Los ojos vendados

9 downloads 1676 Views 9MB Size Report
HUGO WAST. En lugar de tener un vistoso frente de ladrillo desnudo, con adornos de portland, tienen una malla de alambre, alta de dos varas, a ras de la  ...
SliSSiilSlFl

í

"'

1

&

mt

idoWast

En estos caminos se va con los ojos vendados, una obrera de gustos simples, no habría

jese

t,

Hugo Wast

Los Ojos Vendados

8 7



MILLAR

&' Agencia General de

Librería

BUENOS AIRES Maipú 49

ES PROPIEDAD

Tall. Urdí. Argtntinoi

L.J. Rotto y Cia.



Btlgrano 4 ti

Una

A la

maestríta

Buenos Aires, en

diez minutos del corazón de

línea del tren eléctrico, se halla la estación

de

Belgrano Central, rodeada de hotelitos suntuosos y quintas con soberbios jardines; y a una cuadra de la

Bajo Belgrano,

estación, en el

se encuentra la

calle Migueletes.

Sin empedrado, mal edificada, con baldías,

progreso de

la

te a

esquinas

lo largo

ei

población valorice los terrenos, con-

trasta su aspecto

A

las

porque sus propietarios aguardan que

de

con

las

el

de

los alrededores.

veredas, corre

un zanjón y fren-

cada puerta hay un puentecito.

Allí, los edificios

más suntuosos no son moradas

humanas, sino caballares,

stttds

que costean

los ri-

cos porteños con sus rentas, y a veces también con ei capital, manteniendo a cuerpo de rey aquellos nobles brutos, destinados, te,

si

a terminar su carrera,

se

portan como

embalsamados en

la

gen-

el esca-

parate de una talabartería.

Las casas de familia por su modestia.

se distinguen de los studs.

HUGO WAST

6

En

lugar de tener

un

vistoso frente de ladrillo

desnudo, con adornos de portland, tienen una malla

de alambre, alta de dos varas, a ras de

la acera,

y

un valladar tupido de renuevos de ligustros, que defiende el jardincito. Basta mirar cómo se lo cultiva,

para saber

Cuando

hay niñas en

si

sólo se

la casa.

ven lechugas y

cebollines,

puede

creerse que los dueños son personas de edad y no tienen hijos; pero

9Í,

a más de

las

lechugas,

hay

jazmines, y claveles, y alguna mata de aristocrá-

debe pensarse que a

ticos crisantemos,

la siesta

o

habrá en la puerta de la calle alguna muchacha, por quien los mozos del barrio se acerquen a la esquina. al atardecer,

El jardincito nunca tiene más de

seis

trancos,

y sobre él se abre la ventana de la primera pieza, que es generalmente el comedor. Luego siguen las otras en hilera, resguardadas por una galería, hacia fondo, donde hay algunos árboles frutales y un

el

y donde se pone a secar cuerdas tendidas de pared a pared.

gallinerito

Un

enrejado de

la

ropa en

pintado de verde, esconde estas interioridades, cuadrando el patio, y allí

se

selva o se llena

De

tablillas,

enreda una rosa trepadora o una madreuna vigorosa tripa de fraile que en verano

de flores.

ese estilo era la casita que

dro de

compró don Pe-

Garay, cuando vino de Santa Fe, cinco

años atrás, con

la

esperan za de un puesto nacional.

LOS OJOS VENDADOS

7

Invirtió en ella la fortunita de su mujer, y se quedó esperando el nombramiento. Había sido empleado provincial desde que tenía

uso de razón, y no concebía que existiera gente capaz de vivir sin serlo.

Comenzó tes

su carrera administrativa cebando

comisario de Santa Rosa,

al

costera, sobre

un brazo

ma-

población

vieja

del Paraná.

Tenía diez y ocho años, cuando el jefe político del departamento observó su afición a leer diarios y almanaques, y

lo

hizo escribiente de la secreta-

y después secretario de la jefatura, en Helvecia, y de pronto lo llevaron a Santa Fe, con un empleo en la Casa Gris» amarilla en aquellos tiempos. ría,

Como

era respetuoso de las personas y de las

y poco, movedizo, los gobiernos pasaban y él permanecía en su puesto, ni envidioso ni envidiado,

leyes

satisfecho cuando podía en la

un en

misma

oficina echar

vistazo a los diarios locales, y luego enfrascarse la lectura

de algún gran diario porteño, que

leía

con avisos y todo.

Las raras veces que

el

exceso de trabajo no

permitía concluir su lectura,

sentíase desazonado

y en su casa reemprendía su tarea, hasta darle

Nunca

leía

concluido

— Sería

un

Se

diario recién llegado,

si

fin.

no habíi

el anterior.

una

lástima,



decía



se

aprende

~>ucho.

Y

realmente, después de veinte años de cons-

tancia,

don Pedro de Garay tenía ideas generales

HUGO WAST sobre todo, y podía emitir de sopetón un juicio

redondo y definitivo. Sabía cuál era

más

estadista

el

pueblo más moral de

el

la tierra,

ladrón, el mejor tisteiúa elecio-

y la más perfecta máquina de escribir. Sin haber viajado, conocía más o menos •

ral

ocurría en todos los países.

—Yo

no he estado en Groenlandia,

pero seguramente

los vestido.,

allí

.le



le

que

decía

las

i



ajeies

comienzan más arriba y acaban más abajo .r.ic aquí. En Inglaterra hay una ley contra los envenenad 3res del pueblo;

yo no he estado en Inglaterra, pe-

ro sé que hay una ley

Sus conocimientos

.

.

crecientes,

no modificaron

la

sencillez de sus gastos, ni el bullicio de las ciudades

disipó en su corazón el melancó'ico

amor

*

su pue-

blo natal.

La

vieja

y apacible Santa Rosa, sus

calles

de

arena, sus frescos naranjales, su río barrancoso y

profundo, su

isla

siempre verde y bulliciosa con

la

algarabía de las aves silvestres, y el hospitaliario

tenorio de sus habitantes, orgullosos de su pueblo, el

más

tela,

Utia

de

criollo

la

comarca, y de su larga paren-

y de sus tradicionales apellidos, todo formaba imagen imperecedera, emocionante como una

vi-ión soñada.

Aprovechaba

las

.

vacaciones

para

refrescar

su

vida, y se pasaba dos meses comiendo sandias en (de patriarU vereda de su casa, durmien

jUgando

al

lineo en

el

almacén, donde comen

LOS OJOS VENDADOS

9

taba las noticias de su diario, que recibía en pa-

semanales

quetes

del Rincón, y

por

la

mensajería de San José

desparramaba sus conocimientos.

A

sombra fragante de los naranjales, tejió ei único romance de su vida con Presentación Troncoso, una linda morocha que veinticinco años después no conservaba de su mentada belleza, más que los la

ojos negrísimos y ardientes, en que chispeaban los recuerdos.

Era hija única de uno de los ricos del lugar, dueño de dos o tres chacras de maní, y de una legua de campo y de un millar de vacas muy fecundas, pero de cuernos inconmensurables, criollas como caracú.

ej

Don Pedro

hubiera salido de pobre de no haber-

dejado tentar

se

el

suegro por un trapalón, que

le

vendió un molino de aceite en Cayastá, cuya he-

rrumbrada maquinaria sacaba tanto parva de maní, como

un tejado

Con

si

aceite

del tiempo del Rey.

todo,

al

liquidarse

la

herencia, les quedó

una taleguita de dinero, que les llegó en que don Pedro obtuvo su jubilación.

De ahora en rio

en

el

sin dar

de una

hubiera molido en su lugar

los días

adelante podía sentarse a leer

zaguán de su casa, o en medio del cuenta a nadie de su holganza.

en

el dia-

patio,

La men-

aunque un tanto mermada, porque don Pedro quiso obtenerla antes de cumplir el tiempo necesario para que le otorgaran sualidad

el

le

correría igual,

sueldo íntegro.

Se había dejado inducir en tentaciones. Se ha-

HUGO WAST

I

fuerte, en sus cuarenta y cinco años, y su mujer y sus dos hijas y sobre todo su hijo, lo asediaban para que con el dinero heredado, y la jubilación conseguida, se marchasen a Buenos Aires, donde fácilmente encontrarían empleos pa-

liaba

ra todos.

Don Pedro

revolvió

mucho

la idea, antes

de de-

cidirse.

Realmente las necesidades de su familia crecían. Su hija mayor, Laura, iba tocando los veinte años su hijo segundo, aquel badulaque tumultuoso y mi-

mado de

Pulgarcito,

ciudadano, y

años cabales.

la hija

acababa de enrolarse como menor, Matilde, tenía quince

Su mujer, muy hacendosa y econó-

mica, se estaba agriando en lidia perpetua con

servidumbre, una

la

runfla de chinitas que cada ve-

nino traía de Santa Rosa, y habría deseado frecuentar las diversiones públicas, visitar a sus relaciones, vestirse a la

moda. El mismo sentía

la

ne-

cesidad de mayores comodidades, habría querido tener

un

y una bibliotequita con la "CoObras Famosas" y la "historia del Mun-

escritorio,

lección de

do", que

La de que

le

ofrecían por mensualidades.

jubilación las

no alcanzaba para todo, aparte

finanzas provinciales andaban enredadí-

simas, y pasaban semestres enteros sin que bierno pagase a sus empicados.

Era imprescindible reforzar

las

entradas.

el

go-

Don

Pedro habría invertido con éxito el dinero de la herencia en un negocio que enriquecía a cuantos 5C dedicaban a él, siempre que anduvieran cu bue-

LOS OJOS VENDADOS

nos

con

términos

compra de

hombres

los

sueldos, que en

era la industria

más

II

gobierno:

del

la

esa época de atrasos,

floreciente.

No

faltaban nunca

empleados famélicos, que vendían sus derechos con unas quitas formidables, como vendió Esaú su mogenitura. Si

el

pri-

comprador era amigo de un mi-

nistro o del gobernador, circunstancia que solía ser

base del negocio, lograba secretamente una or-

la

den de pago a su favor.

Pero don Pedro había vendido en época de apualgunos sueldos. Conocía por experiencia lo

ros,

infame de aquel tráfico de negreros, y tuvo ver-

güenza de ejercerlo.

Un

amigo que

el

gobierno

nacional, lo ilusionó con la perspectiva de

un pues-

se decía influyente

en

en Buenos Aires y eso concluyó con sus vacila-

to

ciones

Un

.

buen día

los diarios santafecinos

anunciaron

que don Pedro de Garay con su familia se instalaba en la Capital Federal. Don Pedro recortó las amables noticias dadas

con motivo de su

guardó para mostrarlas en

el

viaje, y las nuevo lugar de su

residencia. j

Pero qué

sas en El,

distintas

en

Buenos Aires! que no caminaba

la

realidad eran las co-

tres cuadras

en

provinciana, sin detenerse diez veces; cía el vecindario,

desde

el

él

la

ciudad

que cono-

gobernador, hasta los co-

cheros, y era saludado por todos con

una

sonrisa, y

con todos podía cambiar alguna broma, se pasaba

HUGO WAST

12

días enteros errando por las calles porteñas, detrás

de sus tres hijos, remolcando a misia Presentación,

como un grupo de náufragos,

perdidos

un

solo conocido.

aiguna cara que

—Mira,

A

les

lo

sin hallar

más, de cuando en cuando,

recordaba alguna relación.

papá, aquel señor

:

¡

la

misma

traza de

don Régulo



Hombre Parece mentira que no mo! Voy a preguntarle si es pariente. ¡

!

— Déjalo; te

sea

¡

¿Y

va apurado.

hace acordar,

las

mis-

esa señora, a quién

mamá?

Misia Presentación miraba, pero nada

emoción de

él

novedades

vendaba

le

veía,

la

los ojos.

— A quién — preguntaba humildemente —A Rosita Ripalda. Buena mozona como — Es es que fueran herma¿

?

ella

¡

cierto,

cierto

!

¡

.

.

.

ni

nas!

Al cabo de ocho días, como el nombramiento no don Pedro hallase manera de llegar hasta el presidente de la república, y como el hotel los fundía, pensaron en alquilar una casita, se produjera, ni

para seguir esperando en mejores condiciones.

El amigo en esta emergencia demostró más vidad, pues en otros ocho días les

con los últimos pesos heredados, una mismo, en la calle Migueletes.

La

tarde que firmaron

la

acti-

hizo comprar casita de

él

escritura lo vieron por

La casita era nueva y última vez. con su galería y su enrejado de rosas.

simpática

La ocupa-

ron sin tardar, adquirieron unos catres de lona

LOS OJOS VENDADOS

1

para dormir y una mesa para comer, mientras recibían de Santa Fe los viejos muebles, que dejaron

arrumbados, en previsión de

la

aventura.

Misia Presentación, que era hacendosa y limpia, los ladrillos de la veredita

puso relucientes hasta del

por donde se

fondo,

gallinero.

cebarlo,

Compró

y hacer chorizos

misma

Ella

cocinaba,

sin

iba,

gallinas,

y un

embarrarse, al

para

chanchito

.

con una maestría admi-

rable.

— Siempre tuvo buena mano — decía don ¡

!

Pe-

dro, relamiéndose a eso de las once, cuando ella

le

ponía en la punta de la mesa una taza de caldo o una empanada, para que abriera el apetito.

Las muchachas no holgaban ponían

los visillos,

;

lavaban los vidrios,

clavaban abaniquitos en

redes, inventariaban las plantas del jardín, ilusión de la novedad, estimuladas por su

con

la

padre que

o devoraba su tenteenpié.

leía los diarios

Pulgarcito

las pa-

en

los

primeros momentos intentó

ayudar a su madre y a sus hermanas; dijo que iba a poner la campanilla eléctrica, cosa que según había estudiado en

éi

Ganot.

sica de

el colegio

alambre, y no volvió en todo lo trajo

un

nacional, en la Fí-

Pidió cinco pesos, para comprar

vigilante

que

el día.

lo halló

Al anochecer

perdido y muerto salir y se estuvo

de cansancio. Al otro día volvió a ti

es sin dar señales

de

él;

de vida, con

la policía

detrás

hasta que volvió contando aventuras mara-

villosas,

que sólo don Pedro se negaba a creer.

HUGO WAST

14

Así comenzó a conocer

la

tren de actividades siguió.

un el

rollito

gran ciudad, y en ese Durante años y años,

de alambre permaneció arrinconado en

comedor.

—Es para Pulgarcito —

campanilla eléctrica que va a poner

la

explicaba

madre y

la

en atar una gallina clueca,

al pie

alambre.

al

gallinero,

las otras gallinas los perseguían.

— No

más

necesita

go hacer todas

era verdad.

que

ejercicio



mañanas,

las

que revisaba prolijamente

Y

el

de un naranjo,

para que los pollitos no se entraran

donde

hermanas;

las

hasta que don Pedro, comenzó a gastar

Todas

la

las

el

que yo

le

ha-

decía don Pedro,

atadura.

mañanas él arriaba la marchando lenta-

clueca con sus pollitos a la calle,

mente hasta

la

esquina,

muchachos jugaban Allí

un

solar baldío, en

que

los

al football.

aguardaba algunos minutos

al repartidor del

que pasaba por ese lado media hora antes

diario,

que por

el

otro

plegaba

el

papel y se absorbía

;

se

afirmaba

al

poste del cerco, desel artículo

de fondo,

su desayuno espiritual, mientras la gallina y sus pollitos,

ban

A

el

escarbaban en

los tarros

de basura, o pica-

pastito verde en la cuneta de la calle.

más de

esa tarea, don Pedro se impuso la de

lavar diariamente

una jaula de palomitas francesas,

que construyó él mismo en un ángulo del jardín. por puro afán de actividad. Pero eso lo hacía después de su lectura matinal, antes de o de

la taza

de caldo.

A

la

la

tarde dormía

empanada u siesta, y

LOS OJOS VENDADOS

después estaba

libre,

para

i

futura ocupación que

la

habían de darle.

—decía —Tengo — desde libre,

empleo,

siempre que solicitaba

él,

las tres

a las

siete,

más o menos.

Esto no quiere decir que no aceptaría un cargo que tuviese horario distinta, sino que

me

vería obliga-

do a cumplir mis demás obligaciones a otras horas

He

ahí todo.

Con

los

muebles de Santa Fe hicieron venir tam-

bién a la negra Saturnina, una sirvienta vieja, de !>anta Rosa,

que había visto nacer a

y que a misia Presentación

La negra

llegó,

le

los tres hijos,

decía "la niña".

alborozada porque iba a verlos

de nuevo» sin imaginarse que sería una verdadera desterrada en aquel gran mundo.

Todos calle

se habituaron a

o en

él.

los studs; misia

Pulgarcito vivía en

la

Presentación se distraía

recorriendo las tiendas, hurgueteando, sin comprar

muchachas gozaban respirando el aire porteño, y don Pedro había empezado a emplear nada;

las

sus horas libres en los cinematógrafos, de tal modo que un tiempo después, llegó a creerse el hombre

más ocupado Solamente

del la

Río de

la Plata.

negra Saturnina no pudo acomo-

dar su corazón a las novedades.

Al atardecer, cuando todos estaban fuera, en bando de refregar sus cacerolas, e c calerita

de su cuarto, un

altillito

se

aca-

sentaba en

la

de madera cons-

truido sobre la cocina, y se ponía a tomar mate.

HUGO WAST

1

A

veces se quedaba absorta y

mate

el

se le en-

friaba en la mano.

Sentía horror por

por

la calle,

olor a los automóviles, por el

por

por

el

los trenes,

malicia de los pilludos, y apenas se asomaba

la

no era el alba, los domingos para primera misa en la iglesia de las Mercedes

9

la puerta,

ir

a

la

si

a media cuadra de

De

el bullicio,

rumor de

los ecos

de

allí.

inmensa ciudad, sólo

la

toque

el

de aquella armoniosa campana de los padres agustinos, le acariciaba el oído

A

Echaba de menos ta

:

¡

clan, clan, clan

esa hora de la tarde se llenaba de nostalgias.

de

la

charla de las vecinas a la puer-

como en Santa Rosa.

calle,

Sentadas en

vereda

la

tas de pie, arrimadas al

manos cruzadas sobre porque

los

las señoras,

marco de

la

y

las sirvien-

puerta, con las

regazo, y en la oscuridad,

el

mosquitos acudían en enjambres no bien

se encendía

una lámpara, desmenuzaban

sucesos de sus vidas.

En

más reducidas adquirían cuestiones

eran

de

los

pocos

aquella quietud, las cosas

importancia.

todos

interés,

los

Todas ruidos

las

se

agrandaban.

cuando callaban las conversaciones, sentían rumor del rio que roía eternamente la barranca,

Así, c!

a treinta pasos de el

la calle, y,

de cuando en cuando,

golpe de un trozo de greda que se desmoronaba

lobre

la

¡Todo

corriente lo

.

echaba de menos

huertas de naranjos,

la

1

Kl

perfume de

las

algarabía de las gallinetas

LOB OJOS VENDADOS

y de

en

los chajás

la isla,

17

cenagoso olor de

-el

los

camalotes, que llegaba en el viento.

Hablaban siempre de cía,

mismo, del

lo

su perpetua preocupación

;

que cre-

río

de que don Francis-

co Silva o don Pedro de Garay tenían su hacienda

en

la isla,

que

se estaba

anegando, y quién sabe

más

si

se

Comentaban las fechorías de los cuatreros que a don Ramón Bergallo el día antes le habían carneado una vaca, y a don Audelino Monrull le habían robado un caballo, podrían sostener

allí

tiempo.

:

y el comisario se reía de ellos, y se pasaba jugando al monte en el almacén

Hablaban de

las

el

día

enfermedades de parientes y co-

nocidos, y de los noviazgos en puerta.

Cuando don Pedro de Garay se la llevó de Santa Rosa a Santa Fe, hacía veinte años de esto, ella no cambió mucho de costumbres. Vivían en rrios del sud de la ciudad,

donde

le

los

ba-

fué fácil rela-

cionarse con todas las sirvientas del vecindario, y a cierta hora se iba a

en

el

zaguán o en

convidarlas, su

comadrear con

el patio,

ellas,

sentadas

llevando a veces para

mate y su yerbera, y de cuando en

cuando algunas tortas con azúcar. Cómo no habría de extrañar todo eso allí, en Buenos Aires, donde las vecinas ni se saludaban, ¡

donde

al

atardecer

pandillas de

sólo

se reunían

en

muchachos zafados, o de

la

vereda

carreristas

maliciosos, que hablaban de football o de carreras,

y cantaban atrocidades. Vaya por Dios ¡

HUGO WAST

IS

Pero tenía tanto amor a por

los "niños",

la

casa de don Pedrito,

que sorbía sus lágrimas y disimu-

laba su aburrimiento.

Los acompañaría hasta y en

los

Ay Don

¡

!

la

muerte, en los buenos

malos tiempos.

los

malos tiempos habían llegado ya.

Pedrito no encontraba empleo

vían en casa propia, y

la

;

y aunque

vi-

"niña" Presentación era un

prodigio de economía, y ella no

les

apuraba por

su sueldo de cocinera, limitándose a pedirles centa-

como

la

vida se encarecía cada vez y había que vender

la

\os para "sus vicios",

el

mate y

el cigarro,

jubilación con enormes quitas a los usureros, y Pul-

garcito no hacía más que gastar y las muchachas eran unas señoritas, obligadas a andar bien puestas,

pasaban vergonzosas estrecheces. Saturnina se consolaba de sus penas mirando a las jóvenes.

Laura,

la

mayor, apenas

salía

de

la casa,

como no

fuera a acompañar a su hermana o su madre. Vivía ocupada siempre; cosía toda la ropa blanca y los

vestidos de las tres mujeres,

donde una vecina bondadosa

le

en un

tallercito

enseñaba mara-

villas.

Era muy bonita: tenía los ojos verdes de su pay una timidez provinciana que dulcificaba sus gestos. Morena ágil como una judía, sólo en sus dre,

manos estropeadas por laba

la

humildad

Cuando

le

mar

madre y de su novio

y reflujo de su

interior.

Se sentaba a

que

el flujo

la

mesa, aquella mesa de dos alas

plegaban durante

el día. Saturnina iba y venía trayendo los platos humeantes, y por la puerta de la galería, abierta de par en par, entraban en-

se

jambres de maripositas de

luz,

locamente contra

labrado de

el cristal

Su padre comía en ta

de

la

el sillón

que iban a azotarse la

lamparita.

arrimado a una pun-

mesa.

Era Hombre de buen nado

plato,

la rienda.

si

diente, y no habría perdomisia Presentación no lo tuviera de

La desesperaba

sobre todo

el

que aún no

urr.o

36

WA8T

dejara comer locro ni empanadas, las especiali-

lo

dades de Saturnina.

En

otra punta, sentábase misia Presentación,

la

y frente por frente, a cada lado, las dos parejas de jóvenes, Matilde y Link,

do éste

mana vios

que a menudo ocurría, su her-

faltaba, lo

quedaba

se

Laura y Pulgarcito. Cuan-

mirando conversar a

sola,

los no-

.

La negra morra con

una fuente de batatas o de mazay eso marcaba el final de la co-

traía leche,

mida. Misia Presentación se levantaba para ayudar

en

y Laura jugaba

la limpieza,

al

Pedro, después de prepararle un

dominó con don te

de quiebrara-

don Pedro no tenía ganas de juy pedía su costurero y se ponía a pegar de nuevo los botones de sus trajes.

dos. Pero, a veces, gar,

— En

ejército

el

alemán

— exponía — es una

grave de disciplina andar sin botones.

lí!

estado en Alemania, pero sé que es

Absortos su padre en su tarea, y

Yo

fal-

no he

así.

los

novios en su

conversación,

Laura sacaba su

silla

al

corredor,

anegado en

perfumada frescura de

la

primavera

j

la

miraba a

da

'le

a

luz,

lo lejos

pasar

estrella errante,

diamante

el

mulaba una cumplían

1-

espejo de suplica,

como una ban-

(lo

la

las estrellas.

pronto, cortaba o>n> () un

noche, y entonces ella for-

porque

le

habían dicho

i|iie

se

pedidos hechos así: "que Carlos Link

se reciba pronto, y

Cuando

los trenes,

o alzaba los ojos y contaba

llovía



que Matilde

lo

quiera mucho".

mal tiempo,

Be

iba

B

BU

:

.

:

.

LOS OJOS VENDADOS

])icza

por

rezaba

)-

el

rumor de

Una noche

con

el rosario,

37

distraído

el espíritu

palabras de Link.

las

éste dijo

a don Pedro, después de

examinarlo

—¿Cómo

se siente para dar

mañana un

El enfermo se llevó los anteojos

abandonó sus botones y

a

paseíto?

la

frente,

miró con sorpresa

lo

—¿Un paseíto? ¿ha comprado automóvil? — No un paseíto con sus propias piernas — Qué esperanza Tengo media res muerta. ;

!

¡

me

pierna izquierda no

pasear sino en automóvil.

Yo

parece mía.

Y

I

a

no puedo

a la verdad que esto no

debería ser un lujo, sino una comodidad al alcance

como en Estados Unidos. Yo no he

todos,

ele

tado

pero sé que hasta

allá,

los

es-

chacareros tienen un

automóvil como aquí tienen un sulky.

Link

lo

interrumpió

— Haga quina, y

le

la

prueba

:

mañana

Don Pedro echó una mirada

— Hace ¡

cam'-ne hasta

la

es-

daré permiso para leer los diarios.

un año que no

almanaque.

al

los leo

!

¡

Lo que habrá

sucedido! ¡Las nuevos inventos! ¡Los muertos ilustres

!

Si usted

mujeres

se

Link fuese más

noticioso, y estas

interesasen por las cosas del espíritu,

yo no estaría aislado del mundo.

— Mañana podrá sus — después del paseo. — En cuanto me quiera parar, leer



diarios,

insistió

el

joven;

do.

.

me

caeré redon-

.

—Yo

lo llevaré del brazo,

papá

.

.

.

Hay una

ga-

HUGO WAST

38

con nueve pollitos;

llina

quina

sacaremos hasta

la

la es-

.

Don Pedro Detrás de

se quitó los anteojos, los

mandó

costurero y

también Saturnina, con

llegó

ésta,

guardó en

el

Presentación.

llamar a misia

las

mangas vueltas y los brazos enharinados. Gran día el de mañana, les dijo don Pedro



emocionado.



— Volveré

a mis lecturas, y saldré a

paseo.

Se puso de

resoplando, porque estaba

pie,

muy

gordo, y falto de fuerzas, y caminó alrededor de

mesa, arrastrando un poco los

— Querer ¡

visto

es

poder

anunciado un

!



la

pies.

exclamó.



Por

libro inglés de autor

ahí he

muy mo-

derno, que se llama: "¡Ayúdate y te ayudaré!" de tal Smiles. Usted lo ha de conocer, Link.

un

— N'o he leído más que primera parte — conAyúdate Link — llama que — — —Bueno, pues, don Pedro yo no la

testó sonriendo

la

!"



se

replicó

he

leído,

pero

me

cultivo de la

país

la

dan mucha importancia voluntad. Por eso Inglaterra es un

voluntad. Estos ingleses al

lo

imagino que trata del poder de le

donde todo prospera. Sin haber estado en Inconozco mucho a los ingleses todos andan

glaterra,

;

bien vestidos.

y ra

Misia Presentación abrazó y besó a su marido, le dijo en voz baja que su primer pasco lo hiciehasta la iglesia do las Mercedes, para dar

gradas

a

DioSj

J

accedió por complacerla.

él

turnina gemía dulcemente:

—¡Don

Pedrítol

¡

\

a está

salvado don Pedritol

Sa-

!

LOS OJOS VENDADOS

39

Se fué a acostar don Pedro, ayudado por su muy la cocinera explicó a los demás los prepara-

jer

en que andaban.

tivos

— Estoy ¡

haciendo empanadas para tu ministro,

Matildita

Esta tarde

ministro había dado palabra de ho-

el

nor a Matilde de nombrarla antes de quince días;

y misia Presentación quería refrescarle la memoria con un obsequio, que aquél estimaría en mucho, si era

homibre de buen diente que pintaban los pe-

el

riódicos.

—¿Por

qué

afana, detrás de ese empleo?

se



muchacha, que está distraída, construyendo una torre con las fichas del dominó. preguntó Link a

la

Matilde se estremeció, como al

mundo de

— No

la

si

le

costara volver

imaginación.

quiero ser una carga en mi casa



res-

pondió brevemente.

—¿Pero

qué

seré médico, y

le durará ese empleo? Pronto yo mi padre me autorizará para casar-

me. Nos instalaremos en Helvecia y allí trabajaré con ilusión. ¿Y usted se hallará a gusto?

La joven respondió que

—Yo en

el

dades

he nacido

campo pero usted ;

.

.

¿

.

No



moviendo

se cansará

algún día de vivir ella

ra para su hijo alguna .

.

vivir

tiene su corazón en las ciu-

— Su padre — contestó ta — no me verá con buenos lugares.

la cabeza.

— prosiguió Link — para eludiendo ojos.

muchacha

la

Tal vez

allá ?

pregunél

quie-

rica de aquellos

¿Nunca han hablado de eso?

.

.

HUGO WAST

4O

— No,

Mi padre

un hombre de corazón, y la querrá cuando vea cómo la quiero yo, Matilde. Mi madre es una mujer sencilla, que se alegrará de tener una hija más y mis hermanas se ¡

no

!

es

enorgullecerán de verla en nuestra casa, y vivirán estudiando sus maneras y sus trajes, para imitarla

en todo.



¡

Mis

chacha.

trajes



No

— exclamó

!

valen

la

con sarcasmo la mupena de ser imitados; los

liemos hecho con Laura, reformando otros viejos.

—Bueno,

eso aprenderán.

Matilde pensó en labras de su novio

:

.

las cosas

un

que evocaban

y algarrobales,

riacho, aislado, entre anegadizos

que en

los

tiempos de grandes bajantes del

grandes crecientes era

campesinos con virían espiando

la

las pa-

margen de un

pueblito, a la

difícil llegar;

río,

o de

una familia de

conciencia de su riqueza, que

sus gestos, para ver

si

el

vi-

merecía o

amor de su hijo; un padre serio, como un triarca, una madre simple, obediente como una

no

al

paes-

ciava; una existencia descolorida, entre vecinos que se esforzarían

por complacerla por ser

médico, pero que no

la

Suspiró a su pesar y

querrían él

que

la

.

la

señora del

.

estaba mirando,

la

interrogó suavemente:

—¿El pensar en eso entristece? Matilde, para cargar — Su padre — de penas futuras, que otros responsabilidad bre — ruando me no aprobará su presentía, la

so-

insistió

la

elección,

vea.

1

LOS OJOS VENDADOS

— Mi

padre ya

— respondió

conoce

la

4

él.



Le

hablo poco de usted en mis cartas, para que no pien-

que

se

me

distraigo de mis estudios

que

sola de las palabras

mo

es,

;

pero en una

digo, debe adivinarla có-

le

y cuánto debemos quererla todos.

Dijo esto con una emoción reprimida, tan honda,

que Matilde

se

estremeció.

Laura empezaba

a

cerrar

las

era hora de acostarse, entró de la

frente de su

hermana

raramente brillaba en

la

puertas,

aquella luz de

ella,

porque

galería y vio en

amor que

y su alma se alegró.

la mirada escudriñadora que le miedo de que esa noche la hablase

Matilde observó arrojó, y tuvo

de Link.

de nadie,

noraba

No ¡

le

gustaba abrir su corazón a los ojos

ni a los

de Dios

las corrientes

!

porque

ella

obscuras de aquel

misma

ig-

mundo

pe-

queño, pero infinito.

Y

corrió a acostarse, y fingió estar dormida cuan-

do entró Laura en su cuarto.

.

III

Un ramo de Llovió durante piosa y

en

tibia,

el alféizar

la

violetas

noche, lluvia de primavera, co-

que lavaba de

las

las calles y los jardines, y ventanas remozaba los tiestos

de flores.

Laura

solía levantarse al

ca antes que

la

rayar

el día,

negra Saturnina, a

la

pero nun-

cual hallaba

tomando mate, sentada en el umbral de la cocina. Bajo el nuevo sol refulgían gotas de lluvia en todas las flores, y bastaba el roce de una mariposa, para que se desprendiera un diamante. Las hortensias en los rincones del jardincito, dondeaban sus copones rosados, y las glicinas, bre

la

re-

so-

ventana del comedor, estallaban en racimos

de ácido' perfume

La joven ría su

estaba contenta porque don Pedro da-

primer paseo por

la calle,

después de un año

de reclusión; y también porque esa noche, cuando Matilde los dejó solos, Link se le acercó y de dijo

en voz confidencial:

—Tengo

una noticia que darle.

nuao wast

44



¿

Buena, mala ?



preguntó

ella



¿

algo de

usted ?

—Es

buena, y no es nada mío. Tenga paciencia Antes de ocho días sabrá de qué se tra-

y alégrese ta

.

.

Misia Presentación también se levantó muy temprano esa mañana. Tenía mucho que hacer, hornear las

empanadas, en cuyo trajín andaba ya Saturni-

na y concluir de lavar unos pañuelos, que luego pegaría en los vidrios de la ventana y concluirlo todo, ;

antes de las siete, hora en que el tren de Santa

Fe

pasaba por Belgrano.

De

mandaban una chinita para que En tiempos de más holgura, misia Pre-

Helvecia

ia criasen.

le

sentación tenía siempre unas cuantas parditas a su servicio tía

su

les

;

enseñaba a

leer, las

hacía rezar,

las ves-

con esmero, porque eso redundaba en prez de

nombre y

les

sacaba

el

jugo hasta

los dieciocho

años, época en que generalmente las criaturas se

mandaban

a

mudar con algún

cartero o se

le

casa

han con algún vigilante viejo.

La

provisión de criaditas se

nos Aires, donde existían bertades

;

más

les

concluyó en Bue-

tentaciones y

más

li

y misia Presentación quedó reducida a los

edad

so

Pero su parentela de Santa Rosa le anunció muerte de unos vecinos pobres, que dejaban en

la

indigencia una colección de criaturas a quienes

el

servicios de la negra Saturnina que con

la

llenaba de mañas.

la

.

LOS OJOS VENDADOS

45

juez de menores estaba repartiendo entre familias

pudientes

Los ojos de misia Presentación chispearon de codicia y telegrafió

en

el

acto:

"Háganme mandar

de quince años» para abajo, porque de más edad

tres,

muy "sabidas". No pudieron mandarle más

son

que una, con una

fa-

milia santafesina, que venía a Buenos Aires.

Misia Presentación, con la cara enrojecida por la buena salud y la actividad, horneó las empanadas del ministro, pegó a los vidrios los pañuelos recién lavados, fué a besar a su marido, sacó las llaves del

de su pollera, entregándoselas a Laura, y partió para la estación, después de atusarse ligera-

bolsillo

mente

los cabellos

negrísimos aún, y encasquetarse

florido y juvenil, que Pulgarcito llamaba "el budín de violetas".

un gorrito

No

bien

salió

la

señora,

cuarto de don Pedro con una

un

Saturnina se metió

empanada

al

caliente en

plato.



¡

Buenos

días,

señor don Pedro

!

Aquí

le

trai-

go esto que va a acabar de mejorarlo. cama, miraba un trozo puerta. Cuando en la campanas, las palomas del

El enfermo, todavía en

la

de cielo por un ángulo de iglesia

repicaban

las

la

campanario echaban a volar, y él las veía revolotear sobre aquel fondo azul. Creía conocerlas ya, porque no eran muchas, y pasaba las horas contemplándolas

.

El era un "esprit fort" pero agradábale

vecindad de aquella iglesia que

le

mucho

distraía

la

con sus

!

:

HUGO WAST

46

campanas y sus palomas, y hasta con cienso que difundía en

olor a in-

el

el barrio.

El anuncio de Saturnina

le

trajo a

más

prosai-

cos pensamientos.

— Cómase esta empanada, antes que venga ña Presentación, y vayase a ción

de gracias

don Pedrito. Don Pedro engulló

oír

la ni-

una misita en

ac-

Señor, y ya va a estar sano,

al

miró a todos empanada. Entornó

se incorporó,

la deliciosa

lados, y se los ojos

y

nuevo

la

cabeza, satisfecho y fatigado de

negra, con

el

plato vacío en la

reclinó de

mj hazaña.

La ba y

—Ahora, botines

mano,

lo

mira-

sonreía.

le

la

ponga

los

sin abrir los ojos



empanada,

sin

¿quiere que

misita...

le

?

— No —

don Pedro,

dijo

yo soy un "esprif fort".

La negra la

safio

temerosa de que

la

misa, fuera a indigestarle.

Al rato

se

—Laura Entró

la

¡

oyó

la

voz aflautada de don Pedro

alcánzame joven.

En

el

diario

algunas

cabellos traía

los

hojas secas, que habían caído sobre su cabeza, mien-

espulgaba

el

enrejado de

rosa:-,

trepada

en

una escalenta.

— La

bendición, papá

dijo y besó

su padre, regordete y suave.

— Aquí

la

está

mano de el

diario

de hoy. Pero don Pedro no quiso saber nada con

el día

:

LOS OJOS VENDADOS

rio

47

de hoy. Había pasado un año entero sin

sin hacerse leer,

porque en eso nadie

le

leer, y

daba gus-

y prefería aguardar que su vista se aclarase y su médico le diese permiso para reanudar sus tato

reas; y no estaba dispuesto a perder los trescientos

y tantos diarios, que por su orden lando en un rincón de la pieza.

— Sácame

el

de más abajo,

fueron api-

se

el del día siguiente a

mi ataque.

Laura se lo entregó, y don Pedro, después de mandar a la pila el diario nuevo, se caló unos anteojos de patillas de oro, y retomó los acontecimientos mundiales,

— Cuando

con un año de atraso.

acabe, llamaré para que

saldremos a dar una vuelta a

Laura

se

a todos, así

En

el

—Tengo

me

vistan y

manzana.

fué a preparar el café que ella servía

que iban levantándose.

comedor,

dre, halló a

la

la

pieza contigua a la de su pa-

Matilde, vestida y pronta para

que estar en

el

salir.

Consejo de Educación,

antes de las nueve.

Laura, dijo señalando

la

cocina, de

donde

la bri-

sa acarreaba apetitosos olores

— Las

empanadas de Saturnina ganarán

la

ba-

talla.

y Laura un momento, dobló por la micarpeta de la mesa, extendió un mantelito

Matilde hizo un gesto decepcionado, sorprendida, calló tad la

en

la

parte desnuda, y sirvió

allí el

café de su her-

.

!

!

.

:

HUGO WAST

48

mana, que

se estaba

mirando

uñas, sin ganas

las

de hablar.

—Ya

se

conoce,

te

gún resentimiento,



murmuró Laura con

al-

que eres maestra con

di-

ploma.

— Por qué — interrogó Matilde. — Parece que a cambio del diploma, ?

I

entregan

la

alegría

— Me duele cabeza. —Habrás dormido mal. — No, no Qué yo —¿Anoche, cuando entró la

!

¡

Todas que

se

las



¡

lo

que tengo

mamá

no

la sentiste?

después

noches misia Presentación,

acostaban sus hijas, iba a su cuarto, de pun-

tillas, les

hacía una cruz en

la frente,

las besaba.

y

Casi siempre las hallaba dormidas.

— No

la sentí,

— dijo

Matilde.

Y

no era verdad, porque hasta tarde la desvelaron sus pensamientos, esas imágenes desbaratadas que

la

fatigaban sin adormecerla

Sintió llegar a su

do

le

marcó

—Esta la

la

madre y cerró

cruz en

la frente, la

pobre criatura es

conserve

los ojos,

muy

y cuan-

oyó murmurar

buena.

¡

Dios

me

así

Matilde tomó

el

café, fué a dar los

buenos días

a su padre y salió.

De una planta que había frente a la ventana del comedor cortó unos jazmines y se los puso en la cintura.

.

LOS OJOS VENDADOS

49

la estación se le acercó una un mazo de violetas. Tómelo y no me lo pague,

chiquilla a ofre-

En cerle





le

dijo en tono

confidencial.

Matilde conocía a

praba sus

flores,

siempre

con un golpecito en

como un botón de

la niña,

y aunque no

la

;

y

me

com-

acariciaba al pasar,

las mejillas

redondas y suaves

rosa.

— No quiero arruinarte, Noemí. —Tómelo, ayer un mozo me ted

le

lo

pagó para us-

preguntó su nombre

Matilde se puso colorada, tomó instintivamente el

ramo, y subió

al

tren que llegaba en ese

mo-

mento.

—¿Y

le

dijiste

chándose desde

la

mi nombre?



preguntó aga-

ventanilla.

—Sí...

—¡Mal

hecho!

El tren partió, y Matilde abrió un libro y quijo pero su imaginación se salía de las páginas

leer,

y volaba hacia su ramo de violetas.

Ya

se

imaginaba quien era aquel desconocido.

El día antes, yendo a Retiro, un junto con

ella

y

joven

subió

se sentó a su lado.

Era una de esas personas con quienes uno se la calle, en el tren, en los tranvías, que viajan a la misma hora, y que uno acaba pior saludar el mejor día, sin saber cómo se llaman. cruza en

Debía de vivir en Belgrano, aunque ella recordaba haberlo visto venir del Tigre, una mañana

!

HUGO WA8T

50

de carnaval, vestido de etiqueta y dormido en un asiento, y pasarse de su estación sin advertirlo.

En

breve trayecto no se despertó y Matilde

el

sentada al frente no apartó de

Quería

él los ojos.

imaginarse cuáles serían sus alegrías, y a qué distancia el alma de los hombres como él, rico y libre, vivía del

alma de

las

mujeres como

ella,

tan

pobres que perseguían ansiosamente una miseria,

un puesto que en un mes de trabajo penoso y oscuro, les ciaría lo que ellos gastaban en una hora de risas. ¡

Qué

distintos debían de ser los ideales de ellos

y de ellas

Habría deseado por un momento, asomarse a aquel mundo, en que las gentes vivían de fiesta en fiesta.

¿Cómo bertad

?

¿

se entraba a aquel país

Por

la

riqueza

?

¡

No

de sueños y de lipues ella conocía

!

aristócratas pobres, recibidos y considerados en

gran mundo. ¿Por en

la belleza?

la calle los elogios

Así

el

creyó cuando

lo

de algunos, y más que todo la la miraban pasar en silen-

emoción de otros que

revelaron su belleza.

cio, le

¿No

era esa la llave de oro de aquella puerta,

detrás de la cual estaba la dicha

Ya no que

las

creía en eso, pero le gustaba imaginarse

cosas podían ser de otro

eran, y que v

?

modo

uno de aquellos hombres,

de amar, se prendaría de

de su pobreza.

ella

y

del

libres la

de

que ele-

redimiría

1

LOS OJOS VENDADOS

Comprendía

el

de

peligro

enervasen su voluntad para

mo

el

5

que

esas

fantasías

trabajo; pero ¿có-

evitar que en las horas de cansancio, brotasen

anhelos confusos,

como

flores malsanas, en su co-

íazón virgen?

En

su casa miraban la vida

pero con

misma

la

más prosaicamente, madre no

inexperiencia; y su

había sabido ahuyentar sus visiones con una pa-

Esa

labra cuerda y cruel: "¡Inocente! ción: reza conmigo: ¡Señor, no la

es la tenta-

dejes caer en

tentación!".

También la

me

ella

padecía un poco de su mal, que era

incurable esperanza de cosas que no vendrían.

Después de esa mañana de carnaval, vio dos o que pasaba por su camino sin notarla. Y el día antes volvió a verlo, y tres veces a su desconocido,

sin poderlo remediar, se alegró

de que viajara a su

lado.

Abrió

ella su libro,

anudó su

lectura,

leyendo a

la

en

página marcada, y re-

la

sintiendo que

vez que

él,

de reojo, iba

ella.

Era una novela de Knut Hansun, y llegaba a un pasaje escabroso, descrito con la fiebre de un gran

estilo.

"Esa noche nos vimos

. .

.

",

decía un párrafo.

Ella se puso colorada, y echó una furtiva mirada

sobre su compañero, para observar

do eso; y halló sus ojos y con malicia.

fijos

en

si

ella,

él

había

leí-

con interés

HUGO WASf

52

Cerró bruscamente

y se puso a contem-

el libro

plar el paisaje, el río a la izquierda, infinito

como

un mar, turbio y agitado, y el bosque de Palermo a la derecha, verde claro y luminoso, bajo la primavera.

.

.

Ahora quería no pensar en ese encuentro de la víspera, pero Noemí con su ramo de violetas, excitó

de nuevo su imaginación.

el

El ya sabía su nombre y de él.

Dentro de

la

semana

con un sueldo que

le

ella ignoraría

siempre

nombrada

maestra,

sería

permitiría comprar su ajuar

de novia, y antes de un año, en un lejano pueblito de la costa de Paraná, sepultaría para siempre sus inquietudes. El, su desconocido, la olvidaría, pero ella recor-

daría siempre aquella página del novelista noruego, que le

ganó un ramo de

violetas.

Matilde iba en busca de unos datos que debía obtener del secretario de una escuela normal. Fermín

Yehrde, un joven a quien no conocía. Quizás signarían para esa escuela y

el

corazón

le

la

de-

palpitaba

con violencia.

Hacía más de un año que peregrinaba en las andel Consejo de Educación,

tesalas del ministerio,

y de los veinte consejos escolares de

no

se

La

acostumbraba

a

la

ciudad, y aún

esas gestiones.

escuela era un editicio encaramado sobre una

gradería, frente a una

plaza



antigua arboleda,

LOS OJOS VENDADOS

que en ciertas horas

se

53

llenaba de niños, con sus

nodrizas o gobernantas.

Desde

el

ancho vestíbulo sentíase

fresco de los

el

jardines y de las galerías oscuras, y las voces de los

profesores que explicaban sus temas en las au-

las

ante las quinientas alumnas que

allí se

instruían

ordenanza condujo a Matilde a una

salita se-

a costa del Estado.

Un

parada de

la secretaría,

tales despulidos, y

le

Matilde se quedó

mampara de

cris-

señaló un asiento.

sola.

versación que sostenían para, dos voces,

por una

una de

larde, y le interesó lo

Oía perfectamente otro lado de

al

las

la

la

con-

mam-

cuales sería la de

Ve-

que decían. Se imaginó que

voz fresca y juvenil era la de él, pues Velarde daba conferencias en los centros socialistas, y el público gustaba de su oratoria. Sabía de él que era la

ardiente y dulce del socialismo

no

como un lo

apóstol, y

que

los jefes

querían, porque ni se les en-

tregaba, ni parecía confiar en la sinceridad de aque-

hombres que vendían discursos humanitarios, otros venden piedras falsas y espiaban los cambios del viento en la masa popular, no para llos

como

orientarla, sino para conservar su favor.

Aunque mediaba un abismo entre las ideas relihombre y las suyas, Matilde sa-

giosas de aquel

bía que a su lado trabajaría con libertad.

Oyó

la

voz juvenil que replicaba:

— Kerensky

es

un actor de opereta; Trotsky

es

?;

.

HUGO W4ST

54

un

traficante deshonesto; pero

Lenín

es

un hombre

¿

se acuerda,

honrado, y yo creo en él.. También creía en los otros dos,



— contestóle con sorna una voz mordien-

Velarde?

llena.

y

te

—Así, el

es,

doctor Fraser,

— respondió

con tristeza

aludido.

Matilde recordaba aquel nombre. Bistolfi,

En

casa de

la

una señora joven, amiga de ellas, que solía marido hablaba de un

invitarlas a sus reuniones, el

doctor Fraser, cuya amistad buscaba, aunque era

mordaz y él

temible, a juzgar por las historias que de

refería.

— Para

usted

la

palabra

de ellos nos ha de venir ...

la

tienen los de afuera

la salvación.

¿no cree acaso en nuestros

es justo! ¿o es

Esto

lo dijo

compasión

que

los

.

.

¿Por qué

socialistas

?

¡

eso no

conoce demasiado?

Fraser con

la

voz suavizada por una

irónica.

—Algo de eso debe haber, — respondió

el

secre-

tario.

— Sin embargo, — prosiguió Fraser, — yo he do hablar a esos señores en

las

esquinas de

oí-

las ca-

y he leído su diario, y parecen realmente condolidos por los dolores del pueblo. Deben de ser lles

hombres mansos y humildes de corazón, según reza la

jaculatoria.

Velarde se echó a

— Sí — dijo — j

v

reír

amargamente.

son tiernos de lengua! Mansos

humildes de corazón en

la calle;

pero en sus ca-

.

LOS OJOS VENDADOS

55

son altaneros y bravos con sus mujeres y sus umbral de su puerta despiadados con

sas,

hijos y en el los

pobres que van a pedirles

.

.

.

¡

Esto

lo

he descu-

bierto yo!

— no

Bah

i

!



exclamó Fraser alegremente

ha descubierto usted

lo

;



eso

eso lo sabían todos los

pobres de Buenos Aires antes que usted. Cuando tienen hambre, ningún pobre va a llamar a la puerta

de un comité de su partido,

umbral de ninguno de sus a

dilla

la

va a sentarse en

el

Se va con su escu-

portería de algún convento

engorda más que

frailes

ni

jefes.

;

la

los discursos

sopa de los de ustedes.

Ustedes curan con palabras, pero no dan un mendrugo. .

.

La sorna

habitual había desaparecido de aquella míe sonaba ahora cálida y penetrante. Matilde sintió los pasos de uno de los dos, que se levantaba, y vio aparecer la figura de un joven, en voz,

cuya frente se notaba

la

marca

del estudio y de la

preocupación, aunque en sus ojos brillaba una luz

de invencible ilusión.

— Es Velarde — pensó. —¿Hace mucho que aguarda, señorita? — No, señor; cinco minutos. — Perdóneme Ya voy a atenderla. I

!

!

[

En

seguida salió

el

doctor Fraser.

Era un hombre de edad, de capotados,

pero con

menos

la

tez biliosa,

de ojos en-

y desaliñado en el vestir, apariencia de un gran señor, venido a

sin elegancia

;

HUGO "TAñS

56

Echó una ojeada

curiosa, casi impertinente, so-

bre Matilde, y se detuvo extático a un paso de distancia. Ella lo miró turbada, sintiendo que el gesto involuntario

de

hombre, era todo un ho-

aquel

menaje.

No duró la escena más de lo que dura un relámpago; pero Fraser debía acordarse toda su vida, como

de una visión, del inefable

por primera vez a

momento en que

vio

la joven.

Se volvió rápidamente, y dijo

—Amigo Velarde, una señorita desea hablar con — Y agregó en voz melancon — No pierda en nubes, amigo busbaja,

usted. colía

cierta

las

se

:

;

que una realidad como esa y acabará por creer en Dios, que hizo la luz y la belleza, a su imagen y semejanza.

Velarde invitó a pasar a Matilde y Fraser, que era profesor de historia natural en la escuela, se fué

a dar su clase.

Media hora después 1-gero

;

el

secretario

le

salió Matilde,

con

el

paso

había asegurado que antes de

una vacante, que el ministro podría llenar con su nombre. Le dio los datos que asegurarían su gestión, y le deseó buena suerte. A esa misma hora, en su casa, Laura subía la caleríta de madera del altillo, donde antes alojaron ocho días

se produciría

a Saturnina, y que fué después el cuarto que destinaron a I.ink. Era reducido y desmantelado, pero

luminoso y alegre.

!

!



.

LOS OJOS VENDADOS

57

Laura creyó que el estudiante había salido ya, y subía con su ramo de flores, recién cortadas. Link, junto a su mesa cargada de papeles, parepero su

estudiar;

cía

libro

delante de

él

estaba

cerrado, y sus ojos miraban en el suelo una raya de sol.

Sintiendo abrirse



¡

puerta, volvió

la

cara.

la

Pase Laurita

Ella escondió sus flores, y estuvo a punto de bajarse; pero

él

no

le

permitió

irse.

— No vaya — No que estuviera, por eso —Es cierto; a esta hora no suelo se

¡

creí

entró.

estar;

pero

me han encargado una monografía...

— Entonces

dejo trabajar.

lo

El era tímido y rara vez se expandía pero con los que ganaban su amistad era vehemente y fácil ;

para

la

Londadosa y un amparo.



¡

En Laura

confidencia.

y buscaba su sombra, como

discreta,

No me deje! tengo una Ah ¿ me trae flores ? Vienen j

!

marchitado

las

que darle... a tiempo ya se han que anteayer puso...

Iba a decir "Matilde", pero la

muchacha,

—¿Quién

le

una hermana,

veía

noticia

;

el

súbito rubor de

infundió una sospecha.

es la

que TTena de rosas mi florero?

preguntó suavemente.

— Yo,

unas veces

Al decir en

el

.

.

.

,

otras ella

.

.

esto, arrojó las flores viejas, y dispuse

florero las que traía.

?!

.

HUGO

58

Un

!

SVAS'f

temblor imperceptible de sus manos entor-

pecía su acción.

—No

me

mire



manos,

las

dijo ella son-

le

me

riendo; no puedo hacer nada cuando

miran.

.

.

;qué noticias tenía para mí?

— Tiene — ¿Sí? ¿y

las

¡

si

manos más bonitas yo

le

del

mundo

contara eso a una persona

que yo sé?

— Laura! — 1

contestó

él

con seriedad.

— ¿Cree

que a esa persona la mortificaría gran cosa que yo admiro sus manos?

— Yo creo que —Y yo creo que



saber

.

.

.

el

.

Vaciló en concluir;

.

ella

dulcemente.

lo incitó

—También usted cree que — No, Laura; — respondió



¿no él

es

con

verdad

tristeza.



A

hoy por ejemplo, me nacen intuiciones repentinas, y veo cosas que antes no he visto luego pasan, y vuelvo a quedarme ciego. veces,

;

—¿Qué ve hoy, por ejemplo? demasiado joven, — Matilde

es es demasiado y tiene demasiado apego a Buenos Aires. ¿Cómo podría ser feliz lejos de aquí, en mi pueblo? Laura se apartó de la mesa y le reprochó: ¿Por qué piensa mal de ella? ¿no la quiere? linda,

— — ¡Ah,

¿•no es su

novia?



exclamó Laura! frente, sólo un gran dolor me ahora no es mía |

¡

él,

la

golpeándose

la

dará de veras

!

Se quedaron callados hasta que

la

joven habló:

.

!

!

LOS OJOS VENDADOS



¡

Es capaz de desear para los hombres

59

gran dolor

ella ese

qué egoístas son

¡

El no dijo nada, y siguió mirando el suelo, apoyando el codo en la mesa, y la frente en aquella mano recia, de labrador o de herrero, en que pa-

que iban a deshacerse las de Matilde. ¿No tenía una noticia para mí?

recía

— — Ah ¡

¿No "

!

— exclamó

sí,

fué ayer

sacudiendo su pesar.

él,



centro?

al

-¡Sí!

— Bueno,

entonces era de usted de quien ha-

blaba un buen mozo, con

que vende

chiquilla

la

flores en la estación.

—¿Qué hablaba? pregunta —Apenas oí

de

ella,

de

la

que decía: "en

la calle

él,

y

respuesta

la

Migueletes".

—¿Y por qué habían de hablar de mí? describió — Porque "una muchacha con boina de terciopelo negro, con una fantasía..." — Por qué había de referirse a mí — Laura, y estuvo a punto de agregar: — "También él la

así

:

repitió

?

¿

Matilde usa boina de terciopelo, con una

pero se contuvo y dijo

sía",

ya

las

:



¡

fanta-

Son tan comunes

boinas!

— Estoy

seguro que hablaban de usted

;

y ya

lo

sabremos

— Cómo — Porque ¿

le

a

?

él

le

dijo: "déselo la estación,

compró un ramo de mañana de mi parte".

violetas,

Si

y

hoy va

Laurita, volverá con las flores,

!

HUGO WiST

6o

En

momento

ese

sintieron pasos

en

la

escale-

nta de madera.

—Es

— dijo

Matilde,

Laura, que se asomó.

como acababa de llegar, con su boina de terciopelo que la hacía más juvenil y graciosa, y un ramo de violetas en la cintura. Entró

Link

joven

la

al

tal

ver las flores palideció, y Laura miró a

otro lado.

—¿Qué

guna dureza en

— Subí



pasa?

les

preguntó Matilde con

al-

voz.

la

a arreglar la pieza,

creyendo que Car-

hubiera salido — contestó Laura, confundida como una culpable — y hablábamos de — De mí — Matilde, hablábamos de usted y yo me quejaba de que hace tiempo no me trae — Qué ingratitud — exclamó Matilde alegremente. — Tampoco yo sabía que estaba usted en los

;

.

.

.



,

.

.

.

?

¿

Sí,

;

flores.

!

¡

su cuarto, y subía a buscar su florero; ya ve.

— Ya veo — Pero ya ¡

florero

!

¡

.

.

perdóneme

se me ha adelantado; en su no caben más flores...

Laura

Se desprendió de la cintura los dos jazmines que ella cortara al salir y los puso sobre la mesita del estudiante.

—¿No

me da

las violetas?



preguntó éste do-

lorido.

— Si j

no

Link bajó

tiene la

dónde ponerlas!

frente, y

Lama

adivinando

sil

pe

LOS OJOS VENDADOS

6l

na, retiró sus flores del florero y se lo alargó va-

hermana.

cío a su

Pero ésta verse

salía

ya del cuarto, y no quiso vol-

.

— ¡Mejores Laura

son

— dijo

tuyas!

las

poner sobre

las volvió a

la

con acritud.

mesa y

mi-

sin

rar a Link, salió detrás de Matilde.

Al pie de de lavaban

con jabón

las

motas de una negrita de doce años.

había cortado

le

porque

cho,

había una media tina don-

escalera

estaba su madre, arremangada, refregando

Allí

Ya

la

la ropa.

entre

el

debían de producirse todos

— Jesús, ¡

rrada ante ;

nunca

criatura el



!

como a un mucha-

pelo

alborotadas,

quiscas

aquellas

los bichos del Génesis.

exclamaba

la

señora ate-

color que iba adquiriendo el agua

te lavas la

cabeza?

— —¿Y hacía mucho que no por allá? —Como cuatro meses se estaba muriendo Si señora,



cuando

llueve.

llovía

la

;

cienda en

—En

ha-

la isla.

la isla

puede

ser, per*o, hija, lo

que

es aquí

toda está viva y bastante gorda.

Después de un rato de lucha, misia Presentación apeló a los grandes recursos.

Miró

si

hacía

y preguntó a Laura: "¿Te parece que hace frío?" y como le respondiera que no, dejó en cueros a la negrita y la zambulló en la tina.

buen



sol,

¡

Acurrúcate bien, que no

san! ¡Refriégate con fuerza!

te

¡Yo

vean te

los

que pa-

voy a ayudar!

— HUGO Wü8T

62

La negrita chillaba como una rata. Al cabo de una hora estaba relumbrosa y tiritando al sol, con los ojos chispeantes de regocijo, porque le habían puesto una pollerita colorada y su tía Saturnina le estaba enaceitando

señora

la

el

lóbulo de las orejas, para que

prendiera unos aros.

le

Misia Presentación había corrido a buscar en su

cómoda unas

de oro, que años antes

argollitas

sirvieran para abrirles las orejas a

le

Laura y a Ma-

tilde.

Cuando

volvió, halló a la negra dispuesta al sa-

crificio.

Tomó un

corcho, lo puso debajo del lóbulo, y

pinchó enérgicamente con

La negra

la

aguja del aro mismo.

se dejó perforar calladita,

perder los aros,

—¡Ahora



temerosa de

se ponía a llorar.

si

que estás

linda, Virginia!



le

dijo

Laura acariciándole las motas recortadas. Las dos vamos a ir a la casa del ministro



agregó Saturnina que estaba disponiendo en una cesta las olorosas

empanadas

calientes.

Matilde, que se había quitado lle,

el

se acercó a misia Presentación y

mente como

si

un gran regocijo

vestido de ca-

exclamó alegre-

disipara en ella la

tristeza de días anteriores:

—Esta

vez será cierto,

mamá;

ya sé en qué es

cuela hay una vacante, antes de ocho días

brarán

— ¡Dios

te oiga,

echando una ta,

me nom-

.

hijita!

servilleta



respondió

blanquísima sobre

que Saturnina levantó en

vilo.

la

la

madre, canas-

:

LOS OJOS VENDADOS



¿

Vamos, Virginia ?

Al pasar frente

al

¡

63

En nombre

sea de Dios

!

cuarto de don Pedro, Satur-

nina se arrimó a su señor, cuyos ojos desesperados iban hacia la cesta

— No

se aflija,

don Pedrito;

para usted. Están bajo

el

le

he guardado tres

rescoldo.

:

IV El primer secreto

Fraser, golpeó el cigarro sobre

el

borde de un

cenicero de Sajonia y dijo

— Hay

fisonomías que nos causan

la

impresión

de haberlas visto siempre o de haberlas soñado.

Demócrito Cabral cortó un bostezo y pareció incomo si esperase hallar el pun-

teresarse de súbito,

to vulnerable de aquel

— Hoy, en — eché de

la

hombre

a quien temía.

escuela normal,



prosiguió Fra-

menos mis veinticinco años. Vi en la secretaría una muchacha esplendorosa. Debí parecerle un impertinente, porque me quedé embobado medio minuto delante de ella. ser

— Cherches

la

femme!



exclamó entre dientes

Cabral.

— Es

la

segunda v*z que

meses, una

mañana que

jarse del tren

la

encuentro.

Hace unos

vine a Belgrano la vi ba-

y tomar hacia

Ú

Bajo. Pero no

me

produjo tanta impresión. Ahora, la encuentro como transfigurada por una gran esperanza.

Mario Burgueño, el anfitrión de aquella mesa de donde habían cenado los tres, un joven

solteros,

.

:

:

nuGO v*Asr

66

de veinticinco años, de fisonomía abierta como un en blanco, de ojos hermosos, sin hondura, se

libro

incorporó en

el sofá,

—¿Era rubia?

y preguntó

—Sí. ¿Bajó en Belgrano? —Sí.



Una

sonrisa maliciosa arrugó la frente de

donde

bral,

Ca-

juventud se desvanecía ya como un

la

pálido albor. Desvivíase por penetrar los secretos

de Mario Burgueño, a fin de tenerlo más propicio

para

los mil favores

que a cada paso

Fraser continuó, sin advertir

uno

la

le

solicitaba.

curiosidad del

ni la malicia del otro

— Dios

ha puesto en el fondo de los corazones una imagen, eso que los filósofos llaman "un arquetipo.

.

."

— murmuró Cabral guiñando — Qué —"Metafísico — exclamó —"Es que no bebo" — agregó Fraser, tomantipo

¡

el

!

ojo a Mario.

estáis.

.

.

!"

este.

;

do de

la

mesita su vaso de whisky. Volvió a de-

y entornó los ojos, para reconstruir en su memoria la imagen que su relato evocaba. Tan extraña sobriedad provocó una risita de

jarla,

intacto,

Cabral

— Debe tipo lo I'.l

confesar, doctor Fraser, que su arque

ha transtornado.

aludido pareció no

oír,

do consigo mismo, agregó:

y luego»

como

hablan-

.

.

LOS OJOS VENDADOS

— Esa

67

criatura responde tan adecuadamente al

con que hemos nacido y que conservamos

ideal ileso.

.

—¿Ideal de belleza? — preguntó Mario. me recordaba a mi —Algún rasgo de na, — añadió con efusión.

Lia-

ella

mitad del camino vida, enviciado, empobrecido, agriado, des-

Aquel hombre que llegaba a de

la

honrado por hija,

la

una

libertinaje de su mujer, tenía

el

de cuya imagen hallaba siempre algún rasgo

en todo

lo

—¿No

hermoso o

lo

bueno del mundo.

una boina de terciopelo?

llevaba



in-

terrogó Mario.

Fraser pensó un momento y contestó. se, no sé.

— No

Bebió su whisky, llenó de nuevo

el

vaso,

y no

habló más, quedándose absorto en lejanas visiones.

Mario se tendió de nuevo en aquel sofá, que nunca cedía a sus huéspedes, sofá "profundo como una tumba", diría Baudelaire, propicio para la borrachera o servarlo,

el

ensueño

;

y Cabral se puso a ob-

desliendo la ceniza de su habano en

el

fondo de su pocilio de café.

Le chocaba brado de

a

par

la

Fraser,

y

la

el

mutismo desacostum-

aparente

Mario. Pensaba que sin querer to

el

otro,

pie

sobre

el

el

indiferencia

de

uno había pues-

rastro de alguna aventura del

y ahora ambos trataban de despistarse

El comedor de aquella casa de soltero espacioso.

rico,

era

Iluminábalo dulcemente una araña de

.

68

WAST

HTJGO

suspendida

bronce,

chispeaban

Un

sobre

la

mesa

oval,

en

que

copas de diversos colores, a medio

las

que olvidado en un rincón las horas vacías de Mario, dio las dos, y su postrera campanada quedó vibrando roncamente en el silencio. apurar.

alto reloj,

medía implacablemente

Fraser arrojó

—Lo

el resto del

acompaño,

Mario

— dijo

cigarro y se levantó. Cabral.

permaneció tendido, con

los ojos cerra-

Sus amigos le dieron las buenas noches. Se levantó y los condujo hasta la puerta de calle, porque a esa hora dormía el gallego Dositeo, su dos.

mucamo ¡Un



beso a Liana!

do ya sus dos amigos Fraser sonrió en



exclamó Mario, cuan-

se alejaban.

la

sombra, halagado de que

muchacho a quien quería como a un hijo, y de quien había sido tutor mucho tiempo, se acordara de su hija. SI un día Mario se enamoraba de ella, no pediría más a la vida; buscaría entonces un rincón, para esconderse y no avergonzarlos con aquel

y dejaría correr el tiempo, tranquilo porvenir de la joven.

sus vicios,

respecto al

Tuvo

la

sospecha de que Mario conocía a

ca del tren,

y

sintió

— Bah — ¡

!

la chi-

haber hablado.

exclamo sacudiendo sus pensamien-

tos.

Se enrolló

— No chado.

al

cuello la bufanda.

hace frío

Una

— dijo —

pero

gripe en perspectiva.

me

siento achu-

OJOS VENDADOS

I-OS

69

—¿No es médico? — respondió Cabral, que a diploma de su chungueaba del menudo amigo. — Recétese — No quiero suicidarme, — contestó con faslidio le

inútil

se

.

¡

.

.

!

Fraser.



¿Cómo entonces, cuando yo estuve enfermo se pasó dos semanas, haciéndome tragar sus potingues?

— Porque terinaria

muy

he hecho estudios

serios de ve-

.

Demócrito Cabral no juzgó prudente vinaba que Fraser estaba

que no revelaba conocía

a

triste,

insistir; adi-

por aquellas cosas

nadie, pero que todo el

más o menos.

Y

así

mundo

anduvieron, algunas

cuadras, por las arboladas calles de Belgrano, hasta la plaza,

para tomar un tranvía que

los llevaría al

centro de la ciudad.

Mario sintió que el ruido de su puerta resonaba más huecamente que nunca, en su casita vacía.

Un

sordo martillazo del

reloj,

recordóle que las

horas pasaban, que su vida pasaba, que las cosas del

él

con todas

mundo, con sus amigos, con sus ene-

migos, con sus placeres, con sus desencantos, con sus aventuras de

amor efímeras y

sus remordimientos, iban

fatigosas, y con rodando por una pen-

diente que nadie remontaba.

en

Pensó que no se habría atrevido a dar él mismo la frente pura de Liana, aquel beso que le en-

viaba por intermedio de su padre.

A

Ana

Lía, la hija de Fraser, a la

que llamaba

nuco WAsr

70

Liana,

le

debía los pensamientos saludables y

buenos propósitos que de cuando en cuando

maban: "¿Qué haré Liana en

los

lo ani-

este caso?"

La muchacha, muy jovencita, pero llena de buen sentido, como dueña de casa que era, desde hacía muchos años, acogía con seriedad sus consultas, y le hablaba como una hermana. El

la

escuchaba con fervor.

Era un embeleso

un color suavísimo de rosa, y unos ojos azules como flores. Su imagen golpeaba en el corazón de los hombres como el ala de un sueño.

—¿Para qué

el

mirarla. Tenía

— coloquio. — Liana?

lo aconsejas,

padre, cuando observaba

el

media hora, habrá olvidado

— Nadie más

dócil

lo

que

le

le

decía su

Antes de hayas dicho.

que yo a todo consejo

— con-

testaba Mario.

—Así es;

los aceptas,

pero

los pierdes

por

el ca-

mino. Si alguna vez observas alguno, es para echar la

culpa a otro

Esa era

la

si

te

va mal.

verdad. Mario sentíase flojo ante las

resoluciones, y buscaba consejos para afirmar su

voluntad vacilante y descargarse de

dad de sus

No

la responsabili-

actos.

todo, empero, podía confiarlo al corazón fra-

ternal de Liana.

Esa noche Fraser había hablado

con entusiasmo de una muchacha que halló en tren; y a

la

Mario

tenía

que ese día

la

la

sospecha de que era

la

el

mis

chica que vendía flores en

1

LOS OJOS VENDADOS

ía estación,

dio en su

le

7

nombre un ramo de

vio-

letas.

Imaginábase Mario que aquella empleadita, pues debía de ser, con sus aires de colegiala, su co-

tal

queta boina de terciopelo, su traje obscuro, sus cabellos cortados

en melenita, nerviosa, sensible a

impresiones de sin turbarse.

Y

la

vida, escucharía de

él

un

las

elogio

estaba asechando la ocasión de ha-

cérselo.

Las palabras de Fraser halagaron su vanidad, como si ya tuviera algún derecho sobre ella, y se durmió esa noche con el propósito de levantarse para tomar el tren en que la halló. Pero pasó ese día y

muchos

otros sin verla, y

apegaba largo tiempo ni a

como

su espíritu no se

los deseos ni a las re-

soluciones, sólo se acordaba de ella, hablando con

Fraser.

Mario Burgueño había padre a

los

quedado

huérfano

de

quince años, y habiéndose vuelto a

casar su madre, los jueces resolvieron designarle tutor, y el nombramiento recayó en Fraser, que por aquel tiempo era lo que él llamaba "un

un

señor correcto".





Yo era "un señor correcto" decía, recordando esa época enseñaba química en la Facul;

:



tad de Medicina, aprendía tonteras en la de Filoso-

me

engañaba. Cuando

fía

y Letras, y mi mujer

me

plantó, cerré los libros; ya sabía demasiado; y

dejé de ser

un señor

correcto.

El padre de Mario había dejado ricos a su hijo

HUGO WAST

72

y a su viuda, que resultó un partido tentador. Su segundo marido era un italiano, profesor de es-

que

grima,

Conde Pilade

firmaba

Bistolfi,

un

con aires de mosquetero, bajo un sombrero aludo, puesto al pairo, que empuñaba el gentilhombre,

como

bastón

si

con pegotina

fuera una espada, y se levantaba guías del bigote. Pero era peti-

picado de viruela; sus ojos no tenían

cito,

que

fiero

ban

las

al

cielo,

lamente

atribuía

él les

las

raleaban cejas

personaje; eran

y sus

bigotes,

como un

el aire

que desafiaSo-

cepillo viejo.

respondían a los arrestos del

foscas y enmarañadas, con unos

pelos largos, que incitaban a tironearlos.

Fuera de

En

los

la

pedana resultaba inofensivo.

primeros tiempos Mario que visitaba a

su madre todos los días

grima con

el

conde

empezó a aprender esPero la señora murió

Bistolfi.

año de casada, y don Pilade

al

mundo

Cuando años después rio

se

largó por

el

a disfrutar los pesos heredados.

tuvieron

deseos

volvió, ni Fraser ni

de

refrescar

la

Ma-

antigua

amistad.

Se daba más humos de noble; soltó la espada, pero siguió empuñando el bastón como una tizona; y se volvió a casar, con una mujer lindísima, que empezó a complicarle la vida. Llamábase Mariana; había sido modista, pero

más que Condesa BistolAprendió muchos versos. "La Reja" y "Los Claveles", de Cavestany; el Jardín Sonriente de

quiso olvidarlo para no ser fi.

!

LOS OJOS VENDADOS

"Amores y Amoríos",

Amado sus

73

"Hermana agua",

la

de

Ñervo, y los declamaba en las tertulias de mientras su marido la admiraba,

relaciones,

plantado

como una

estatua en

un

rincón.

muchos tumbos por la vida, en un colegio normal, las

Fraser, después de

se ancló a dos cátedras

que le daban lo suficiente para no morirse de sed. Trasnochaba y con frecuencia asistía por curiosidad a aquellas pintorescas tertulias de barrio.

En una

de

encontró con

ellas, se

el

matrimonio

Bistolfi.

—Anoche —y

he visto a don Pilade

Mario

la

•>

condesa Mariana

te

— hace

de invitarte a su casa para esta noche. quiere conocerte.

Yo

El mayor lujo de Belgrano, era

jecía a la puerta, y

con la

el

No

a

honor

el

faltes;

vendré a buscarte.

la

casa de Bistolfi, en

el

Bajo

automóvil, cuyo chofer se enve-

el

con una gamuza

refirió

mataba

las

horas restregando

manijas de bronce, o limpiando aliento una chapita le esmalte, clavada en las

portezuela con

el

Jionograma condal.

Fraser y Mario llegaron poco después de U ve, esa noche.

—¿Es

aquí

lo

s

nue-

de Bistolfi?

El chofer, que estaba prendiendo su toscano en el farol,

no respondió, hasta que

el

cigarro demos-

tró que tiraba bien.

— Entren, ¡

nomás

Entraron. El zaguán estaba revestido de mayólicas verdes,

en cuy* pintura florecían plantas acuá-

HUGO WAST

74 ticas

de largos

rada cubría abría sobre

Al menos

tallos.

el

Una

tira

de alfombra colo-

La puerta de

mosaico.

el

sala se

la

zaguán.

no necesitaba desocupar

Bistolfi

el

dor-

mitorio y transformarlo a toda prisa en sala para recibir sus visitas,

La de

él

como

otras personas.

era una sala de verdad, con dos juegos

de muebles acolchados, y una docena de temblorosas sillítas doradas, que helaban el corazón de las señoras obesas.

Un

piano automático, estaba

listo

en un rincón para todo servicio, aún para que la hermosa Mariana Bistolfi, utilizara su caja como secreter

.

araña de bronce, envuelta en gasas violetas,

I 'na

para defenderla de la

las

moscas, derramaba

mitad de sus bombitas

puesto

:

la

de

la luz

otra mitad era de re-

.

Cuando entraron Mario y Fraser,

un

si-

lencio

las

de

la

el jo-

se hizo

embarazador y todas las miradas, hasta sirvienta que servía licores, se clavaron en

ven, único de los concurrentes que había ido de

eti-

queta.

Mariana corrió a

como en una I'.Molfi

como un

y

lo

envolvió en su charla

su padrastro? Entonces hijo.

para mimarlo.

sería

él

No

las

era ella

dad

y luego con

tenía hijos, ni ganas de tenerlos

grandes responsabilidades de

—Venga

¿No para

Hacía tiempo que deseaba conocerlo,

por ;

él,

serpentina de todos colores.

la

Alario,

vida

tai)

voy

a

cara.

.

la

materni-

.

presentarlo

a mis reía-

!

LOS OJOS VENDADOS

ciones

75

Me

pero no ponga ese gesto.

;

hace pensar

que para venir a mi casa, ha hecho un trust de forcé

.

.

.

Mario

se

guardó bien de mirar a Fraser, para

no

reirse del "trust", pero Fraser

de

él

un poco la

mi conde, dónde

que venía detrás y bajando

Bistolfi,

con toda finura

la voz,

—¿Diga, de

de

se acercó a la oreja

le

está

preguntó: el

walter-scott

casa?

Mario ahogado de cantado ya de su

— Mañanita

risa

mordió

visita.

el

pañuelo, en-



declamarnos una poesía, dijo una señora desde el extremo del salón, dondebe

de había media docena de damas, quietas como en un banco de

la

en

iglesia,

fila

y posesionadas

de su dignidad.

Algunos maridos del barrio apoyaron el pedido. Mariana bajó los ojos y se puso a contar las varillas del

abanico.

— No sé nada nuevo —¿Y "Sub-Umbra", de ¡

le



Juan de Dios Peza? preguntó Fraser, conocedor de su 'repertorio.

Mire que usted dice con mucha emoción aquello el beso un paraíso, por donde entramos muchas al infierno. ."!

de: "Mujeres, es

.

—Es lo

que

que Mañanita pone mucho sentimiento en dice,



explicó

un

señor, cuyo jaquet, olía

a naftalina.

Mariana alzó a Mario:

los

ojos, y

preguntó con dulzura

!

!

!

HUGO WAST

76

—¿Y usted no toca nada? ¡no quiere? nos — Mañanita debe declamar —

lo

creo! ¿tóque-

algo, ¡

su

!

silla la

llos

señora que llevaba

insistió

la iniciativa

desde

de aque-

pedidos.

— "Los de Cavestany Reja"! —¡"La — "Era un jardín sonriente" — Cualquier cosa de Amado Ñervo ¡

claveles",

¡

!

¡

Cada uno de

los

concurrentes quería lucir su

erudición y reclamaba una poesía distinta. Fraser, con voz trágica repetía:

—"¡Sub-XJmbral" "¡Sub-Umbra!" ¡Mañanita! ¡Allí está usted hablando!

Alguien se puso a hacer andar

un momento cesaron

los pedidos.

el

piano, y por

Mariana alzó

los

ojos y miró a Fraser con coquetería.

— Después ¡

Y

declamaré

lo

que usted quiera

se alejó a repartir sus sonrisas entre otros con-

currentes. El piano en las cuerdas bajas, tenía extra-

ñas sonoridades,

como de

papel arrugado. Ciertos

acordes hacían ¡chaff, chaff!

— Mañanita ha dejado alguna carta adentro, — dijo Fraser a Mario. se

de amor

allí

Este de pronto vio a su amigc embobado, mi-

rando hacia

la puerta,

jóvenes que llegaban, a libro

y reconoció, en una de las la que leía en el tren un

de Knut Hansun.

Eran Laura y Matilde, acompañadas de Pulgarque se perdía por Mariana Bistolfi.

cito,

!

LOS OJOS VENDADOS

77

— Me imagino que ha vuelto a dar con su arqueoído de Fraser — no tipo — susurró Mario al

;

es

¿

así?

—¿Has visto nunca tanta gracia en una — respondió Fraser emocionado. —

sola

gura?

mi única ambición

tuviera veinticinco años,

fi-

yo

Si

sería

ser su dueño.

— ¡Viejo con atención to

los

replicó

Mario, que seguía

mcívimientos de las muchachas,

lis-



¿Reniega de su filosofía a hora? ¿qué se ha hecho su pesimismo acerca

para acercárseles.

esta

de



filósoío!

la

mujer?

como renunciando

Fraser se dio vuelta, con pena

a un bien inmenso, en la visión de aquella criatura.

— Lo creía —Todos ¡

los

invulnerable al

amor impuro

amores son impuros,

nicamente Fraser

;

— contestó — No hay

cí-

y agregó con tristeza

más que un amor inmaculado, y

:

es el que,

para no

profanarlo, escondemos de nosotros mismos.

Como una Mario

la

nombró.

estrella

lejanísima,

imagen de Liana

;

pero

ni

se

encendió

mentalmente

en la

mirando a Matilde. I/nk había entrado, y estaba con ella, recibiendo del "conde" y de la "condesa", un chaparrón de felicitaciones por Seguía

su novia.

—¿Recuerdas aquellos versos de Sully Prudhom— preguntó Fraser, volviendo a mirarla. —

me?,

"Comment de

la

fais-tu les

bouche..."

granas amours, petite ligne

¿No

parecen hechos para ella?

:

HUGO WAST

78

Easta verla para creer en

alma.

el

La

belleza trans-

porta las montañas.

—Tiene

razón, "viejo de la

bonita, pero

hemos llegado

montaña"

tarde.

;

es

muy

Ese rubio de an-

debe ser su novio.

teojos,

Mariana con el abanico hizo una seña a Fraser. Vengan; quiero presentarlos a estas niñas. Link se aproximó a Laura y le dijo Ese es el que habló con Noemí, y le compró el ramo de violetas.





Su voz era triste. Laura miró a su hermana,

Mario

a quien

salu-

daba por primera vez, con frivola galantería, y no observó en ella ninguna emoción.

Le tocó

turno y se

el

mientras Fraser Matilde.

veces

Mario

se

refería

había visto en

la

lo

presentaron

alejaba

audacia, llegó a decirle

el

a

Laura

tren, y

joven

al

algunos

pasos

;

y

con

muchas

que

por un rasgo de

:

—Sin la

conocerla sabía su nombre; me lo enseñó muchachita que vende flores en la estación.

Laura

se

puso colorada, notando que Link

lo

había oído.

¿Entonces aquel ramo de violetas fué destinado no a su hermana, y Noemí se equivocó?

a ella,

mismo, y se alejó tranquilizado, imaginándose que Mario Burgueño podría enamo rarse de Laura, que bien merecía tener suerte. I.ink

Con

pensó

la

lo

operiencia

del

mundo

y con

de expresiones que puede permitirse

el

la

libertad

que nada

.

LOS OJOS VENDADOS

79

pretende y nada espera, en poco tiempo Fraser ganó la confianza de Matilde.

Una

tranquila y poderosa corriente de afecto lo ella, y lo hacía interesarse por su

aproximaba a vida



¿

La han nombrado ya ?

mítame que no

—Todavía



le

preguntó.

— Per-

la felicite.

no;

prometiéndome

siguen

que

nombramiento saldrá de un momento a otro por qué no me felicitaría? ¿Tiene mucho empeño en ser maestra?

el

¿Y

...



Matilde sonrió apenada.

—Tengo

mucha

necesidad,



dijo

bajando

la

voz.

—En

otros siglos



replicó Fraser



los

hom-

alma al diablo. Ahora se hace un tráfico parecido una maestra es una niña que venbres vendían

el

:

de su alma narse

la

uso de

al

Estado, y de todos los

modos de

ga-

vida que han dejado los hombres para

las

mujeres, ése es

el

más mezquino y

el

el

más

fatigoso.

—Y embargo, — contestó dulcemente — yo me alegraría de conseguir esa mezquinsin

la jo-

ven,

dad.



¡

Pobrecita

!

Usted ha podido creer en

turas que hacen de



mismos

los

las pin-

pedagogos. Pero

pedagogo es un señor a quien le ha ido bien en feria Hay dos maneras de andar en coche una en el pescante y otra adentro. El pedagogo va el la

:

.

adentro, y deja

el

pescante a sus camaradas.

:

HUGO WAST

8o

—¿Por qué me desanima? — — No intento desanimarla, sino

dijo Matilde dul-

cemente

que

.

salve

si

no sus

prevenirla, para

por

ilusiones,

menos

lo

su

alegría.

— Mi

alegría

¡

!

— exclamó

joven con una ex-

la

presión que conmovió a Fraser.

Este

miró fijamente, como

la

trarle, sin hablar,

no agregó nada, y

si

quisiera demos-

que podía confiar en él

el.

Pero

ella

prosiguió



Hoy he visto a los niños de una escuela jugando en un prado, cerca de aquí. Tenían palas y azadas, aros, y pelotas y daba gusto verlos tan alegres, con sus alegrías sin motivos. La única persona

tris-

era la maestra. Resignada y aburrida, su actitud

te,

contrastaba penosamente con la de

ellos.

tan elogiado en nuestro tiempo, es

tro,

que se para

le

el

doran

los

cuernos y se

le

El maesel

buey

al

cubre de flores

sacrificio.

— De todos modos, — contestó Matilde, — me puesto. ¿es novia; —Ya me han dicho que de si

nombran no durare mucho tiempo en

el

está

sé;

verdad ?



Sí,

Y

es verdad ...

no viviremos en Buenos

Aires.

— ¡Ah! — exclamó me

desolado Fraser,

— ¡Eso

no

alegra!

Matilde se echó a

reír.

Se les aproximó Link, resplandeciente, disipadas las dudas que engendrara en su espíritu aquel ramo

!

:

1

:

LOS OJOS VENDADOS la indiferencia

de violetas, ante

había mirado a Mario, y

8

con que su novia

asiduidad de éste, que

la

atendía a Laura.

Fraser lo miró como a un enemigo, y lo felicitó con voz alterada y gesto hosco compañera, mi -¡ Tiene buena mano para elegir

amigo

Una

señora golpeó con su abanico

para imponer

sillón,

el

brazo del

porque iba a cantar

silencio,

una romanza, un hermano del tenor Anselmi, "el del Colón" y después declamaría la dueña de casa, Y en efecto, Pulgarcito llegaba de las piezas in;

teriores

con un

—¿Que

de tapas coloradas.

libro



busco?

le

preguntó a Mariana, que

estaba pálida y se miraba las uñas.

—Búsqueme — Ah, qué ¡

hojeando

cito,

de

"Reír llarando". lindo,

la

qué lindo



el libro.

Inglaterra

. !

.

.

"

¿



!

— exclamó Pulgar-

Viendo a Garrick actor

Sabe Marianita que en este

primer verso hay muchas erres y muchas kas ? ro su boca lo dulcifica todo!

— Cállese,

y sópleme, cuando me corte Mariana saboreando el piropo

¡

pondió

chacho

lo



!

del

Pe-

res-

mu-

.

El hermano del tenor Anselmi anunció de

¡

el

título

que iba a cantar

—"Qui

te fait si sevére?",

por Massenet.

— No, no, no exclamó una viejecita desde un — que no cante eso que cante "Toma a I

rincón

Surriento"

!

!

¡

.

.

.

!

¡

!

HUGO WASÍ

82

Mario aprovechó ese momento, en que

la aten-

ción de todos se fijaba en otra parte, y

aproxi-

mándose a Matilde

—¿Le

le

preguntó:

dieron mis violetas?

Matilde se ruborizó, y para evitar que guiese, le contestó rápidamente:



¡



!,

¡

él prosi-

gracias

El sonrió de su timidez, y se alegró de que ya hubiera entre ellos un secreto.

.

V Liana

La

ciudad amanecía envuelta en nubes. Al fulgor

de los relámpagos, que se filtraban por los postigos, palidecía la lamparita de Liana.

que

Hacía una hora

niña se había levantado, para concluirse un

la

vestido que ese día quería estrenar.

noche, a favor de la y desde la ventana de su "palomar", como llamaba a su dormitorio, un

Todavía

prolongaba

se

tormenta. El aire era

cuartito modesto,

timo piso de

la

la

tibio,

encaramado en

un trozo de

la calle,

cruzaban a esa hora, sacudiendo de

la

azotea del úl-

casa de departamentos en que vi-

vían, se abarcaba

lados,

la

los

por donde

adoquines azu-

panaderos y lecheros, proveedores matinales gran ciudad.

Se oía

el

redoble de

la lluvia

en un techo de

zinc,

y de vez en cuando un trueno hacía retemblar de un vaso en que se marchitaban

cristal

el

unas

rosas

Era

el

y hasta amigas.

dormitorio y la sala

el

cuarto de costura de Liana,

de recibo para algunas cortadísimas

íiügo

84

Era también

escuela,

wasí

porque

allí

a Soledad, una joven gallega, que

la

enseñaba a leer servía por poco

sueldo, con tal de que la admitiese con su hijito

de meses.

En un un

entrepiso contiguo, al que descendía por

en escalera, hallábanse

pasillo

dencias en su casa,

el

comedor y

el

las otras

depen-

cuarto de su pa-

una permanente pesadilla en la humilde existencia de Liana. Vivía pensando en él, y pocas veces lograba pa-

dre. Sin ser elevado el alquiler, constituía

garlo con puntualidad.

Con

la

vida modestísima que llevaba, cosiéndose

sus propios vestidos y ahorrando en todo,

ella

el

y alguna otra cosa que a veces entradas, hubiera podido alcanzarles. reforzaba sus sueldo de Fraser

Pero su padre, cuando sentía dinero en el bolsillo, rumboso, como en los tiempos en que fué

se volvía

rico y

convidaba a algún colega, y bebía champagne.

Después volvía a su casa con los ojos chispeanno atreviéndose a mirar a su hija, que lo per-

tes,

donaba siempre,

sin esfuerzo,

que

lo

habría perdo-

nado aunque hubiera cometido un delito, y se hubiera presentado ante sus ojos temblando bajo su crimen.



Hija mía ¿ Por qué Dios te lia hecho tan buena? ¿Quiso que fueras desgraciada? !

¡

Liana

moneaba tiéndole

le

endulzaba sus remordimientos,

lo

ser-

un poco, y lo soltaba arrepentido, promeenmendarse

:

:

LOS OJOS VENDADOS

fi¿

Pero como no tenía miedo de perder su Liana, no se corregía.



¡

el

cariño de



Somos así los hombres confesaba con ciPrometemos por amor pero sólo cumpli!



nismo.

;

mos por miedo. Ese día Liana había puesto su despertador en las cuatro tenía una montaña de cosas que hacer, pero estaba animada para el trabajo, y el aire fresco y ;

húmedo, aligeraba su pensamiento. Su lamparita de querosene alumbraba poco, y tenía que acercarse a ella para acabar bien su delicada labor. del tubo encendía su tez, tan fresca, allí

con

la luz al lado, se le

El calor

que en vano,

habría buscado

la

afren-

una arruga.

ta de

Sin embargo, Liana tenía graves congojas y la mayor no era su pobreza. Si hubiera tenido que explicárselas a alguien

;

si

hubiera debido hacerle

a un hada un pedido, no habría condensado

más

que en una fórmula aquellos vagos anhelos qUe de pronto la hacían levantar la cabeza de su labor,

fijar sus ojos

y

en

el aire,

persiguiendo visio-

nes que ningún pintor era capaz de interpretar "j

Si

mi madre viviera !"

Esa era su espina dolorosa. ¿ Por qué se había ¿ cómo ? ¿ cuando ? ¿ dónde estaba su tumba ? ¿ quién podía contarle de ella otras cosas, a más de las que le contaba su padre? muerto su madre ?

Un

vez, al salir de misa, sola por entre

de gentes, que

—Esta es

la

un corro

miraban, oyó a su espalda

la hija

de Beatriz Bolando,

HUGO WAST

86

Tal era el nombre de su madre, y al oírlo sintió una extraña conmoción. Hacía quince años que su madre había muerto. ¿Por qué, pues, hablaban de ella

como

si

estuviese viva?

Interrogó a su padre, lo vio palidecer

;

aceptó

sus embrolladas explicaciones pero siguió esperando, que

cómo

bía

un

día u otro sucediera algo que no sa-

describir, suceso feliz o desgraciado, tan

grande que llenaría su vida, tan grande que rrir la estaba

Agachó de nuevo su cabeza sobre su día, la

sin ocu-

llenando ya de inexplicables anhelos. costura.

Ese

con su padre comería en casa de Mario, lo cual como una fiesta. Quería estrenar su

ilusionaba

de primavera, y debía concluirlo. Tenía también que buscar flores para armar un

vestido nuevo,

sombrero de paja. Cualquier compra le llevaba mucho tiempo, porque no se decidía si no estaba cierta de que en otra parte no hallaría nada a mejor precio.

Aun no había amanecido, mas no estaba cansada, aunque esa noche velaron hasta muy tarde, porque Mario comió con ellos y les hizo una larga sobreentraba y salía del comedorcito, y sorprendía trozos de conversación que la intrigaban.

mesa.

"Ella

Hablaron mucho de una mujer, Mario ponderó su belleza.

sin nombrarla,

y

una mujer que él conocía, que él trataba." ¿era una desconocida que viera de lejos, en alguna a

reunión ? I

¿ana prestó oído, pero no pudo enterarse, y se

.

LOS OJOS VENDADOS

acostó pensando en

ello.

87

Se imaginaba que cual-

quiera que fuese su belleza y su clase,

muy

había caído en gracia,

le

poco

le

si

a

María

costaría ena-

morarla. Entre los hombres que conocía, no halla-

ba ninguno que reuniera de

él, la I

las cualidades

seductoras

elegancia, la fuerza, la riqueza, la bondad.

Pero era bueno, de veras, o su bondad no era

más que pereza y egoísmo? Alguna

vez, resentida con el

gas ausencias

joven por sus

lar-

juzgó con dureza.

lo

Pensó que era incapaz de hacer un daño, de siquiera modales desabridos, porque eso lo

tener

obligaba a hacer algo.

Sospechó también que era

incapaz de un servicio, que cia

;

y

si

le

costara una violen-

llegaba a hacerlo, era a destiempo.

Se imaginó que Mario era discreto, v guardaba sus

y no acusaba a nadie- por no stusPero tampoco defendía a nadie.

juicios,

citar cuestiones.

Mas cuando

Liana, llegaba a pensar así de su

amigo, no consentía en sus pensamientos, tachábase de

injusta

y

excusaba hilando delgadas expli-

lo

caciones. Si tuviera rría

más que

un hermano, seguramente no a

lo queAnsiaba conocer su vida; cono-

él.

cer sus días, y conocer sus noches, y conocer sobre

todo su corazón.

¿Le gustaban

las

Si era así, ella.

Tomó

la

mujeres bonitas?

.

lámpara y

se acercó al espejo.

¿Como

.

IIUGO

S8

WA8T

era ella? ¿sería mejor, sería igual siquiera, a aque-

mujer de que hablaban?

lla

Bajo

crudo resplandor de

el

la

lámpara, Liana

un movimiento de vanidad. En ese momento se habría animado a preguntarle: ¿Es mejor que yo? Y si no es mejor que yo estaba tan linda que sintió

¿por qué

gusta?

te

Se abrió

puerta del "palomar" y entró Fraser,

la

que se detuvo con

e.c pejo,

la

estático, viendo a su hija frente lámpara en 1a mano.

La muchacha

se turbó

como

si

al

hubiera sor-

la

prendido en una mala acción.

— Sentí Mi

el

ruido de tu máquina y

— me

hija trabaja;

¿Te mirabas

al



dije

la

me

desperté.

acompañaré.

.

espejo?

Liana besó a su padre,

arrimó una

le

silla, y se comenzó a espiando una opor-

puso de nuevo ante su labor. Fraser deshojar las rosas, tranquilo, tunidad para

lo

que tenía que

decir.

Se sentía infinitamente culpable. Llegaba del club. Había pasado la noche jugando, mientras su hija lo creía dormido; y con tan mala suerte, que perdió

lo

que para

él

significaba una fortuna. Sen-

cabeza enturbiada, por

tía la

queñas dosis. Liana volvió

el

lo

el

alcohol bebido a pe-

había besado, y

él

no

le

de-

beso por no apestarla con su aliento de

beodo.

—Ya

ilencío de bu

che.

.

.

— dijo padre — ha llovido

deja de llover

;

Sentiste,

papá?

la

niña, extrañada

toda

la

no-

.

.

LOS OJOS VENDADOS

Por

los resquicios

garró

la

ventana se colaba las

como un

cristal azul, brilló el

diamante de Venus.

— La

conozco!

la

si

i



!

incomparable

exclamó Fraser

ventana.

la

— Oh,

alba

del

estrella

¡

abriendo



respondió

volviendo a su trabajo sin mirarla,

una amiga

tara de

el aire-

nubes. Se des-

ceniciento capuz del cielo, y en el retazo

el

límpido

de

que afuera barría

cito matinal,

8i>

la

como

joven, se tra-

si

a quien no resentiría por

fiel,

esto.

— Muchas veces me ha acompañado no verás nunca. — Nunca Solamente hoy, que me he .

.

Tú, pa-

.

la

pá,

¡

!

temprano

.

.

Tienes dinero, Liana

¿

.

cuenta pesos

.

?

levantado

Necesito cin-

.

Liana meneó

la

cabeza sonriendo.

—¿Veinte pesos?... nada? — Nada, papá. ¡Yo

¿diez pesos?...

te

iba

a

¿no

pedir...!

tienes

¿No

te

pagaron ayer?

— —¿Y Sí,

la



;

tenía

todo

lo

una deuda atrasada, el sastre ¿no has dejado nada para .

.

diste?

casa?

— Creí que mi — Por qué ¿

Liana tendría algunos ahorros. creíste eso, papá ? preguntó ella



alzando los ojos de su costura y mirando a su padre, con tan honda expresión de reproche, que Fraser balbuceó turbado:

— Todo es mentira ¡

ré el sueldo íntegro.

!

Hoy me

pagarán, y te trac

HUGO WAST

90

— Me

has asustado. Debemos tres meses de

al-

y nos echarían si ahora no pagásemos; y yo sentiría abandonar mi palomar, desde donde veo el cielo. Mira! quiler,

.

.

¡

Por encima de las azoteas, más allá de los jardi nes de una quinta soberbia, de dueños desconocidos, se divisaba un sector del horizonte, que el alba teñía de un morado episcopal. Venus se adormía, sobre el raso del cielo, y por el otro rumbo, huían las nubes tormentosas. En la veleta mojada de una

torrecilla

el sol

enarboló un gallardete de

llamas.

— Hoy me pagarán — !

¡

sin ver las

hermosuras

replicó Fraser,

mirando

del día naciente.

Estaba resuelto a desacreditarse un poco mns a los ojos de Mario. Le repugnaba pedirle dinero.

Cuidaba

el

bolsillo

de su antiguo pupilo, a quien

piedad los "pechadores" y quería que su palabra tuviera autoridad.

acosaban

sin

Pero había llegado a una terrible encrucijada, y no le quedaba más que ese camino a menos que prefiriese escribir a Mario: "Te dejo a Ana Lia; que sea tu hermana o tu mujer" y pegarse un tiro. Más de una vez lo había pensado pero conserva;

;

;

ba en su miseria algún resplandor de ideas sas,

y

Más

se rebelaba contra solución

tan

religio-

cobarde.

valiente y leal con su hija sería confesarle la

verdad, y enmendarse.

No

bien s'dió Fraser del cuarto de Liana, entró

lad. -01. ••

En

sus brazos, su hijito sonreía

como un

.

L08 OJOS VENDADOS

La muchacha

tomó y

lo

puso a arreglarle

se

pobrísimas ropitas, mientras

madre abría

la

tilla y empezaba a canturrear en un taburete.

Liana jugando con amaba, no se

— C, ¡

a ca;

el

r,

conocía y

la

exclamaba

la

embargo.



bra, cabra!

a,

la

las

la car-

sentada

lección,

la

niño que

sin

distraía, b,

QI

gallega

Soledad tenía veinticinco años, pero parecía vieja

esmirriada, aturdida, de aspecto ratonil, sorpren-

;

hermosura de su hijito. Habíala traído de España un tío, dueño de una fonda, y la tuvo años en su casa, sirviendo a su familia, arrinconada en

día la

la

cocina, ajando la flor de su juventud.

el

infaltable

primo de

con piedra

casaría con a

do nació del

amo,

hijo,

ella.

falsa,

y

Pero

la

adivinando

la calle,

el

cerró

la

similor, y un convenció de que se

así la

engañó, y su

tío la

echó

y cuanvolvió como un perro, a casa

el

niño y ella

le

primo,

comenzó

una cadena de

a festejarla, le regaló anillo

Un

las criadas españolas,

estado de

la infeliz

;

puerta: no quería criadas con

porque perdían tiempo cuidándolo.

—¿Tu



hombre de fortuna?

era

tío

le

pre-

guntó Liana.

—Tanto

como

eso,

no

no

sé; pero

La fonda

estaba

del puerto,

que comían y dormían

siempre

llena

de

era pobre.

trabajadores

allí

y pagaban

bien.

—¿Y cuando — Yo era su —¿Y qué

te

echó no

sobrina,

te

pagó tu sueldo?

y no estaba a sueldo.

te dio pcxr tantos

años de servicio'

.

.

HUGO WAST

92

— Me



dio veinte pesos

relumbrándole

respondió

la

gallega,

de codicia. Era toda su for-

los ojos

tuna y la guardaba casi intacta en el fondo de una canasta de mimbre, donde estaba su ajuar y el de su hijito.

—¿Nunca mandó a —No tenía tiempo —¿Y dejó a te

.

escuela?

los veinticinco

llegar

te

la

.

años sin que

aprendieras a leer?

Así fué. ¡

Y

Si yo criase una chinita umbral de la puerta, y la hiciera serpagara ni le enseñara a leer ¿ no diría

era de tu sangre

recogida en

el

!

virme y no le tu tío que los ricos somos gentes sin entraña*? Soledad asentía, sin comprender el pensamiento de Liana.

La joven sobre

el

desde

el

decía "los ricos", poniéndose

pecho.

Aún

la

mano

siendo pobrísima, y trabajando

alba con su inteligencia, y con sus manos,

sentíase de casta señorial, con sus defectos virtudes,

y

se

y sus enorgullecía de ese patromonio de

dignidad y de cultura que le venía de lejos. Ayer en el mercado, cuando fui a hacer

las

compras, en un puesto

ni-



— dijo

ña Liana,

—¿En



Soledad.

qué puesto era? haciendo sonar

ferente,

que hablaban de usted,

— interrogó

el

cascabelito

Liana, indi-

a

la

oreja

del niño.

En

la

pesquería

— Hablarían 1

..

i

1 1

1

.-

1

con

.

.

mal de mí, seguramente,

tristeza.

— observó

Desde bacía algupoa meses


.

LOS OJOS VENDADOS

93

Lía un piquito, y su sirvienta no compraba allí, por no exponerse cada día a las vociferaciones de dueños que no comprendían cómo podía no tener a

veces diez centavos en su cartera.

— No hablaban mal, má, como

si

ni bien:

hablaban de su ma-

estuviera viva

Liana se puso mortalmente pálida y se echó a temblar. Entregó el niño a Soledad, le tomó la car-

y cuando hubo serenado sus nervios,

tilla,

rrogó

la inte-

:

— Dime,

mamá?

Soledad, ¿qué decían de

qué hablaban como

si

¿Por

estuviera viva?

Al decir esto Liana juntaba

manos, en una

las

actitud de súplica que sorprendió a la gallega.

El

sol

entraba a torrentes. Liana cerró los posti-

gos para que Soledad no observara su turbación.

—¿Qué decían? — No sé no bien. — Acuérdate, Soledad qué decía — Cuando yo pasé dijeron "esta es repetirlo,



¡

!

.

.

.

¿

?

la

de

Ana

Lía

;

si

madre

su

sirvienta

viera el desamparo en que

viven, volvería ..."

—¿Eso dijeron? —Una

viejecita,

que

portase

le

la

¿quién dijo eso?

que llevaba un chicuelo, para

canasta.

—¿Y no acercaste a — Me acerqué, porque — ¡Ah!... te

La joven qué

las

viviera

?

sentía

oír? la

señora

me

llamó.

que su corazón estallaba. ¿Por madre como si aun

gentes hablaban de su

.

fiUGO

94

— Has estado ¿Qué más dijo? —Me habló de

WAST

un día entero

i

en misa; que

!

contármelo

sin

usted; que la veía los domingos, hallaba transformada, mejor que

la

de niña.

—¡Ay! ¿me ha conocido de niña? Habrá conomamá.

cido también a

—Así parece

.

.

tiene

mamá;

cuando

.

Y

viera, volvería.

Volvió a decir que

yo

mamá

su

me

su

mamá

la

murió hace muchos años,

se

apenas dos. La viejita no me pareció que sonreía. Pagó su compra,

ella tenía

contestó;

si

contesté: la niña JLiana no

le

.

.

y se fué detrás del chicuelo que llevaba su canasta.

—¡Has

estado un día entero sin contármelo!

sin atender a las excusas de Sole-

repitió Liana,

muy

dad. Se levantó

La

su cama.



nerviosa, y se puso a arreglar

gallega la miraba sin penetrar las ra-

zones de su agitación.

— No —No —Y

digas nada a papá

le

I

!

¡

Por Dios, Soledad,

ni a nadie! lo diré

el

a nadie.

domingo iremos juntos a misa, y me mos-

trarás la viejita.

— Como Con

usted

esto

mande

salió,

.

.

.

niña

dejándola

sola.

Al cerrarse

puerta, Liana soltó el plumero, y descolgó lito

de su madre, y

Aquellos

ojos

lo

un

la

retra-

miró intensamente.

hermosísimos,

aquella

boca

son-

.

.

LOS OJOS VENDADOS

95

qué había sentido siempre en la sonrisa de su madre un dejo de impiedad?) aquella frente atormentada, por un alma inquieta... ¿dónriente y cruel (¿por

de estaban? ¿Donde su padre decía reducidos a polvo en un rincón del cementerio de Capilla del t

Monte, en Córdoba? ¿Pero

qué hablaban de

como

ella,

si

si

era verdad eso por

viviese

Cien veces, cada año, su padre lles

de

le

?

contaba deta-

muerte de "aquella santa". Los ojos

la

pobre hombre se Üenaban de lágrimas;

atenuaban ¡

Beatriz

Un

!

emoción que su nombre Pero no la nombraba nunca la

día Liana descubrió entre

viejas,

una aiusion a

—¿Papá,

ella:

ueJ

los años, le

no

producía.

un fajo de cartas

"tu hijita Beatriz

',

leyó.

has tenido otra hija?

—No.

—¿Entonces yo me has cambiado

que

me



¿

llame

Quién

el

nombre? ¿por que no ñas querido

como mamá?

te

ha dicho ?

¡

te

respondió su padre irunciendo



¿

Y

esta carta

.

Fraser arrebató tuvo un

mas

me

llamo Beatriz? ¿por qué

.

.

llamas el

Ana Lía

!



ceño.

?

la carta

de manos de su

hija,

y

acceso de furor, que la aterrorizó. .Nunca

volvió a tocar los papeles de su padre

Después de almorzar. Fraser se fué a Belgrano.

No

tenía

más remedio que beberse aquel mal

y pedir ayuda a su ex

trago,

pupilo, a quien siempre había

. .

fiUGO

$6

escondido por vanidad,

WA8Í desastroso estado de süá

el

finanzas



amor

Si yo afrontara estas humillaciones por

— pensaba —

camino de santidad. Pero lo hago por Liana, y renegando de la necesidad que me obliga a humillarme

de Dios,

iría

.

Cerca de

la

.

.

casa de Mario, encontró a Bistolfi,

que iba a comunicarle que su mujer aceptaba

la in-

vitación para esa noche.

Por

lo visto

Mario no quería

na y con Fraser, y

los

estar solo con Lia-

reunía en su mesa con aquél

par de aventureros.

En

otras circunstancias Fraser, resentido hubiera

pegado

la

vuelta y se habría ido al club a desaho-

garse ante una mesita de poker y una botella de

cagnac. Bistolfi lo cogió del brazo,

pero

le

cedió la vereda, y

con gesto arrogante,

empezó a devanar

consi-

deraciones filosóficas, sobre toda suerte de temas

cazados

al

mente y

le

azar.

Fraser

lo

escuchaba, compasiva-

respondía, sin quitarse

el

cigarro de

la

boca.

— Pero ¡

hombre

!



le

dijo



¡

usted no puede

hablar sino en serio!

—Desde

niño he sido así; mi mujer prefiere

los

versos y las fiestas.

— Por eso me gusta más su mujer que —¿Verdad, eh? Generalmente gusta que yo. — Especialmente homb .

a los

usted.

más

clin.

.

.

.

! .

!

!

.

.!

LOS OJOS VENDADOS

echó sobre Fraser una mirada recelosa, tan absorto en chupar su cigarro, que

Bistolfi

pero

97

lo vio

y dijo suavemente: no sabía que a usted le gustaban

se tranquilizó,

—Yo sos

.

los ver-

.

— Oh, mucho qué hermosos son versos — Cualquier verso — ¡Cualquiera! para mí es indiferente! —Y que gustan — dijo con machacando — Oh punta del cigarro — cómo me dientes entre !

¡

los

¡

¿

?

las

le

las fiestas

¡

los

gustan

.

.

rabia,

la

las fiestas

—¿Las

!

i

sobre todo las fiestas religiosas

¡

fiestas religiosas?

zado Bistolfi. clerical

fiestas

!

Y añadió



exclamó escandali-

— Yo soy

con énfasis:

anti-

he estudiado filosofía con Ardigó ... ¿lo

:

conoce ?

— Psh de —¿De vista? estado usted en —No cuando vino por aquí — Pero no ha venido nunca —Entonces no conozco. —Yo he estudiado con vista

!

¡

.

.

Italia?

¿-ha

él

;

¡

.

.

.

si

lo

filosofía

de acuerdo con usted

— Ya ¡

aliviado.

.

y nunca estaré

me parecía — replicó Fraser sonriendo — pero no me atrevía a manifestárselo. !

.

De pronto pensó: ¿Si yo lugar de Mario

Y

él,

.

?

¡

al

lo

sableara a éste, en

toro por las aspas

empezó a hablarle de la revolución social, que mayor preocupación de Bistolfi

constituía la

Antes de ser burgués, había gritado contra

el

rey

.

!

!

!

HUGO WAST

9>5

y contra conde

Pero

Papa, y renegado de su abolengo át

el

la

fortuna que se

le

entró por la ventana,

con su primer casamiento, modificó sus ideas. Siguió gritando contra los papas, pero dejó de gritar contra los reyes, y pintó coronitas condales

en toda su



¿

vajilla.

Sabe que de un momento a otro

van a decretar

el

los socialista:

paro general ?

— Qué intranquilidad —Le van a complicar ¡

conde ...

la vida,

no ha

¿

oído algo de ésto?

— Sí;

algo

le

he oído a Pulgarcito,

de Matilde Garay.

el

hermano



Fraser hizo una mueca.

— ne

¡

el

ner



Dejémosla a Matilde A usted no le convieparo general ¿ no es verdad ? No podrá te!

.

automóvil a

el ¡

Cierto

!

¡

la

puerta.

.

.

.

.

qué perturbación

Hacían ya su última cuadra de camino, en cio, le

algo resentido Bistolfi de la aspereza con que

replicaba Fraser cuando éste se detuvo, y

mirándolo en

— Le a

la

silen-

le

dijo

los ojos, sin pestañar:

van a complicar

la

vida

.

.

.

¿

quiere salvar

patria?

Histolfi

nazantes

mente

echó atrás guias

del

la

cabeza, se retorció las ame-

bigote,

y respondió

:

— Cómo no — Tiene trescientos j

;

pesos?

resuelta-

.

LOS OJOS VENDADOS

—¡Sí! ¿de qué

gg

se trata?

acercó al oído, y con una voz que en nada se parecía a la de Luis XIV, cuando anunció

Fraser se

le

Parlamento que

al

— Conde ¡

terrible

.

.

¿

.

Bistolfi

!

el

Estado era

él, le

expuso:

soy yo, y estoy en un apuro esos pesos ? prestarme quiere la patria

que se imaginó

al principio

que con su

dinero iban a comprar fusiles y buques de guerra,

un momento, pero Fraser alto de su desprecio. Sacó

titubeó

de

lo

lo

dominaba des-

el

dinero y se lo

entregó, y Fraser lo sumergió en. sus

insondables

faltriqueras

— No ce!

se imagina, conde, el servicio

Nunca

me

que

lograré pagárselo.

—¿Cómo? —

preguntó intranquilo

Bistolfi,

Día", puso la

—"¡Aquí

lo

la

sobre

el

pecho y exclamó:

guardaré toda mi vida!"

puerta de Mario y entró silbando una

vieja canción, el

mano

y

un

de

Fraser, recordando los versos de la "Flor

Empujó

ha-

"La mandolinata". Detrás de

él

iba

esgrimista cariacontecido.

— ¡Muy

alegre, viejo!



dijo

el

joven a su an-

tiguo tutor, palmeándole el hombro.

El señor conde,



dose profundamente noticia de



hizo por todo saludo

mista, tendiéndole la

—¿Los

me ha dado

la

buena

que esta noche comerán con nosotros

y su mujer. ¡Hijo mío!



respondió Fraser, inclinán-



mano.

tendré entonces?

el

él

esgri-

!

:

HU60 WAST

IOO

— Indudablemente —¿Mariana y usted?... ¡

más de

¿nadie

sus re-

laciones?

—Nadie

más, a menos que mi mujer disponga

otra cosa.

Esa noche

se sentaron seis, alrededor de la

mesa

oval del joven anfitreón. Heráclito Cabral se agre-

muy

gó a última hora,

bien acogido por Mariana,

que veía en su displicencia y en su palidez rasgos de aristocracia. Liana que

le

llegó

conmovida todavía por las palabras mañana. Hubiera interro-

dijera Soledad esa

gado a Mario, de hallarlo solo y dispuesto a oírla con seriedad y a hablarla con franqueza. Le habría hecho bruscamente los oídos,

la

pregunta, que

desde hacía tiempo

hablan de mi madre, como

si

"¿

:

le

zumbaba en

Por qué

las gentes

estuviera viva?" Pero

Mario no estaba dispuesto para esas conversaciones.

Cuando

vio llegar al matrimonio Bistolfi, Liana

midió de pies a cabeza a

la

mujer, que venía es-

plendorosa y llena de mohines. ¿

Sería esa

a su padre

la

mujer que oyó ponderar a Mario y noche anterior?

la

Mario, que notó aquel recelo de

la

joven,

le

dijo

en voz baja

—¿Quieres ver — Por Mistral?

tu retrato

¿

—I

Sí!

pintado por Mistral?

!

LOS OJOS VENDADOS

FuerDn

los

la

pieza contigua, que era el

El tomó un libro y en un

escritorio.

con lápiz

dos a

IOI

la

sitio

marcado

hizo leer.

—Lee

más

Y

niña leyó: "Mireya estaba en los quince

la

Liana; quiero

fuerte»

oírte.

"años. Cuestas azules de Fuente Vieja, colinas de

"Baus, llanuras de

la

Crau, vosotras no habéis vis-

"to jamás otra niña tan linda.

roso y

.

.

Su

rostro cando-

un hoyuelo en cada mejilla; y "su mirada era un rocío que disipaba toda pesafresco tenía

dumbre, más pura y suave que la luz de las estrellas. Ah! Si dentro de un vaso de agua hubie.

.

¡

"seis visto tanta gracia, toda de

un sorbo os

la

ha-

bríais bebido!"

Ana Lía

— ¡Te Mario besó en

alzó los ojos y preguntó sonriendo.

parece que yo soy así? le

tomó

libro

el

— ¡Vamos! —



Esa noche Liana que

¡

nos están esperando

se

declinaba en

postigos, para

el

durmió cielo

la luz del

demasiado pronto, y ría su

la

dijo sintiéndose purificado por

le

aquella dulzura ...

estrella

y con casta emoción

la frente.

tarde,

cuando su

purísimo. Cerró los alba no la despertase

se entregó al sueño,

cabeza de visiones imponderables.

que pobla-

VI

Amor

dulce y fuerte

Misia Presentación con un mate de plata en

mano,

se

asomó a

despechugada,

la

puerta de

mechas

las

calle,

al viento, las

quísimas sin mayores reparos, lico,

la

en chancletas, carnes blan-

batón nada cató-

el

con evidentes señales de que andaba en

traji-

nes domésticos.

—¿Qué haces Pedro? —Estoy barriendo vereda. la

Don Pedro

se levantaba

saco de lustrina sobre sin medias,

con

salía

la

la

De cuando en cuando que

le

alcanzaba

con

el

sol,

se ponía

un

camiseta, y en zapatillas, escoba.

se detenía a

la chinita,

o

misma misia Pre-

la

sentación, cuando quería echar

tomar un mate,

un párrafo con su

esposo.

Don Pedro no le

que el repartidor que era su desayuno espiritual. husmeaba, pero tenía la fuerza de se entraba hasta

traía su diario,

Lo tomaba,

lo

voluntad de no abrirlo, porque todavía

le

quedaban

por leer un par de centenares de números atrasados. El

nuevo iba

al

montón, y

salía el

de más aba-

HUGO WABT

I¿>4

que

jo, al

A

le

tocaba

el

turno de ser leído en ese día

veces don Pedro se despachaba concienzudamen-

dos diarios en veinticuatro horas, y eso lo complacía, aproximándolo a la edad contemporánea. te



¡

más tiempo

Si tuviera

—Toma tu tación,

mate,

desde

muy dulce? Don Pedro

el

!

Pedro —

umbral de

suspendió

el

— le

la

suspiraba. dijo misia Presen-

puerta



¿no está

barrido y dio unas cuan-

tas chupadas.

Era petizo, gordo, con carnes frías y lustroPara salvarse de la calvicie que lo amena-

sas.

zaba, siempre se pelaba al rape, con lo cual su ca-

beza parecía una bola de cera, perforada por dos cuentas azules.

— Está



en su punto;

dijo

don Pedro conclu-

yendo su mate.

— Pues — Moros en

sabrás, Pedro,

¿

la

Don Pedro miró

que hay moros en

la costa.

costa ? a

uno y otro

lado, sin entender

metáfora.

la

A

esa hora

talleres las

marchaban apresuradamente a sus

o a sus oficinas

muchachas, con

las

los obreros, los

empleados,

caras regocijadas por

el es-

plendor del día.

Las campanas de la iglesia llamaban a misa, y palomas de la torre, volaban a posarse en mitad

las

de

la calle.

Una

vaca suelta caminaba

i»>r la

vereda, oliscan-

.

.

.

!

LOS OJOS VENDADOS

do

ramitas de los ligustros, que florecían a

las

largo de las aceras



¿

Dónde están

moros ?

los

— preguntó

tomándole

dro, y misia Presentación

chupetón de gracia, para agotar

el

IO5

lo

el

que

lo

don Pe-

mate, dio él

hubiese

dejado, y se sonrió con malicia.

— ¡

¡

Una

Parece mentira que estemos en Buenos Aires vaca suelta

miendo



¿

te

allá

y

cuatro o cinco ovejas dur-

en medio de

al sol

No

!

agrada eso ?

la calle.

¿ no

te

recuerda

los barrios

En

Barcelona

áe nuestras ciudades provincianas?

circulan cabras lecheras por las calles centrales, y

en otras ciudades de Europa majadas de pavos conducidos por una pastoroita.

Yo

¿No

no he estado en Europa, pero.

Misia Presentación

—¿Entonces ¡En

ros?

.

cortó la palabra.

le

deseas

es poético eso?

saber dónde están los

tu casa hijo!

He

mo-

sorprendido una con-

versación de Link con Laurita. Parece que Mano Burgueño, ese joven que conocieron vez pasada en lo del

conde Bistolfi se interesa por

quiere traer

.

Don Pedro

se

quedó con

— Dicen

que es



rico



¡

Muy

rrándose

el

ella;

y

él se lo

.

muy

la

rico:

boca abierta.

¿no?



asintió misia Presentación, ce-

escote,

porque pasaba un grupo de

!

obreros.

i

—¡"La

Prensa"!, ¡"La Nación"!

olió

voceó un

y don Pedro recogió con verdadera gula.

vendedor de que



diarios,

el

suyo

HUGO WA8T



.

.

.y

parece

muy

Link

entusiasmado.

se

lo

don Pedro,

re-

decía anoche a Laurita.



Muy

¡

entusiasmado

!



construyendo en su memoria

mozo que una

repitió

figura de aquel buen

la

tarde llamó a

la

puerta de su casa,

buscando a Link, y provocó los apuros de misia Presentación, que corrió a descolgar la ropa tendida en la cuerda, y a quitar del paso una media tina con agua de jabón.

Pero esa vez Mario no fué de visita y se retiró dejando un mensaje para Carlos Link, en cuya amistad andaba.

—¿No está

muy

que Mario Burgueño entusiasmado con Laurita?

es verdad, Matilde,

Matilde salía en ese momento, apurada a tomar su tren. Todavía aguardaba

el

nombramiento, pero

ya había dejado de pensar en él, y los viajes los hacía con ese pretexto, pero en realidad para encontrarse con Mario en

la

estación del Retiro, don-

de cambiaban algunas palabras.

Ante

la

pregunta de su madre, se puso colorada.

—¡Yo qué mamá! — Sabes que va a venir de sé,

¿

Los mente,

de

labios al

visita?

muchacha temblaron

?

el

secreto: anoche tu novio

taba a Laurita que se lo iba a traer.

no vas a saber esto?

— De

visible-

preguntar.

— Cuándo — Guárdame ¿

la

veras,

mamá, no

sabía.

.

.

le

con

¿Pero cómo

.

.

LOS OJOS VENDADOS

Don Pedro miró

— Déjala teresan,

a su hija guiñándole el ojo:

apuro; estas cosas no

irse; tiene

porque

ella está

Matilde cruzó

la

IO7

calle

le in-

segura ya.

apresuradamente, ansiosa

miradas de sus padres, que de hade escapar ber sido más observadores, habrían notado el cambio producido en sus costumbres, y hasta en su a las

físico.

visto algo, pero

Laura parecía haber reserva

que

la

estaba

una extraña

y Matilde la sentía alerta y que no habría podido enga-

mantenía

silenciosa,

ñarla .

Linck no veía nada. Ciego de amor, quería que en

casa de su novia todos fueran tan felices co-

la

mo

él

reció le

y Mario Burgueño, su amigo reciente, un candidato escogido para Laura, por

le

pa-

la

que

había manifestado interés.

La noche

antes anunció a la joven que

traería de visita, y

Laura

él

se lo

recibió con inexplicable

frialdad aquel anuncio:

—¿No gusta? —¿Por qué había de gustarme? es serio — Es un buen mozo es —¡Vaya uno a saber todo que relumbra le

rico,

;

si

.

.

lo

Tenga cuidado Carlos; por mí no

oro! casa

.

lo traiga

es

a

.

Laura no

dijo

más y Link no

halló en sus pala-

bras ninguna intención. Laura no se animaba a decirle

que más de una vez Matilde había vuelto de

la calle

con un ramo de violetas, iguales a

las

que un

HUGO WA8T

108

día despertaron sus primeras sospechas.

dado Noemí" la

— explicaba

chicuela de la

comprendió

que

"Me

ha

lo

y como Laura sabía que estación no regalaba sus flores,

su

;

hermana había aprendido

a

mentir.

Ese fué

el

comienzo de

culpa de Matilde

la

conder sus pensamientos de

amaban y podían alumbrarle

las

:

personas que

esla

el

camino.

Pero ¿cómo; habría podido decirle a Link: "Olvídeme, porque nunca podré quererlo como usted me quiere"? ¿Cómo habría podido contar a su madre que aquel mozo, cuyas visitas anunciaban, no iría

por Laura, sino por ella?

dido confesarles que secreto, lo

era

que

ellos

lo

¿Y cómo

habría po-

que estaba ocurriendo en

mirarían como una traición,

ilusión ardiente de toda su vida?

la

¿Pero era realmente una traición? ¿no era libre ella quisiera? ¿qué culpa tuvo, pues, en abrir su alma virgen a aquel amor noveles co y dominador? de amar a quien

Hacía mil años que aguardaba una de aquellas amor que Mario le dijo, sin que ella en-

palabras de

contrase respuesta.

Se

sintió transfigurada,

como una tierra nueva empeño en im-

abierta por el arado, y puso todo su

pedir que

él

adivinase hasta qué punto

Cada mañana, Noemí violetas,

le

la

conquistó.

entregaba un ramito de

sin añadir palabra,

pero sonriéndose con

y ya sabía ella que esas flores eran samiento cariñoso de Mario.

malicia

;

el

pen-

.

!

LOS OJOS VENDADOS



¡

No

Noemí

digas nada,

Subía a su tren, Huyendo de gentes.

log

las

miradas de

las

Se acusaba de escandalizar aquella alma

tierna; pues

Noemí

si

hacía misterio, era porque

adivinaba un amorío que debía esconderse.

Su propia mentira, engendraba almas ajenas.

las

A

jaba las flores por

yeran en

sitios

otras mentiras en

veces, volviendo a su casa, arrola ventanilla,

donde

procurando que ca-

hierbas crecían frescas y

las

tupidas, y hubiera otras flores, para

que su pobre

ramito no se marchitara tan pronto.

Pero otras veces, no

se

animaba

al sacrificio,

"me

llegaba turbada y ruborosa, excusándose:

y

las

dio Noemí".

Comprendía que Laura dudaba. Quizás estaba celosa

La a

idea de que

Laura podía enamorarse de Ma-

encendía más su escondida pasión y

rio

mayor

obligaba

la

disimulo.

¿A dónde

iba por esos

caminos tortuosos?

Ignoraba su destino. Era como una hoja muerta en alas del viento.

A

veces creía en Mario

;

a veces

Por qué la había elegido, él que era dueño de amar a las brillantes muchachas del gran

dudaba.

¿

mundo ? ¿

Sería para elevarla hasta

él,

según había soña-

do? ¿sería para perderla? Ahuyentaba de su espíritu estas cuestiones, porque conciencia, imsu placable y nítida, to

M :

|

Habla

!

le

respondía condenando su secre-

Confiesa tus angustias a tu madre,

a

!

!

HUGO WAST

IIO

tu hermana, a tu pobre novio, que se mira en tí!"

No

tuvo ánimo; era tímida y decer a otros

dolía hacer pa-

le

.

Comprendió que nunca

se atrevería,

y que su mi-

un gran dolor. Llegó contaba a Mario sus torturas,

serable comedia terminaría en

hasta pensar que

si

tendría lástima de

ella,

y

se alejaría

para dejarla

que se cumpliera su vulgar destino, y se seguirían amando de lejos.

— Qué

dulzura

¡

encontraba

en

esta

solución

Amarlo siempre, ya que no era dueña de olvidarlo, y saber que él también la amaba en silencio, y que a toda hora su pensamiento podría confundirse

¡

con

el

de

él

! ¡

qué dulzura

Casi todas las mañanas hallábalo en

en

la

estación o en alguna calle vecina al Retiro. El se

le

aproximaba sonriendo, y

ella

el tren,

aguardaba tem-

lo

blorosa.

Cambiaban algunas y se

delito.

que

frases triviales y precipitadas cómplices, que fraguan un

alejaban como dos

A

ella la

ella le

emoción

le

cortaba

hablaba podía oírlo todo

la palabra. el

mundo;

Lo sólo

debía esconder lo que sentía, aquellas sensaciones misteriosas que la desvelaban, y la tenían horas fin-

giéndose dormida.

Minutos después, esa mañana,

— Carlos

lo halló.

Link me ha comprometido a

ir

a su

casa.

—Ya

sé;

ras va a ir?

mamá

acaba de contármelo: ¿de

"Ve-

.

.

Í.OS

—Voy a

OJOS VENDADOS

I I I

ir.

Matilde se puso pálida.

— Creerán que

es por Laura,



mirando a

dijo,

otro lado.

El

sintió

en su voz una puntita de

porque adelantaba un

alegró,

y se

celos,

paso en aquella alma

sentimental y delicada.

Su

instinto le advertía

que esa conquista no era

hazaña vulgar; no bien se dejara sentir impaciente o grosero, perdería irreparablemente todo lo ganado.

Más que enamorada, ximando a

veía a Matilde aturdida y

como una sonámbula

alucinada, que

apro-

íbase

él.

—Iré por usted; por hablarla, por tenerla cerca una hora, para que sienta mi amor, ya que no cree en

él

.

.

— —Y

— murmumó con — que piensan, — prosiguió

Sí, creo, si

tristeza.

ella

él,

Laura, mejor.

—¿Vamos

voy por

.

a seguir mintiendo?



interrogó

Mario jugó entonces una carta de

valor,

ella.

con

la

serena audacia de la experiencia.

— Si meza,

usted quiere,



bañase

el

le

dijo mirándola con fir-

dejaremos de mentir;

con Link, sino Matilde



lo

solo,

— Dios mío — exclamó. ¡

.

miró deslumbrada, como

rostro. !

su casa, no

iré a

y pediré su mano

.

.

si

el

sol le

HUGO WAST

112

Mario con alguna vacilación repitió su frase, temiendo que ella aceptara la propuesta. La muchacha tardó un rato en contestar. Recordó que en los primeros tiempos, Laura tuvo la ilusión de que Mario la festejaría; y que ella misma, por quemar sus naves y cerrarse la puerta de toda esperanza, la indujo a creerlo.

Se imagínala la sorpresa de su madre y el sarcascon que Laura acogería la noticia de que Mario

mo

iba ahora a su casa por la anillo

de Link; adivinaba

que tenía en

el

dedo

el

infinito dolor de su

el

novio, y no tuvo corazón para aceptar.

—¡No vaya!

¡Todavía no vaya! Mario sonrio, como un jugador que ha ganado una buena partida.

"Todavía no", dijo plazo, esperando ción.

que

la el

joven, dándose

tiempo

Ignoraba cómo; y aún

le

un nuevo

traería la solu-

se ponía a pensar,

si

descubría las complicaciones que cada minuto aportaba a su problema.

Pasaba por impetuosa y resuelta; su madre deque era un torbellino sus modales deci-

cía de ella didlo^,

;

su cabeza altiva, su palabra sobria y clara,

denunciaban una voluntad consciente y firme. Era cobarde y tímida. Para ¡Nada de eso! que necesitaba avanzar en los trances difíciles, una gran pasión

—Iré

vendase

le

a pedirla,



dijo

los ojos.

Mario



cuando usted

me mande. Se despidieron, y

ella

cruzó

la

plaza del Retiro,

LOS OJOS VENDADOS

adonde

¿in saber

se dirigía,

TI3

cegada por

la

luz de

aquella promesa, agitada por el dolor y el amor,

medio de todo,

pero, en

mano

en su

la clave

una hora

Llegaría, pues, del

mundo

bía

más

creyendo que estaba en que

feliz

puertas

las

que ha-

se abrirían ante ella. Sabría lo

allá

de su horizonte, más

más

su casa,

feliz,

de sus ensueños.

allá

de

la

allá del

amor de

pasión serena y limpia de

su novio.

Ese

día,

en

el

almuerzo, su madre, que no cabía

de entusiasmo, volvió a anunciar

la

visita

de

Burgueño. Matilde no alzó los ojos del plato, por miedo de hallar los de Laura.

Pulgarcito

dijo en secreto, con risita

mordaz: ¿no es cierto que toda buena acción merece recompensa? ¿Qué le vas a dar al gringo le

— Matildita

Link,

si

te lo trae ?

Matilde

se

puso colorada; su hermano había

adivinado su aventura. la

mesa,



¡

le

Cuando

se

levantaron de

suplicó:

Por Dios, Pulgarcito

!

¡

no

me

hagas esas bro-

mas!

—¿He

dado en el clavo, hijita? Por mí nadie Yo guardo los secretos ajenos, para que otros guarden los míos. "Con la vara que misabrá nada.

diereis seréis medidos". ta

¿Qué

santo ha dicho es-

verdad tan profunda? Matilde sonrió tranquilizada y contenta.

—¿Qué

secretos tienes, Pulgarcito?

!

!

HUGO WAST

114

El mozo espió a su alrededor, y viendo que

nadift

podía escucharle, dijo:

—¿Quieres que salgamos móvil — Los dos encantada —¡No! ¡Los cuatro! ¡Tú>

una

tarde en auto-

?

¿

?

¡

Matilde se puso sación

seria,

yo y

él

y cortó

la

conver-

:

— No ¡

seas loco

Se quedó preocupada: ¿quién dó a Mariana cito

ella...

allí

Bistolfi,

sería ella?

Recor-

que coqueteaba con Pulgar-

y se horrorizó de que en

el

corazón de éste hu-

biera llegado a engendrarse el deseo de asociar

hermana en

su

Eso

le

la

culpa de

produjo un desencanto. Pulgarcito tenía

una brutal experiencia de la vida, y crudamente había puesto en presencia de la realidad. No le


in

dos

las

quisieron,

por

distintas razones, estar ausentes durante la visita.

Laura pasó tocio el tiempo en su escuela de laboíes, aüelamando un burüado; y Matilde, se reiug.ó en la iglesia cercana, silenciosa

de sólo llegaba

el

arrullo de

las

y íresca, a donpalomas de la

torre.

Cuando cerraron

la

iglesia,

se fué a vagar por

de heigrano, entristecida, pero resuelta

calles

la

a no aiejarse uei

amor üe su

novio, que había de

salvarla de la tentación. Isio

le

h^o

bien aquel paseo por entre quintas,

y palacetes señoriales. Lila

amaba

el

su hija adoptiva.

tumulto de

Todo

lo

que

la

su sangre con ambiciones de lujo

Y para

tendría,

gran ciudad. Era

allí

veía incendiaba

y de

tiestas.

antes de un mes, que dejarlo todo,

con su marido a sepultar su juventud y su belleza en un pueblito dormido en la orilla de

un

ir,

riacho.

Ella

misma acababa de quemar

la fecha.

El día anterior se

lo

sus naves, fijando

comunicó a Velarde,

;

HUGO WAST

I70

para que con tiempo se buscara otra Pensó que la sucedería en su puesto

el secretario,

empleada.

aquella Liana

y

Fraser, que una vez encontró

tuvo envidia

le

Cuando

.

volvió

reprendió por

la

.

allí,

.

a

su

misia

casa,

demora, como

la

Presentación hiciera con

lo

Laura.

—Ya ga — No

Burgueño; nos ha hecho una larun mozo muy fino. venía por mí contestó excusándose

se fué

visita; es ¡

pero

!



entrar en su cuarto, se encentró con Lau-

al

que en voz baja, como resentida,

ra,

—¿Jurarías que

lia

le

dijo:

venido por mí?

Matilde se encogió de hombros, y no habló durante toda la comida, ni siquiera con Link.

Pasaron varios

días.

Se aproximaba

el

plazo del

casamiento.

La

do, con

lo

dial

horas

día en preparar a las chicuelas del barrio

para

al

la

de Laura se había cerrajoven podía emplear algunas

escuelita la

primera comunión de

Pronto,

Matilde,

la

empezarían también

Navidad. las

vacaciones

pero antes se despediría de

su

de

colegio

para no volver.

— go?

¿

Por qué no



Burgueño

te lo traes a

insinuó a

Pulgarcito misia

cuyas 9-rapatías se ganara brimiento del perfil.

el

Presentación.

Don Pedro también



domin-

mo le dispa-

otra vez.

Misia Presentación corrió a prevenir a Saturnina.

— Para mo

el

domingo haceme unas empanadas,

co-

las del ministro.





¡Tanto que sirvieron! chupando su cigarro de chala.

contestó

la

negra

!

HUGO WA8T

172

—Estas van a —¿Hay moros — Guárdame

caen en gracia

servir, si le

al in-

vitado, y quiere repertirlas todos los domingos.

en

¡

Qué

niña?

la costa,

negra.

el secreto»

habia de guardarlo

En

!

hora después, se puso a tender

cuanto Laura, una

unas prendas

al sol

de ropa recién lavadas, Saturnina se

le

acercó ha-

ciéndole morisquetas.

— Vaya con tu lengüita de trapo Ya no sabes contarme que pasa, Laurita? —¿Qué pasa, negra? abrien—¡Hacete encandilada! ¡qué ojos domingo? do! ¿No tenemos invitados — ¡Qué yo gente que invitan otros! — ex¡

!

¿

lo

estás

la

el



la

clamó Laura sospechando de quién

—¿No

sabes que v^ene

se trataba.

mocito de

el

la

vez pa-

sada?

—¡Que venga! ¡no asunto mió! — Ha de venir por mi negra, yo no — De por quién viene; — contestó con más suavidad muchacha, dejando — cambiaropa y mirando a Saturnina. yo es

¡

veras,

sé la

Si

la

do diez palabras con

La negra meneó

él,

será

la cabeza,

— Ha de venir por mí — ¡

!

lie

mucho. y

se

puso a ayudarla.

repitió

Saturmna,

re-

sentida de aquellos tapujos.

Laura subió hasta glarlo,

algún tarea.

el

cuartito de Link, a arre-

y se halló con Matilde, que desde hacía

tiempo

realizaba

con

más puntualidad

la

!

LOS OJOS VENDADOS

1

73

Se miraron las dos, sorprendidas; y Laura hael umbral:

bló desde

—¿Quieres Su

frase

darme el florero? no tenía ninguna escondida

pero Matilde se recostó contra

do

las

la

intención,

mesa, y cruzan-

manos, dijo calmosamente:

—¿Por qué no quieres que yo? —¿Ah, vas a llenar? —¿Te llama atención? ¿será acaso primera vez? —Ya ya — respondió Laura con repentina de queriendo aplacar será primera su hermana. — lo llene

lo

la

la

indife-

sé;

sé,

rencia,

ni

última,

irritación

la

me

imagino.

vez,

es la .

la

ni

.

Matilde no habría tenido celos de otra mujer; pero

la

exasperaba que Laura se interesase por

su novio.

Todo

se le antojaba

un mudo reproche

de su conducta y una alusión a sus graves

se-

cretos.

Respondió con acritud:

—¿Quieres

que sea

la

última vez? ¿quieres ser

tú en adelante la que tenga el derecho de traerle flores a

—¿De

Carlos? traerle

flores?,

repitió

Laura,

sin

com-

prender.



¿Quieres que te lo deje? ¡Has de haber do que no he notado lo mucho que te gusta

Fué un golpe

certero,

escondido sentimiento.

creí-

que hirió a Laura en su

!

I

HUGO WAST

74

Se puso colorada, y no atinó a contestar

lina

palabra.

Bajó

y como se hallara con su mamiraba maliciosamente, sintió deseos

la escalera,

que

dre,

la

de desquitarse y

le

— — — Saturnina — Negra canalla

preguntó:

¿Es cierto que el domingo vendrá Mario Burgueño ? ¿Quién te lo ha dicho? ¡

¡

misia

ciferó

donde

la

!

¡

Preáeritación,

—¿Qué ¿

mirando a

!



vo-

coclina,

la

negra corrió a meterse. tiene de

malo

vertido a Matilde que



estómago resfriado

él

Por qué a Matilde ?

eso,

has ad-

— dijo misda Presentación

sorprendida del tono en que

— Porque a — Más que a — ¡Infinitamente

mamá? ¿Le

viene?

la

interrogaban.

ella le interesa la visita.

¿

tí ?

más! ¡Es raro que no

lo

ha-

yas adivinado!

Desde arriba, Matilde alcanzó a oír su nombre. quedó temblando, al notar que Laura se reía y con una risa forzada y maligna, extraña en ella, se

como

si

sus palabras la hubieran

sacado de qui-

cio. i

Misia Presentación

momento, y luego fué Pedro.

—¡Pedro!

permaneció confundida un a consultar

el

caso con don

LOS OJOS VENDADOS

175

— Mujer —¿Estás muy ocupado? estoy escribiendo a mi — ¿

?

Sí, sí

sastre.

;

Al liquidar sus asuntos para venirse de Santa Fe, había dejado por cobrar un préstamo, hecho años atrás a su

— Se



dijo

le

el

modesto

y don Pedro aceptó.

industrial,

Cada año aquel

sastre.

pagaré con ropa,

lo

encargaba un

le

piquillo,

y

traje,

trasmitía

le

a cuenta de

prolijas

instruccio-

nes.



"He engordado; anterior



le

decía en

la

carta del

aumente, pues, cuatro dedos a

año

la cintu-

y démeles una cuarta más a las sentaderas. Los pantalones se usan acampanados, pero no exa-

ra,

mucho

eso ni

un niño

fifí,

gere cer

el talle,

como

pcirque

no quiero pare-

aquí dicen".

El sastre interpretaba con la ayuda de Dios, las indicaciones de don Pedro, y tras

de concienzuda labor,

le

un par de meses mandaba una inverosímil

hopalanda, que hacía reír a carcajadas a Pulgarcito.

Era

el

caso que ahora don Pedro había enfla-

quecido, y tenía que calcular cuánto.

—¿Qué

te parece,

Presentación?

¿De dónde me

he descarnado más?

Misia Presentación aseguró que de cual,

pero que

de un jeme.

la

la

lo

palpó minuciosamente y

cintura para abajo estaba

barriga se

le

le

tal

había bajado cosa

.

HUGO WAST

I76

Don Pedro apuntó

el

dato y se dispuso a pro-

seguir su carta.

— No,

no

¡

deja eso. Escúchame

!

más

esto es

;

importante. ¿A que no has caído en que Mario Burgueño puede no venir por Laura sino por Matilde?

Don Pedro te,

anteojos hasta la fren-

se subió los

y miró a su mujer, mordiscando

la

punta de

la

lapicera.

— Na

me

se

¿Pero eso

hubiera ocurrido,

te aflige

Misia Presentación meneó

—No

es

que

me

confieso.

lo

.

mucho, mujer? cabeza.

la

pero es bueno saberlo

aflija;

para no hacer una plancha.

Lo

he convidado para

domingo. Tendremos empanadas.

el

— ¡Empanadas! — leite.

final

repitió

Volvió a bajarse de

los

don Pedro con de-

como

anteojos, y dijo

la consulta.

—Yo

no he de contrariar los gustos de mis hiEse mozo es una perla. Que venga por una o que venga por la otra, ellas tienen la palabra. En Norte América las costumbres son así a lo menos jas.

;

eso cuentan los que han viajado.

Y

prosiguió su carta

"De la

la

al

sastre:

cintura para abajo estoy

barriga se

me ha

tal

cual

;

pero

desinflado cosa de un jeme.

." .

Vanidad

De

su antiguo esplendor financiero, quedábanle

a Fraser algunas deudas, que iba empujando, como Sísifo su piedra, de trimestre en trimestre, a tra-

vés de los bancos, amortizando un piquillo,

o

ta-

pándola con ayuda de algún camarada, para volver a cavar el

mismo hoyo, eternamente renovado.

Podía haberse echado a muerto, dejando que lo ejecutaran, puesto que su pobreza lo hacia invulnerable

;

mas halagábale conservar aquel

resto de

grandeza.

—"El

que

tiene

deudas,

no

es

un cualquiera.

que debes y te diré quién eres. No te comsideran por lo que posees, sino por lo que debes. Más interesante que la salud del que tiene un mi-

Dime

lo

llón, es para un banco, medio millón".

Habría perdido rismos, tra,

si

que un

el

la

salud del que

le

debe

derecho a usar de estos afo-

hubiera dejado de cultivar aquella día,

le-

peloteada de gerente a gerente, fué

a caer en una sucursal de Belgrano.

.

HUGO "WAST

I78

Un

arrasó media manzana, redu-

incendio que

jo a pavesas el banco, sus libros

y sus

cajas, ante

expectativa de sus deudores, que esperaban sacar

la

del

fuego sus nombres limpios, como

Naaman

después de bañarse en

el rio

la

de

de

piel

Israel.

Fraser renunció a sus aforismos y deseó que su más combustible que el fénix, y no re-

letra fuera

naciera de sus cenizas.

Por esos días aliviáronse sus preocupaciones,

al

saber que monsieur Seguin y su mujer habían partido para Norte América.

Experimentó

la alegría

de haber rescatado a Liana, y volvió a interesarse los asuntos de Mario, y de aquella muchacha

por

a quien a menudo veía en

el colegio.

Amaneció no,

el domingo con deseos de ir a Belgradonde todavía humeaban los escombros del

banco, y donde quizás podría averiguar la suerte definitiva

de su

letra,

y descubrir

las

intenciones

de su antiguo pupilo.

Esa mañana, representantes de bilitando horas, para ca,

desenterraron

la

justicia,

ha-

satisfacer la ansiedad públi-

gran caja del banco, y proce-

la

dieron a su apertura. Fraser,

en primera

fila,

entre los testigos, veía

aparecer los documentos achicharrados,

mensuales. cito

de

No

bien les daba aire, cada monton-

en cenizas, entre

se pulverizaba los

en fajos

concurrentes

.

los aplausos

.

Sólo una cartera de cuero con todo un trimes-

!

.

!

LOS OJOS VENDADOS

Iré

179

de pagarés habíase escapado de una total car-

bonización.

—Aquí

hay algo que

sirve,



dijo el juez que

actuaba.

—Es

mi



trimestre,

murmuró Fraser

asus-

tado.

Media hora después estaba en casa de Mario ponderándole

profundidad de su aventura.

la

— se

La he errado por ocho días. Hasta el gerente lamentaba de que mi vencimiento no hubiese

caído una semana antes. Pero en aquella cartera

Como

estaba mi papel.

por

vueltos

fuego,

el

quemado

había

lo

superfluo,

Intacta

cional.

Más

la

sano y salvo.

Se

márgenes blan-

las

gorro frigio de un escudo na-

cas, los adornos, el

¡

de Babilonia, en-

los niños

resurgía

fecha,

la

cantidad y la

firma.

vale así

Mario escuchaba a su amigo sin mayor interés, desde la cama, donde fuera sorprendido. Y Fraser hablaba de su

letra,

como podía hablar de

quier otra cosa, tanteando

el

cual-

camino para abordar

tema de mayor importancia. N10 pudo, por

mente

fin,

contenerse, y

le

hizo brusca-

pregunta:

la

—¿Has — No

desistido de tu viaje a

hallé pasajes,

no tengo ganas

.

cuando

los

Europa? busqué; y ahora

.

—¿Te habrás enredado en — Siempre bien pensado

alguna aventura?

¡

—Ya

lo dijo alguien: piensa

mal y

acertarás.

.

HUGO WAST

1 8o

— Pues conmigq no acierta... — Me alegro; — respondió Fraser, ción — me gustan hombres que los

las

ocasiones,

se

mantienen en

los

sin convic-

sin huir de buenos propó-

Pero> francamente, no sospechaba tanta firme-

sitos.

za de voluntad en un buen

Mario

en

se dio vuelta

mozo como

la

tú.

cama, reteniendo una

groseria a duras penas.

Fraser no quiso advertir su ademán descomedido,

y prosiguió.

—Liana me encargó que invitara a almorzar. —¿Para cuándo? — preguntó con alarma te

el

joven.

— Para

hoy

.

.

¿

tienes

algún compromiso ?

Mario tartamudeó una excusa. decir... — No... y —¿Sí o no? — No propiamente un compromiso. parece. ¿Vas a almorzar con — Pero — Mario con —Com sí...

es

es

.

se le

ella,

no,

replicó

ellos

ella?

incor-

porándose. ¿Para qué tanto disimulo? ¿quién podía tomarle cuentas de sus acciones?

—No comprendo... ¿Quiénes son — Pulgarcito, su papá, su mamá, sus hermaninovio de una de y — ¡Toda familia! Por entras en su ellos?

tas

ellas...

el

lo visto,

la

casa

con

¿Como

todos

los

honores...

novio? ¿de cuál?

—¡No, no! —¿Como amante?

¿de cuál?

coram

populo.

.

.

LOS OJOS VENDADOS

l8l

Fraser hizo las dos preguntas en

mismo

el

tono,

apagado, y no obstante Mario percibió un zumbido de malicia en la voz. indiferente,

— Ni go de

como amante,

la

casa

—¿Algo? las

.

ni

como

novio.

.

.

como ami-

.

¿de

viejos? ¿de

los

muchachas? ¡cómo

Pulgarcito? ¿de

te divertirás!

Mario comenzó a vestirse, lamentando interiormente haber hablado de más. Al cabo de un rato de

silencio, se

to

en

la

acercó a Fraser, que parecía absor-

persecución de una mosca pesada, y

dijo, poniéndole la

— Piense

mano

sobre

Yo

bien y acertará.

el

hombro

¡

soy un hombre de

honor ...

—¿Sí,

eh?

\



hizo Fraser con un gruñido, sin

abandonar su mosca. La cara de Mario de indignación.

— ¡Un hombre de — Pero hijo mío,



honor! el

honor

las ideas

morales o

las ideas

visto

honor en

la

el

le

repitió

se

inflamó

con fuerza.

un prejuicio como religiosas. ¿Dónde has es

historia

natural?

No

te

ha

faltado valor para declarar que no crees en Dios, ni

en la moral fundada en su idea ¿por qué te falta

para declarar que no crees en y di con lealtad y frescura y soy un bribón .

Fraser había

honor? ¡Animo!

el

soy ateo, soy amoral

.

abandonado

esto con olímpica frialdad, a

:

la

mosca, pero dijo

como

si

no atribuyera

sus palabras ninguna trascendencia.

1

HUGO WAST

82

Mario

to

puso a

se

silbar tratando!

de

reírse,

pero

disimular su fastidio.

sin lograr

Se envolvió en una de baño.

Cuando

toalla turca

y

se fué al cuar-

desapareció de su presencia, cambió la

expresión displicente de Fraser; su rostro se ensombreció, y pasó un cuarto de hora, con los ojos

un rincón de

entrecerrados, mirando

ver otra cosa que a

la

la pieza,

sin

imagen de aquella jovencita

quien su indiscreta admiración había lanzado a

una deplorable aventura. Sin esperar a Mario, se fué

al

comedor,

eligió

unos cigarros, y se marchó.

Paso a paso, dos horas después, bajo la arcacalle de tipas, gozando del día

da umbrosa de su

radiante y perfumado, se dirigió Mario a casa de don Pedro de Garay. Por ser domingo era mayor el silencio de la ciu-

dad, y se difundía alegremente

campanas de aquella había hallado

él

iglesia,

el repicar de las donde ya dos veces

a Matilde.

Debía celebrarse una función, porque canadas de incienso por

Mario rar

se

allgunos

detuvo en minutos,

la

la si

salían bo-

gótica puerta.

esquina; tenía que espedebía

llegar

a

la

hora

anunciada.

Desde allí alcanzaba a divisar la puertecita de berro de la casa de los Garay, como un hueco

LOS OJOS VENDADOS

1

83

abierto a escuadra en la gruesa y fresca pared de ligustros,

recién podados, quizás en su honor.

Imaginábase Mario

ahogos de misia Presen-

los

acomodando

tación arreglando la casa y

y talando

el jardín,

y atenuar en impresión de pobreza.

Y

oía

su voz aguda repitiéndole

olvidara:

lo

los

"Yo

soy Troncoso y

fundadores de Santa Fe".

Y

él

las

visitante

su

disponibles

vasijas

mesa

la

para llenar de flores todas

la

para que no es Garay, de

veía a

don Pedro,

crédulo y bonachón, mirándolo con ojos de

sue-

gro, y recordándole discretamente su promesa de una inspección de cinematógrafos "Los cinema:

tógrafos

muy

son

instructivos

pero

;

hay

Debería dictarse una ley..."

controlarlos.

Pedro exponía sus ideas acerca

Y

que

don

del punto, imagi-

nándose que esas leyes existían ya en Inglaterra

y en Estados Unidos.



¡

Pobres gentes ilusas

!



se dijo

Mario con

perversa compasión.

Vio en ese instante que alguien y reconoció a Link. Siguió

el

estudiante la calle de

Mario

salía

de

la casa,

la estación,

mi-

rando

el

mano

extendida, y una sonrisa amistosa, que pa-

reloj.

le

salió al encuentro,

con

la

reció alegrarlo, porque sus ojos claros chispearon

detrás de los gruesos cristales.

—Voy

a tomar

vigorosamente

la

el

tren

— dijo

Link, sacudiendo

mano de Burgueño.



Allí lo es-

:

.

!

.

HUGO WAST

184

Qué

peran ya.

lástima no poder quedarme. Pero

tengo un enfermo grave, y

— Caramba ¡

rio

!

!

¡

me

acaban de llamar

lástima, de veras

!

.

.

— exclamó Ma-

esforzándose en disimular su regocijo.

— Otro día será

Porque usted vendrá con más ? Adiós Link se alejó corriendo y mirando el reloj, y Ar ario fué a llamar a la puerta de don Pedro de Garay

frecuencia

¿

no es

.

.

.

cierto

.

.

.

¡

Salió a abrirle la chicuela Virginia, que la

aún no

conocía:

—¿Qué Desde

se le ofrece, niño? el

fondo de

la

casa pudo verlo

misia

Presentación, que gritó a la criatura

— Déjalo ¡

pasar

!

¡

avísale a

Pedro

Se oyó un ruido de puertas que se golpeaban; se divisó la silueta de la dueña de casa, que cruzó como una exhalación, restregándose las manos en un repasador, y apareció primero que todos Matilde, pálida,

confusa, incapaz de articular un

saludo.

—¿Por

qué

se asusta así, Matilde?

confidencialmente,

mán

dándole

la



le

dijo él

mano con un

ade-

muy

sim-

distinguido y cordial, que lo hacía

pático.

—¿Por

qué ha venido?



le

contestó

ella,

con

expresión de angustia; y él oyéndola se alegró en sus entrañas, pues la queja era una confesión de debilidad. ¡lde

dominó sus impresiones, y no bien apa-

LOS OJOS VENDADOS

1

don Pedro, abanicándose con

recio

diario

el

85 la

faz sudorosa, los dejó a los dos y se metió en su cuarto. Frente a

un espejo

puso a alisarse

se

en

nado. Sin darse vuelta, vio reflejados tal los

el

el

peicris-

como

ojos de Laura, solícitos y tiernos,

si

adivinara que debía en ese instante deponer todo resentimiento, y aproximarse a su pobre hermana que corría un gran peligro.

—¿Buscabas

Matilde? ¿Qué quieres?

algo,

Pero Matilde no con que Laura

Al

la

gratitud

sintió

por

el

afecto

habló.

contrario, se le antojó

que

la

perseguía y

la

afrentaba con sus sospechas, y se volvió furiosa a ella:

—¿Me sin

que

estás espiando?

ni

peinarme

parezca mal?

te

Laura

¿no puedo

se

mordió

los labios.

— No hay cosa bien dicha, cuando es mal — replicó suavemente. —¡Tienes don de oportunidad! —

reci-

bida,

el

testó

la

con sarcasmo

—¿Por irritada

con-

la otra.

qué? ¿Acaso puedo adivinar que estás

o nerviosa? Si te ha molestado mi pre-

gunta, no es culpa mía.

—¿De quién — Tuya, ría

mi

mo

puedas!

Con la

entonces?

hija,

¡

silencio.

esto

llamaba.

tuya

Esa

Laura

!

Si

es la

salió,

no te hablase te exasperaverdad explícatela co;

¡

sintiendo que su

madre

!

1

HUGO WAST

86



¡

Niñas, vengan

Burgueño

saludó amablemente, no parecien-

la

do observar

la

reserva

con que

acogía

ella

sus

palabras.

Le habían puesto una ría,

sombreada por

zaba

la

los

silla

hamaca en la galedon Pedro al-

rosales; y

voz cuanto podía, para que

andanzas de

no advir-

él

que a cada rato venía a comunicar el estado de las empanadas. Ya parece que están, /¡niña anunció por tiese las

la cocinera,





fin.

— Gracias a Dios — exclamó casa — ¿quieren que nos sentemos a ¡

!

ET comedor estaba

fresco,

dueña de

la la

mesa?

pues desde tempra-

no habían cerrado sus puertas para guardar aire

matinal

;

y

la

semioscuridad

reinante,

el

disi-

mulaba la evidente pobreza del aparador de pinotea, con sus hileras de tazas desorejadas, los infamables

cuadros

representando

asunto de

la liebre

cabeza abajo, de

bordante de frutas tropicales, de tida

sempiterno

el

la

la

fuente des-

sandía par-

en tajadas.

Don Pedro admiraba sus cuadros. "muy sencillos", y aunque el no

balos

punto

Encontrásupiera a

qué debía entender por "sencillez" en materia artística, pensaba que era de buen gusto fijo

mostrarse aficionado a

ella.

Hicieron sentar a Mario en

la

cabecera,

po-

niendo a Laura a su derecha y a Matilde a su izquierda.



!

LOS OJOS VENDADOS

— Pulgarcito

no tardará

Ha

un paseo

encerrado en

,

el

apa-

ido a preparar el auto de Bistolfi para

Tigre.

al

— ¡Qué

87

— dijo don Pedro, con-

sultando un reloj de niquel lador.

I

.

.

muchacho! Ya

lo

maneja como

si

fue-

se propio.

—¿A

quién, a Bistolfi?

Todos

se

echaran a

reír

de Burgueñoi, que en riado por

la

el

de

inocente pregunta

la

fondo

contra-

sentíase

seriedad de las dos muchachas.

Pa-

que estaban entendidas con respecto a él, o por lo menos que se desconfiaban mutuamente, recíale

y ninguna quería demostrarle Tal

actitud

No pudo

interés.

sorprendía a misia Presentación.

más, y llamó a Laura y

le

dijo al oído:

— Vaya unos modales para atraer novio — Mamá, no podemos repartirlo entre dos, ¡

las

contestó la joven, saliendo del comedor, impacien-

y avergonzada. ¿Cómo su madre no veía lo que a pasar? ¿Cómo Link tampoco lo advertía? Ah no era digna su hermana del corazón sin do-

te

iba ¡

!

blez

que

el

destino

le confió.

¿Peno debía ella amontonándose

velar a Link la traición que iba

bre su cabeza?

¿No

creería el

para ganar su confianza,

En

tal

mozo que

lo

re-

so-

hacía

vez su amor?

cuanto a su madre, no había que pensar. La

llamaría envidiosa, y jamás creería que una criatura del temple de Matilde, podría ponerse en peli-

Por el contrario, se alegraría de saber mente a quién festejaba Mario. gro.

fija-

.

1

HTTGO

88

—¿Qué

WAST



anda haciendo la hijita? le pregunqué Saturnina. se ha salido del come¿ Por



dor? Se

más

.



le

va a resentir

Laura

a venir

hombros.

se encogió de

—¿Quién —

por

mozo y no va

el

.

te

ha dicho que

él

agregó para que

ella!

hallase en sus palabras

una

viene por mí? jni curiosa mujer no

la

delación.

— Viene por-

que es amigo de papá y de Pulgarcito

—La

inocencia

te

valga,

.

.

.

.

¿Conque viene

hija.

por tu padre o por tu hermano ?

.

.

Llegó Virginia con una fuente:

—Manda

a decir

mida calientita un poco.

al

la

señora que

le

guarde

la co-

niño Pulgarcito, que va a tardar

Laura volvió al comedor. De la primera ojeada un cambio de expresión en Matilde. Estaba más risueña y respondía a media voz a Buradvirtió

gueno.

—¿No

parece que está

les

muy

obscuro?



di-

jo misia Presentación, levantándose a ensanchar la

rendija de la ventana.

Mario

recibía de Matilde

nera de oprimirle rada, y

como

los dedos.

la luz diera

un

plato, y halló maMatilde se puso colo-

en su rostro, aumentó su

confusión.

— Criatura, punzó! — exclamó su madre. — manifestó don —Has de tener Pedro. — La circulación de sangre hace mal estás

j

los pies fríos la

cuando uno

se

alimenta.

se

Ahí ha venido un sabio

.

.

LOS OJOS VENDADOS

1

89

francés a dar unas conferencias en la Universidad.

Yo no

he ido a oírlo

que trata de

to

abuso dei corsé Sintióse

la .

;

no tengo tiempo pero he ;

vis-

circulación de la sangre y del

.

un automóvil que se deteTodos prestaron oídos. Calló el mo-

estrépito de

el

nia a la puerta.

y luego resonaron las voces alegres de Bistoly Mariana. Los dos y tras ellos Pulgarcito,

tor, fi

con

cara

de

entraron

inocente,

quejándose

del

calor

— Tanto bueno por aquí,

señor conde

¡



tal

Aunque

encantada

Presentación,

misia

gasen en

!

de

— exclaque

lle-

oportunidad.

la

sorprendía un poco

visita,

la

pues

sólo de tarde en tarde los Bistdln se detenían a su

puerta,

para preguntar cómo seguía don Pedro.

El antiguo esgrimista resoplaba como una foca.



No sé cómo se le ha ocurrido a Mañanita que ha de dar un paseo hasta el Tigre, en plena siesta,

y con

la



capota baja.

.

.

para probar Es claro. con la capota baja. un medidor de velocidades nuevo, y ver cuánto corre el auto manejado por Pulgarcito ... manifestó .

.

.

.



candorosamente Mariana.

— Es tentar — Se ¡

tación. sol

al cielo

les

!



observó Misia Presen-

van a derretir

los sesos,

con este

de justicia.

— ¡Sí!... gestionado

yo...

¿no es verdad?

como un cangrejo



dijo Bistolfí, con-

cocido.

— Lo

que es

.

.

.

HUGO WAST

Igo

—Bueno, ¡porque tú eres propenso a — explicó Mariana. desgraciadamente — — Pero yo no soy sanguínea, como —Es verdad con estos — Por qué no quedas

la apoiplegía,

Pílades, Sí,

sí,

.

.

.

tú.

.

.

aquí,

te

buenos

amigos

Don

Pílades

la

miró sorprendido;

ralo bigote, se bebió la

se atusó el

un vaso de agua que

le

trajo

negrita y dijo:

— —

¿

Pero es f orzctso probar el medidor a la siesta porque a la siesta hay menos tranco.

Sí»

?

.

El pobre conde, que no tenía contestar; y

los

conocimientos

su hermosa consorte, no halló qué

(deportivos de

Mariana tomó su

silencio

como una

aprobación, y se dirigió a las muchachas:

—¿Ustedes nos van a acompañar, no es cierto? — exclamó alegremente misia Presenta— ción; — no diga que no, Mario. — No, señora, no digo que no; usted manda y yo obedezco, — respondió Mario, agradecido Sí,

sí,

al

tra-

vieso ingenio de Pulgarcito y de la Bistolfi, que

habían hallado

el

pretexto del nuevo medidor pa-

ra deshacerse del esgrimista.

— Yo j

muró

no quiero complicarme

éste resentido;

Laura sacudía

la



la

vida

!



cabeza.

—¿Y tú no vas? — preguntó Pulgarcito, resplandor alegre en

mur-

¡yo no voy!

la

mirada.

con un

.

;

LOS OJOS VENDADOS

I91

—No.

—¿Por qué? — No puedo seis

munión

a

faltar

días será la

la

dentro

doctrina;

Navidad y harán

los chicos del barrio..

de

primera co-

la

Muchos

todavía no

saben persignarse. Matilde miraba

el

mantel, sin decir palabra.

Parecíale que todos sentían los golpes de su co-

razón alterado

.

.

El intenso rubor había desaparecido de su rosEstaba pálida, esperando y temiendo la resolución de los demás. tro.

No

atrevía a negarse.

se

Una

fuerza tiránica

doblegaba su voluntad, y la arrebataba como un huracán. Era una traición a su novio aquel paseo

y no habría aceptado el

reproche:

"¿A

hubiera alzado

la vista, y advertencia y dónde vas, pobre criatura? Yo no si

leído en los ojos de su

hermana

la

puedo denunciarte; no quiero perder tu cariño; pero sé cuerda y leal con el que te quiere. ¡no .

vayas

Pero Matilde no

como

si

le

la

miró, y

sin decir palabra,

obedeciera al destino, corrió a su cuarto

y se puso

Mario

.

!"

el

sombrero de paja, con jazmines, que a

gustaba.

Había concluido el almuerzo y ninguno de los cuatro paseantes tenía deseos de perder un minuto.

Rugió de garcito,

que

mievio

el

motor accionado por Pul-

llevaría la dirección.

A

su lado sen-

!

.

HUGO WAST

192

Mariana y en el asiento de atrás, Matilde y Burgueño. gritó misia PresentaQue les vaya bien

cose



!

¡



ción.

El auto arrancó entre

la

lludos, y segundos después, rría

por

la

gritería

de unos

pi-

a toda máquina co-

avenida, camino del Tigre, envuelto en

nubes de polvo. Pulgarcito iba absorto en la maniobra y tolfi se reía de su ceño fruncido.

la Bis-

Mario miró a su compañera, pálida de emoción, casi a le

punto de

llorar,

y tomándole

la

mano

fría,

dijo con infinita dulzura:

— No tenga miedo de mí ¡

No tenía miedo de él, tenía miedo de ella. Veía claramente como escrito en la pantalla de un biógrafo, todo lo que podía ocurrir, la momen.

tánea ilusión,

el

arrepentimiento,

la

amor

triunfante, el hastío,

el

vida amarga para siempre.

El roce del mundo, la ardiente vorágine de la donde exponía a diario su impresionante hermosura, le había dado una cruel experiencia.

calle,

la tentación de ser amada mano el corazón y la fortuna su tener en de y de un hombre y sabía también hacia dónde caía

Sabía cómo empezaba

;

esa pendiente. j

Ay

!

pero tenía miedo de olvidarse de

ello

;

te-

miedo de creer en las palabras de Mario, y tenía miedo de que el amor vendara sus ojos.

nía

— ¡Volvamos

a

casa!



exclamó

de

repente.

!

!

!

VENDADOS

LOtí OJU.S

mano y empezó

—¡Hace



ellos

¿no

les

parece que debemos alzar

capota? ¡pero, por Dios, no se

la

ligeros

y la tranquilizaron. observó la Bistolfi, volvién-



calor!

1

soltó la

hablarle de asuntos

a

la hicieron reír

dose a

Le

adivinó sus sentimientos.

Alario

que

193

lo

cuenten a

Pí-

lades

— ría

Si

yo

sospechado que usted acaba-

hubie'.-a

por pedir sombra, habría insistido en que

niera

el

señor conde

;



riamente, apeándose, para



Mariana.

¡

Un

muy

dijo Pulgarcito, realizar

los

paseo tan precioso

vi-

se-

deseos de

que ha

el

perdido

Mariana

— El ¡

diario de

estalló en carcajadas.

pobre

!

¡

allá se estará

don Pedro, a

Aquella alusión a hirió a Matilde. zos,

la

las

abanicando con

sombra

costumbres de

por mostrar a otras mujeres,

hombre

rico

Cuando, ra,

su

Por desquitarse de esos

hermosura, habría querido que

su

y de

minutas

la

el

del parral

el

casa

alfilera-

prestigio de la

amase un

buena sociedad.

después,

reanudaba

la

carre-

una recomenembeleso de Mario ante

se volvió la Bistolfi a hacerles

dación y sorprendió el Matilde; ésta se ruborizó intensamente, pero expe-

rimentó un halago sutilísimo en su vanidad.

"¡Vanidad de vanidades! Mejor es la tristeza que la risa, porque con la tristeza se enmienda el corazón".

HUGO WAST

194

El más sabio de

amarga dería en

Tarde

los

hombres declaró esta muchacha, apren-

sentencia, que la pobre el

dolor.

.

.

ya, regresó

fatigada de

la

aventura, sin

atreverse a afrontar los ojos entristecidos de su novio.

Se acostó en seguida y volvió

la

cara hacia

la

pared, para que no la interrogasen y se durmió.

Y

como no rezó

sus oraciones, a la media no-

che se despertó acongojada, con miedo de hundirse en las profundidades del sueño,

sin

que

la

acompañara su ángel.

Y rezar,

sobre

Ya

mientras dormían los otros, sentada en el

la

cama, con

ella

las

se

puso a

manos juntas

pecho.

tenía el corazón lleno de hiél

y de amor, y

sus labios no acertaban con las palabras del rezo.

En la sombra se diseñaba la línea blanca y suavísima de su espalda, y sus cabellos de oro parecían arder bajo un rayo de luna, que entraba del patio.

Misia Presentación, en medio de su ingenuidad,

había tenido un tardío golpe de luz, y quedó intranquila ante el mutismo de su hija. No pudien-

do conciliar

el

sueño,

se

levantó de puntillas

y se llegó hasta el cuarto de las muchachas y se aproximó sin ruido al lecho de Matilde.

LOS OJOS VENDADOS

— ¿Rezas,

hijita?

¿estás

desvelada?

195

¿estás

triste ?

La joven no se tapó la cara.

respondió; se acostó de nuevo y

XI El refugio

La víspera de Navidad hallóse Noemí en el andén de la estación.

En

Matilde

todos los puestos de flores se vendían ramos

de jazmines, y una ola de fragancia envolvía ciudad.

—¡A ta,

con

diez

los

ramos!



gritaba

la

la

muchachi-

ofreciendo sus flores. Al ver a Matilde, se ca-

lló, la

saludó con seriedad y

la

dejó pasar sin ha-

blarla.

Matilde se volvió extrañada.

—Ya hace días que no me das Noemí. — No eran mías daba, — contestó que chicuela, desviando mirada. —¿Entonces ya nadie da para mí? — Yo no quiero recibirlas. — ¿Por qué? — Porque no está — ¡Ah! — exclamó sonriendo joven — ¿vas flores,

las

la

le

la

te

flores

bien.

la

a hacer

—Sí.

la

primera comunión mañana?

!

wast

htjgo

198

—¿Y

estás

de haberme

arrepentida

entregado

algunas violetas de parte de un mozo?

— Sí — respondió niña. —Eso no es pecado. porque usted — la

tiene otro novio.

Sí, sí es;

Matilde se echó a

En

.

.

fondo su risa era triste. Acusábase de haber turbado el alma de Noemí, aceptando su mediación en su culpable reír.

el

amorío.

Se agachó y

—Ahora buena.

¡

la

besó en

Dios

te

Se alejó y tomó

En

la frente.

mejor; es señal de que eres bendiga, Noemí

te peinas

la iglesia

el tren.

de San Francisco, donde ningún pa-

acompañar a la mañana siguiente a Virginia y a Noemí, que con otros chicuelos del catecismo, harían la primera comudre

ia

conocía, se confesó,, para

nión.

En

todas las panaderías se horneaba

pan de Navidad.

me

el

clásico

Sentíase en las calles su perfu-

tibio y grato y advertíase en pontánea y saludable alegría. ;

las

gentes una es-

El nacimiento de Cristo redimía las almas, aun de él, por un día siquiera, de la mortal

las alejadas

tristeza del

mundo.

Esa noche

llovió,

hojas del rosal y refrescó

Cuando el alba tilde, como a una

fiel

ligera

lluvia

los

las

el jardín.

ventana de Maaguardaba ya, con el

acudió a

cita, ella la

corazón aliviado por

que lavó

la

buenos propósitos.

. .

:

LOS OJOS VENDADOS

1

99

Se levantó y se fué a cortar flores para el altar faltaba mucho para que saliera el sol, pero una nube larga llameaba en el oriente, como un? bandera roja, anunciando su triunfo. Los cirrus, teñidos por la aurora, formaban un

Aun

palio de rosas sobre la ciudad.

En una

huerta vecina

Cantaban

sentíase

el

los gallos.

golpe

un

de

azadón Matilde emocionada con

asomó por

se

viejo,

arriba de

conocido de

no

!

Ha

se trabaja!

rarlo

.

la

dulzura de esa hora,

pared.

Era un jardinero

ella.

— Buenos días — ¡

la

le

dijo alegremente.

nacido

el



¡

Hoy

Niño, y hay que ado-

.

El hombre suspendió su tarea y respondió Es verdad, y se fué a guardar la azada.





De

negra recién removida, se alzaba un

la tierra

aliento blanquecino.

Laura que en

los últimos días

bajo con los chicos de

tuvo

la doctrina, se

mucho

tra-

despertó des-

pués que su hermana y se alegró de hallarla cortando flores.

No

la habló,

porque Matilde recibía mal sus pauna sonrisa, y la

labras; se limitó a saludarla con

ganó con

eso.

Matilde

le

entregó su b'razada de rosas y

la be-

só tiernamente.

—¿Vas



a comulgar?

le

preguntó Laura, adi-

motivo de su alegría era la paz de su conciencia, y su hermana le contestó que sí, vinando que

escondiendo

el

los ojos.

HUGO WAST

200

Saturnina no sacó esa mañana su brasero para cebarse mates en la veredita de la cocina, porque

también

ella

quería acompañar a su sobrina. Salió

ésta al sentir voces,

medio dormida aún, pero

plandeciente de ilusión, por vestir

blanco y ponerse confeccionara.

La

la

vistieron en

mientras

chas,

Ataviada con una mosca en la

— Jesús, ¡

medio

del patio las dos

Saturnina,

la

res-

traje de tul

corona de rositas que Laura

con

transformación de

asistía a la

el

le

mucha-

maternal,

sonrisa

la criatura.

inmaculada vestidura, parecía

leche.

criatura,

que estás negra

!

— exclamó

desconsolada Matilde. la

Virginia pareció entristecerse y Saturnina estiró jeta con desdén, y canturreó volviendo la es-

palda

:



San Benito es negro, Negro en su color; Pero en sus acciones Más blanco que el sol.

Con

ésto se rió la chica.

Misia Presentación también

con ellas. Soladon Pedro y Pulhombres de casa, espíritus fuertes, asistían con begarcito, que eran

mente

los

iría

la

nevolente ironía a los preparativos de

la

primera

comunión.

De Link nada sabían muy temprano, sin

salir

;

pero cuando

lo

vieron

desayunarse, imaginaron-

.

LOS OJOS VKN DADOS

que iría a la iglesia a prepararse, para aoolmpañar a su novia, con sencillez y amor, en el sagrado

se

banquete.

Noemí co, ra. ele



que estaba

con su vestido blanmanos diligentes de Lau-

linda,

obra también de las la había adoptado, y cada tarde separábase ella con angustia, pensando cómo se la devolEsta

vería a la

mañana

siguiente el sórdido conventillo

en que vivía con una

Tenía

tía vieja.

los ojos azu-

con las pupilas muy negras, y tan encendido el color, que siempre parecía que llegaba corriendo. Por debajo del tul se escapaban mechones de su cales,

bellera indomable, de

un rubio obscuro, que con

los

años ennegrecería

Matilde

le

había comprado un

aunque no sabía quio. "¡

A

No

Virginia

se

leer, le

librito

de misa y

entusiasmó con

el

obse-

tocó un rosarito de coral.

comprendéis

la

comunión

visto morir a vuestro padre,

ni

!

No

habéis, pues,

llegar al

altar a

vuestra hija!"

Estas palabras que Link había leído en algún de apología católica, adquirieron una sobera-

libro

na expresión de verdad ante

el

conmovedor espec-

táculo.

En se

la iglesia

sonora, las oraciones de los niños

remontaban como Por

las

si

tuviesen alas.

altas vidrieras entraba la

luz

en haces

de distintos colores, y se recibía la extraña, inefable sensación de

nave.

que

el

arco

iris

llenaba la gótica

HUGO WAST

No había más riquezas que aquellas doce columnas de granito rosado, y en el altar mayor, la eterna hermosura de la Purísima, entre lirios de bronce. El techo pintado de

sembrado de grandes luminoso y lejano. Una paloma, que se había entrado por algún resquiazul,

estrellas amariiias, aparecía

cio de las vidrieras, aleteaba

en

el

hueco de una ven-

sombra de

tana, y desde afuera se proyectaba la otras palomas, que anidaban en la torre.

Cuando

niños se acercaron

los

al

comulgatorio,

campana, y la iglesia se llenó de armonías profundas como la caja de un violín.

sonó

la

Kn dos hileras entraron al fin otros niños, de un colegio de caridad, los varones a un lado» las mujercuas ai otro, cantando *'¡A1 cielo! ¡al cieuieron una vuelta y salieron llevándose como lo una nube de incienso el grupo inocente de los primeros comulgantes, y dejando en los corazones con el eco de su voz, la frescura de su ale!

gría.

Don Pedro a

la puerta.

mirábalo todo, arrinconado, próximo

Pero no estaba como

el

pubiicano, de

rotunas, golpeándose el pecho, sino de pie, admi-

rando

lo

que

el

llamaba "el genio del cristianismo",

pero compadecido a

la vez,

desde

lo alto

de su es-

cepticismo, de la exigua mentalidad de los

No

quedó junto a con

la

líeles.

advirtió por cierto, que una de sus hijas se la

baranda del comulgatorio, quieta,

cara oculta en

las

manos, como

si

durmiese

:

!

LOS OJOS VENDADOS

o llorase

203

y que no se movió ni cuando todos sa-

;

lieron.

como

Carlos Link



la esperó, y a llegarse hasta ella y

tardase, se ani-

llamó por su dulce

la

nombre

— Matilde I

La muchacha

se estremeció y levantó la cabeza,

y Link observó la húmeda huella de un él no había causado.

—¿Qué

pasa, Matilde?

le



le

llanto,

que

preguntó en voz

baja.

— No ¡



he podido el



!

corazón se El

la

respondió

asistir a

me

saliendo.

ella,



una primera comunión,

llene

que

de lágrimas.

miró con amor, y

—Estas lágrimas

Nunca sin

le

dijo:

son dulces; que no falten nun-

ca en su corazón, Matilde.

Llegaron

los

dos a su casa cuando ya estaban to-

dos alrededor de

la

tazas de chocolate.

juntas en

Don vía

la

mesa, en que humeaban unas

Noemí y

Pedro, oliendo

no podía

Virginia sentáronse

cabecera.

leer,

el

diario fresco,

porque aún

le

que toda-

faltaban dos meses

atrasados, dijo.

— No

hay duda que el catolicismo es más prácque el protestantismo. En Inglaterra las iglesias son más frías, no sólo por el clima, sino por la religión protestante. Yo no he estado en Inglaterra, pero algunos amigos que han estado, me han

tico

dicho que es

así.

.

.

HUGO "WAST

204

Se ató

la

como un

servilleta

babero, y se puso

a sorber su chocolate.

Apareció vistiéndose

mangas de camisa, a Link un tele-

en

Pulgarcito, todavía,

entregó

y

grama.

— No





quién

hubiera

lo

recibido,



dijo.

no me hubiese quedado yo a cuidar la caYa ven que también es útil levantarse tarde.

si

sa.

Todos miraron a Link que

se había puesto pá-

lido.

— Mi

padre está

¡

do

muy

grave



!

exclamó dan-

papel a Matilde.

el

Se fué a su cuarto y

ella lo siguió:

—Tengo tes

que irme esta noche; no llegaré ande pasado mañana. .

— Llegará muy

a tiempo, y lo salvará.

Su padre

es

fuerte.

— En su vida ha estado enfermo; — — pero destino de sanos caer los

el

es

explicó

él

del primer

golpe.

— Dios El

la

no querrá...

miraba intensamente.

—¿Quiere

que

le

confíe

mi

secreto,

Matilde?

—Sí...

—He tenido miedo de perderla. — Por qué —¿Para qué decirle más? Debe

.

¿

que nunca

?

la

bastarle

he sentido más mía que hoy.

saber

LOS OJOS VENDADOS

205

con ingenua pasión, y le tendió los brazos, y Matilde espontáneamente acudió a refugiarse en ellos, como una paloma que se salva

Lo

dijo

en su nido.

XII

¿Te aguardará hasta

la

vuelta?

Hacía ya un mes que Link estaba en Helvecia, cuidando a su padre. Podía pensar que había ganado la batalla con muerte, aunque la traidora pulmonía que aca-

la

baba de vencer, acechara sus menores descuidos.

Don Carlos salió de su enfermedad encanecido y adusto. Su barba oscura, que antes su mujer redondeaba a tijeretazos, era un matorral gris, que él atusaba con aspereza cuando se impacientaba. Dolíale

cama,

él

haber perdido más de un mes en

que solamente en día de

fiesta

la

conocía

reposo.

el

No

bien se pudo sentar,

de

a'rco

ra,

— y pidió que

niquelado,

cerrajero y didos

un

se

caló

sus anteojos

— los de oro para cuando

salie-

le

trajesen sus herramientas de

fusil

que construía en ratos per-

.

1

Tenía colgados en la pared un winchester de tiros, y una buena escopeta, mas habíasele

8

.

HUGO WAST

208

puesto que

ideado por

el

te

él,

y trabajado hasta

con sus manos,

último tornillo

más

sería

el

fuer-

y de mayor precisión. Sólo había consentido en el doble caño de una antigua escopeinglesa, porque en su taller no era posible

utilizar

ta

construirlo

mejor

y motivo pueblo

de

;

pero todo

admiración

el resto

para

era su obra

vecinos del

los

Habría estrenado ya su pesada espingarda, cazando patos o yacarés en la isla, cuyas márgenes verdes veía desde su cama, ele no haber sobrevenido aquella enfermedad, que lo ultrajó, como una deshonra de familia, porque era él hombre fuerte por excelencia, y lo obligó a llamar a su hijo, para bendecirlo antes de morir.

Ahora ya no pensaba en la muerte; pero ha más dócil a las advertencias de st*

bíase vuelto

premiando

hijo,

ven

así

la

dedicación con que

lo cuidara.

— No

me he

de morir



decía

;



chas cosas que arreglar. Además, se

ei

jo-

tengo mu-

me ha

ocu-

una nueva máquina sembradora de maní, utilizable también para el maíz y los porotos... Cuando concluya el fusil me pondré a dibujarla. rrido

Carlos pasábase horas enteras junto a

su

ca-

ma, pero carecía de espíritu para entretenerlo. Estaba hondamente preocupado, sin noticias de Buenos Aires, donde tenía el corazón.

Dos

cartas

recibió

al

principio,

dos

cartitas

inexpresivas, pero que lo llenaron de gozo, ima-

1.0S

OJOS VENDADOS

209

ginándose que en cada una de su^ palabras, se escondía una intención amorosa. Después nada.

Ahora,

al

releerlas, hallaba

que

la

segunda era

más breve y menos espontánea. Con ninguno de su familia hablaba de

su no-

via.

Su padre, habría querido casarle con alguna muchacha del pueblo. Hombre sin fantasía, sólo gustaba de

las

realidades

a que estaban hechos

sus ojos y sus hábitos.

Una

joven porteña tendría

la

Menos mal que de

vanidades.

la

cabeza llena de escogida podía

esperarse que se aficionara a las costumbres del

campo, ya que su familia era de Santa Rosa. Con todo, lo más seguro habría sido no buscar tan lejos la compañera de su vida.

Una llón

hadas,

La

tarde Carlos Link se adormeció en su

si-

de mimbre, mientras su padre, entre almoajustaba

siesta

con

la

lima las llaves del

había sido calurosa, pero

el

fusil.

techo de

paja era fresco, y a las habitaciones llegaba una brisa endulzada en la sombra del naranjal.

Don

Carlos abandonó

la lima,

con que mordía

el

metal, y al cesar su chirrido, su hijo abrió los ojos.

— ¡Vaya! — quise respetarte sueño y dejé de ha sido para peor. — ¡Ya no tengo sueño! — exclamó joven, vantándose; — es demasiado tarde para dormir el

trabajar, y

el

lela

siesta.

Voy

a

ir

hasta

el

pueblo.

HUGO VTAST

210

Distaban del pueblo diez "cuadrados", curiosa longitudinal, usada entre los colonos, lo

medida

cual significaba que para

pueblo debían

re-

correr dos chacras cuadradas, que miden por

la-

ir al

do 400 metros. Entró en ese momento doña Celina, su madre, mujer suave y complaciente, que hablaba muy poco. Hizo una seña a su hijo y juntos salieron. Las dos parvas de maní de la chacra vieja, están ardiendo, dijo doña Celina.

— diga a papá. —No —¿Qué haremos? Ya se lo

está avisado el comisario;

dicen que ha sido un malintencionado, por vengarse

de tu padre.

En

— ¿A

¡

momento

ese

se

humo me han quemado

Siento olor a

que

oyó a éste que gritaba: !

A las

ver,

abran

la

ventana.

parvas?

Corrió su hijo y lo halló fuera del lecho, forcejeando con los pasadores de la ventana, para mirar desde allí las parvas en que tenía puesta su ilusión.

— exclamó alzando



No

La

llanura se extendía sin declive ni arruga, has-

¿

ven ?

los brazos.

en cuadrados, por cercos de alambre, en cuyos postes se posabinmóvil una vigilante lechuza, se preparaba uo

ta los confines del bosque. Dividida

veces por año, en

el

otoño y en

la

primavera, para

sementeras de maní o de maíz, que eran los principales productos de aquellas tierras. Cerca de las

las

un sandial y una viruta, y a naranjos multitud de colmenas.

casas, había

sombra de

los

Las dos parva

I

separadas por un trecho

muy

la

cor-

.

:

OJOS VENDADOS

1.ÜS

21

í

debían de haberse prendido a la vez. Dos negras columnas de humo ascendían hasta unirse to,

en

en una sola inmensa nube, que oscu-

lo alto,

Apenas soplaba un

recía el sol.

suave, que llevaba

el

muy

vientecito

vaho del incendio hacia

el

monte

De pronto asomó una

lengüecita punzó, por uno

de los costados, de una parva, y luego otra y que se escurrieron tímidas e indecisas al

otra,

y luego ágiles e impetuosas, como si aquél fuese un nidal de serpientes rojas, que bus-

principio,

caban



¡

salida.

Ya no hay

remedio

que presenciaba verja; y perdió

el



!

exclamó don Carlos,

espectáculo, agarrado a la

el sentido.

Entre su mujer y su hijo metiéronlo de nuevo en la cama. Minutos después las dos parvas eran una sola pira.

Carlos Link no pensó ya en

padre no recobró che.

Le había

clando ciente

cienda,

el

vuelto la

que inundaba la

fiebre,

preocupaciones,

sus

suba del

ir

al

el

la

no-

y deliraba mezincendio,

donde tenía maní, que hacía más la

Su

pueblo.

conocimiento en toda

isla,

la

la

cre-

ha-

sensible

su pérdida y el casamiento de su hijo.

Hacia el alba se calmó y durmió un rato. Todos se acostaron, menos Carlos, que se adormeció

en

el sillón.

Su padre

—Tenía fiesta

lo

habló

doscientos quintales de maní,

de tu

casamiento.

para

la

Ahora no tengo nada.

;

!

tíÚGO WAc'i

2 ti

Podrás decirle a lu novia que somos pobres, y deberás alegrarte de que te crea. No hable, papá le hace mal Si te cree y se entristece, deberás alegrarte



¡

!

¡



porque no es

Su

mujer que

la

te conviene.

hijo le tapó dulcemente la boca, para que

no blasfemara de la que había encendido su corazón con un fuego más ardiente que el que consumía sus riquezas. El viejo tornó a dormirse; pero él se desveló, pensando en su novia. Había tenido la ilusión de verla dentro de pocos días, pues su padre mejoraba. Ahora que volvía atrás, no sabía cuándo podría partir.

No ja de

ánimo para escribidle de mucho tiempo,

tenía

contestaría

no

él,

;

antes le

devolvería su amor,

eUa no y si

lo

le

que-

la

había

perdido.

No se rebelaba contra la enfermedad, causa de aquel dolor; y estaba dispuesto a quedarse a la cabecera de su padre, todo el tiempo que Dios quisiera.

Sabía que su bondad era su única fuerza, pa ra luchar con sus rivales. ;

I

'ero quiénes

eran éstos ?

Apenas conocía

la

gente con quien se encon-

tráis Matilde. Habíale oído recordar con elogio a

Velarde,

pensó en «le

la

el

él;

joven,

le

secretario

del

colegio

pero una frase de

puso cu pi

el

o) ectoa

la

nacional

rastro de la vendad.

para

el

;

y

segunda carta carnaval,

"Se [«re-

LOS OJOS VENDADOS

mos

al baile

\1ds.

Mario Burgueño

213

de máscaras de Carapachay, en Oli(ha

comprado un automó-

y nos llevará a todos". Esa noticia era una ilusión de

vil

modo no

la

hubiera trasmitido

alegría de ese párrafo con el

ella;

de

otro

y contrastaba la tono indiferente de ;

la carta.

Carlos Link se puso de

hostigado por

pie,

empezó

la

de punta a punta, en la gran pieza, desmantelada, que se llenaba de sombras danzadoras y fantástisospecha

naciente

cas,

a

pasearse,

a los reflejos del incendio.

Se asomaba a raba

y

;

al

la

ventana

entreabierta,

y

mi-

campo iluminado y con un gesto de do-

lor volvía a pasear.

Así estuvo hasta el alba. El aire delgado y húmedo hizo toser al enfermo. Cerró *.a ventana, a fin de que la luz azul de la aurora, y los rumores de la gente no lo despegasen.

De cuando en cuando le ponía sobre la frente un trapo mojado, para defender el cerebro de la fiebre y cada dos horas le hacía beber un antitérmico.

Se volvió a sentarse en un sillón, y se durmió profundamente. El día tardó en llegar, porque

un espeso nublado

del sudeste trajo la lluvia

que

como un cendal amarillo. Varias veces entró doña Celina, con paso ga-

envolvió

la tierra

tuno, pero se contentó con echar

una mirada

so-

bre los dos hombres que dormían, y salió.

En

su

sueño alguna alegría

le

hizo sonreír, y

HUGO WAST

214 la

impresión

el

correo de

Soñó en

recordó.

lo

villa

la

efecto,

había una carta para

que en él, una

un sobrecito perfumado. Se levantó, refrescó la frente del enfermo renovando el aposito y salió a la galería, desde la cual se divisaba el río gredoso, hinchado por la carta en

y más oscuro bajo el cielo gris, y las verdes y esfumadas, detrás de la cortina de

creciente, islas

lluvia.

la

Una

canaleta de latón

recogía

el

agua del

te-

cho, cubierto de chapas de zinc, y la volcaba por

un caño en cuatro ce

colocadas en los ángulos

tinas,

la casa.

En

fierras

las

y permeahles de construir un aljibe ni la

inconsistentes

no era

región,

la

fácil

Gbra resultaba duradera; por eso guardaban duíante algunos días,

que

la

de

agua de

el

lluvia,

más

dulce

los porros.

Doña Celina le trajo una taza de café ¿Vas a salir con esta lluvia, hijo?





negro. le

pre-

guntó, viéndolo emponcharse.

— Iré

hasta

la

villa,

¿no hay un caballo? Kn

media hora estaré de vuelta.

No

quiso explicar

madre apenas

le

la

ilusión

que

lo llevaba.

Su

hablaba de su novia, conociendo'

le ponía don Carlos y el joven gusto en mencionarla delante de perso-

los

reparos que

no

sentía

nas que no Zacarías,

la

;

querían.

uno de

s\ts

hermanos menores, mucomo una ma-

chacho de diez a doce años, rubio zorca de maíz,

trajo

un

tílbnry,

y Carlos

stibió.

LOS OJOS VENDADOS

Un

caballito

canrnos. arrancó

criollo, al

acostumbrado

trote,

aquellos

a

abriendo con las ruedas

un taío limplío y recto en

—Vas

215

arena mojada.

la



a resfriarte. Zacarías.

mucha-

dijo al

cho, que iba en maneras de camisa, defendiéndose

apenas de

la lluvia

con una bolsa doblada en forma

de capuchón.

—Ya



estoy acostumbrado;

ciendo chasquear su

mavor admirase

la

le

resoondió, ha-

para que

fusta,

habilidad

el

hermano

con que guiaba

el

tilbury.

Kl camino corría por lo

el

labio de la barranca, a

larra de un brazo del río.

En

las depresiones del terreno, el asrua se des-

bordaba cubriendo un trecho de caballo la

recorría

senda, que

la

imperturbablemente,

panza.

— De

secuir creciendo así

pronto no llegaremos

Junto a

la

or'lla

al

se

de hojas aguachentas



observó Carlos

los



pueblo sino en canoa.

acumulaban los camalotes y verdes, prolongando en

apariencias la tierra firme, y hacia recían

el

salpicándose

el

med'O,

flo-

maíces del agua, plantas maravillosas,

oue sólo cada lustro abren sus

flores,

a

ras

de

como enormes bandejas redondas, de un metro o más de diámetro, defendidas por terri-

la

superficie,

bles espinas.

Aun

en

la

población reinaba

el

silencio

:

los ca-

rros cargados de bolsas de maní, o atestados de

sandías, circulaban sin ruido sobre

compacto arenal de

las calles.

el

limpio y

!

HUGO WAST

2l6

Las

calles

de

población estaban desiertas y

la

todas las puertas cenadas.

Cada

casita, cada rancho, tenía un jardín rúsy frondoso y un naranjal. No se veía un alma, pero en todos los techos ascendía un pena-

tico

de humo, que

chito

necía

la

desflecaba y desva-

lluvia

.

En un almacén jugaban a

los

vieron

naipes,

gente.

ante

Varios colonos

una mesita instalada

cerca de la puerta. Afirmado contra

pie sobre el

el

umbral, con

el

el

marco, de

sombrero en

los ojos,

saco desprendido, ceñida la cintura por un

rador en que se percibía

la culata

ti-

de un revólver,

estaba un paisano, ensimismado y torvo, mirando ilover.

Era

comisario.

el

Link la saludó, y él gruñó unos buenos días y le hizo señal de acercarse. Zacarías enderezó el tilbury, hasta rozar el cordón de la Carlos

vereda.

—¿Siguen ardiendo sus parvas, amigo? — Ya no; ya han apagado, — contestó Carlos, — Más vale — Se han apagado cuando acabaron de quese

sin interés.

así

¡

se

mar.

Los colonos, que habían dejado de jugar, por una carcajada.

oír la conversación, soltaron

Al

pero

comisario se

calló.

mi lengua

le

No

pareció tenía

no era dócil.

insolente

muy

claras

la

las

respuesta..

ideas,

y

!

!

OJOS VENDADOS

I.OS

Volvió

21 7

espalda con desdén, se acercó

la

al

in.cs-

;rador y se hizo llenar de anís la copa para apretar ti

cognac, que antes bebiera.

Carlos

prosiguió

su

camino, y

en

bajó

se

el

correo, y por una ventanilla, pidió la correspondencia que hubiera para él. Le temblaba la voz al

hacer

el

pedido.

Diéronle diarios de Buenos Aires, y algunos catálogos, y unas cartas para su padre; con lo cual llenó

el

cajón del

Pero su esperanza

tilbury.

lo

como

había engañado. ¿Par qué creyó en un sueño,

un niño?

nuevo

vSubió de sin ver el

al

y regresó a su casa

tilbury,

camino» sin oír

charla de su hermano,

la

na fuese la imagen de ella y la voz que dijera su nombre. Su madre lo esperaba ansiosa: el enfermo de-

ciego y sordo para todo lo que

liraba

.

— Déjela

dormir,



mamá;

le

contestó

él

des-

pués de examinarlo.

—Hijo, ¿sabes que habla de — ¡Déjelo, déjelo! —Tiene esa preocupación... no

piensa, que

te

conviene?

— ¡Mamá! — exclamó no me hable réplica — ¡

la

conoce y yo

—¿Es — ¡

Sí,

tu novia?...

¿No Ya na

será

como

él

conozco...

la

joven con gesto de

el

mal de

ella

!,

¡

usted no



buena, es trabajadora, es humilde? sí,



Se habían sentado

junto,

a

la

mesa

del

come-

.

HUGO WAST

2l8

dor, contiguo al cuarto del enfermo; y lina,

dejar de

sin

un trapo

el

oír,

doña Ce-

de hablar, frotaba con

ni

hule floreado que

les

servía de

man-

tel.

Todo loradas, el

en la casa, desde

el

aoarador. mostraba que

t-ra.n

En

piso de baldosas co-

hasta la vaiilla ordinaria que relucía en la

dueña y sus hijas

hacendosas. las paredes,

blanaueadas cada año exhibían"

un trineo corriendo en

se algunas pinturas: ve, perseguido

la

n

;

e-

por una manada de lobos, escenas

de Ótelo, y presidiéndolo todo, la infaltable amolinción fotográfica, encardada por 20 francos a París,

del

dueño de

casa,

oon

su barba atusada

y sus severos anteoios.

Carlos

desniego

los

periódicos

sobra

la

mesa.

y pareció absorberse en su lectura. Habría de:-eado hablar de Matilde, con alguien que no lo contradijese, y que

no

le

preguntara ¿te con-

vendrá esa niña?; con alguien que lo ovese conmovido v contagiado por el fervor con que él la nombraría

Entró Isabel, la menor de sus hermanas, que andaba en los trece años, más espigada ya que todas las chicas de SU edad. ti

No

era bonita, pero

fresca y natural, con su pollerita de percal azul.

NI

bata

de

la

en

la

dor.

blanca,

la

trenza bien,

ceñida

alrededor

cabeza y calzada con alpargatas, que dejó galería para no embarrar el piso del come-

!

LOS OJOS VKMJAIiOS

Su hermano

2ig

miró con ternura.

la

Pensó cómo

luedaría su novia con aquel traje sencillo y con qué gracia le presentajria el regalo que ella le traía,

carcajadas.

riéndose a

— Una ¡

docena completa de huevos de perdiz

Los huevos de color marrón, en

se le ofrecían

tibios y lustrosos, fondo de un sombrero.

el

—¿Dónde has hallado esta riqueza? —En chacra de lechuzas. Fui a ver parvas quemadas ¿te habrás emba—¿Has ido con rrado? en charco de —Ya me he lavado

las

las

la

.

.

.

esta

lluvia?,

los pies

los

el

patos.

—¿Y — Se

ese sombrero?

Guillermo.

¿Te gusta

cabeza...

Lo he

dejado en

mi regalo? ¿Crees que

es

dar con lina nidada de huevos de perdiz?

fácil

niña era como una censura. Pa"Tú, hijo de paisano, trasplantado

El tono de recía decirle a

a

quité

lo

la :

que buscas novia

ciudad,

la

allí,

debes de ha-

berte olvidado de las cosas que te alegraban cuan-

do niño.

— Me tría

La

1

gusta tu regalo, y

me

gusta

más

tu

ale-

.

— l

." .

¿

besó en

la

mejilla mojada, blanca y pecosa. ? Para que se los

Sabes para qué te los doy

eves a tu novia.

.

.

¿No me

en estos días? El movió

la

cabeza.

dijiste

que

te ibas a ir

:

HUGO AVAST

220

—Hasta

que papá

sane,

no,

no pienso moverme

de aquí.

La



chica se puso seria.

Si

tan bonita tu

es

de que

te la

novia ¿no tenes

miedo

quiten, tardando en volver?

Formuló su pregunta gravemente, imaginándose que ése era uno de los problemas de les noviazgos. Dejó el sombrero en la mesa y aguardó con interés la respuesta.

Carlos

tomó

le

las

manos, y

dos

le

con

dijo

aparente severidad

— Si

estuvieses de novia ¿serías tan veleta. Isa-

bel?.

La

chica se encogió de hombros.

— Qué ¡

mente,



bajoi

yo la

que ansiaba

oír



!

exclamó ruborizándose

leve-

miíada cariñosa de su hermano, an sus labios

el

nomibre de su

novia.

Apareció Guillermo, otro de sus hermanos, en ¿abeza. Se desprendió dolas en

filo

el

el

barro de

las botas, rascán-

de Una pala clavada frente a

la

puerta, pera cuando fué a entrar, oyóse la voz de .Flsa,

la

hermana mayor, que desde

la

cocina,

lo

.•menazaba:



Si

llegas

a

embarrarme

H0 vas a probar tortas

Con toda

el

piso del comedor,

en una semana.

paciencia Guillermo restregó de nuevo

sus botas, y entró por cinc

fritas

había cazado a

fin,

exhibiendo dos perdices

rebencazos en

la

chacra.

OJOS

Í.08

— No mado

.

.

V1-.M>

\l

22t

O-

queda un grano de maní

Cómo

¿

.

;

lodo se ha que-

papá ?

está

Guillermo era un mozo de veintitrés años, algo Carlos. Rubio, de ojos oscuros, fuerte y

menor que elegante en

más

L-er

slt

rusticidad, producía la impresión de

inteligente

Carlos explicó

el

recomenzaba

^olpe, y l^rga,

el

se

—¿Vas

estudiante.

La mede un

disipaba

enfermo su lucha. Sería

pero tenía confianza en

cuidados que

el

estado de su padre.

alcanzada en esos días

joría

'os

que su hermano

la

naturaleza y en

dispensarían.

le



a quedarte, entonces?

preguntó Gui-

llermo sentándose.

Elsa acababa de traer una cafetera humeante y un

gran pan, mientras Isabel disponía

las

grandes tazas

enlozadas frente a cada asiento. Elsa era una

muy

chacha

cuidado de

menas, tios,

la

la

alta

y

la casa,

muy La

rubia

mu-

que vivía atada

al

cocina, el gallinero, las col-

limpieza de las habitaciones y de los pa-

donde comida de

vigilancia del galpón,

los

aperos de labranza,

do

le

incumbía a

ella,

la

y

se

reposaba

ni

guardaban

los perros, toni

dejaba

en rq)oso a nadie.

De

sus

henmanos

¡prefería

a

Guillermo,

.por-

que era fuerte y diestro, y sus brazos producían para la casa y no veía con buenos ojos a Car;

los,

que gastaba mes a mes

quintales de maní, sin rendir

Por

cierto

el

valor

de quince

un grano.

que aquella joven elegante y bonita.

.

HUGO

22á

que no

le

1

y pobre como una lechuza,

describía,

les

él

VTASl

cayó en gracia.

misma

el pan y distribuyó el azúcar que Isabel iba llenando. repitió Guillermo. ¿Vas a quedarte?

Cortó

ella

las

tazas,

en





comprendió

'Carlos

intención

la

de su hermano. Yodos en

ta

mismo que

¿Esa

decir:

c_uerían

y

Isabel,

la

novia

pregun-

la

casa pensaban lo

palabras

las

de

tan

de Guillermo bonita,

no,

se

dejará conquistar por otro durante tu ausencia?

Contestó evasivamente y se puso a recorrer los mientras Iiar^el le cubría de manteca las

diarios,

íebanadas de su pan

—¿Te gusta — mi —¿Pero no

Carlos?

así,

hijita.

Sí,

esto que

te

más que

gustaría

"ella''

Carlos tomó suavemente de

junto a

y

la hizo sentar

ia

atención de los demás se

la

mano

a

— No

me sí

.

muy

hables de

satisfecha

preferido,

En

fritas,

le

ella,

delante de los otros.

la

cabeza afirmativamen-

.

La muchacha movió mi

chica

secreto:

Después

te,

la

y aprovechando que distraía por la llegada

él,

de su madre con una fuente de tortas oijo en

hiciera

hago yo?

la

de que su hermano mayor,

toaiara

por confidente.

de lluvia eran tradicionales lu> tortas que M tomaban con maite, y servían para entreten»- a la gente, que no pudienlas

días

fritas

.

LOS OJOS VENDADOS

do

salir

vil

el

campo,

al

los únicos días

porque en

la

en que

tomaba ma-

Una cuezo,

se

allí

cocina o

no importaba que

ocasiones

tales

gente perdiera

la

refugiaban en

galpón.

Eran te,

se

223

algún tiempo.

vaca negra, con una horqueta en se

ba hacia

había acercado a

ventana,

la

huerta y se puso a lamer

la

pes-

el

que dael

salitre

revoque.

uel

Elsa gritó:

— ¡Ya

se

ha entrado

la

"Chacarera"

Corre Zacarías a echarla, y ve trillo en el cerco.

al

naranjal!

hay algún po-

si

.

El muchacho bebió a toda prisa su café, mientras

la

diendo

vaca sintiendo que

ya,

alboroto,

y

compren-

denunciado

su

presencia,

el

habían

tomó tranquilamente, bajo mino de la huerta. Cruzó por encima

de

cuantos moriscos entre

el

la

las

fina

garúa,

lechugas,

dio

ca-

el

unos

maizal de choclos

es-

cogidos, y sin apresuiarse, aunque sentía detrás de ella

el

galope del muchacho, llegó

al

cerco, metió

los

cuernos por entic dos alambres flojos, forcejeó

un

rato, a

causa de

acostumbrada fía

los

la

horqueta, pero con su

salió del trance,

y recibió con

cascotazos de su perseguidor.

maña filoso-

.

.

XIII

Hipocresía

Veinte días más pasó Carlos Link en casa de su

pad

,-

y duiante ese

e,

tempo

sólo

recibió "una

rartita de Laura, pidiéndole noticias del enferma.

Ni una palabra que explicase nova.

el

prolongado

silen-

cio de su

— ¡Mejo>r! — — ¡Le

la

se

dijo

él

con desesperada resig-

sería tan fácil

nación.

verdad

.

engañarme! Prefiero

.

El robusto organ'smo de don Carlos venció de

nuevo a

la

muerte, y su hijo pudo pensar en vol-

verse.

— Malas jole

vacaciones has tenido, Carlos

viejo-

el



Pero

me

has salvado

y volverás contento; esta práctica Cuando se acerque el día de la verte.

te



será

tesis,

dí-

vida,

la

útil.

iré

a

.

Ni una palabra de su novia. Celina, que vivía espiando la voluntad de su marido, también dejó de mencionarla. Carlos comprendió que si Matilde lo había olvidado,

Doña

nadie lo ayudaría a reconquistarla.

HUGO WAST

226

Cuando emprendió

la vuelta, habíanse cummeses desde que salió de Buenos AiTenía la sensación de que todo le sería nue-

plido dos res.

vo, el paisaje y las almas.

Se embarcó a la media noche en el vaporcito que hacía la carrera hasta Santa Fe, tomando pasajeros y carga en todos los caseríos de

la

margen.

No

eran gentes expansivas sus padres ni sus

hermanos, y

lo

despidieron

como

a

una

de cum¡plido. Sólo su hermanita Isabel se

visita le

echó

besó con ternura, y le dijo algunas palabras que él no entendió y que ella no quiso repetir.

al cuello

y

lo

El vaporcito levó anclas con áspero ruido de el agua ruidosamen-

cadenas. Sus palas azotaron te,

del

y empezó a descender gran Paraná.

el

negro riacho, brazo

Los pasajeros se metieron en sus camarotes, y Carlos Link se quedó solo, sobre el puente, de pecho contra

la

borda, viendo esfumarse los

contornos del pueblito. Ignoraba

si

volvería; sólo

un pensamiento, ganar de nuevo aquel corazón que huía de él.

tenía

Kran tiempos de agitaciones políticas, y a pede la hora, algunas luces brillaban en el pueblo, señalando los sitios donde se reunían sar

a jugar y a beber hasta

el

alba, los "elementos

electorales".

De

vez en cuando

el

augusto silencio de

la

!

LOS OJOS VENDADOS

noche, era ultrajado por

alarido de algún bo-

el

estruendo de un paquete de co-

rracho, o por

el

hetes que

caudillo

el

227

quemaba

a

la

puerta de

un almacén, para estimular la algazara de sus partidarios. Los perros ladraban excitados, mas luego todo se sumergía en la serenidad infinitaEl río estirado, sin una arruga, negro, se estremecía bajo

le

el

como un hu-

golpe de las rue-

das.

El cielo estrellado parecía marchar con que, mientras huía

la

el

bu-

franja oscura de la mar-

gen.

Sólo había un poco de luz en

el

cielo

y en

agua, que una estrella a ras del horizonte,

el

te-

ñía con un largo reguero luminoso.

El capitán dio sus últimas órdenes y se acercó a Link.

—¿Tomando fresco? —Así capitán. — Pero se van a comer el

es,

lo

¡

Nubes de do

la brisa

los

mosquitos

ellos se abatían sobre el vapor,

cuan-

calmaba.

Link hizo un gesto a

la

vez de indiferencia y

de sumisión y fué a refugiarse en su camarote. Apenas se recostó, quedóse dormido.

Habría querido soñar, y recordar algo de su sueño, para no llegar

al

día

como quien vuelve

de un largo viaje con las manos vacías. Ptfro soñó,

el

si

alba disipó totalmente sus visiones, en-

HUGO WAST

228

tregándolo otra vez a los pensamientos que

lo

acosaban.

¿Por qué no tilde lo

escribían? Si era porque

le

Ma-

había olvidado, se alegraba de aquel

si-

mejor que no lo engañasen. Sin embargo, en el fondo de sus entrañas, vibraba un mezquino deseo de ser engañado, con palabras que le permitiesen alentar una ilusión.

lencio

:

En

voz alta habría afirmado que prefería cola verdad pero dentro de sí, levantábase una humilde voz contra ese orgullo No, no, no Todo era preferible a la amarga certidum-

nocer

;

:

¡

!

bre de haberla perdido.

Se arrinconó a proa, en un

sitio

donde podía

pasar horas, sin que lo hablase nadie.

El barco navegaba ya por ná,

rozando casi

la

el

grandioso Para-

margen barrancosa.

El cielo aparecía estriado de nubes, que se como una seda vieja y las aguas eran una inmensa chapa de zinc, labrada a martilla-

abrían

;

zos, refulgente al sol.

El verano había sido lluvioso y el río, hinchado por las avenidas de toda la región, era tan ancho, que la otra orilla apenas se divisaba detrás de un cendal blanquecino-

Un

vaho ardiente alzábase de

pie de la barranca los camalotes

costas. Al formaban una

las

ondulante vereda, por donde saltaban los

galli-

tos del agua, tendidas al sol las alitas rojas

en lo alto reinaba

la selva

;

y

frondosa, laureles os-

LOS OJOS VENDADOS

229

pulidos timbóes, impenetrables curupies,

euros,

como bañados en sangre por

frágiles ceibos,

mo. La

tierra se desprendía roída

los árboles

quedaban con

y suspendidos sobre

te,

el río,

su

el

borde mis-

por

la corrien-

extraña floración, llegando hasta

las raíces al aire,

hasta que un vendaval

arrancaba del todo.

los

A

la

acista,

orilla

como

de los zanjones, que cortaban

afluentes

del

río,

crecían los

la

sauces,

en que se enredaban los mburucuyás, de frutas amarillas, y a cuya dulce

sombra cantaban

las

cigarras.

A

veces, en las abras del bosque, veíase el ran-

cho del puestero cuidador de haciendas, y a su puerta un caballo ensillado, que aguarda a su

dueño con paciencia, espantándose una nube de mosquitos; a veces la ramada mísera de un pescador, cuya canoa duerme entre los camalotes, mientras su dueño ceba algunos mates, antes de salir a recorrer

sus espineles.

Del fondo del bosque llegaba

el

regio silbo

de un boyero, y los martínpescadores y las matracas, acallaban su graznido; y cuando cesaba aquella nota de oro, sólo se oía brisa entre las pajas

y

el

el

zumbar de

flrepidante ruido

la

del

vapor.

El alma de Link se llenaba de aquella hermosura, que le infundía un extraño desaliento, parecido a

la

resignación y a

la paz.

!

HUGO WAST

230

Verdaderamente la dicha de ser amado, hademasiado grande para él. Las olas del incomparable río, se llevaban un poco de su corazón hacia el mar desconocido. ¿Cuándo volvería y quién lo acompañaría? Había soñado tanto con su viaje de bodas, que

bría sido

parecía haberlo realizado, y perseguía en su las emocionantes escenas.

le

memoria

Llegado a Santa Fe, esa misma tarde tomó el tren. Eran las nueve de la mañana siguiente, cuando se apeó de un coche, con su valija en la mano, en la esquina de la calle Migueletes. Quería hacer a pie media cuadra que faltaba para la casa de don Pedro. Calmaría sus nervios y no lo sentirían llegar. ¡

Pero qué esperanza

Cuando

aproximaba, divisó a don Pedro que volvía, diario en mano, arriando una gallina con doce pollitos y a tiempo que ambos se reunían en la puerta, salía misia Presenél

se

;

tación con

el

mate de

plata, a ofrecerlo a su

ma-

rido.



— ¡Pedvo!

¡Velo a Carlos! exclamó la señora abriendo los ojos, como ante una aparición.

—¿Cómo rándole una

está

Link?



mano suave

y

dijo iría.

—¿No me esperaban, verdad? —¿Sanó ya su padre? —

Sí.

leftora.

don

Pedro

esti-

.

!

1

:

LOS OJOS VENDADOS



23

Más vale así Don Pedro en cuatro chupadas apuró ¡

su

ma-

y resoplando se puso en cuclillas, a hacer pa-

te,

sar

el

umbral a

— No

tienen

los pollitos.

más que dos

Todavía no pueden



días,

saltar solos.

explicó.



Son de raza Or-

pington leonada. Míreles las patitas. Esta raza en Estados Unidos es menos estimada que batará, pero.

Carlos miraba ansiosamente

do ver a Matilde, en

mo

la

la

.

el

casa, esperan-

la

marco de sus

flores, co-

había imaginado.

Aguardó que don Pedro pasara y entró con su valija. la

Mas cuando cruzaba

escalerita

la

galería hacia

de su cuarto de estudiante, misia

Presentación, que

se

palabras ininteligibles, dijo con sonrisa

había alejado rezongando le salió al

encuentro, y

le

melosa

— Pase comedor, Carlos. — Voy a dejar esto en mi pieza. — No, no; pase comedor; yo al

al

.

.

le

voy a ex-

plicar.

Entró acongojado Link, y se sentó maquinalmente en el sillón de don Pedro. ¿Ha pasado mala noche? ¡se le conoce en la



cara! está pálido. así,

Debe de

fatigar

mucho un

viaje

de un tirón. Porque usted viene de Helvecia

¿no es cierto?



Sí,

señora.

!

HUGO WAST

232

— Me suponía Un día de vapor y un — Más o menos. — Bueno, pues, Carlitos, yo quería explicarle lo

¡

!

día

¡

de tren

que

hemos dado su

le

pieza a Pulgarcito. El po-

bre está cansado de dormir en catre, en

co-

el

medor, y de no tener un ropero a mano.

— No

importa,

prender todavía;

— —

respondió Carlos, sin com-

nos acomodaremos los dos.

Experimentaba una ansiedad, mezcla de nura y de gratitud, viendo que hablaban con afecto.



Sí,

pero ya verá, Carlitos.

lo

ter-

acogían y

Como

le

nosotros

hemos cambiado de posición, y a Pedro lo han nombrado anteayer inspector de cinematógrafos, ya no necesitamos alquilar ese cuarto... ¡Pero hijo, que pálido está! ¿Quiere una tacita de té? ¿A que no ha tomado el desayuno? ¡Virginia, Virginia Trae el brasero. Voy a cebarle unos !

mates.

— No, en

el

señora,

tren.

.

muchas

gracias.

Ya

he tomado

.

— Algo seguramente. — No, señora, algo caliente. —Unos matecitos no harán frío,

le

mal.

Salió misia Presentación a buscar los enseres para cebar mate, y entró Lana, acercándose a JJnk con una sonrisa fraternal y triste.

—¡Oh,

me

Laura! ¿qué ha pasado aquí? reciben?

¿Ya no

:

LOS OJOS VENDADOS

Ella

le

mano, que

la

clió

el

233

joven estrechó

ardientemente, repitiendo su pregunta, que era

una queja.

La muchacha no contestó, porque volvió su madre con el mate y la pava, seguida de la chicon

nita

brasero crepitante.

el

— Explicale,

Laurita, que

hemos cambiado de

posición.

— Si — ;

Laura con gesto apenado hemos cambiado de posición

dijo

ce dos días

;



ha-

lo

han

nombrado a papá inspector de cinematógrafos.

— — agregó Sí,

la

señora

— hace

dos días, pe-

han adelantado a tu padre dos meses de sueldo, lo que nos ha venido muy bien, porque estábamos algo atrasaditos.

ro ya

le

Mario Burgueño, que ha consegui— puesto, ha hecho adelantar... verdad: ha adelan— No esa no es bolsillo... tado de su — Mamá, yo no sabía — exclamó ruborizánle

Sí, sí,

do

le

el

hija,

la

¡

le

!

dose Laura.

— tado

¡

Sí, el

cómo no

!

De

su bolsillo

sueldo de dos meses.

de ese joven, que es

la

Lo

le

ha adelan-

digo en honor

generosidad en compen-

dio.

Laura y Link se miraron. no sabía eso repitió dulcemente la muchacha. Link hizo un esfuerzo y logró formular la pregunta que lo agitaba

— Yo



!

HUGO WAST

234

— ¿Y a — No, —

ella,

a Matilde, la

ademán vago, revelando ra tenían por

—¿Ya — Ya ¡

pase

la

han nombrado ya?

contestó misia Presentación, con un

poco interés que ahonombramiento.

el

el

no pretende el puesto? no vaya una bicoca para que vida suplicando que se la den !

¡

ella se

—¿Y

qué hace ahora? ¿dónde está? Tardaron un siglo en responderle. Misia Presentación cambiaba prolijamente la yerba del mate.



¿

Lo quiere con

quema-

leche y con azúcar

da?

— No, me

señora, gracias; no se moleste... Díga-

algo de ella... ¿por qué no sale?

La voz

le

temblaba. Las dos mujeres miraban

a otra parte.

Por te,

le

misia Presentación ofreciéndole

fin

— Ella no está aquí. —¿Se ha ido?... ¿se ha casado? — ¡Jesús qué ocurrencia! — exclamó la

el

ma-

dijo:

señora

;

y Link se avergonzó de

la

riéndose

ingenuidad

de su pregunta.

—¿Dónde está? — En de

Bistoltí.

lo

mucho, y

la

lia

María&ita

me

la

quiere

invitado a pasar unos días con

ella...

Link miró a Laura, cuyo silencio estaba lleno de explicaciones.

:

:

LOS OJOS VENDADOS

Se oyó

la

235

voz de don Pedro, reclamando a sn

consorte, y la

dama

salió.

— Laura — exclamó Carlos con desespera— Cuénteme qué ha pasado. — Yo no sé más que eso. Mariana invitó !

¡

ción.

la

por unos días y hace un mes que vive con Entonces... ya no me querrá...

— —¿Quién puede saber —¿Por qué no es

ella.

eso, Carlos?

conmigo? ¿No ha sido siempre usted una hermana para mí? Dígame la verdad no crea que me voy a morir leal

:

.

.

.

Agregó estas palabras simulando una sonrisa. Pero Laura sacudió

—¿Cómo

la

cabeza

quiere que yo sepa las cosas que pa-

Nunca me ha

confiado

un solo secreto. Si lo hubiese olvidado yo no lo sabría por ella, sino...

a usted,

san en



¡

alma de

el

Sino por mí

do por

la

!

ella?



exclamó Carlos conquista-

dulzura del acento de Laura.



Ya

lo

veo: todo ha cambiado, menos usted. Dios se lo pague.

Me

voy, puesto que ya mi rincón está

ocupado. Despídame de su VendL'é

más

—Venga dolo hasta

mamá

y de su papá.

tarde a llevar mis libros.

siempre

Link no advirtió

— dijo — Aunque le

la puerta.

el

ella

acompañán-

Matilde no

esté.

esfuerzo que tales palabras

costaron a la niña. El rumor de aquel nombre,

apagaba para él todas las luces del mundo: "Aunque Matilde no esté". Se atrevió entonces a preguntar

HUGO WAST

236

—¿Dónde podré verla? —¿A mí? — dijo Laura, y en dió que

él

el

acto compren-

hablaba de su hermana.

Carlos aclaró su pregunta, sin darse cuenta de

que

la hería.

—¿Si fuera a de — Creo que —¿No viene a esta casa? —Algunas veces.

Bistolfi,

lo

podría verla?

sí.

Despidiéronse la calle.

En

el

allí

;

y

con su

él

momento en que

valija,

cruzó

doblaba, se de-

tuvo para dejar paso a un automóvil. Matilde exclamó viendo quien iba en



¡



!

La muchacha oyó

su grito, hizo

auto, y tendió las dos

— ¡Carlos!

manos

él.

el

a Link.

¿Cómo

¿usted aquí?

detener

le

ha ido de

viaje?

Carlos se

le

acercó y enternecido

le

besó

las

manos. el fondo del coche, y le con menos entusiasmo: ¿Cuándo ha venido? ¿le han dicho dónde

Ella se retrajo hacia dijo



estoy yo?

Empezó

a explicarle con locuacidad las razo-

nes que tuvo para aceptar ñanita, y Link la oyó

al

la

invitación de

Ma-

principio con sorpresa

y empezó luego a sentir que la inconcieneia \ la alegría de ella, eran un ultraje a su amor. Pero no experimentó cólera, sino una gran compasión. Le acarició de nuevo las manos, y le cortó

la

palabra.

!

LOS OJOS VENDADOS



237

No me cuente eso Dígame sólo por qué me ha escrito. — Ah si usted supiera lo ocupadas que he!

¡

no

¡

!

mos

estado con los trajes de fantasía, para

baile

de Carapachay

!

.

.

el

.

— Cómo — No sabe que domingo de carnaval — Dentro de tres días — dijo — Sí habrá un gran baile en Olivos, y que ?

¿

el

.

.

.

él.

;

disfrazada de sultana con "charchaf

iré

— ¡No me cuente eso! — Pero usted también

yo

." .

.

rrá.

—¿Yo?



¡No me diga que no! Yo quiero que

¡Sí, sí!

vaya.

—¿Y

antes no puedo verla?

Ella se recostó contra

mullido respaldo del

el

coche y reflexionó un instante. Mejor es que no me vea.

— —¿Por qué? — Usted siempre hace ¿no es cierto? — contestó — ¡

Sí,



!

tono confidencial con que bras, bajando

no

la



mucho

la

lo

que yo

él,

emocionado por

le

pido.

.

el

ella le dijo esas pala-

voz para que

el

chofer

oyese.

Bueno, entonces, no trate de verme hasta domingo. Tantos días Ha pasado dos meses; pase un poco más.

— —

.

el

¡

Y

.

HUGO WAST

238

vaya al baile. Yo se lo pido. Sería vez que no me obedeciera .

primera

la

.

Caídos sentía en la voz acariciadora una vehemencia, una interna alegría, un timbre nuevo,

que aun causándole un horrible dolor, y lo embriagaba.

— ¡Hasta

domingo!

el

.



le

entusiasta apretón de manos.

y

la

lo

aturdía

dijo ella con

Y

él

dejó

la

vio bajar en su casa y no tuvo

un

ir.se.

ánimo para

desobedecerla.

¿Qué ta

explicación tenía eso? Siempre

servada, que

ber visto

Lo sa

has-

ella,

en los días de mayor intimidad, fué tan

el

él

re-

nunca pudo envanecerse de ha-

fondo de sus pensamientos.

atribuía a timidez, y lo atraía la misterio-

hondura de su alma. Y. ahora

la

notaba ner-

viosa y parlanchína, como si quisiera desorientar su pensamiento y evitar que entre los dos cayera un minuto de silencio revelador.

Ni una sola de sus palabras insustanciales j un consuelo. Al alejarse de ella, trataba de recordar conversaciones pasadas, y de olvidar lo que acaba-

alegres, le produjo

ba de

oír.

— ¡Tiene ta

que ser de que me hace

hermano para

feliz!

Ni siquiera se da cuen-

sufrir.

Ya no

soy

ella; si la interrogase,

más

me

(pie

un

confia-

ría con inconciencia sus nuevos amores. Sólo un gran dolor podrá devolvérmela! Llegó a la estación y al hallarse con Noemí ¡

:

LOS OJOS VENDADOS

que

239

ofreció sus violetas, se le ocurrió por pri-

le

mera vez la dolorosa cuestión ¿Quién me la ha quitado? ¿dónde nocido? ¿dónde se ven ahora?



Era manso y

fatalista.

Cuando

le

ha co-

lo

ocurría una

desgracia, no cultivaba su pena, porque se ima-

ginaba que nadie tenía sólo

la

culpa de ello

;

y que

destino disponía las cosas.

el

Viendo a Noemí, pensó en Mario Burgueño, por una sutil asociación de imágenes. Recordó

que un día llevó Matilde a

las violetas

la casa,

entre regocijada y rubdrosa, y sintió un ímpetu

de cólera, de esa cólera cíficos.

Y

fría

y potente de

los pa-

entró una ardiente curiosidad de sa-

le

ber quién se

la

había quitado...

Entre tanto Matilde se detenía a la puerta de Unas mujeres del barrio, que la conocieron cuando gastaba sus pobres zapatos en las su casa.

aceras de las calles parterías, buscando un empleo, se

en

el

admiraron

al verla llegar

por tercera vez

lujoso automóvil.

—¡Debe ¿quién

le

ser de ella! ¿Pero dónde vive ahora? paga esta vida?

Matilde el primer día experimentó una vana complacencia ante aquella admiración des;

pués, comprendiendo que pensaban lujo, sufrió

vanecer

mal de su

una amarga humillación; y para des-

la hostilidad de las vecinas las saludó sonriendo, y entró sin llamar en la casa de sus padres.

HUGO WAST

24O

Misia Presentación apareció enjugándose las

manos con un repasador y

No hija,

la llenó

de caricias.

podía negar que estaba orgullosa de su por su hermosura y por su destreza para

abrirse camino.

— Se

que es tuyo el automóvil Matilde hizo un gesto displicente. diría

— ;No

lo

has hallado en

la

.

.

.



puerta?



pro-

madre en voz baja. Hace un ratito que se fué. Se empeñó en que le diera de nuevo su pieza. Yo le dije que habíamos cambiado de siguió su

posición y que buscase albergue en otro lado. Y se fué con la valija en la mano, como un "linyera".

Esto

lo

ánimo de halagar muchacha no contestó.

dijo la señora con

a su hija, pero la

Sentía que Link sufriese por obra de los otros. Ella cíale

ella tenía

sí,

que hasta

el

derecho de apenarlo

;

y pare-

dolor lo recibía de ella con

gratitud.

—;Y — En

papá? el

fondo, lavando las jaulas de las pa-

lomitas francesas. ¿Quieres que te lo llame?

ja,

Misia Presentación permanecía frente a SU hipronta a servirla, como una criada. Por ella

Garay y Tronde que Mario Burgueño ven

se transformaría el destino de los

coso.

No dudaba

dría antes de

un mes a pedirle su mano.

Laura salió al oír la conversac ón pero no manifestaba tener iguales ilusiones. Su madre, ;

!

:

LOS OJOS VENDADOS

empezaba

24!

a creer que el bien de su

infundía dolor y tristeza, lo que

ma

el

hermana

catecismo

le

lla-

envidia.

Matilde

la

—¿Está

muy

acogió con cariño y le preguntó: adelantado tu traje? No te que-

dan más que unos



días.

Ni adelantado,

ni

atrasado

:

yo no voy a

ir

al baile.

—¿No

vas a

— interrogó misia — ¿Después que hemos

baile?

al

ir

Presentación enfurecida.

gastado un platal en los preparativos?

— Lo que es a papá no cuestan un centavo, — respondió Laura mirando fijamente a su male

que torció

dre,

—Aunque

la cara.

hayamos tenido de

guien se encargase

los

la

suerte de que al-

gastos, es lastimoso

que se hagan sin provecho.

—¿Y

te

parece bien,

mamá,

aceptar esos

fa-

vores ?

— Me

parece

ra de lugar

— Si

muy

que

el

bien.

No hay

cosa

más

fue-

orgullo en los pobres.

conocieras las intenciones que traen los

regalos, podrías decir

si

el

no aceptarlos es

or-

gullo o dignidad.

Matilde que se sentía observada por su hermana, habría querido ganar su indulgencia, con buenos modales* pero no pudo contenerse al oír la alusión, y contestó con acritud Cualquiera creería que eres bruja y lees los pensamientos



¡

WABT

HTTGO

242

Y

su madre agregó sin mirarla:

—Eso

que sientes o es caridad o es envidia.

Elige...

Laura palideció y tuvo al borde de sus labios una réplica dura y cruel pero temió alejar para ;

siempre

corazón de su hermana.

el

— ¡Caridad,

mamá,

caridad!

Matilde no entendió su prudencia y

guardó

le

rencor.

— Está Creyó

al

celosa,



dijo misia Presentación.

principio que

Mario venía por



Tie-

ella.

nes que perdonar, Matilde.



Ya la he perdonado un buen obsequio. ¡

—¿Qué — Se

Y

hasta

le

he hecho

cosa?

lo dejo a Carlos

¡

!

Link

!

¡

Bastante

lo

ha

deseado! Misia

Presentación

se

echó

a

reír

con male-

volencia, por halagar a su hija, cuyos ojos lla-

meaban de

cólera.

— No quiero demorarme, — agregó muchacha. — Que vaya o no baile es cuenta suya. la

al

Se puso febrilmente a hacer un paquete de ropa blanca para llevarse. Las manos ban, y su madre

—¿No pere en



¡

tienes la

— Lo

me

!

le

tembla-

ayudó.

miedo de que ese hombre

esquina? Es tenaz y no

No, no

do que

la

Hará

lo

que yo

le

te es-

te dejará...

diga

;

si lo

man-

deje en paz, se irá para siempre.

creo



dijo

su

madre, recordando

la

:

tOS OJOS VENDADOS

2 43



ele Link v su profundo amor. Es un alma de Dios. Don Pedro que había oído las últimas palabras, entró en mangas de camisa, con una jaula en una mano y un tarro de alpiste en la otra. Se acercó a la muchacha, y besándola, díjole al

dulzura

oído

— Es un alma de Dios pero cuídate mansa, —¿Qué quieres decir? — En Córcega venganza es una ;

del

agua

hija.

religión.

la

Un

amante abandonado, se vuelve un mortal enemigo. Yo no he estado en Córcega, pero he visto "Colomba", de Merimée, en cine. .

.



— Qué zoncera exclamó misia Presenta— Con un corso no se puede jugar, pero !

¡

ción.

Carlos Link no es corso.

Matilde se quedó pensativa. El sol se reflejaba en

el

cuadro del diploma,

que atrajo sus miradas.

lo

— Descuelguen

papel.

ese

Me

da

vergüenza

verlo.

—¿Por

qué?



preguntó don Pedro.



La

instrucción no ocupa lugar.

Matilde no agregó más, y salió. No quería exque el diploma le recordaba los días an-

plicar

gustiosos, cuando recién graduada, había visto

caer una a una sus ilusiones de vida indepen-

diente y honrada. ¡

Qué

ingenuidad

!

¡

Cómo, pudo creer que aun

!

!

HtTGO

244

WAST

teniendo suerte, aquel mezquino sueldo

le

ha-

libros,

que

bría bastado

En

la

escuela había leído

muchos

entre líneas escondían la verdadera moral.

Sabía que todo instinto es justo y todo sacrivano y que la criatura humana está en el

ficio

;

mundo

para "vivir su vida".

Las palabras de sus

libros

podían decir otra

pero su sentido era ese, y tal filosofía enervaba su voluntad y excitaba su sangre. Había cosa

;

aprendido a desear cosas que eran inaccesibles, por los caminos de una moral vetusta, que ya

no se enseñaba

;

y no había aprendido a mode-

rar sus deseos.

No

estaba en su

mano impedir que

otros su-

frieran. Ella quería vivir su vida

y en la corrienensordecedora y tirana de los nuevos placeres, no tenía tiempo de pensar en nadie. Ni su prote

pia dicha le parecía segura, porque en el fondo

de todas las cosas ardientemente deseadas, había siempre

un desencanto.

Solamente el amor no la hastiaría nunca Y su corazón se tendía hacia el amor desco¡

nocido como

la flecha

en

el

arco.

XIV ¡No me deje nunca!

Al tercer día, el domingo de carnaval, abandonó Link el cuarto de su nueva pensión. Para no dejarse tentar por el inmenso deseo de verla, antes del día que ella misma le fijó, vivió esas horas recluido, como un prisionero, sin volver a la casa de don Pedro de Garay en busca de sus libros.

—Se

lo

ha tragado

la

tierra,



decía misia

Presentación.

Don Pedro meneaba

la cabeza preocupado. habrá ido a parar? Habrías hecho bien en recibirlo. Quién sabe lo que puede tra-

—¿Adonde

mar.

La imaginación de don Pedro conformada por los

novelones cinematográficos, no concebía sino

desenlaces trágicos para todos los problemas sentimentales.

Pero Link no tenía imaginación, y su

espíri-

tu vivía lejos de todo romance.

Sin embargo, quiso

empezaba

salir,

a golpearle en

el

porque una idea cerebro.

fija

-

HUGO WAST

246

Si Matilde lo haibia olvidado ¿quién era su rival?

Pronto al

lo sabría,

pon*

otro hombre,

aunque estaba seguro de que

saberlo perdería su postrera esperanza.

Porque todos

los

hombres que atraían mejores que

mi-

las

¿Pero

la

Para resolver esta cuestión quería conocer

el

radas de

ella

querrían

como

serían

él.

él?

nombre de su rival. Se encaminó a Belgrano y buscó pues en sus cavilaciones, te el

La

lo asaltaba

Noemí, tenazmena

recuerdo del ramo de violetas. el andén casi desierto, senun rincón junto a su canasta de flores

halló sola, en

tadita en

— Señor Link — exclamó alegremente — Tengo cincuenta ramitos escogidos para la chi

!

¡

cuela. el

corso de esta noche... ¿los quiere?

Carlos Link acarició graciosa de

cabeza despeinada y

la

la criatura,

y

le

— Con éste me basta no —¿Entonces baile? —Tampoco. —La niña Matilde ;

compró uno. iré al corso.

irá al

sí.

El joven hizo un gesto de cansancio, que sorprendió a la vendedora de flores.

—¿Ya no — ¡Klla no

la

quiere?

me

quiere!



contestó Link, con

una violenta necesidad de confiar bu dolor guien, cualquiera que fuese. la

verdad,

Noemí?



¿Me

a

al-

vas a decir

.

!

:

LOS OJOS VENDADOS

247

— señor yo no miento nunca — ¿Conoces a Mario Burgueño? — señor. Sí,

;

¡

Sí,

Al decir esto

la

chica se aproximó, avivado su

ambas manos en los interés, y Link le puso hombros, y mirándola fijamente, le hizo la pregunta que debía revelarle la verdad Aquellas violetas que tú le dabas a Matilde



¿no eran de parte de él?

Noemí plicarla

— lo

!

¡

palideció, y

No

tengas miedo

Dime

— —

Sí, ¡

verdad.

la

¿Eran de

flores.

Link tuvo necesidad de su-

:

señor.

No

!

¡

si

no tiene nada de maa comprar todas tus

Te voy

él?

.

llores

!

La

chicuela se puso a sollozar, y Link por consolarla quiso pagarle sus flores. Ella no lo consintió

recogió su canasta, y

:

ra hablar a mentir

como

si

no

quisie-

más de una historia que la obligaba o a delatar a su amiga, huyó hacia la

plaza.

Carlos Link no intentó detenerla. eso poseía

¿Cómo que tenía queza?

Un

la

iba a luchar él con el

Con saber

clave de todo.

Mario Burgueño,

prestigio de la elegancia y de la

gran dolor se

le

clavó en

un cuchillo. Su amor honrado y ardiente

el

pecho,

ri-

como

sería vencido por

!

hügo wast

248

el

capricho de aquel hombre afortunado. Ahora

podía contestarse

:

¡

qué había de amarla su

como la amaba él En ese mismo instante, mientras

ri-

val,

sufría el atroz

dolor de la certidumbre, sentíase capaz de recogerla en

lodo de

él

la calle

para darle su nom-

bre.

¡Ay!

ni así lo querría ella,

candilar,

como una

que se dejaba en-

palomita.

Corría Link abanicándose

con

zumbándole en

cipio,

llanto de

Noemí

;

sombrero

el

rumbo

rostro congestionado. Corría sin

al

el

prin-

los oídos el eco dulce del

mas poco

a poco fué calmán-

dose su agitación, y apareciendo blar con Fraser.

el

deseo de ha-

nueve de la mañana en media hora llegaría a su casa. Aquel hombre que había sufrido y que conservaba un fondo de honradez y de cordura, comprendería su dolor y el inminen-

Eran

las

te peligro

Era tirla el

;

en que ella estaba.

inútil

que

él,

de eso, porque

Carlos Link, quisiera adverella

pensaría que los celos o

rencor lo impulsaban.

Habría querido ser su hermano para decirle y ser creído:

¿Adonde

vas,

hermana mía, por esos

caminos torcidos, con la carga periencia y de tu hermosura?

Y

fatal

de tu inex-

ella una gran autotambién hablar a Mario Burgueño. Cada vez que el nombre de éste se encendía

Fraser que tenía sobre

ridad, podía

LOS OJOS VENDADOS

en

249

memoria de Link, un gran desaliento

la

di-

solvía su propósito. Si

ella

había entregado

homibre, a quien el

y

mimaran

su

la

corazón a aquel

fuerza, y la fortuna

nacimiento, era inútil intentar nada

;

por-

egoísmo de los hombres felices y la inconciencia de un niño. Pero una ilusión desesperada empujábalo haque tenía

el

cia la casa

Cuando

de Fraser.

breve distancia de su puerta, detuvo en la acera del frente, viendo a dos personas en el umbral, una vieja y una niña. llegó, a

se

Carlos Link no conocía a Liana, pero com-

prendió que era

ella,

por los rasgos de su cara,

que recordaban a los de su padre. Volvía de misa, pues traía un grueso libro, y la anciana con quien conversaba animadamente, tenía un rosario envuelto en la muñeca.

La

que hablaba su compañera, y Link creyó advertir lágrimas en sus joven

escuchaba

lo

ojos. ¡

Lágrimas en un domingo de carnaval, en

los

ojos de una muchacha, que no tenía veinte años!

¿Qué hada otorgándolas otros

repartía sin

tasa

alegrías

las

a

del

mundo,

unos y negándolas a

?

Link aguardó sin moverse, y cuando la anciana se despidió y entró Liana, él la siguió, deseando verla de cerca.

Pero tuvo que esperar

el

ascensor porque era

:

;

HUGO "WAST

250

una casa de departamentos, y Fraser, vivía en quinto piso. Llegó a una pueirta, donde una chapita de bronce le indicó que era la que buscaba, y oyó la voz de Fraser, que decía a su

el

hija en tono irritado

— ¿Has

llorado otra vez? Siempre que vuelves

¿Has

de misa te pasa lo mismo.

visto de

nuevo

a esa vieja que te llena de cuentos?

Link no entendió

respuesta de

la

la

niña, y

dejó pasar unos minutos, para que no sospechasen que alcanzó a oír esas palabras.

Llamó luego y

la misma Liana salió a abrirConocíase que había llorado, pero su rostro irradiaba con una luz celestial, que impresionó

le.

a Link.

— Se





que es un niño que acaba de encontrar a su madre. diría

—¿Busca

pensó

a papá?

-



preguntó

ella,

haciéndolo

pasar a un estrecho zaguán, que a causa de unas sillas

y una mesita con viejas revistas, parecía médico sin clientes.

ser sala de espera de aquel

Fraser tardó bastante en aparecer. Se sintió de nuevo su voz v

cuando

cara

al

más baja y como enternecida

una

salió,

real alegría se pintó

en su

ver quién era su visitante.

—¿Link, de — doctor. — Bastante

vuelta ya?

Sí, ¡

i

ha tardado

echado de menos

Link agachó

la

1

cabeza.

!

¡

Y

bastante lo ha-

!

;

LOS OJOS VENDADOS

—¿Cómo

2jl

ha dejado a su padre? ¿Viene a pa-

sar los días de carnaval

?

Fraser hablaba con ligera ironía, poYque simpatizaba con Link, y había lamentado su ausenPero en fin ya cia, que desamparaba a Matilde. ¡

estaba de vuelta

Link respondía

mo

lo

indispensable, y su mutis-

acabó por chocar a Fraser.

— Qué pasa no parece muy contento — No estoy muy contento, — contestó ;

le

?

!

¡

el

jo-

ven, sonriendo dolorosamente.

Entonces a Fraser ocurriósele que Link podía haber sospechado las aventuras de Mario con Matilde, aunque toda la verdad no era conoci-

da más que de Dios. Se levantó y lo invitó a entrar en su despacho, donde reinaba un gran desorden.

— Aquí



no penetra nadie, ni Liana siquiera, dijo disculpándola. Aquí podrá contarme lo que le entristece. Porque usted habrá venido a eso ¿no es verdad? Y aquí no nos oirá nadie. Desocupó dos sillas, y le Indicó una de ellas a Link, que seguía sin saber cómo explicar su



desventura.







Ya conozco lo que es eso dijo Fraser hay momentos en que uno hablaría, sintiendo el alivio de sacarse del pecho carbones encendidos ;

pero quiere que lo interroguen, que

que le muestren le pasa?

interés, y lo

lo

comprendan.

ayuden, .

.

¿Eso

!

HUGO WAST

252

—Sí. Bueno, pues: de ella, de su novia, no gunto, porque sé más que usted.

— —¿Qué sabe? —Sé que está

muy

pre-

atareada con los últimos

toques de su traje de sultana, para Carapachay... ¿Va a ir usted?

—¿Qué parece? ¿debo — Hombre Un novio debe va su novia. — Ah — exclamó Link. —

el

baile del

ir?

le

siempre adonde

ir

!

¡

!

¡

le

¡

Entonces usted

no sabe más que yo! Fraser sonrió, entrecerrando los ojos, con aire a la vez

—A

compasivo y malicioso. dijo ¿ qué

ver, a ver

¡

!





es lo

que

sa-

be usted?

Y Link contestó con una ingenuidad de niño, que conserva alguna esperanza, llenos de lágrimas

los ojos:

— Yo



¡

que

la

he perdido para siempre

El semblante de Fraser se oscureció. Puesto que Link sabía eso, mejor, así no tendría que decírselo

él.

No

lo contradijo,

más

bien lo apo-

yó, compartiendo aquel dolor que se adivinaba en el rostro fatigado, en la frente marcada por el insomnio y la idea fija, en la boca apretada

como

aún temiera que

si

le

diesen

más

vinagre.

—Y Link

si

la

hubiera perdido, ¿qué haría?

se encogió de

hombros.

hiél

y

LOS OJOS VENDADOS



Nada

¿53

qué quiere que haga yo, que no sé matar. Porque él, que la engañará, merece que lo maten. Con una sonrisa Fraser alivianó el pesado ri¡

!

.

.

dículo de aquella exclamación.

— Habría

que hacer una carnicería. Primero tendríamos que matar a esa tilinga de misia Presentación, y a ese pazguato de don Pedro de Garay, y al cachafaz de su hijo, y luego al papanatas y a la br ibcma de su mujer. Todos son más culpables que Mario. Después, mi amigo, tendríamos que matarlo a usted, que se enamoró nede

Bistolfi,

ciamente de una criatura tan linda, pensando que podría llevársela para usted solo

necedad

la

.

.

.

¿

No

fué

una

suya?

Link miraba al suelo, torvamente, y un mal pensamiento lo rondaba. Fraser comprendió que sus bromas herían aquel corazón ulcerado, y que estaba a punto de perder la confianza del joven.





murmuró Link. He sido un necio, comprendo. Pero era mi destino quererla.

— Nosotros mismos elaboramos nuestro — replicó Fraser. — Pero yo merezco morir por necio,



Lo

propio

destino;

si

él

me-

rece que lo maten, por canalla.

Estas palabras

las

dijo

con una

aterradora

frialdad, exteriorizando involuntariamente

una

re-

solución repentina, pero implacable y definitiva,

como una verdad matemática.

!

HUGO WAKt

254

Parecía haberse olvidado del verdadero propó-

que lo movió a visitar a Fraser, o no interesarse ya en que éste advirtiera a Matilde el abissito

mo

hacia

el

cual la llevaba su inexperiencia. Se

levantó y estiró la mano. Fraser sintió el escalofrío de una tragedia en

y con gesto autoritario, de padre a su hijo, hizo sentar de nuevo a dijo con ternura:

perspectiva,

que manda Link, y

le

— está ena— — No pronuncie esa palabra. Todo en mundo tiene remedio. — Menos un amor como éste; — repuso Link. —¡Bah! Todo amor efímero, como un ¿Usted cree de veras que Matilde morada de Mario Burgueño? Irremediablemente enamorada ¡

el

es

fue-

go de pajas. Y es mejor que sea así, porque ningún instinto envilece más al hombre que el amor. Por el amor un hombre olvida a su madre, infama a sus hijos, pierde su honor, y todavía encuentra que ha hecho bien. Es un mal instinto y dura poco. Sólo hay un amor invencible y santo, y es el amor de una madre por su hijo. Es como la luz de una estrella. Puede nublarse una hora, puede parecer apagada mucho tiempo, pero si un viento disipa la nube, la estrella está allí, inmutable y eterna... Mientras Fraser hablaba, Link lo miraba eu DJOS, buscando en dios la sinceridad. Fraser

:

!:

LOS OJOS VENDADOS

*55

comprendió que debía reforzar su argumento, y poniéndose pálido ¿No ha oído hablar nunca de mi mujer?

dijo,

— — doctor. —¿Qué ha oído? —Que fué mala, y que murió. — Fué mala, pero no murió. ¡Júreme que Sí,

.

.

no

contará a nadie lo que voy a decirle!

murmuró una

Carlos Link

palabra, y Fraser

prosiguió

—Yo

maté a un hombre por ella. La quería que no lo hice por vengar mi honor... qué me importaba eso Lo hice para que ella lo olvidara. Y aquel amor, que, librado a sí mismo,

tanto, ¡

!

debió apagarse

más pronto de

prenderse, se eternizó en

la

lo

que tardó en

muerte. Rl muerto

mi memoria, y Dios sabe si no vive tamel corazón de ella. ¿Quiere usted, pobre amigo mío, condenar a esa mujer a amar eternamente a Mario Burgueño? ¡Mátelo! ¿Quiere que un día ella se arrepienta de su locura? ¡Deje que vive en

bién en

conozca

lo

tal

como

es

Link sollozaba, escondiendo el rostro. dijo convulsivamente. ¡La engañará!





— Todo ¡

es

engaño en

Fraser, con voz sorda,

que para el lla



el

como

mundo si

!



exclamó

hablase nada

más

mismo. — Sólo hay una verdad, y es

amor de madre.

¡

El será mi vengador

mujer, por quien yo soy un asesino,

vendrá a golpear

la

Aqueun día

!

puerta de mí casa, y a arro-

.

256

WABT

fliüGO

clillarse

en mi umbral, para que

Liana ra.

la

la

deje ver a mi

Ay, de ella entonces! desconocerá, y yo la escupiré en la ca-

hija, que es su hija...

¡

.

Cuando Link alzó los ojos, Fraser había desaparecido. Aguardó unos minutos hasta que fué calmándose su agitación, y como el otro no volviera, ni él tuviese

ganas de verlo,

salió del des-

pacho, y descendió silenciosamente

larga es-

la

calera.

Esa

siesta,

Fraser fué a

lo

de

Bistolfi.

Iba desalentado, porque su implacable pesimis-

mo

enseñaba que

le

la

pasión inocente está

más

cerca del abismo que la maliciosa coquetería; y si

era tarde ya, su figura de predicador laico y

vicioso, sería de

un impagable

ridículo.

Pero a medida que avanzaba, en del carnaval,

que llenaba

las calles

el

torbellino

con su

ficticia

alegría, confirmábase en su propósito de hablar

a

Matilde, para decirle, una gran verdad,

nunca

mano

le

se

llegaría tarde:

haya cerrado todas

de pueda salvarse, todavía

y es

No

el

amor de

ese

le

hombre

el

las salidas,

por don-

quedará un refugio a quien aleja".

había hablado gran cosa con Link, pero

estaba seguro de que aquel

en

que

"Cuando con su propia

amor

era incurable

corazón del joven.

Cerca ya de su destino, en una calle estrecha,

LOS OJOS VENDADOS

una comparsa

mas por

ceder,

una

le el

obstruyó

paso. Quiso retro-

el

hilera de coches, cargados de mascaritas chi-

la

esquina abríase

como una

truida

Fraser salvó la

desembocando

otro lado venía

llonas y procaces. En aquella zábase la mole silenciosa de

en

257

iglesita,

En

el

misma un

cuadra, al-

colegio, y casi

puerta de su capilla, cons-

la

cripta en el subsuelo.

el pretil,

y

se

metió de rondón en

oscura, fresca y silenciosa.

tabernáculo resplandecía

el

Santísimo,

entre un arco de velas, que ardían con

el

suave

olor de la cera virgen.

Se sentó Fraser en un escaño, sorprendido y halagado por tanta paz.

Una

salmodia indistinta llegaba a sus oídos, y sólo cuando se habituó a la oscuridad, divisó muy cerca de él, una vieja hincada en el suelo.

La contempló un

rato,

con extrañeza, tratando

de imaginar los pensamientos de aquella alma desgraciada o

feliz,

pero sencilla

como

la

del

carbonero creyente.

La

vieja iba recorriendo la iglesia. Arrodillá-

base frente a cada estación del Vía Crucis. Se daba golpes de pecho, y encorvándose penosamente, besaba la tierra.

— Oh,



Señor pensó Fraser conmovido y humillado. Mientras los filósofos discuten tu existencia, esta pobre alma vive de tu verdad. En las pilastras de mármol relucían letras de ¡

oro.

!



HUGO WAST

258

Eran versículos de los Salmos: "Como el cier vo brama por las corrientes de las aguas, así clama por tí, oh, Dios, el alma mía". "Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo vendré y pareceré delante de Dios?".

En

la

semioscuridad reinante era

difícil

leer,

pero Fraser interesado profundamente, fué recorriendo pilastra por pilastra, para gustar aquellas

metáforas elocuentes, llenas de misteriosa esperanza.

"Hazme

la

gracia de tu ley".

"Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanchares mi corazón". "Jehová abre los ojos a los ciegos; Jehová levanta a los caídos; Jehová ama a los justos".

La

vieja había terminado sus rezos,

y Fraser

estaba solo, cerca del altar mayor, hincado junto a la palpitante lamparita de aceite del Santísimo.

¿Qué le duraría aquella Una hora, un día, un año. .

los del

saludable .

emoción?

Bastábale saber que

caminos de su corazón no estaban cerrados todo para aquellas corrientes de aguas vivas.

Alguna

vez, se saciaría en ellas para

"El que bebiere del agua que yo

prometido Jesús a

la

Samaritana

no morir.

— había — nunca jamás

le

daré

tendrá sed".

La desconcertante tenia

algarabía del

carnaval, no

sentido bajo los rayos de oro del taber-

náculo.

Los ruidos

del

mundo

motrían en las gradas del

!!

LOS OJOS VENDADOS

altar.

Un

259

leve olor de jazmines se desprendía de

un vaso puesto a los pies de la Virgen. Oyóse un ruidito seco de maderas. Fraser miun confesonario y salía ró, y vio que se abría una figura negra, un sacerdote flaco y encanecido, que pasó por su lado sin mirado, y entró en la sacristía.

Oyó

pasos, y vio que del nicho lateral de aquel

confesionario,

salía

una mujer que había levan-

tado su crespón y que ahora rezaba entre los escaños.

Se hacía tarde, y Fraser abandonó la iglesia. su puerta dormitaba un pordiosero con la mano estirada. Un vaho de horno reinaba en la calle. Pasó un grupo de máscaras parloteando con

A

voces aflautadas, las eternas sandeces de todos los carnavales. ¡

Vanidad de vanidades aquella fatigosa simu-

lación de la alegría

Cuando Fraser entrado saba ya

— se

el

la

llegó a casa de Bistolfi se había

y en las calles arboladas se espesombra.

sol,

Cuánto he tardado Ya no será tiempo dijo. Preguntó por Matilde, y la sirvienta !

¡

— lo

hizo pasar a la sala.

— Ya ¡

Y

va a venir

cuando llegó, sorprendida de la visita, él la tranquilizó con una afectuosa sonrisa. Hace un mes que no la veo, Matilde, y quizás



!

HUGO WAST

26o

Cómo estará de ocupada noche Al contrario: estoy dando vueltas en mi jau-

venga en mala hora. con

qué hacer.

sin saber

— ¡Parece de carnaval

— ¿Y —Yo



;

¡A

mentira! !

tres

horas de un baile

Si a otro se lo dice

usted

me

ahora

¡

baile de esta

el

— la,

:

me

yo

le

le creerá.

cree? creo cuanto quiera decirme. Si

contase una cosa inverosímil, una gran

por ejemplo, no dudaría

tristeza,

no

Ella lo miró afanosamente, y

—¿Usted

lee

ni

un segundo...

le dijo

en mi cara, no es cierto?

—Sí, Matilde.

—¿Y

qué es

lo

que lee?

Fraser no contestó de pronto. Buscó asiento,

y como a

silla

si

la

— No

él

fuera

joven,

y

el

dueño de

una

casa, indicó

se sentó a su lado.

he llegado tarde,

— pensó, — y

ella

me

oirá.

Y

maquinalmente

repitió en

voz alta esas pa-

labras.

— ¡No

he llegado tarde! usted

me

oirá

¿no es

cierto?

sorprendida. —¿Qué dice? — preguntó — supiera Matilde, dónde he pasado una hoella

¡

ra!

Si

En una

iglesia, con una vieja que hacía una mujer que se confesaba. y ¿Quiénes eran?

ciones,

— — No

sé; ni siquiera les vi la cara.

esta-

!

:

!

!

.

LOS OJOS VENDADOS

— ¡Pobres



mujeres!

2ÓI

exclamó

ella,

y Fraser

rectificó



No

¡

como

tan pobres

y como

fe,

yo, que envidiaba su

usted, Matilde, que podría envidiar

su paz

— Yo

no envidio nada de nadie

¡

!



replicó

mortificada y Fraser aguardó que pasara su repentina cólera, para decirle con ternura paterella

nal

:

— Hace

un minuto reconoció que yo leía en su ¿Por qué? pues, la ofende que siga le-

cara...

A

yendo?

tres horas de

un

baile está intranquila

y temerosa... ¿de qué tiene miedo?



No

¡

quedó





!

murmuró

ella

sin

negar, y se

callada.

— Yo

conozco algunos de sus secretos, MatilPero quiero conocerlos todos, para aconse-



de.

jarla.

— Ya la

no

misma

es tiempo,

voz.



murmuró

la

joven con

Hace un mes que no nos vemos.

.

Déjeme guardar ahora todos mis secretos... Tenía un antifaz rosa en la mano. Instintivamente lo llevó a los ojos y se cubrió con él. Hija mía exclamó Fraser condolido.





!

¡

¿He





llegado tarde entonces? ¡

Muy

la cara.



tarde ¡

!



No me

contestó

hija

mía

sin descubrir

pregunte más

— No necesito preguntarle con ese antifaz en

ella,

la

más. El verla

llorar,

mano, me basta... ¡pobre

HUGO WAST

2 62

Se levantó, y ella lo tomó por el brazo. se vaya todavía le suplicó.

— No — No ¡

¡

por

!

me voy

!



dijo

para encubrir

la sala,



dando unos pasos pena que le aguaba

él,

la

los ojos.

Se acercó de nuevo a Matilde, y en voz muy y dolorida como el reproche de un padre, preguntó:

baja, le

—¿Por

qué no

me

llamó cuando aún era tiem-

po? Ella alzó la cara mojada en llanto, y mirándolo frente a frente, le dijo

como

si él

fuese

el

mundo

entero,

con cierta violencia:



¿Qué sabe una mujer como yo cuándo es tiempo y cuándo deja de ser? En estos caminos se va con los ojos vendados. Si yo fuese una obrera de gustos simples, no habría caído. Pero me han educado me han inf undido ambiciones me han hecho concebir esperanzas me han quitado las fuerzas. ¿qué culpa tengo yo, si todo lo que he aprendido no me sirve para ganarme honradamente la vida? ;

;

;

.

.

Volvió a taparse

la

cara con

el antifaz,

y Fia-

quedó mirando la alfombra. Si Liana le hubiera hecho aquella penosa confesión, no habría hallado para responderle, más que el árido llanto que en ese momento temblaba en sus puser se

pilas, sin

brotar del todo.

Se levantó de nuevo, y suplicante:

ella

volvió a mirarlo

.

.

!

LOS OJOS VENDADOS

2

63 1

—¿Se

va?



Sí, Matilde. No sé qué decirle. Perdóneme. Liana me hubiera hablado así, me pasaría lo mismo. ¿Qué va a hacer ahora? Qué sé yo Lo que él disponga. ¿Tanto lo quiere? Si no fuera así ¿cómo podría haber ocurrido

Si

— — —

!

¡

¡

esto?

—¿Se casará con usted? —El dice que —¿Y usted cree? en todo — exclamó — Yo he perdido — Creo que de un modo con desesperación. sí

.

.

le

la

¡

fe

!

ella

o de otro

me

con

iré

¿De quién voy

él.

a escon-

derme?

—¿Y sus — Hoy o

padres?

mañana tendrán que

morirán de pena.

saberlo.

No

se

.

Dijo esto con un horrible desencanto y Fraser

no se atrevió a protestar. inclinó ante ella,

que

le

Tomó

el

tendió las

sombrero y se dos manos.

— No me deje nunca! ¡

—Hija mía, —Aunque

tarde se acuerda usted de mí.

así

le

parezca, aunque piense que

no merezco su protección, no



No

soy yo

Es usted

Y

la

el

que se

salió lleno

que

la

me

deja;

deje nunca...



replicó

él.



va.

de amargura, despechado, agota-

da su misericordia por un resentimiento celoso,

HUGO \7AST

264

sin haberle anunciado,

pricho de Mario,

el

que aún vencido" por

amor de Ljnk

le

el

ca-

ofrecería

siempre un refugio.

un sarcasmo pensar en ninguno de los que habían creído en poirque la amaron, podría perdonarla.

Parecíale una afrenta y eso, pues ella,

XV El murciélago

Las horas que

lo

separaban del baile fueron

para Link una real agonía.

— Sólo

un gran dolor podrá devolvérmela

repetía con desolado fatalismo

seo de vengarse del

empezaba claridad.

.

y

hombre que

a arder en su

el

odio y

la

;

el

alejó de

alma con una

— deél,

siniestra

.

Poro cuando cayó

la

tarde,

y

la

dulce noche

estival cubrió de misterio los jardines de Olivos,

donde sitio

se refugiara, para estar

él

indicado por

ella,

más

cerca del

sus nervios se gastaron y

su corazón se apaciguó. ¡

La culpa

era de

él,

que había puesto los ojos

tan alto!

En

el

hotel, se vistió

con desaliento. ¿Qué

ilu-

sión podía tener de lo que ella iba a contarle esa si ya lo adivinaba todo? Considerando la desventura de ella, más que suya propia, sus manos de labrador se crispa-

noche,

la

ban con ira. Hubiera querido ser su hermano, para que na-

HUGO WA8T

266

die pensara,

si

un

tomar cuendespecho le mo-

día se le antojaba

tas de aquella iniquidad, que

el

vía.

Cuando acabó de vestirse era tarde, y en el comedor la orquesta empezaba a tocar. Se fué al jardín, que daba a la calle y al andén de la estación. Desde allí podía advertir su llegada, en cualquier forma que viniese. El lugar estaba oscuro, a pesar de naldas de luces, tendidas en

la

las

guir-

arboleda. Podía

ver antes de que lo vieran.

De

haber sido hombre de ingenio, se habría

disfrazado, para

su asunto con

tratar

pero estaba seguro de que con se delataría,

y

repugnaba

le

la

Matilde,

primera palabra ridículo.

el

Discurría por entre las altas palmeras sombrías,

de

espiando

ella al

la

entrada, cuando oyó

el

nombre

pasar junto a un grupo de muchachos

vestidos de etiqueta.

Se aproximó, con

carne estremecida de do-

la

y reconoció en uno de ellos a Heráclito Cabral, aquel amigo y comensal de Mario Burlor,

gueño.

No pudo

oír

lo

sensación de que los

que decían; mas el

nombre de

Huyó

oídos indiferentes.

ella

quedó la rodaba por

las

conversacio-

de

le

nes y se sentó en un banco, entre un macizo de hortensias florecidas.

La voz de Fraser

lo

Llegaba del brazo con

sacó de su abstracción.

Bistolfi.

Se

les

acercó ins-

.

!!

:

!

LOS O JOB VENDADOS

tintivamente, buscando

la

267

compañía de

los

que

podían darle noticias.

Aunque Fraser

parecía alegre, Carlos Link obdureza de su ceño, y la actitud con que respondía a su compañero, que le describía con servó

la

un disfraz de Napoleón con que vendría próxima noche

fervor la

— Ya hoy hubiera venido — exclamaba apenado. — Pero mi mujer me ha prometido un ¡

!

tricornio

¡

un

tricornio napoleónico

—¿Y no se — Pero me — Ah, no

ba hecho todavía? me lo hará

lo

lo hará,

¡

quepa duda, mi querido conde Lo raro es que no se lo haya hecho ya. ¿Y dónde está esa gentil sombrerera? ¡

—Llegará

le

en

el

auto con Pulgarcito... ¡Qué

encanto ese muchacho lástima que no

Yo

!

Vendrán disfrazados. Que

me haya

concluido

el

tricornio.

habría podido acompañarlos...



¡

Quién sabe!

— dijo Fraser pensativo. — TaJ

vez se lo traiga hecho ya.

Pasó uno de

los

mozos

del hotel, y Bistolfi lo

llamó.

—¿Qué

tenemos para cenar esta noche? El mozo que conocía a Bistolfi, lo saludó reverencialmente, y se alejó con él, informándole del

menú:

— Cabeza de aves.

.

de ternera, pies de chancho, hígados

HUGO WASf

268



¡

Cuernos

de

búfalo

!



refunfuñó Fraser.



y cogiendo del brazo a Link. ¿Conque se vino usted, a pesar de todo? dejándolo

irse,

— Ella me pidió... — murmuró como una excusa joven. —¿Y dijo con qué disfraz vendría? —Vestida de musulmana, con charchaff. Fraser sonrió compasivamente. —¿Qué tiempo necesita usted para eliminar ese veneno —¿Veneno? — repitió Link sin comprender. —¿No siente que es pobre amigo mío? El lo

el

le

?

así,

amor

es

como

viniese ahora

la

morfina,

como

alcohol. Si ella

el

mismo, cuando usted ya no cree en

ella...

Al decir estas palabras, Fraser miró a Link, y volvió a sonreír oom piedad.





Usted no dejará de creer nunca en ella exclamó con desesperación. Qué veneno le ha hecho beber! ¡

!



¡

Dieron unos cuantos pasos por el jardín, que empezaba a poblarse. Link no tenía ganas de hablar, mas le consolaba la compañía de aquel hombre, con quien había cambiado sus confidencias.



¡

Mire quiénes llegan por

allá

!



exclamó de

repente Fraser. olas de gentes que descendían de un Link vio a misia Presentación pegadita a su marido, animado el rostro por una ancha sonrisa. '•1, en cambio, avanzaba a pasitos cortos, muy I'.ntre las

tren,

1,08

OJOS VENDADOS

269

serio, preocupado todavía con las conclusiones de un laborioso informe que esa tarde elevara a la

Intendencia Municipal, acerca del cinematógrafo

como

factar de moralidad pública.

Fraser, que tenía curiosidad de saber bajo que disfraz reconocería a Matilde, se les acercó.

—Venga,

Link

;

vamos

a pedir noticias a esos

tipos.

Pero Link no dio un paso. Ya no conocía a los que le habían cerrado su corazón y su puerta. Parecíale que su resentimiento alcanzaba también a Laura, porque no lo había defendido en

su ausencia.

Dejó a Fraser que

se adelantara y

se

quedó

vuelto hacia la calle, sintiendo que su angustia

con la espera. Una mujer vestida como Beatriz, en su primer encuentro con el Dante, en el cuadro clásico de crecía

Holiday, atrajo sus miradas.

El antifaz

le

cubría la cara hasta

el

mentón.

Estaba sola y parecía buscaír a alguien. se dijo con Yo espero a una musulmana,





amarga triz lo



sonrisa Link, al notar que aquella Bea-

miraba, y se dirigía hacia



él.

le preguntó ella has visto llegar ? quién soy? sabes ¿No alterada. voz con se resentimiento su Link reconoció a Laura, y ¿

No me

la

trocó en gratitud.



!

.

:

HTTGO

27°

— No me nombre — — La llamaré Beatriz. — Bueno... ¿Y ahora ¡

WAST le dijo ella

!

con ternura.

.

explíqueme por qué no

ha ido a casa?

—Ya

nada tengo que hacer en su

casa.

Tal respuesta dada con despego y dolor, pareció ofender a la joven. Se apartó un poco de aquel

hombre



que no tenía pensamientos para

triste,

y exclamó

ella,

¡Allí

están sus libros, esperando que vaya

a

buscarlos

—¿Entonces mamá?

no recuerda cómo

me

¿Quiere que tenga alma para

acogió su ir

después

de eso?

Y

en

ella

el

mismo tono

le

replicó:

—¿Entonces

pensaba alejarse de casa sin despedirse de nadie?... ¿ni de mí?...

—¡Habría hecho mal, es cierto! — confesó — Pero no se resienta conmigo. Ha caído un rayo él.

junto a mí» y estoy aturdido y ciego.

.

.

Déme

su

mano, Laura, y guíeme. ¿Qué debo hacer? Ella cedió a la tentación de consolar aquella

desolada resignación, y le dio la mano, y lo alejó del sendero, donde se cruzaban todos los que

entraban o salían.

— Venga por aquí La busca, no es verdad — me pidió que viniese. — Le pidió que viniese — repitió Laura. — ¡



!

j

;

Y no

?

¿

ella

;

!

le

— Me

anunció su disfraz?

dijo

que se vestiría de musulmana.

!

T.OS



OJOS VENDADOS

Lo ha engañado

¡

1

.

!

!



27

contestó la joven con

sequedad.

Una

oleada de sangre tiñó

avergonzaba

dolía y lo

cara de Link.

la

Le

que innecesariamente

el

quisieran desorientarlo.



Cuénteme, por Dios, qué ha pasado para que

¡

me

así

trate

Fué tan desesperado

acento de esta súplica,

el

contestó dulcemente: que Laura, conmovida, Hable con ella misma, que es buena y se lo le



¡

explicará

—¿Pero Y

cómo

señaló

reconoceré

la

ventanas abiertas

al aire

delgado de

la

noche, y

jardines que desbordaban de concurrencia,

agitada por

la calle



se bailaba con las

donde

los salones iluminados,

los

tantas?

entíre

multitud de máscaras que llenaban

la

Si

el

y

abigarrado gentío.

ha cambiado de disfraz, ¿cómo

la

recono-

ceré ?

—Venga Le

dio

conmigo; yo

brazo Link y cruzaron los jardines,

el

y subieron a

— Yo

el

más



¡

¡

la terraza.

conozco su disfraz, original

Me

Laura



guiaré...

lo

huye

y

!



el

.



dijo Laura.

más bonito de

respondió

él



Es

todos.

con amargura.

repitió su consejo.

Háblela

!

Yo no puedo

porque desconfía de mí.

—¿Sola?



Y

decirle

está sola

interrogó él sin

una palabra, .

.

comprender.

!

!

.

HUGO WAST

272

— Sí; sola

en medio de

traño, pero es así.

que yo.

¡

Usted

la

multitud. Parece ex-

está

más

cerca de ella

Háblela

— No querrá oírme — No hable de amor. Sea como un amigo o co¡

le

mo

un hermano... ¡Usted, Link, puede salvarla!

Laura arrastraba a Link por entre

las

gentes

sorprendidas.



Tiene que haber venido ya. Ha cambiado con Mariana su disfraz. La Bistolfi vendrá de musulmana, y Matilde de uniforme de la Cruz Roja. .

.

¡Allá está!

El corazón de Link se contrajo doloncisamente

— Abandóneme ma

;

y pase por su lado. Ella mis-

lo llamará.

Laura otro

soltó el brazo

hombre que

de Link,

aceptó

el

de

aproximó creyendo cono-

se le

y desapareció entre el gentío. Link bajó la escalinata, los ojos fijos en la suave y armoniosa figurita blanca, que huía ante él, sin haberlo visto, en compañía de una sultana y de un hombre con dominó. cerla

—¿Adonde

irá?



Pensaba.



¿Quienes son

esos? Siguiéndola, volvió

hora espiando

la

al

lugar donde pasó una

entrada.

La

sultana y el dominó se apartaron de ella y Link se le acercó temblando.

—¡Carlos,

Carlos!



le

gritó ella, disimulando

!

!

.

!

LOS OJOS VENDADOS

voz.

la

273

— Hay una hija de Mahoma que te busca...

Link se le aproximó, dominándose para tener aplomo y sacar partido del cambio de disfraz. Yo soy cristiano, contestó ofreciéndole el



brazo.



— Te prefiero a

— Si

ti

.

.

supieras quién es la musulmana, la prefe-

rirías a ella.

— La

he visto pasar con un dominó... ¡Déja-

que se vayan

los

—También

yo tengo que irme,



contestó

visiblemente nerviosa.

ella,

Link

la

retuvo de

la

mano:

—¡Óyeme, Cruz Roja! ¿Cómo llamas? — Como me has dicho: Cruz Roja. —¿De dónde me conoces? —¿Quién no conoce, Carlos? Déjame, tengo te

te

que irme.

— Estoy estoy solo.

solo .

;

no

te vayas.

sin

se,

— Yo

Hace

tres días

que



—Tengo

1

¡

!

.

que irme, repitió ella, deteniéndoembargo, y mirando a Link. conozco esos ojos,



le dijo él

con pa-

sión.

— ¡

los

¡

Mentira

!

¡

es la

primera vez que nos vemos

habrás soñado



Esa es la verdad los he soñado. He vivido soñando un año entero, pero hace tres días que he despertado...

:

HUGO WAST

274

señal de que no has —Tienes cara — La verdad encorazón. cara, pero alegra — Prefiero mentira, — respondió resueltamente. — En una noche de carnaval no hace triste;

la

ganado en el cambio. Pero tengo el corazón

alegre.

tristece la

el

la

ella

buena figura tu verdad.

—¿Qué ras

el

estás diciendo,

antifaz

más

cara está

Cruz Roja?

podría desmentirte.

Si te saca-

Tampoco

tu

alegre que la mía. Señal de que

también has despertado de un sueño...

— No me ves cara. —Te veo los ojos. — Quizás tengas razón. la

que

días

como

estoy sola,

Yo también

hace tres

tú.

— Cuéntame qué pasa. —¿Renuncias a tu musulmana? — Si Cruz Roja, renuncias a tu te

tú,

se

ha disfrazado

— De — No No

le

¿de qué

murciélago.

ha venido aún

;

he recorrido todos los

interesas

!

si-

que no ha venido. Cuéntame por qué estás sola,

desde hace tres días.

— — Ah

..

hombre que buscabas?

donde hay máscaras, y

tios ¡

el

.



.

Porque he perdido a mi hermano...

¡

!

¿Tenías un hermano? Haces bien en

si lo perdiste, porque es la pérdida nunca. Si pierdes un amigo, o repone que no se un novio, o un marido, o un hijo, podrás tener

creerte sola,

.

:

LOtí

Pero

otro.

OJOS VENDADOS

275

has perdido tu único hermano

si

— Por eso busco. — No mientas, Cruz Roja

.

.

.

lo

Murciélago.

Todas

via,

el

que buscas es un

buscas porque no piensa en

lo

seas injusto: a lo

menos habrá una que

sea distinta de las demás.

ti

tí.

mujeres son iguales.

las

— No para

Y

:

¿No

tienes no-

acaso?

— Un

año entero he soñado que había una disy fué mi novia. Pero ya he des-

tinta de todas,

pertado.

.

—¿La has perdido? — Sí no es posible tener

las

:

dad y tengo

la

mentira.

la

verdad.

Quedaron lón,

por

De

si

Mi novia

callados, ella

dos cosas

la ver-

:

era la mentira.

Ahora

mirando hacia

el

sa-

lograba divisar a su Murciélago.

pronto suspiró y dijo

— Yo

también tengo ahora mejor haber seguido soñando! ¡

Link adivinó

— ¡Pobrecita, tu historia, pero

la

verdad

i

;

Sería

profundidad de ese lamento.

Gruz Roja! yo

la

No me

has contado

la adivino.

Se levantó, y ella que se había sentado junto a él, lo miró con angustia.

—¿También tú me dejas, Carlos? —Hace un momento, Cruz Ro'a, querías — Buscaba a un hermano.

irte.

!

.

!

JJÜGO WAsi

4?6

— Y ahora no quieres dejarme — Es que he hallado y no quiero perderlo de nuevo. ¡Tengo miedo de mi soledad! — No estarás Dentro de algunos minutos, :r

lo

sola.

vendrá tu Murciélago

a

buscarte, y te irás con

él...

— porque — Pobrecita Sí,

es

¡

jado

el

mi

destino.

Cruz Roja! ¿Sab^s que has mo-

antifaz oqn tus lágrimas? Olvídate de ese

hombre que

te

hace

llorar.

.

— Imposible —¿Es un — Es más —¿Es un novio? — Es más —¿Es un amante? ¡

flirt?

¡

¡

—¡Sí! que lo había adivinado ya, y creyó que podía exponerse al dolor de saberlo de sus propios labios, no logró apagar el relámpago de odio que se encendió en su mirada. Maquinalmente se volEl,

y otro lado buscando al Murciélago, y comprendió ella que Link la hab a conocido, y temió por Mario Bu r gueño.

vió a uno

;

Se quitó

el

húmedo

— Carlos, júreme mc

antifaz y le dijo:

q'ie

no tendré que

arrepentflr-

de haberle confiado mi secreto.

El se echó a hacía daño

oír.

reír,

con una

risa

desolada que

!

:

!

LOS OJOS VENDADOS

—Yo

277

soy su hermana, Matilde ¿no

tizado usted así?

Yo

me ha

haré lo que haga

bauotro

el

hermano suyo. ¿Aca«o Pulgarcito piensa en vengarla

?

Matilde se 'ruborizó intensamente ¡No me prive de su dolor! -- dijo.



tan abandonada

ría

me

migo! ¿Quién

Link volvió a

— ¡Qué

si

¡Me

senti-

alguien no sufriera con-

comprendería, entonces?

reír

coln

la

misma

crueldad.

singulares son las mujeres! ¡Se quejan

de hallar lo que han buscado!

— Piense con lo

de mí lo que quiera;



altivez.

Me

¡

arroja de su lado



escucharla

repuso

ella

moriría antes Je quejaírme, de

que nadie más que yo tiene

— Me

--



la

culpa...

exclamó Link

y no quiere que yo

la

sin

borre de mi

corazón Ella ofendida, dejó de mirarlo y guardó silencio. En el salón sentíase el ruidit^ seco de la batuta del director de orquesta que llamaba a los

músicos, golpeando

rl

atril.

Link tuvo miedo de haber dicho una palabra irreparable, y murmuió suavemente:

— Matilde ¡

La muchacha para que

él

verla más, y



Si

la le

se volvió

dijo poniéndose

usted que

comprende,