ri-
como
sería vencido por
!
hügo wast
248
el
capricho de aquel hombre afortunado. Ahora
podía contestarse
:
¡
qué había de amarla su
como la amaba él En ese mismo instante, mientras
ri-
val,
sufría el atroz
dolor de la certidumbre, sentíase capaz de recogerla en
lodo de
él
la calle
para darle su nom-
bre.
¡Ay!
ni así lo querría ella,
candilar,
como una
que se dejaba en-
palomita.
Corría Link abanicándose
con
zumbándole en
cipio,
llanto de
Noemí
;
sombrero
el
rumbo
rostro congestionado. Corría sin
al
el
prin-
los oídos el eco dulce del
mas poco
a poco fué calmán-
dose su agitación, y apareciendo blar con Fraser.
el
deseo de ha-
nueve de la mañana en media hora llegaría a su casa. Aquel hombre que había sufrido y que conservaba un fondo de honradez y de cordura, comprendería su dolor y el inminen-
Eran
las
te peligro
Era tirla el
;
en que ella estaba.
inútil
que
él,
de eso, porque
Carlos Link, quisiera adverella
pensaría que los celos o
rencor lo impulsaban.
Habría querido ser su hermano para decirle y ser creído:
¿Adonde
vas,
hermana mía, por esos
caminos torcidos, con la carga periencia y de tu hermosura?
Y
fatal
de tu inex-
ella una gran autotambién hablar a Mario Burgueño. Cada vez que el nombre de éste se encendía
Fraser que tenía sobre
ridad, podía
LOS OJOS VENDADOS
en
249
memoria de Link, un gran desaliento
la
di-
solvía su propósito. Si
ella
había entregado
homibre, a quien el
y
mimaran
su
la
corazón a aquel
fuerza, y la fortuna
nacimiento, era inútil intentar nada
;
por-
egoísmo de los hombres felices y la inconciencia de un niño. Pero una ilusión desesperada empujábalo haque tenía
el
cia la casa
Cuando
de Fraser.
breve distancia de su puerta, detuvo en la acera del frente, viendo a dos personas en el umbral, una vieja y una niña. llegó, a
se
Carlos Link no conocía a Liana, pero com-
prendió que era
ella,
por los rasgos de su cara,
que recordaban a los de su padre. Volvía de misa, pues traía un grueso libro, y la anciana con quien conversaba animadamente, tenía un rosario envuelto en la muñeca.
La
que hablaba su compañera, y Link creyó advertir lágrimas en sus joven
escuchaba
lo
ojos. ¡
Lágrimas en un domingo de carnaval, en
los
ojos de una muchacha, que no tenía veinte años!
¿Qué hada otorgándolas otros
repartía sin
tasa
alegrías
las
a
del
mundo,
unos y negándolas a
?
Link aguardó sin moverse, y cuando la anciana se despidió y entró Liana, él la siguió, deseando verla de cerca.
Pero tuvo que esperar
el
ascensor porque era
:
;
HUGO "WAST
250
una casa de departamentos, y Fraser, vivía en quinto piso. Llegó a una pueirta, donde una chapita de bronce le indicó que era la que buscaba, y oyó la voz de Fraser, que decía a su
el
hija en tono irritado
— ¿Has
llorado otra vez? Siempre que vuelves
¿Has
de misa te pasa lo mismo.
visto de
nuevo
a esa vieja que te llena de cuentos?
Link no entendió
respuesta de
la
la
niña, y
dejó pasar unos minutos, para que no sospechasen que alcanzó a oír esas palabras.
Llamó luego y
la misma Liana salió a abrirConocíase que había llorado, pero su rostro irradiaba con una luz celestial, que impresionó
le.
a Link.
— Se
—
—
que es un niño que acaba de encontrar a su madre. diría
—¿Busca
pensó
a papá?
-
—
preguntó
ella,
haciéndolo
pasar a un estrecho zaguán, que a causa de unas sillas
y una mesita con viejas revistas, parecía médico sin clientes.
ser sala de espera de aquel
Fraser tardó bastante en aparecer. Se sintió de nuevo su voz v
cuando
cara
al
más baja y como enternecida
una
salió,
real alegría se pintó
en su
ver quién era su visitante.
—¿Link, de — doctor. — Bastante
vuelta ya?
Sí, ¡
i
ha tardado
echado de menos
Link agachó
la
1
cabeza.
!
¡
Y
bastante lo ha-
!
;
LOS OJOS VENDADOS
—¿Cómo
2jl
ha dejado a su padre? ¿Viene a pa-
sar los días de carnaval
?
Fraser hablaba con ligera ironía, poYque simpatizaba con Link, y había lamentado su ausenPero en fin ya cia, que desamparaba a Matilde. ¡
estaba de vuelta
Link respondía
mo
lo
indispensable, y su mutis-
acabó por chocar a Fraser.
— Qué pasa no parece muy contento — No estoy muy contento, — contestó ;
le
?
!
¡
el
jo-
ven, sonriendo dolorosamente.
Entonces a Fraser ocurriósele que Link podía haber sospechado las aventuras de Mario con Matilde, aunque toda la verdad no era conoci-
da más que de Dios. Se levantó y lo invitó a entrar en su despacho, donde reinaba un gran desorden.
— Aquí
—
no penetra nadie, ni Liana siquiera, dijo disculpándola. Aquí podrá contarme lo que le entristece. Porque usted habrá venido a eso ¿no es verdad? Y aquí no nos oirá nadie. Desocupó dos sillas, y le Indicó una de ellas a Link, que seguía sin saber cómo explicar su
—
desventura.
—
—
—
Ya conozco lo que es eso dijo Fraser hay momentos en que uno hablaría, sintiendo el alivio de sacarse del pecho carbones encendidos ;
pero quiere que lo interroguen, que
que le muestren le pasa?
interés, y lo
lo
comprendan.
ayuden, .
.
¿Eso
!
HUGO WAST
252
—Sí. Bueno, pues: de ella, de su novia, no gunto, porque sé más que usted.
— —¿Qué sabe? —Sé que está
muy
pre-
atareada con los últimos
toques de su traje de sultana, para Carapachay... ¿Va a ir usted?
—¿Qué parece? ¿debo — Hombre Un novio debe va su novia. — Ah — exclamó Link. —
el
baile del
ir?
le
siempre adonde
ir
!
¡
!
¡
le
¡
Entonces usted
no sabe más que yo! Fraser sonrió, entrecerrando los ojos, con aire a la vez
—A
compasivo y malicioso. dijo ¿ qué
ver, a ver
¡
!
—
—
es lo
que
sa-
be usted?
Y Link contestó con una ingenuidad de niño, que conserva alguna esperanza, llenos de lágrimas
los ojos:
— Yo
sé
¡
que
la
he perdido para siempre
El semblante de Fraser se oscureció. Puesto que Link sabía eso, mejor, así no tendría que decírselo
él.
No
lo contradijo,
más
bien lo apo-
yó, compartiendo aquel dolor que se adivinaba en el rostro fatigado, en la frente marcada por el insomnio y la idea fija, en la boca apretada
como
aún temiera que
si
le
diesen
más
vinagre.
—Y Link
si
la
hubiera perdido, ¿qué haría?
se encogió de
hombros.
hiél
y
LOS OJOS VENDADOS
—
Nada
¿53
qué quiere que haga yo, que no sé matar. Porque él, que la engañará, merece que lo maten. Con una sonrisa Fraser alivianó el pesado ri¡
!
.
.
dículo de aquella exclamación.
— Habría
que hacer una carnicería. Primero tendríamos que matar a esa tilinga de misia Presentación, y a ese pazguato de don Pedro de Garay, y al cachafaz de su hijo, y luego al papanatas y a la br ibcma de su mujer. Todos son más culpables que Mario. Después, mi amigo, tendríamos que matarlo a usted, que se enamoró nede
Bistolfi,
ciamente de una criatura tan linda, pensando que podría llevársela para usted solo
necedad
la
.
.
.
¿
No
fué
una
suya?
Link miraba al suelo, torvamente, y un mal pensamiento lo rondaba. Fraser comprendió que sus bromas herían aquel corazón ulcerado, y que estaba a punto de perder la confianza del joven.
—
—
murmuró Link. He sido un necio, comprendo. Pero era mi destino quererla.
— Nosotros mismos elaboramos nuestro — replicó Fraser. — Pero yo merezco morir por necio,
—
Lo
propio
destino;
si
él
me-
rece que lo maten, por canalla.
Estas palabras
las
dijo
con una
aterradora
frialdad, exteriorizando involuntariamente
una
re-
solución repentina, pero implacable y definitiva,
como una verdad matemática.
!
HUGO WAKt
254
Parecía haberse olvidado del verdadero propó-
que lo movió a visitar a Fraser, o no interesarse ya en que éste advirtiera a Matilde el abissito
mo
hacia
el
cual la llevaba su inexperiencia. Se
levantó y estiró la mano. Fraser sintió el escalofrío de una tragedia en
y con gesto autoritario, de padre a su hijo, hizo sentar de nuevo a dijo con ternura:
perspectiva,
que manda Link, y
le
— está ena— — No pronuncie esa palabra. Todo en mundo tiene remedio. — Menos un amor como éste; — repuso Link. —¡Bah! Todo amor efímero, como un ¿Usted cree de veras que Matilde morada de Mario Burgueño? Irremediablemente enamorada ¡
el
es
fue-
go de pajas. Y es mejor que sea así, porque ningún instinto envilece más al hombre que el amor. Por el amor un hombre olvida a su madre, infama a sus hijos, pierde su honor, y todavía encuentra que ha hecho bien. Es un mal instinto y dura poco. Sólo hay un amor invencible y santo, y es el amor de una madre por su hijo. Es como la luz de una estrella. Puede nublarse una hora, puede parecer apagada mucho tiempo, pero si un viento disipa la nube, la estrella está allí, inmutable y eterna... Mientras Fraser hablaba, Link lo miraba eu DJOS, buscando en dios la sinceridad. Fraser
:
!:
LOS OJOS VENDADOS
*55
comprendió que debía reforzar su argumento, y poniéndose pálido ¿No ha oído hablar nunca de mi mujer?
dijo,
— — doctor. —¿Qué ha oído? —Que fué mala, y que murió. — Fué mala, pero no murió. ¡Júreme que Sí,
.
.
no
contará a nadie lo que voy a decirle!
murmuró una
Carlos Link
palabra, y Fraser
prosiguió
—Yo
maté a un hombre por ella. La quería que no lo hice por vengar mi honor... qué me importaba eso Lo hice para que ella lo olvidara. Y aquel amor, que, librado a sí mismo,
tanto, ¡
!
debió apagarse
más pronto de
prenderse, se eternizó en
la
lo
que tardó en
muerte. Rl muerto
mi memoria, y Dios sabe si no vive tamel corazón de ella. ¿Quiere usted, pobre amigo mío, condenar a esa mujer a amar eternamente a Mario Burgueño? ¡Mátelo! ¿Quiere que un día ella se arrepienta de su locura? ¡Deje que vive en
bién en
conozca
lo
tal
como
es
Link sollozaba, escondiendo el rostro. dijo convulsivamente. ¡La engañará!
—
—
— Todo ¡
es
engaño en
Fraser, con voz sorda,
que para el lla
sí
el
como
mundo si
!
—
exclamó
hablase nada
más
mismo. — Sólo hay una verdad, y es
amor de madre.
¡
El será mi vengador
mujer, por quien yo soy un asesino,
vendrá a golpear
la
Aqueun día
!
puerta de mí casa, y a arro-
.
256
WABT
fliüGO
clillarse
en mi umbral, para que
Liana ra.
la
la
deje ver a mi
Ay, de ella entonces! desconocerá, y yo la escupiré en la ca-
hija, que es su hija...
¡
.
Cuando Link alzó los ojos, Fraser había desaparecido. Aguardó unos minutos hasta que fué calmándose su agitación, y como el otro no volviera, ni él tuviese
ganas de verlo,
salió del des-
pacho, y descendió silenciosamente
larga es-
la
calera.
Esa
siesta,
Fraser fué a
lo
de
Bistolfi.
Iba desalentado, porque su implacable pesimis-
mo
enseñaba que
le
la
pasión inocente está
más
cerca del abismo que la maliciosa coquetería; y si
era tarde ya, su figura de predicador laico y
vicioso, sería de
un impagable
ridículo.
Pero a medida que avanzaba, en del carnaval,
que llenaba
las calles
el
torbellino
con su
ficticia
alegría, confirmábase en su propósito de hablar
a
Matilde, para decirle, una gran verdad,
nunca
mano
le
se
llegaría tarde:
haya cerrado todas
de pueda salvarse, todavía
y es
No
el
amor de
ese
le
hombre
el
las salidas,
por don-
quedará un refugio a quien aleja".
había hablado gran cosa con Link, pero
estaba seguro de que aquel
en
que
"Cuando con su propia
amor
era incurable
corazón del joven.
Cerca ya de su destino, en una calle estrecha,
LOS OJOS VENDADOS
una comparsa
mas por
ceder,
una
le el
obstruyó
paso. Quiso retro-
el
hilera de coches, cargados de mascaritas chi-
la
esquina abríase
como una
truida
Fraser salvó la
desembocando
otro lado venía
llonas y procaces. En aquella zábase la mole silenciosa de
en
257
iglesita,
En
el
misma un
cuadra, al-
colegio, y casi
puerta de su capilla, cons-
la
cripta en el subsuelo.
el pretil,
y
se
metió de rondón en
oscura, fresca y silenciosa.
tabernáculo resplandecía
el
Santísimo,
entre un arco de velas, que ardían con
el
suave
olor de la cera virgen.
Se sentó Fraser en un escaño, sorprendido y halagado por tanta paz.
Una
salmodia indistinta llegaba a sus oídos, y sólo cuando se habituó a la oscuridad, divisó muy cerca de él, una vieja hincada en el suelo.
La contempló un
rato,
con extrañeza, tratando
de imaginar los pensamientos de aquella alma desgraciada o
feliz,
pero sencilla
como
la
del
carbonero creyente.
La
vieja iba recorriendo la iglesia. Arrodillá-
base frente a cada estación del Vía Crucis. Se daba golpes de pecho, y encorvándose penosamente, besaba la tierra.
— Oh,
—
Señor pensó Fraser conmovido y humillado. Mientras los filósofos discuten tu existencia, esta pobre alma vive de tu verdad. En las pilastras de mármol relucían letras de ¡
oro.
!
—
HUGO WAST
258
Eran versículos de los Salmos: "Como el cier vo brama por las corrientes de las aguas, así clama por tí, oh, Dios, el alma mía". "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y pareceré delante de Dios?".
En
la
semioscuridad reinante era
difícil
leer,
pero Fraser interesado profundamente, fué recorriendo pilastra por pilastra, para gustar aquellas
metáforas elocuentes, llenas de misteriosa esperanza.
"Hazme
la
gracia de tu ley".
"Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanchares mi corazón". "Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos".
La
vieja había terminado sus rezos,
y Fraser
estaba solo, cerca del altar mayor, hincado junto a la palpitante lamparita de aceite del Santísimo.
¿Qué le duraría aquella Una hora, un día, un año. .
los del
saludable .
emoción?
Bastábale saber que
caminos de su corazón no estaban cerrados todo para aquellas corrientes de aguas vivas.
Alguna
vez, se saciaría en ellas para
"El que bebiere del agua que yo
prometido Jesús a
la
Samaritana
no morir.
— había — nunca jamás
le
daré
tendrá sed".
La desconcertante tenia
algarabía del
carnaval, no
sentido bajo los rayos de oro del taber-
náculo.
Los ruidos
del
mundo
motrían en las gradas del
!!
LOS OJOS VENDADOS
altar.
Un
259
leve olor de jazmines se desprendía de
un vaso puesto a los pies de la Virgen. Oyóse un ruidito seco de maderas. Fraser miun confesonario y salía ró, y vio que se abría una figura negra, un sacerdote flaco y encanecido, que pasó por su lado sin mirado, y entró en la sacristía.
Oyó
pasos, y vio que del nicho lateral de aquel
confesionario,
salía
una mujer que había levan-
tado su crespón y que ahora rezaba entre los escaños.
Se hacía tarde, y Fraser abandonó la iglesia. su puerta dormitaba un pordiosero con la mano estirada. Un vaho de horno reinaba en la calle. Pasó un grupo de máscaras parloteando con
A
voces aflautadas, las eternas sandeces de todos los carnavales. ¡
Vanidad de vanidades aquella fatigosa simu-
lación de la alegría
Cuando Fraser entrado saba ya
— se
el
la
llegó a casa de Bistolfi se había
y en las calles arboladas se espesombra.
sol,
Cuánto he tardado Ya no será tiempo dijo. Preguntó por Matilde, y la sirvienta !
¡
— lo
hizo pasar a la sala.
— Ya ¡
Y
va a venir
cuando llegó, sorprendida de la visita, él la tranquilizó con una afectuosa sonrisa. Hace un mes que no la veo, Matilde, y quizás
—
!
HUGO WAST
26o
Cómo estará de ocupada noche Al contrario: estoy dando vueltas en mi jau-
venga en mala hora. con
qué hacer.
sin saber
— ¡Parece de carnaval
— ¿Y —Yo
sí
;
¡A
mentira! !
tres
horas de un baile
Si a otro se lo dice
usted
me
ahora
¡
baile de esta
el
— la,
:
me
yo
le
le creerá.
cree? creo cuanto quiera decirme. Si
contase una cosa inverosímil, una gran
por ejemplo, no dudaría
tristeza,
no
Ella lo miró afanosamente, y
—¿Usted
lee
ni
un segundo...
le dijo
en mi cara, no es cierto?
—Sí, Matilde.
—¿Y
qué es
lo
que lee?
Fraser no contestó de pronto. Buscó asiento,
y como a
silla
si
la
— No
él
fuera
joven,
y
el
dueño de
una
casa, indicó
se sentó a su lado.
he llegado tarde,
— pensó, — y
ella
me
oirá.
Y
maquinalmente
repitió en
voz alta esas pa-
labras.
— ¡No
he llegado tarde! usted
me
oirá
¿no es
cierto?
sorprendida. —¿Qué dice? — preguntó — supiera Matilde, dónde he pasado una hoella
¡
ra!
Si
En una
iglesia, con una vieja que hacía una mujer que se confesaba. y ¿Quiénes eran?
ciones,
— — No
sé; ni siquiera les vi la cara.
esta-
!
:
!
!
.
LOS OJOS VENDADOS
— ¡Pobres
—
mujeres!
2ÓI
exclamó
ella,
y Fraser
rectificó
—
No
¡
como
tan pobres
y como
fe,
yo, que envidiaba su
usted, Matilde, que podría envidiar
su paz
— Yo
no envidio nada de nadie
¡
!
—
replicó
mortificada y Fraser aguardó que pasara su repentina cólera, para decirle con ternura paterella
nal
:
— Hace
un minuto reconoció que yo leía en su ¿Por qué? pues, la ofende que siga le-
cara...
A
yendo?
tres horas de
un
baile está intranquila
y temerosa... ¿de qué tiene miedo?
—
No
¡
quedó
sé
—
!
murmuró
ella
sin
negar, y se
callada.
— Yo
conozco algunos de sus secretos, MatilPero quiero conocerlos todos, para aconse-
•
de.
jarla.
— Ya la
no
misma
es tiempo,
voz.
—
murmuró
la
joven con
Hace un mes que no nos vemos.
.
Déjeme guardar ahora todos mis secretos... Tenía un antifaz rosa en la mano. Instintivamente lo llevó a los ojos y se cubrió con él. Hija mía exclamó Fraser condolido.
—
—
!
¡
¿He
—
—
llegado tarde entonces? ¡
Muy
la cara.
—
tarde ¡
!
—
No me
contestó
hija
mía
sin descubrir
pregunte más
— No necesito preguntarle con ese antifaz en
ella,
la
más. El verla
llorar,
mano, me basta... ¡pobre
HUGO WAST
2 62
Se levantó, y ella lo tomó por el brazo. se vaya todavía le suplicó.
— No — No ¡
¡
por
!
me voy
!
—
dijo
para encubrir
la sala,
—
dando unos pasos pena que le aguaba
él,
la
los ojos.
Se acercó de nuevo a Matilde, y en voz muy y dolorida como el reproche de un padre, preguntó:
baja, le
—¿Por
qué no
me
llamó cuando aún era tiem-
po? Ella alzó la cara mojada en llanto, y mirándolo frente a frente, le dijo
como
si él
fuese
el
mundo
entero,
con cierta violencia:
—
¿Qué sabe una mujer como yo cuándo es tiempo y cuándo deja de ser? En estos caminos se va con los ojos vendados. Si yo fuese una obrera de gustos simples, no habría caído. Pero me han educado me han inf undido ambiciones me han hecho concebir esperanzas me han quitado las fuerzas. ¿qué culpa tengo yo, si todo lo que he aprendido no me sirve para ganarme honradamente la vida? ;
;
;
.
.
Volvió a taparse
la
cara con
el antifaz,
y Fia-
quedó mirando la alfombra. Si Liana le hubiera hecho aquella penosa confesión, no habría hallado para responderle, más que el árido llanto que en ese momento temblaba en sus puser se
pilas, sin
brotar del todo.
Se levantó de nuevo, y suplicante:
ella
volvió a mirarlo
.
.
!
LOS OJOS VENDADOS
2
63 1
—¿Se
va?
—
Sí, Matilde. No sé qué decirle. Perdóneme. Liana me hubiera hablado así, me pasaría lo mismo. ¿Qué va a hacer ahora? Qué sé yo Lo que él disponga. ¿Tanto lo quiere? Si no fuera así ¿cómo podría haber ocurrido
Si
— — —
!
¡
¡
esto?
—¿Se casará con usted? —El dice que —¿Y usted cree? en todo — exclamó — Yo he perdido — Creo que de un modo con desesperación. sí
.
.
le
la
¡
fe
!
ella
o de otro
me
con
iré
¿De quién voy
él.
a escon-
derme?
—¿Y sus — Hoy o
padres?
mañana tendrán que
morirán de pena.
saberlo.
No
se
.
Dijo esto con un horrible desencanto y Fraser
no se atrevió a protestar. inclinó ante ella,
que
le
Tomó
el
tendió las
sombrero y se dos manos.
— No me deje nunca! ¡
—Hija mía, —Aunque
tarde se acuerda usted de mí.
así
le
parezca, aunque piense que
no merezco su protección, no
—
No
soy yo
Es usted
Y
la
el
que se
salió lleno
que
la
me
deja;
deje nunca...
—
replicó
él.
—
va.
de amargura, despechado, agota-
da su misericordia por un resentimiento celoso,
HUGO \7AST
264
sin haberle anunciado,
pricho de Mario,
el
que aún vencido" por
amor de Ljnk
le
el
ca-
ofrecería
siempre un refugio.
un sarcasmo pensar en ninguno de los que habían creído en poirque la amaron, podría perdonarla.
Parecíale una afrenta y eso, pues ella,
XV El murciélago
Las horas que
lo
separaban del baile fueron
para Link una real agonía.
— Sólo
un gran dolor podrá devolvérmela
repetía con desolado fatalismo
seo de vengarse del
empezaba claridad.
.
y
hombre que
a arder en su
el
odio y
la
;
el
alejó de
alma con una
— deél,
siniestra
.
Poro cuando cayó
la
tarde,
y
la
dulce noche
estival cubrió de misterio los jardines de Olivos,
donde sitio
se refugiara, para estar
él
indicado por
ella,
más
cerca del
sus nervios se gastaron y
su corazón se apaciguó. ¡
La culpa
era de
él,
que había puesto los ojos
tan alto!
En
el
hotel, se vistió
con desaliento. ¿Qué
ilu-
sión podía tener de lo que ella iba a contarle esa si ya lo adivinaba todo? Considerando la desventura de ella, más que suya propia, sus manos de labrador se crispa-
noche,
la
ban con ira. Hubiera querido ser su hermano, para que na-
HUGO WA8T
266
die pensara,
si
un
tomar cuendespecho le mo-
día se le antojaba
tas de aquella iniquidad, que
el
vía.
Cuando acabó de vestirse era tarde, y en el comedor la orquesta empezaba a tocar. Se fué al jardín, que daba a la calle y al andén de la estación. Desde allí podía advertir su llegada, en cualquier forma que viniese. El lugar estaba oscuro, a pesar de naldas de luces, tendidas en
la
las
guir-
arboleda. Podía
ver antes de que lo vieran.
De
haber sido hombre de ingenio, se habría
disfrazado, para
su asunto con
tratar
pero estaba seguro de que con se delataría,
y
repugnaba
le
la
Matilde,
primera palabra ridículo.
el
Discurría por entre las altas palmeras sombrías,
de
espiando
ella al
la
entrada, cuando oyó
el
nombre
pasar junto a un grupo de muchachos
vestidos de etiqueta.
Se aproximó, con
carne estremecida de do-
la
y reconoció en uno de ellos a Heráclito Cabral, aquel amigo y comensal de Mario Burlor,
gueño.
No pudo
oír
lo
sensación de que los
que decían; mas el
nombre de
Huyó
oídos indiferentes.
ella
quedó la rodaba por
las
conversacio-
de
le
nes y se sentó en un banco, entre un macizo de hortensias florecidas.
La voz de Fraser
lo
Llegaba del brazo con
sacó de su abstracción.
Bistolfi.
Se
les
acercó ins-
.
!!
:
!
LOS O JOB VENDADOS
tintivamente, buscando
la
267
compañía de
los
que
podían darle noticias.
Aunque Fraser
parecía alegre, Carlos Link obdureza de su ceño, y la actitud con que respondía a su compañero, que le describía con servó
la
un disfraz de Napoleón con que vendría próxima noche
fervor la
— Ya hoy hubiera venido — exclamaba apenado. — Pero mi mujer me ha prometido un ¡
!
tricornio
¡
un
tricornio napoleónico
—¿Y no se — Pero me — Ah, no
ba hecho todavía? me lo hará
lo
lo hará,
¡
quepa duda, mi querido conde Lo raro es que no se lo haya hecho ya. ¿Y dónde está esa gentil sombrerera? ¡
—Llegará
le
en
el
auto con Pulgarcito... ¡Qué
encanto ese muchacho lástima que no
Yo
!
Vendrán disfrazados. Que
me haya
concluido
el
tricornio.
habría podido acompañarlos...
—
¡
Quién sabe!
— dijo Fraser pensativo. — TaJ
vez se lo traiga hecho ya.
Pasó uno de
los
mozos
del hotel, y Bistolfi lo
llamó.
—¿Qué
tenemos para cenar esta noche? El mozo que conocía a Bistolfi, lo saludó reverencialmente, y se alejó con él, informándole del
menú:
— Cabeza de aves.
.
de ternera, pies de chancho, hígados
HUGO WASf
268
—
¡
Cuernos
de
búfalo
!
—
refunfuñó Fraser.
—
y cogiendo del brazo a Link. ¿Conque se vino usted, a pesar de todo? dejándolo
irse,
— Ella me pidió... — murmuró como una excusa joven. —¿Y dijo con qué disfraz vendría? —Vestida de musulmana, con charchaff. Fraser sonrió compasivamente. —¿Qué tiempo necesita usted para eliminar ese veneno —¿Veneno? — repitió Link sin comprender. —¿No siente que es pobre amigo mío? El lo
el
le
?
así,
amor
es
como
viniese ahora
la
morfina,
como
alcohol. Si ella
el
mismo, cuando usted ya no cree en
ella...
Al decir estas palabras, Fraser miró a Link, y volvió a sonreír oom piedad.
—
—
Usted no dejará de creer nunca en ella exclamó con desesperación. Qué veneno le ha hecho beber! ¡
!
—
¡
Dieron unos cuantos pasos por el jardín, que empezaba a poblarse. Link no tenía ganas de hablar, mas le consolaba la compañía de aquel hombre, con quien había cambiado sus confidencias.
—
¡
Mire quiénes llegan por
allá
!
—
exclamó de
repente Fraser. olas de gentes que descendían de un Link vio a misia Presentación pegadita a su marido, animado el rostro por una ancha sonrisa. '•1, en cambio, avanzaba a pasitos cortos, muy I'.ntre las
tren,
1,08
OJOS VENDADOS
269
serio, preocupado todavía con las conclusiones de un laborioso informe que esa tarde elevara a la
Intendencia Municipal, acerca del cinematógrafo
como
factar de moralidad pública.
Fraser, que tenía curiosidad de saber bajo que disfraz reconocería a Matilde, se les acercó.
—Venga,
Link
;
vamos
a pedir noticias a esos
tipos.
Pero Link no dio un paso. Ya no conocía a los que le habían cerrado su corazón y su puerta. Parecíale que su resentimiento alcanzaba también a Laura, porque no lo había defendido en
su ausencia.
Dejó a Fraser que
se adelantara y
se
quedó
vuelto hacia la calle, sintiendo que su angustia
con la espera. Una mujer vestida como Beatriz, en su primer encuentro con el Dante, en el cuadro clásico de crecía
Holiday, atrajo sus miradas.
El antifaz
le
cubría la cara hasta
el
mentón.
Estaba sola y parecía buscaír a alguien. se dijo con Yo espero a una musulmana,
—
—
amarga triz lo
—
sonrisa Link, al notar que aquella Bea-
miraba, y se dirigía hacia
—
él.
le preguntó ella has visto llegar ? quién soy? sabes ¿No alterada. voz con se resentimiento su Link reconoció a Laura, y ¿
No me
la
trocó en gratitud.
—
!
.
:
HTTGO
27°
— No me nombre — — La llamaré Beatriz. — Bueno... ¿Y ahora ¡
WAST le dijo ella
!
con ternura.
.
explíqueme por qué no
ha ido a casa?
—Ya
nada tengo que hacer en su
casa.
Tal respuesta dada con despego y dolor, pareció ofender a la joven. Se apartó un poco de aquel
hombre
—
que no tenía pensamientos para
triste,
y exclamó
ella,
¡Allí
están sus libros, esperando que vaya
a
buscarlos
—¿Entonces mamá?
no recuerda cómo
me
¿Quiere que tenga alma para
acogió su ir
después
de eso?
Y
en
ella
el
mismo tono
le
replicó:
—¿Entonces
pensaba alejarse de casa sin despedirse de nadie?... ¿ni de mí?...
—¡Habría hecho mal, es cierto! — confesó — Pero no se resienta conmigo. Ha caído un rayo él.
junto a mí» y estoy aturdido y ciego.
.
.
Déme
su
mano, Laura, y guíeme. ¿Qué debo hacer? Ella cedió a la tentación de consolar aquella
desolada resignación, y le dio la mano, y lo alejó del sendero, donde se cruzaban todos los que
entraban o salían.
— Venga por aquí La busca, no es verdad — me pidió que viniese. — Le pidió que viniese — repitió Laura. — ¡
Sí
!
j
;
Y no
?
¿
ella
;
!
le
— Me
anunció su disfraz?
dijo
que se vestiría de musulmana.
!
T.OS
—
OJOS VENDADOS
Lo ha engañado
¡
1
.
!
!
—
27
contestó la joven con
sequedad.
Una
oleada de sangre tiñó
avergonzaba
dolía y lo
cara de Link.
la
Le
que innecesariamente
el
quisieran desorientarlo.
—
Cuénteme, por Dios, qué ha pasado para que
¡
me
así
trate
Fué tan desesperado
acento de esta súplica,
el
contestó dulcemente: que Laura, conmovida, Hable con ella misma, que es buena y se lo le
—
¡
explicará
—¿Pero Y
cómo
señaló
reconoceré
la
ventanas abiertas
al aire
delgado de
la
noche, y
jardines que desbordaban de concurrencia,
agitada por
la calle
—
se bailaba con las
donde
los salones iluminados,
los
tantas?
entíre
multitud de máscaras que llenaban
la
Si
el
y
abigarrado gentío.
ha cambiado de disfraz, ¿cómo
la
recono-
ceré ?
—Venga Le
dio
conmigo; yo
brazo Link y cruzaron los jardines,
el
y subieron a
— Yo
el
más
—
¡
¡
la terraza.
conozco su disfraz, original
Me
Laura
—
guiaré...
lo
huye
y
!
—
el
.
—
dijo Laura.
más bonito de
respondió
él
—
Es
todos.
con amargura.
repitió su consejo.
Háblela
!
Yo no puedo
porque desconfía de mí.
—¿Sola?
—
Y
decirle
está sola
interrogó él sin
una palabra, .
.
comprender.
!
!
.
HUGO WAST
272
— Sí; sola
en medio de
traño, pero es así.
que yo.
¡
Usted
la
multitud. Parece ex-
está
más
cerca de ella
Háblela
— No querrá oírme — No hable de amor. Sea como un amigo o co¡
le
mo
un hermano... ¡Usted, Link, puede salvarla!
Laura arrastraba a Link por entre
las
gentes
sorprendidas.
—
Tiene que haber venido ya. Ha cambiado con Mariana su disfraz. La Bistolfi vendrá de musulmana, y Matilde de uniforme de la Cruz Roja. .
.
¡Allá está!
El corazón de Link se contrajo doloncisamente
— Abandóneme ma
;
y pase por su lado. Ella mis-
lo llamará.
Laura otro
soltó el brazo
hombre que
de Link,
aceptó
el
de
aproximó creyendo cono-
se le
y desapareció entre el gentío. Link bajó la escalinata, los ojos fijos en la suave y armoniosa figurita blanca, que huía ante él, sin haberlo visto, en compañía de una sultana y de un hombre con dominó. cerla
—¿Adonde
irá?
—
Pensaba.
—
¿Quienes son
esos? Siguiéndola, volvió
hora espiando
la
al
lugar donde pasó una
entrada.
La
sultana y el dominó se apartaron de ella y Link se le acercó temblando.
—¡Carlos,
Carlos!
—
le
gritó ella, disimulando
!
!
.
!
LOS OJOS VENDADOS
voz.
la
273
— Hay una hija de Mahoma que te busca...
Link se le aproximó, dominándose para tener aplomo y sacar partido del cambio de disfraz. Yo soy cristiano, contestó ofreciéndole el
—
brazo.
—
— Te prefiero a
— Si
ti
.
.
supieras quién es la musulmana, la prefe-
rirías a ella.
— La
he visto pasar con un dominó... ¡Déja-
que se vayan
los
—También
yo tengo que irme,
—
contestó
visiblemente nerviosa.
ella,
Link
la
retuvo de
la
mano:
—¡Óyeme, Cruz Roja! ¿Cómo llamas? — Como me has dicho: Cruz Roja. —¿De dónde me conoces? —¿Quién no conoce, Carlos? Déjame, tengo te
te
que irme.
— Estoy estoy solo.
solo .
;
no
te vayas.
sin
se,
— Yo
Hace
tres días
que
—
—Tengo
1
¡
!
.
que irme, repitió ella, deteniéndoembargo, y mirando a Link. conozco esos ojos,
—
le dijo él
con pa-
sión.
— ¡
los
¡
Mentira
!
¡
es la
primera vez que nos vemos
habrás soñado
—
Esa es la verdad los he soñado. He vivido soñando un año entero, pero hace tres días que he despertado...
:
HUGO WAST
274
señal de que no has —Tienes cara — La verdad encorazón. cara, pero alegra — Prefiero mentira, — respondió resueltamente. — En una noche de carnaval no hace triste;
la
ganado en el cambio. Pero tengo el corazón
alegre.
tristece la
el
la
ella
buena figura tu verdad.
—¿Qué ras
el
estás diciendo,
antifaz
más
cara está
Cruz Roja?
podría desmentirte.
Si te saca-
Tampoco
tu
alegre que la mía. Señal de que
también has despertado de un sueño...
— No me ves cara. —Te veo los ojos. — Quizás tengas razón. la
que
días
como
estoy sola,
Yo también
hace tres
tú.
— Cuéntame qué pasa. —¿Renuncias a tu musulmana? — Si Cruz Roja, renuncias a tu te
tú,
se
ha disfrazado
— De — No No
le
¿de qué
murciélago.
ha venido aún
;
he recorrido todos los
interesas
!
si-
que no ha venido. Cuéntame por qué estás sola,
desde hace tres días.
— — Ah
..
hombre que buscabas?
donde hay máscaras, y
tios ¡
el
.
sé
.
Porque he perdido a mi hermano...
¡
!
¿Tenías un hermano? Haces bien en
si lo perdiste, porque es la pérdida nunca. Si pierdes un amigo, o repone que no se un novio, o un marido, o un hijo, podrás tener
creerte sola,
.
:
LOtí
Pero
otro.
OJOS VENDADOS
275
has perdido tu único hermano
si
— Por eso busco. — No mientas, Cruz Roja
.
.
.
lo
Murciélago.
Todas
via,
el
que buscas es un
buscas porque no piensa en
lo
seas injusto: a lo
menos habrá una que
sea distinta de las demás.
ti
tí.
mujeres son iguales.
las
— No para
Y
:
¿No
tienes no-
acaso?
— Un
año entero he soñado que había una disy fué mi novia. Pero ya he des-
tinta de todas,
pertado.
.
—¿La has perdido? — Sí no es posible tener
las
:
dad y tengo
la
mentira.
la
verdad.
Quedaron lón,
por
De
si
Mi novia
callados, ella
dos cosas
la ver-
:
era la mentira.
Ahora
mirando hacia
el
sa-
lograba divisar a su Murciélago.
pronto suspiró y dijo
— Yo
también tengo ahora mejor haber seguido soñando! ¡
Link adivinó
— ¡Pobrecita, tu historia, pero
la
verdad
i
;
Sería
profundidad de ese lamento.
Gruz Roja! yo
la
No me
has contado
la adivino.
Se levantó, y ella que se había sentado junto a él, lo miró con angustia.
—¿También tú me dejas, Carlos? —Hace un momento, Cruz Ro'a, querías — Buscaba a un hermano.
irte.
!
.
!
JJÜGO WAsi
4?6
— Y ahora no quieres dejarme — Es que he hallado y no quiero perderlo de nuevo. ¡Tengo miedo de mi soledad! — No estarás Dentro de algunos minutos, :r
lo
sola.
vendrá tu Murciélago
a
buscarte, y te irás con
él...
— porque — Pobrecita Sí,
es
¡
jado
el
mi
destino.
Cruz Roja! ¿Sab^s que has mo-
antifaz oqn tus lágrimas? Olvídate de ese
hombre que
te
hace
llorar.
.
— Imposible —¿Es un — Es más —¿Es un novio? — Es más —¿Es un amante? ¡
flirt?
¡
¡
—¡Sí! que lo había adivinado ya, y creyó que podía exponerse al dolor de saberlo de sus propios labios, no logró apagar el relámpago de odio que se encendió en su mirada. Maquinalmente se volEl,
y otro lado buscando al Murciélago, y comprendió ella que Link la hab a conocido, y temió por Mario Bu r gueño.
vió a uno
;
Se quitó
el
húmedo
— Carlos, júreme mc
antifaz y le dijo:
q'ie
no tendré que
arrepentflr-
de haberle confiado mi secreto.
El se echó a hacía daño
oír.
reír,
con una
risa
desolada que
!
:
!
LOS OJOS VENDADOS
—Yo
277
soy su hermana, Matilde ¿no
tizado usted así?
Yo
me ha
haré lo que haga
bauotro
el
hermano suyo. ¿Aca«o Pulgarcito piensa en vengarla
?
Matilde se 'ruborizó intensamente ¡No me prive de su dolor! -- dijo.
—
tan abandonada
ría
me
migo! ¿Quién
Link volvió a
— ¡Qué
si
¡Me
senti-
alguien no sufriera con-
comprendería, entonces?
reír
coln
la
misma
crueldad.
singulares son las mujeres! ¡Se quejan
de hallar lo que han buscado!
— Piense con lo
de mí lo que quiera;
—
altivez.
Me
¡
arroja de su lado
—
escucharla
repuso
ella
moriría antes Je quejaírme, de
que nadie más que yo tiene
— Me
--
—
la
culpa...
exclamó Link
y no quiere que yo
la
sin
borre de mi
corazón Ella ofendida, dejó de mirarlo y guardó silencio. En el salón sentíase el ruidit^ seco de la batuta del director de orquesta que llamaba a los
músicos, golpeando
rl
atril.
Link tuvo miedo de haber dicho una palabra irreparable, y murmuió suavemente:
— Matilde ¡
La muchacha para que
él
verla más, y
—
Si
la le
se volvió
dijo poniéndose
usted que
comprende,